Siete consejos para formar a los hijos

Los hijos son un don de Dios y todo aquél que esté dispuesto a dar su vida por ellos puede llamarse con todo derecho papá o mamá. Para F. Dostoievski un padre o una madre es quien "nos ha engendrado y amado, quien no ha rehuido ningún sacrificio por nosotros, quien nos ha atendido con angustia en las enfermedades de nuestra infancia, quien ha sufrido para darnos la felicidad y sólo ha vivido para nuestras alegrías y nuestros éxitos" ("Los Hermanos Karamazov").

Resulta que, hoy en día, la tarea de guiar una familia como padre o madre se ha vuelto cada día más compleja. Da la impresión de que a medida que pasan los años las nuevas generaciones de niños se vuelven más "sofisticadas" y no hay instructivo para entenderlos. Se escucha con frecuencia que ahora no son los padres quienes dan las órdenes en casa sino los hijos. Hemos llegado a una generación de "padres obedientes e hijos tiránicos".

Este fenómeno no se limita al ámbito de la familia. Si alguien, además de ser padre de familia también es docente, reconocerá que hablar a un salón de clases representa cada año un desafío más exigente. ¿Qué se puede hacer para educar a nuestros niños, los adultos del mañana?

La mayoría de las familias son conscientes de que la emergencia educativa hoy nos apremia. Para muchos el reto se presenta tan arduo que sufren la tentación de renunciar a su cargo, abandonar el puesto o simplemente hundir la cabeza en la arena como lo hacen las avestruces cuando se ven amenazadas por algún peligro insuperable.

Compartiendo esta experiencia y la preocupación de muchos padres de familias hay quienes ofrecen algunas reflexiones que ayuden en esta tarea. Una persona que comparte este dilema es Benedicto XVI y lo expresa en una carta a las familias de Roma escrita el 21 de enero de 2008. De ella tomo la inspiración de estas reflexiones que no pretenden ser exhaustivas ni milagrosas, pero buscan ofrecer un granito de arena en la construcción de nuestra sociedad del mañana.

1. Gánate la confianza de tu hijo. El medio más eficaz para ganarse esta confianza es lograr que el niño experimente la cercanía del amor familiar. Todo educador sabe que para que sus enseñanzas penetren de verdad en los educandos se debe dar lo mejor de uno mismo. Esta donación implica la entrega generosa de parte del educador.

No se da por descontado que se requiere sacrificio. Hay padres de familia que edifican a cualquiera. Estas personas se levantan temprano, se desvelan preparando la comida, la ropa o el horario del día siguiente, llevan a sus chicos al colegio, se preocupan del aseo de la casa. Cuando alguno de sus pequeños se enferma, ellos permanecen en su cabecera, los llevan al médico y si éste no funciona buscan a otro a pesar de que sea más costoso. Lo que se busca es lo mejor para la persona amada. Esos son los verdaderos padres.

2. Dedícale lo mejor de tu tiempo. Con un hijo se comparte un periodo de la vida. Por ello es fundamental darles el propio tiempo. Los pequeños y los no tan pequeños requieren de modelos claros a quienes imitar y seguir. Esos modelos se encuentran en el hogar. La familia, dice el concilio Vaticano II, "es la primera madre y guardiana de la educación. Ahí los niños en un ambiente de amor aprenden más fácilmente el orden correcto de las cosas y la misma cultura humana se va imprimiendo en las mentes de los pequeños".

Ahora, para que esto efectivamente suceda debe haber convivencia familiar. Los padres deben conocer sus sueños, su mundo, los amigos con quienes se juntan y todas esas "trivialidades" de las que se compone la vida del hijo. A su vez, el chico debe conocer a sus papás: dónde trabaja, en qué se divierte, cuáles son sus gustos. A los seres humanos nos conquistan los detalles. Con un hijo se comparten los proyectos y las preocupaciones, las esperanzas y los temores.

3. Ponle reglas en casa. Éste es uno de los aspectos más delicados de la obra educativa. Consiste en encontrar un justo equilibrio entre la libertad y la disciplina. Sin reglas de comportamiento y de vida no se forma el carácter y no se prepara para enfrentar las pruebas a las que somete la vida.

Hay padres que quieren ahorrar a sus pequeños todo sacrificio y privación, lo cual es una actitud muy noble, bien intencionada, pero poco formativa. Un niño que no aprende a superar retos se asemeja a un árbol que no echó raíces profundas. Ante el primer vendaval que sople terminará por los suelos y su ruina entristecerá a todos, sobre todo a sus padres.

¿De qué retos se trata? Son esas responsabilidades que se tienen que cumplir y que de no cumplirse traen sus consecuencias. Por ejemplo, que la tarea del colegio se haga a tiempo y no salir a jugar ni encender los videojuegos o el televisor hasta que se haya completado. Se debe establecer un número de horas limitadas para dedicarse a la computadora, al videojuego o al televisor. Las horas no deben ser excesivas, pues quitarían el tiempo a la convivencia familiar.

Ayuda también que desde pequeños se asigne a los hijos algún encargo o quehacer de casa, de modo que aprendan a responsabilizarse: ayudar con la vajilla, asear una zona de la casa, sacar a pasear al perro; obviamente cada encargo debe adaptarse a su edad y madurez. Estos son los detalles que construyen la personalidad.

4. Convive en familia. Esto se logra no saturando a los hijos de actividades complementarias. Hay padres que sueñan en dar a sus hijos todo lo que ellos no tuvieron: clases de piano los lunes, entrenamiento de golf los martes y jueves, música y ballet al final de la tarde, natación y día social los viernes, torneo deportivo el sábado, fiesta de Pepe el domingo y de vez en cuando un picnic en familia para romper la rutina. Todo esto sin contar las tareas y deportes escolares.

¿Qué sucede? El niño o la niña pasa más tiempo con sus diversos tutores que con su propia familia y es en ella donde se aprende el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado.

5. Conoce su mundo. Cada generación tiene un "mundo subterráneo". Es una especie de lenguaje, unas identidades, un modo de comportarse que sólo surge cuando se está en grupo. Cuando uno da clases o sale de excursión con los alumnos puede ir entreviendo esas facetas o pinceladas de este mundo que llevan los niños por dentro.

¿Sabes tú quiénes son los mejores amigos de tus hijos? ¿Sabes qué tipo de cosas intercambia por Internet? ¿Conoces a sus compañeros de salón? Sin duda una buena parte de las dificultades de un adolescente se pueden anticipar y ahorrar si se cuidan las amistades y las cosas que los niños viven en la escuela. Esto se logra a través del diálogo confiado entre padres e hijos.

6. Enséñale el valor del respeto. Los hijos llegan hasta donde los padres les permiten. Al chico se le respeta y se le enseña a respetar a los demás. Para ello no tengan miedo en corregir a sus hijos. "El que ama a su hijo lo castiga asiduamente, para poder alegrarse de él en el futuro", dice el libro del Eclesiástico (Si 30,1). Para esto es necesario que los padres den buen ejemplo. No se trata de que sean impecables, más bien que reconozcan sus propios defectos y que se esmeren en superarlos.

Este respeto se debe en primer lugar a los propios padres. A su papá o a su mamá el niño no le debe alzar la voz jamás. Este respeto más tarde servirá de fundamento a la obediencia en la escuela y en la sociedad. Esta virtud se debe extender a los hermanos en casa, a los profesores y a los compañeros en la escuela.

7. Sé tú, papá o mamá, su primer punto de referencia. Que tu hijo te tenga la confianza para acudir y contarte sus cosas: éxitos, dudas, deudas, sorpresas, fallos, tal vez aquellas cosas que le dan pena. Acéptalo como es y que él vea que para ti no hay otro interés más grande.

Si tus hijos perciben en ti al primer interesado en escucharles, en tomarles en serio, te tomarán en serio cuando tú les pidas algo que no entiendan o que no estén plenamente de acuerdo. Como esos adolescentes que quieren llegar a las cuatro de la mañana de su primera fiesta con los amigos y a quienes sus padres saben dar un "no" rotundo motivado y formativo.

Nadie nace sabiendo ser papá o mamá. Nadie enseña el arte de educar a los hijos. Sin embargo, hoy más que en otros tiempos los niños necesitan urgentemente a sus padres. Hay que tener confianza y no temer al sacrificio.

Piensa en qué fue lo mejor que te dieron tus padres y en lo que te hubiera gustado que te dieran, y en el modo en el que te gustaría que tus hijos te recuerden: como el bonachón, el buena gente o el que se interesó por su bien, que les exigió y gracias al cual hoy son lo que son.

Lo que tú haces por tus hijos no pasará desapercibido y ellos en el futuro te lo agradecerán y te lo premiarán.

Adrián Canal