No nos cansemos de hablar sobre el aborto

La fertilización in vitro es un curioso adelanto de nuestra civilización. Primero se creó la píldora y luego se llegó a la fecundación in vitro.

Si uno reflexiona un poco, uno se da cuenta que: La píldora es para hacer el amor sin hacer el niño.

La fecundación in vitro es para hacer el niño sin hacer el amor. Y en cuanto al aborto, es matar al niño

Y en cuanto a la pornografía o la promiscuidad, es deshacer el amor.

Uno advierte que esas cuatro practicas son contrarias tanto al niño, como a la madre, como al matrimonio.

El placer sexual está ligado al amor y la fecundación está ligada a la copulación. Cuatro cosas que marchan juntas en la naturaleza humana.

Hoy nos gustaría centrar nuestra reflexión principalmente en el tema del aborto.

La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley de muchos países, es señal evidente de una peligrosa crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida.

El mundo se llena la boca en defender los derechos humanos, la vida de las ballenas y la preservación de la vida silvestre, y está bien que lo haga, pero del derecho de ver la luz del sol del que está en la panza de millones de mujeres, nadie se ocupa.

A nadie parece importarle, salvo unos pocos que con frecuencia sienten que su prédica es como si estuvieran predicando en el desierto.

Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a los compromisos de conveniencia o a la tentación de auto engañarse.

A este propósito resuena categórico el reproche del profeta: ¡Ay de los que llaman al mal, bien y al bien, mal !! que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad.

Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta determinado número de días, no puede ser considerado aún como una vida humana personal.

Esta es la actitud de los partidarios o defensores del aborto. Pero sucede que los partidarios de esta actitud, viven engañándose a sí mismos, pues son incapaces de definir a partir de cuando es una nueva vida.

¿A partir de que momento un ser humano puede considerarse tal?

Nosotros decimos en el momento de la fecundación: es decir, inmediatamente después que toda la información que contiene un espermatozoide se une al material genético del óvulo. Ahí está toda la información necesaria y suficiente para construir ese nuevo ser humano que nueve meses después se llamará Pablo o María.

Esta es la realidad que muchos no quieren aceptar. Pero esta es la verdad.

Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una vida que no es la del padre ni de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces.

A esta evidencia de siempre, la ciencia genética moderna otorga una preciosa confirmación. Hoy es la ciencia que confirma esa evidencia que estuvo desde siempre defendida por nuestra Iglesia.

La ciencia nos muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo, con sus características ya bien determinadas. Ni siquiera el color de los ojos se le puede ya cambiar.

Hoy tenemos conocimiento de que el niño en el seno de la madre es un ser humano desde su concepción. La ciencia nos ha mostrado esa realidad maravillosa.

Ya desde los primeros días el niño, en el seno de la madre por una ley fascinante de la naturaleza, contiene en sí todos los elementos que constituyen el hombre futuro: su trayectoria humana ya ha comenzado y no se interrumpirá hasta la muerte.

Esta es la gran realidad de la que todos tenemos que tomar conciencia y no debemod cansarnos de proclamarlo.

Es un ser humano y nadie, ni la misma madre puede auto determinar sobre lo que atañe a otro ser humano. El hijo no es propiedad de la madre.

No se tienen derechos sobre su vida una vez que ha comenzado su existencia. Por el contrario, se tiene el deber elemental de hacer todo lo que está en las propias manos para que venga al mundo.

Con una fuerte convicción, adquirida mediante la ciencia, el profesor Lejeune le gustaba decir a sus alumnos: “El más materialista de los estudiantes de medicina está obligado a reconocer que el ser humano comienza en la concepción, de lo contrario está suspendido”.

El aborto en sí nada tiene que ver con lo religioso.

Los trabajos científicos sobre genética muestran que desde la unión de los 23 cromosomas del espermatozoide y los 23 del óvulo surge una nueva vida humana única e irrepetible, totalmente distinta del cuerpo del padre y de la madre y que evoluciona en el transcurso de toda su vida.

Lo que hay que preguntarse, ¿se puede aceptar la legalización de este homicidio? ¿Resulta procedente instituir lugares donde las madres permiten que “higiénicamente” descuarticen a sus propios hijos? La frivolidad del mundo moderno hace que no se llame a las cosas por su nombre.

Aun que cuando uno no llama las cosas por el nombre que tienen, es que en el fondo sientes vergüenza por lo que haces.

Frecuentemente cuando el tema del aborto sale a relucir, los defensores de la legalización del mismo, arguyen el alto porcentaje de muertes entre las mujeres que abortan. Por supuesto este dato es imposible de chequear.

Lo que si podemos decir y proporcionar con absoluta certeza es que los indefensos e inocentes criaturas por nacer, con el aborto clandestino o legalizado, mueren el 100%

Los partidarios del aborto suelen usar en sus alegatos una frase de Simone de Beauvoir: Para la mujer, la libertad empieza por el vientre.

Podríamos entonces completar: Para el niño por nacer, su vida termina donde empieza la libertad de la madre sobre su vientre.

Es necesario reafirmar machaconamente, que desde que el óvalo es fecundado se inicia la vida de una persona, única e irrepetible, que por su propia dignidad merece ser respetada y defendida.

Como suele suceder con los que sustentan el derecho a abortar de toda mujer, omiten mencionar al principal perjudicado que es el niño por nacer.

Remarcan y se quedan en la situación desesperada de las mujeres y se olvidan del indefenso hijo al que van a eliminar; hacen hincapié en el peligro que implica para la embarazada una intervención clandestina y no les importa que su consecuencia inexorable sea la muerte de un inocente; claman contra la discriminación y sufrimiento que alguna mujer pueda experimentar, pero no articulan palabra por la dignidad de la criatura que terminará despedazada en una bolsa de residuos; acusan a la sociedad de cometer un crimen por omisión por cada mujer que muere en un aborto ilegal y nos proponen que promocionemos y subsidiemos un alevoso y aberrante homicidio.

No debemos poner en duda que hay mujeres que enfrentan una situación límite. Es cierto que sus problemas son reales y dolorosos.

Pero es igualmente cierto que una solución justa a los mismos no pasa por matar a un semejante y que además no tiene posibilidad de defenderse.

Como decía el médico francés Lejeune si la madre pudiera oir el grito de su hijo, ninguna mujer abortaría.

Para cerrar la reflexión sobre este tema tan delicado y tan discutido en nuestra sociedad de hoy, nada mejor que dejarnos orientar por dos santos de nuestro tiempo.

Nos referimos a Juan Pablo II y a la Madre Teresa de Calcuta.

Dice Juan Pablo II: “Todo ser humano concebido tiene derecho a la existencia, porque la vida dada no le pertenece a quienes la hacen nacer”.

Dice la Madre Teresa de Calcuta: “Un país que acepta el aborto está enseñando a sus ciudadanos a usar la violencia para obtener cualquier cosa que deseen en vez de enseñarles el amor al prójimo.”

Ya lo sabéis, dos frases de dos grandes de nuestra era.

Uno nos habla que toda vida creada ya no nos pertenece más, solo Dios puede disponer de ella.

La otra, nos recalca que matar por matar, es enseñar a ser violentos.

Matar y enseñar a matar, no hay duda que es el mayor mal de nuestro mundo de hoy.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar