Existe un poema épico japonés del siglo XIII, muy importante en la literatura tradicional japonesa: se llama Heike Monogatari (el cantar de los Heike). Nos narra, en verso, una gran batalla en la que los nobles Heike, hasta entonces familia de emperadores del Japón, perdieron el trono. La batalla naval de Dan-no-ura marcó, pues, el final del clan de los Heike. El 25 de abril de 1185, las fuerzas del clan de los Genji, lideradas por Minamoto do Yoshitsune, aplastaron a los Heike en el encuentro final de una guerra de cinco años que fue la culminación de décadas en conflicto por el control del poder en el Japón del siglo XII.
Uno de los nobles Heike, Tomomori, al ver cerca la derrota, subió al navío real. -El final de los Heike está aquí -dijo- arrojad al mar todo lo que sea ofensivo para la vista-. Y él mismo corrió de popa a proa, barriendo, limpiando y quitando el polvo con sus propias manos, para recibir dignamente el fin.Al presentir el final, la abuela del emperador Antoku tomó al niño, de apenas siete años en sus brazos.
-¿Qué hacemos ahora, abuela? -preguntó inocentemente el niño emperador.
-Nos vamos de este mundo de sufrimiento. Os quiero llevar a un lugar llamado Paraíso de la Tierra Pura -dijo la abuela, consciente de que los enemigos querían matar y deshonrar al emperador niño. Antoku se dio cuenta de que era su final, pero no dijo nada a su querida abuela.
Con lágrimas en los ojos, el emperador hizo una reverencia a Oriente, al Santuario de Ise. Después, invocó el nombre de Amida con la vista puesta en Occidente. Para consolarlo, su abuela le dijo:
-Verá vuestra majestad que en este mar también hay una hermosa capital.
Al momento, abrazada al niño, se arrojó al mar, en donde los dos se ahogaron. Después de ellos se lanzaron al mar muchos de los valerosos guerreros Heike, incluyendo su líder Tomomori. Según el Heike monogatari (la épica del clan Heike), el espíritu de estos guerreros vive aún en las profundidades del mar de Japón.
La trágica historia de los Heike se recrea en las leyendas y en varias representaciones del kabuki, el estilizado teatro japonés.
Una de las leyendas afirma que el espíritu de los guerreros ahogados en Dan-no-ura subsiste en una especie de cangrejo local, llamado precisamente heikegani (Heikea japonica). En estos animales, el dorso del caparazón presenta curiosas rugosidades que semejan una cara humana gesticulando a la manera de un estoico guerrero japonés. Según la leyenda, los Heike se transformaron en estos cangrejos al hundirse en las aguas de Dan-no-ura, tal como se puede ver en la ilustración de la derecha, tomada de un grabado en madera de Utagawa Kuniyoshi, que data del siglo XIX.En 1952, en un artículo de la revista Life, Julian Huxley se refirió a los cangrejos Heike como un ejemplo de que la selección natural es la principal fuerza atrás del proceso de evolución, insiste en el artículo en que el peculiar aspecto de los heikegani no puede deberse a la casualidad. ” Según Huxley, los pescadores evitan comer aquellos cangrejos con mayor semejanza a una cara humana, de manera que a lo largo de las generaciones estos animales fueron favorecidos por la selección (en este caso artificial) y son hoy en día más frecuentes que los cangrejos con menor parecido a una cara.
En este enlace puedes ver un trocito de este poema kabuki, relatado en japonés: Heike Monogatari
Épica africana
Los hombres reciben la agricultura del mijo (de la familia del maíz) de unos seres que viven en el río. Estos seres llamados genios del agua tienen cola de pez (por eso llaman a Mamari "hombre de dos pies"). El héroe que logra la primera semilla de mijo (fonio) se llama Mamari. Para hacerlo, el héroe engaña a los genios del agua:
Mamari se sumergió en el agua.
Llegó donde los viejos, que gritaron:
«Hombre de dos pies, ¿quién te ha hecho venir?».
Mamari no les respondió nada y siguió su camino.
Llegó donde las mujeres casadas,
llegó donde las jóvenes, y siguió adelante.
Después de pasar a las jóvenes,
la hija de Faro se echó en los brazos de su madre.
Entonces Faro dijo: «Hombre de dos pies,
¿qué te ha hecho mi hija para que la hayas perseguido hasta aquí?».
Mamari respondió: «Se ha portado mal.
Ha robado los tomates de mi madre».
Faro le propuso: «A cambio de ella,
te daré cien veces todo lo que desees».
Pero Mamari no aceptó: «Lo único que quiero es matar a tu hija».
La madre gritó: «No la mates.
Dimelo que desees, y te lo concederé».
«Entonces dame algunas de tus semillas de fonio».
Entonces Faro exclamó: Haz lo que quieras con
mi hija, porque no puedo satisfacer tus deseos».
Entonces Mamari se precipitó con su lanza hacia la niña.
La hija de Faro gimió y le dijo a su madre: "¿Entonces prefieres unas semillas de fonio a tu hija?".
La madre recapacitó y le dijo a Mamari:
"Toma mis semillas pero baja la lanza contra mi hija".
Mamari cantó una canción a su madre:
"Madre los genios me han dado las semillas para plantar en Segu".
La Odisea de HomeroCuéntame, Musa, las desdichas de aquel ingenioso y astuto varón, que anduvo tiempo errante por el mundo, tras haber destruido los sagrados muros de Ilion, que visitó muchas ciudades y conoció el modo de ser de numerosas personas; que, en el mar, supo de tantos padecimientos para lograr su propia salvación y el retorno de sus compañeros; mas no pudo salvarlos, a pesar de todos sus esfuerzos, ya que parecieron a causa de sus propios errores. ¡Insensatos! Comieron los rebaños del Sol, y este dios impidió que regresaran a sus lares.
Cuéntanos, diosa, hija de Zeus, algunas de tales aventuras.
Todos los guerreros que habían logrado escapar a los horrores de la muerte habían regresado a sus hogares, tras haber eludido los peligros del mar y de la guerra. Sólo uno de ellos, deseoso de regresar y ver a su esposa, fue retenido por la augusta ninfa Calipso, la cual, en sus profundas grutas, ansiaba hacerle su esposo.
Pero cuando, al correr de los años, llegó el tiempo decretado por los dioses para que retornara a Itaca, donde este héroe, aun en medio de sus amigos, habría de enfrentarse a inevitables peligros, todos los dioses inmortales se apiadaron de él, todos menos Posidón, el cual guardó siempre un profundo rencor al divino Ulises, hasta que éste pudo al fin llegar a su patria.