Este versículo (Mateo 27:46) no puede describir una separación actual entre el Padre y el Hijo porque Jesús es el Padre. Jesús dijo, “Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:30).
La biblia indica que “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (II Corintios 5:19). Jesús era Dios Padre manifestado en carne para reconciliar consigo al mundo.
El grito de Jesús en la cruz no significó que el Espíritu de Dios había salido del cuerpo, sino que no había ninguna ayuda del Espíritu en Su muerte sacrificatoria de substitución para la humanidad pecaminosa.
No era una persona de la Deidad que fue abandonada por otra, sino más bien la naturaleza humana que sintió la ira y el juicio de Dios sobre los pecados de la humanidad. No había dos hijos—uno divino y otro humano—pero había dos naturalezas—la divina y la humana—fundidas en una persona.
El Espíritu divino no podía ser separado de la naturaleza humana con tal que la vida humana continuara. Pero en Su proceso agonizante de la muerte, Jesús sufrió los dolores de nuestros pecados.
El morir se convirtió en muerte cuando El rindió Su Espíritu. En otras palabras, lo que Jesús quería decir cuando El gritó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” era que Él había tomado el lugar del hombre pecaminoso en la cruz y que Él había sufrido el castigo completo para el pecado.
No había disminución del sufrimiento debido a Su deidad. Puesto que todos han pecado (Romanos 3:23) y la paga del pecado es muerte (Romanos 6:23), toda la humanidad (con la excepción del Cristo sin pecado) merecía morir.
Cristo tomó nuestro lugar y sufrió la muerte que merecíamos
(Romanos 5:69).
Jesús era más que un mártir valiente como Esteban y más que un sacrificio del Antiguo Testamento, porque El murió en nuestro lugar y experimentó por una época la muerte que nosotros merecíamos.
En la cruz, El murió por todos los hombres (Hebreos 2:9). Esa muerte era más que una muerte física; también implicó una muerte espiritual, que es la separación de Dios
(II Tesalonicenses 1:9; Apocalipsis 20:14).
Nadie que vive en la tierra ha sentido esta muerte espiritual en su grado más profundo, porque en Dios todos nosotros vivimos, nos movimos, y somos (Hechos 17:28).
Aún el ateo se goza de muchas cosas buenas tales como la alegría, el amor, y la vida misma. Cada cosa buena viene de Dios (Santiago 1:17), y toda vida se origina en El y es mantenida por El.
Pero, Jesús experimentó la última muerte—la separación de Dios que un pecador sentirá en el lago de fuego. El sentía la angustia y la desesperación como si fuera un hombre eternamente desamparado por Dios.
Jesús; estaba recitando la primera línea del Salmo 22, que expresaba la profunda angustia que sintió cuando tomó sobre sí los pecados del mundo.
Entonces, la naturaleza humana de Jesús clamó en la cruz al tomar Jesús sobre Sí mismo el pecado del mundo entero y al sentir el castigo eterno de la separación a causa de aquel pecado
(I Pedro 2:24).
No debemos presumir que el Espíritu de Dios dejó el cuerpo de Jesús en el instante en que El pronunció las palabras, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” El Espíritu divino dejó el cuerpo humano solamente en la muerte.
Hebreos 9:14 dice que Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios por medio del Espíritu eterno. Por otra parte, Jesús dijo a Sus discípulos con respecto a Su muerte, “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32). Así, el eterno Espíritu de Dios, el Padre, no salió del cuerpo humano de Cristo hasta la muerte de Cristo.
En ese momento todo el peso del pecado del mundo cayó sobre el corazón y el ser de Jesús; que ese fue el momento en que el Que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros.
Aquí tenemos algo de valor incalculable. Jesús pasó por el abismo más insondable, y salió de nuevo a la luz.
Nosotros también, si nos aferramos a Dios aun cuando parece que no hay Dios, manteniendo los restos de nuestra fe desesperada e invenciblemente, no cabe duda que la aurora romperá y saldremos victoriosos.
El vencedor es el que se niega a creer que Dios Se ha olvidado de él aun cuando todas las fibras de su ser se sientan abandonadas.
LUIS VELEZ