Junio, 2025.
Zunino, D.
Tomo una foto con mi cámara nueva, con el ángulo perfecto y una luz hermosa. Pero, al ver la galería, la imagen no se ve como la tomé. Colores salen disparados de los árboles, ocupan toda la pantalla y, en el centro, aparece una silueta, aunque todavía se distinguen los elementos originales.
Intento encontrar una explicación coherente para este suceso, pero no se me ocurre nada. Luego de un rato, decido ir a la tienda donde la compré. Tal vez ellos tengan una respuesta.
—No sabemos qué tiene —me responde un trabajador—. Podría ser un error de fábrica.
—¿Me la podrían cambiar? —pregunto, expectante.
Después de unos momentos, me contesta:
—Perdón, pero el plazo para el cambio ya venció —dice con tono apenado. Aunque, pensándolo bien, mejor para él: no podría volver a vender semejante armatoste que, además, no funciona bien.
Entonces hago memoria. Recuerdo que había comprado la cámara como regalo para mi primo… hace cinco años. Pero, antes de su cumpleaños, murió trágicamente en un choque automovilístico.
Salgo de la tienda, buscando una razón. Camino por el parque, pensativo, hasta que veo un árbol. Su árbol favorito.
Saco una foto. Y, al verla en la galería, aparece mi primo, sentado en la rama más baja, saludando. Me sobresalto, con una mezcla de sorpresa y felicidad. Por fin entiendo: al estar destinada a él, su alma quedó atrapada en la cámara luego de su muerte.
Llamo a mi familia, que se había distanciado desde aquel día, y los convenzo de reunirnos en mi casa. La cámara hace click en el sillón de mi primo, que junta polvo desde entonces, porque nadie se atrevió a tocarlo. Y aparece él. Sonriendo, saludando.
Nadie puede creerlo. Mi abuela casi se desmaya, mi tía llora desconsoladamente. Nadie permanece indiferente.
Entonces se me ocurre tomar un video. La cámara tiene micrófono. Tal vez podamos escucharlo.
La cámara emite un pitido. Luego de unos minutos, detengo la grabación. La luz roja se apaga. Entro al archivo. Y mis sospechas se confirman.
—Espero que puedan escucharme —comienza—. Esto va a parecer extraño, tal vez imposible… pero ya sé quién me asesinó. No fue un accidente. Tampoco fue una coincidencia. Mientras manejaba, vi por el espejo… —hace una pausa— …cómo la abuela sonreía y aceleraba. Y, en una fracción de segundo, salí disparado del auto.