Por Labraga, M.
Había sido una noche larga para Samuel, ya le tocaba estacionar el taxi e irse a dormir. -Hola -dijo una voz afuera del taxi. ¿Qué era eso? Ah, era solo el búho marrón. -Hola, cuanto tiempo -respondió Samuel, que en realidad no tenía ganas de charlar con nadie, pero tenía que ser amable. -Te cuento una cosa, y es que últimamente no he estado comiendo estos días, la gente ya no me da tanta comida como antes, y te iba a preguntar si tú me podías dar un poco de comida para sobrevivir. Él no esperaba que su amigo le dijera eso, era raro que la gente no le diera de comer, él era un búho encantador.
-Mira, son las 11 de la noche y me muero de sueño, ahora no te voy a dar comida, así que anda a pedirle a otra persona o come algo de la basura. - ¿Cómo me vas a decir eso? Pensé que éramos amigos. Ya te vas a arrepentir de no haberme alimentado, te vas a volver paranoico y vas a empezar a alucinar, y al final, vas a volver a este mismo lugar y me vas a dar algo de comer. Dijo el búho, y se fue volando. Está loco, en realidad, siempre lo estuvo, pensó Samuel, que no sabía que lo que le dijo el búho le iba a pasar.
El café estaba raro, y no raro como siempre, sino que sabía más raro de lo normal. No será que ese maniático le habrá puesto algo a mi café, se dijo para sí. - ¡Basta Samuel! Estás siendo muy paranoico. Olvídate de ese búho y anda a caminar que es sábado. Claro, gracias Samuel. Esto ya era raro ¿Estaba hablando con él mismo? Bueno, qué más da, era muy divertido.
Su día iba demasiado bien, sus amigos le habían enseñado a caminar por el aire y vomitar arcoíris. -Si ser loco es así de divertido, me quedaré loco para toda la vida. Le decía a su psicólogo, que lo miraba con cara de preocupación. -Usted necesita una dosis muy fuerte, señor. Serían aproximadamente 2.000 dólares por mes para pagar su tratamiento y sus medicamentos. Dijo su psicólogo. -Perfecto, eso sería como tres búhos y medio, ¿No? El terapeuta estaba cansado de lidiar con este señor, de seguro estaba demasiado loco para que los tratamientos le funcionaran.
Pasaron los días, y Samuel iba de mal en peor. Solo se vestía con colores neones, y decía que la vida era un juego que, para ganar, tenías que encontrar un búho arcoíris que te llevara a donde está tu premio. Desde la ventana de su casa, miraba un peculiar búho, que saboreaba su deliciosa comida. -Caíste muy bajo, Samuel. Eso te pasa por traicionar a tu amigo, que siempre estuvo ahí para ti. Pero qué voy a saber yo, si solo soy un simple búho marrón.
Todo era de colores, todos eran felices y la vida era perfecta en la mente de Samuel. Pero faltaba algo, tenía un vago recuerdo de un búho pidiéndole comida desesperadamente. ¡Claro! Le tenía que dar comida al búho, así que fue saltando hasta McBurger y le compró mucha comida para que no pasara hambre.
-La verdad es que tú eres muy inteligente, Samuel -dijo el búho.
-Gracias, pero creo que tú eres mucho más inteligente que yo, y más divertido, Samuel. -Era lindo tener alguien con quien hablar, aunque fuera su propia conciencia.
Cuando llegó a su casa, había un búho marrón esperándolo en la puerta. -Qué bueno que estás aquí, te estaba esperando -dijo el animal, mirándolo fijamente a los ojos.
-Te traje algo de comida, está muy bien -respondió Samuel, sabiendo que el animal no sobreviviría.
El búho saltó sobre él y se tragó toda la comida. -Tenías razón, ¡es muy buena! -dijo el búho, con una sonrisa.
-Bueno, ahora que ya encontraste al búho arcoíris, tienes que llevarme a dónde está mi premio, ¿no? -preguntó Samuel.
- ¿De qué estás hablando, lunático? Yo solo te usé por la comida, nada más -dijo el búho.
-Lo sabía, por eso puse veneno en la hamburguesa que te comiste, y como mi abuelo decía: "Nunca confíes en nadie”.