Hungría ha experimentado un retroceso en su Estado de derecho desde que el partido de Viktor Orbán obtuvo una supermayoría y con ello modificó las normas constitucionales que regían al país. Orbán, caracterizado por un populismo de derecha, ha sido ampliamente cuestionado no solo por la manera en la que ha acaparado el poder, sino por la manera en la que ha favorecido desde el estado a sus amigos y familiares cercanos. El FIDESZ, partido político de Orbán, defiende una visión constitucional que se ha calificado como constitucionalismo iliberal, donde prima una visión opuesta al integracionismo y más bien realza la idea de una identidad nacional opuesta a los valores de la Unión Europea como excusa para incumplir las normas internacionales.
Estos últimos 15 años muestran un Congreso cada vez más equilibrado en sus fuerzas políticas, pero, al mismo tiempo, con partidos políticos mucho más radicalizados ideológicamente. Si bien republicanos y demócratas se han alternado regularmente en el control de ambas cámaras, en cada partido aparecen figuras que se inclinan a sus extremos. Aunque la madurez política del sistema político de los Estados Unidos permite una alternancia muy regular de sus partidos en el Congreso, donde los acontecimientos suelen repetirse –casi mecánicamente– con notoria previsibilidad, ello contrasta con el endurecimiento ideológico interno que se advierte tanto en los demócratas como en los republicanos.