• Arte y devoción.

Arte y devoción

Juan Carrete Parrondo

Publicado en Arte y devoción. Estampas de imágenes y retablos de los siglos XVII y XVIII en iglesias madrileñas, Madrid, Ayuntamiento de Madrid y Calcografía Nacional, 1990.

En su origen las estampas tuvieron una finalidad casi exclusivamente religiosa. A finales del siglo XIV y con objeto de propagar o reforzar la fe, los monjes predicadores en las grandes peregrinaciones, vendían y distribuían estampas con la figura de la Virgen, los santos o escenas de la vida de Cristo. Esta función original la conservó a lo largo de los siglos, siempre adaptada a los cambios culturales y sociales de cada momento. Desde las estampas que fray Hernando de Talavera (1428-1507), antiguo prior del monasterio de Santa María del Prado (Valladolid) –importante centro impresor de las bulas de Cruzada- repartiera entre los moriscos de la Alpujarra hasta las que se distribuyen en la actualidad en los santuarios de peregrinaciones masivas o el día de la fiesta del santo titular de una pequeña ermita, se extiende un largo e ininterrumpido camino.

El objetivo básico que cumplió la estampa de devoción fue impulsar las emociones piadosas de las gentes sencillas en quienes inspiraban el mismo respeto y piedad que los retablos y pinturas de los templos; a la vez que por un precio asequible podían disponer de ella en su propia casa para satisfacer sus devociones particulares.

Es conocido como la imposición de las tesis contrarreformistas trajo consigo, en el campo de la devoción, el triunfo de la imagen. Imagen que controlada por la iglesia se utilizó como medio de promoción, propaganda y adoctrinamiento, convirtiéndose en imagen combativa y militante a la vez que instrumento sentimental de la devoción. Situación que no variará durante el siglo XVIII pero mucho más atemperada y constreñida a ambientes más reducidos. Mientras que la pintura y la escultura tenían como soporte social a la nobleza, al alto clero y a las capas sociales enriquecidas, que las consideraban como elementos de prestigio, las humildes estampas tendrán como patrocinadores y destinatarios, aunque portando el mismo mensaje que esculturas y pinturas, a las instituciones de escasos medios económicos y a las clases sociales menos pudientes.

Grande debía ser la cantidad de estampas que por aquella época se distribuían por todas partes: conventos, cofradías, libreros y estamperos ambulantes se encargaban de que llegaran a los más apartados lugares. Mercado que en gran parte estaba acaparado por las estampas importadas del extranjero. Hay que suponer que las estampas referidas a temas de devoción en general las suministraban los talleres europeos, mientras que los grabadores establecidos en España abrían especialmente aquellas láminas que por ser de tema local o muy específico no era posible importarlas.

Los temas más numerosos de las estampas de la imagen de la Virgen son las advocaciones locales, pues ya desde el siglo XVI las vírgenes de Montserrat, el Pilar y Guadalupe eran muy populares y hasta a veces se establecía entre los devotos pugnas sobre qué imagen era más milagrera: "La Virgen de Atocha, la de la Almudena y la de la Soledad– escribe León de Arroyal a finales del siglo XVIII– se compiten la primacía de milagrosas, y cada una tiene su partido de devotos, que si no son idólatras, no les falta un dedo para serlo". Ello prueba el interés de las gentes por poseer y tener siempre cerca de sí aquellas imágenes que daban cohesión al grupo social, al sentirse identificados en un mismo culto particular, en torno al cual giraba su actividad más sobresaliente: fiestas, bautizos, funerales, rogativas, etc.

El culto a los santos en sus diversas facetas: modelo a imitar, ejemplar vida, milagros, momentos de éxtasis o martirio ocupan también lugar preferente en las estampas de devoción, ya sea tanto de larga tradición o de reciente canonización y culto, en cuya representación se utiliza, a veces, la misma composición de los retablos para narrar pormenorizadamente los momentos más significativos y heroicos de sus vidas.

La pujanza de las órdenes religiosas dio lugar a que entre ellas se establecieran rivalidades en cuanto a cuál tenían una historia más llena de milagros y de santos: dominicos, trinitarios, franciscanos, mercedarios, jesuitas, agustinos, carmelitas, basilios..., y otras muchas hacen un gran despliegue de estampas para dar a conocer a sus fundadores, y la vida, virtudes y gracias celestiales recibidas y derramadas por lo santos o hermanos de su orden. Vendiéndose en las sacristías de los conventos estampas que alentaban estas devociones junto con las novenas, sextenas, triduos, escapularios, medidas y otros objetos piadosos.

No dejaba de ser importante para la mentalidad contrarreformista el tema del arrepentimiento y la penitencia, siendo en estos casos la imagen de la Magdalena una de las más divulgadas, de igual manera que el culto a la Eucaristía se representa por medio de ricas custodias, y hasta en ocasiones se narra la milagrosa conservación de Formas incorruptas. Las nuevas devociones –Ángel de la Guarda, Sagrada Familia, san José, Niño Jesús y la Divina Pastora, entre otras muchas, encontraron el vehículo más apropiado para su rápida difusión en las estampas por su facilidad de llegar hasta los más apartados lugares.

Hubo ocasiones en que la estampa llegaba a ser considerada como talismán contra desgracias e infortunios, pues además de relatarse en ella los milagros que se habían obrado por mediación de la Virgen de una determinada advocación, como la estampa de la "Milagrosísima Imagen de María Santísima de la Merced, la Peregrina de Quito, que se venera en su Convento de Padres Mercedarios Descalzos de la Ciudad de Cádiz" recogía a la vez la escena de la resurrección de un muerto "al ponerle sobre el cadáver una estampa de la Santísima Señora".

Las estampas milagreras incrementaban su difusión por medio de los múltiples escritos que contaban con todo detalle casos de gentes en quienes se habían obrado milagros por llevar consigo determinada estampa o que había ocurrido a la misma estampa. En el Discurso del Ilustre origen y grandes excelencias de la misteriosa Imagen de nuestra Señora de la Soledad del Convento de la Victoria de Madrid, que escribiera Antonio Ares en 1640, se cuenta que a un muchacho, cuando ayudaba a su padre, le cayeron unos ladrillos en la cabeza y resultó ileso "porque esta mañana me puse en el seno esta Imagen (mostrola y era de las bastas de papel), porque me auian dicho que el que la truxesse no le sucedería desgracia ninguna, como a mí me ha sucedido." Ilustrativo de la confianza que se llegó a tener en las estampas es el caso de un condenado a muerte que, al solicitar a la duquesa de Osuna en 1797 que intercediera por él, le envió, junto a su petición, una estampa de la Virgen de la Soledad. En cuanto a estampas sobre las que acaecieron hechos prodigiosos es sobradamente explícito el título del escrito que en 1622 publicara en Zaragoza Juan Calderón: Tratado sobre el suceso prodigioso de no haberse quemado una lámina de papel, que contenía la Imagen de nuestra Señora en el Misterio de la Purísima Concepción, en un grande incendio acontecido en la Villa de Zuera, la qual lámina se tiznó el fuego consumido otros muebles y alajas cercanas.

El carácter de talismán que llegaron a adquirir algunas estampas hizo que en ocasiones alcanzaran la consideración de casi reliquias: la que representa a san Telmo, grabada en 1766 por Manuel Rivera y que se conserva en el Museo de Pontevedra, dice la leyenda que "está tocada a la Caveza y Cuerpo del Santo que descansa en la Santa Iglesia de Tuy", a otras se atribuían portentosas virtudes al afirmar "no averse experimentado desgracia alguna donde está puesta esta estampa", según la inscripción de una de san Emigdio, abogado de los terremotos. En una pequeña estampa de santa Bárbara se incluye una oración contra "todo maligno rayo o centella", cuyo origen se narra en la propia estampa: "Esta Oración dio un Ángel en trage de Peregrino, en el Convento de Nuestra Señora de Crinta, de la Orden de San Gerónimo, por las piedras y centellas que caían en él, matando tantos religiosos, que estuvieron resueltos a desamparar el Convento; y desde que se puso en una piedra del Campanario, no han caído más centellas". Otra estampa que lleva como leyenda "Devoción a nuestra Señora de Soterraña de Nieva, que se venera en el Real Convento de Santo Domingo de Nieva. Especial Abogada contra las Tormentas. Hay pía tradición, que donde estuviere esta Estampa, no caerán Rayos ni Centellas. Los Ilustrísimos Señores Obispos de Ávila y Segovia han concedido 40 días de Indulgencia cada uno, a qualquiera persona que rezare una Salve delante de esta Santa Imagen, aunque no sepa leer", cuenta algunos de los prodigios obrados por la estampa: "Un devoto llevava la Estampa de esta Virgen Pura con gran devoción, dos contrarios dispararon a un tiempo dos escopetazos, y no le ofendió. Prodigios de Dios, que a su cuerpo las balas no ofenden llevando la Estampa con gran devoción. Dos pastores se arriman a un árbol, allí de una nube con grande rigor, cayó un rayo, Jesús Dios nos libre! y al uno de ellos lo hizo carbón; pero al otro no, que llevava la Estampa y Reliquia de esta Virgen Pura con gran devoción. Una muger que de parto se hallaba sentada en la silla, casi ya mortal, la llevaron la Estampa y Reliquia de esta Virgen Pura, y la sacó en paz", para terminar exhortando: "Hombres, niños y mugeres traygan la estampa en el pecho con gran devoción, que la Virgen de Nieva nos libra de todos trabajos y tribulación".

En fin, que las gentes devotas y sencillas también encontraron en la estampa refugio contra sus miedos y consuelo y esperanza en sus tribulaciones, aunque a veces vieran en ellas la fórmula de fáciles negocios, como en el caso de José Antonio Pérez de León, quien envió en 1809, desde México, un memorial solicitando al rey que ordenara que unas "milagrosas cedulitas" de la Purísima Concepción, que había mandado grabar, "todos sus perseguidos vasallos la usen con la debida reverencia por escudos y armas, poniéndoslas en todas las banderas y estandartes, y en las cabezas de los soldados en sus sombreros, distinguiéndose así de ser esclavos de María y vasallos fieles de V. M." Claro, es que a la vez solicitaba una real cédula "para que todos sus vasallos, sin excusa ni pretexto alguno, se pongan por defensa de sus enemigos, visibles e invisibles, dicha prodigiosa cedulita..., no pudiéndose expender por otro (para evitar adulteraciones) que por mí, mi esposa, hijo y sujetos que dispute yo para el efecto".

Dentro de las estampas de devoción un grupo importante es el formado por aquellas que reproducen las imágenes que recibían culto en las capillas, conventos y oratorios, reproduciendo a veces no sólo la talla o pintura, sino el retablo del que formaba parte e incluso la capilla completa, aunque en ocasiones al adorno que enmarca la imagen es invención del dibujante o del propio grabador que de esta forma crean una altar ideal.

La función de estas estampas hay que buscarla en el interés de los cofrades y devotos por disponer en su propia casa del objeto de su devoción, del "verdadero retrato" y de la "milagrosa imagen" tal y como se veneraba en la iglesia, y que además al igual que las propias imágenes también eran portadoras de indulgencias, pues se concedían rezando tanto a la imagen como a sus estampas o rezando delante de la estampa.

Las estampas que corrían con las distintas devociones madrileñas solían ser muy comedidas en cuanto a los mensajes que portaban. La mayoría de ellas se reducía a informar de las indulgencias concedidas por rezar ante estas imágenes, aunque el Cristo de la Salud del convento de San Norberto tenía la prerrogativa de que "cada vez que se dixere la oración del Sudario se saca ánima del Purgatorio por concesión de Clemente octavo". No faltaban aquellas que resaltaban el carácter milagroso de determinada imagen" contra espíritus malignos", como la de san Jerónimo del monasterio de su nombre, o la de san Cayetano del convento de los Teatinos: "milagrosísima pintura" que "obra siempre prodigios con quien devoto le invoca". Muy numerosos eran los santos que protegían contra enfermedades. En el convento de San Plácido y en la parroquia de San Luis se veneraba la imagen "del milagroso peregrino enfermero san Roque abogado contra la peste y males contagiosos". Santa Coleta que recibía culto en San Francisco el Grande "protege a las que la invocan de corazón en partos religiosos". En la parroquia de San Ginés, san Magín era "especial abogado para partos calenturas hernias, virguelas y dolores", y santa Bibiana "abogada de los que padecen accidentes de alferecia, perlesísa y males del corazón" se veneraba en el Hospital de la Misericordia y Buena Dicha, mientras que santa Casilda lo era de "los flujos de sangre y esterilidad de mujeres", existía pues todo un repertorio en donde poder elegir, y la estampa era el mejor medio de difundir tan benéficos dones.

Los encargos de estas estampas solían hacerlas las propias cofradías, parroquias o conventos, quienes quedaban propietarios del cobre grabado, haciendo la tirada a su costa y poniéndolas a la venta en sacristías y porterías, pero hay veces que la estampa se hace por encargo de un particular, sin que falten ejemplos de cuando es el mismo grabador quien la edita y pone a la venta en las librerías dedicadas a la venta de estampas, pues esta actividad resultaba la más lucrativa para la mayoría de los grabadores, se trataba de una venta asegurada. El mercado en Madrid de estampas no religiosas era muy escaso, no así el de las que reproducían altares e imágenes de las distintas iglesias, que hasta se puede decir que era casi el único tipo de estampa que circulaba con profusión, en España el grabado de reproducción fue casi sinónimo de reproducción de "santos", y lo fue tanto que la palabra estampa llegó un momento en que popularmente quedó reducida al concepto de estampa religiosa.

El desarrollo de este tipo de estampas siguió exactamente el mismo camino que hubo de seguir el grabado madrileño. Escaso número de estampas del siglo XVII, pues corto era el número de grabadores, y paulatino aumento según transcurre el siglo XVIII, con un momento de máxima producción en la segunda mitad del siglo que coincide con la formación de los primeros discípulos de la Academia de San Fernando. Observando la nómina de grabadores que se dedicaron a este tipo de estampas queda patente que es a partir del grabado de perfección alcanzando por Juan Bernabé Palomino y fray Matías de Irala cuando comienzan a prodigarse estas estampas, labor a la que se dedicaron todos los grabadores formados o vinculados a la Academia.

Empezando con Manuel Salvador Carmona y su hermano Juan Antonio, las habilidades, tanto de los profesores como las de los discípulos, se ponen al servicio de las instituciones religiosas para propiciar las devociones piadosas tradicionales por medio de un grabado correcto y clásico, propio de un grupo social que en aquel momento exigía los cánones del buen gusto.