Articulo 30 SCH - EL ESTADO

Artículo 30 EL ESTADO

Las autoridades han sido instituidas por Dios.

Dios mismo ha instituido toda clase de autoridad para paz y tranquilidad de la generación humana, y esto de manera que dicha autoridad ostenta la posición más elevada del mundo. Si se muestra hostil a la Iglesia, ésta difícilmente podrá impedirlo o estorbarlo. Pero si el Estado se comporta amablemente con ella o incluso es miembro de ella, será también un miembro utilísimo e importante, dado que puede ofrecerle muchas ventajas y ayudarle en gran manera.

La misión del Estado.

La más alta misión del Estado es cuidar de la paz y de la tranquilidad pública y mantener ambas. Naturalmente, nunca lo hará mejor que siendo verdaderamente temeroso de Dios y piadoso, es decir, siguiendo el ejemplo de los más santos reyes y príncipes del pueblo de Dios, fomentando, como ellos, la predicación de la verdad y la fe pura, desterrando toda superstición juntamente con toda la impiedad y toda idolatría y protegiendo a la Iglesia. Enseñamos, pues, que el primer cuidado que corresponde a las autoridades cristianas es la religión.

Deben tener a mano la Palabra de Dios y procurar que no se enseñe nada en contra de la misma. Además, regirá al pueblo que Dios le ha confiado mediante buenas leyes, de acuerdo con la Palabra de Dios, y manteniendo al pueblo en disciplina, cumplimiento del deber y obediencia. Hará uso de las leyes en forma justa, sin hacer diferencia entre las personas y sin aceptar ninguna clase de regalos; protegerá a las viudas, los huérfanos y los oprimidos; pondrá coto a los injustos, engañadores y violentos o incluso acabará con ellos. Porque no en vano ha recibido de Dios la espada (Rom. 13:4). De esa espada debe hacer uso contra todos los delincuentes, alborotadores, ladrones, asesinos, opresores, blasfemos, perjuros y contra todos aquellos que Dios ha ordenado sean castigados y hasta privados de la vida. No permitirá progresen tampoco los falsos creyentes incorregibles (¡si son realmente falsarios de la verdadera fe!), en caso de que persistan blasfemando de la majestad de Dios y sembrando confusión en la Iglesia de Dios e incluso destruyéndola.

La guerra.

Y si fuera necesario defender el bien del pueblo emprendiendo una guerra, que la emprenda en nombre de Dios, siempre que antes de hacerlo haya agotado todos los medios en favor de la paz y siempre, también, que no haya otro modo de salvar al pueblo sino con una guerra. Si así actúa el Estado por fe, servirá a Dios con todo aquello que corresponde a las buenas obras y el Señor bendecirá su actuación. Desechamos la doctrina de los anabaptistas, que afirman que un cristiano no debe aceptar ninguna función a cargo del Estado y que nadie puede ser ajusticiado con derecho por las autoridades o que el Estado no debe hacer ninguna guerra o que no hay que prestar juramento ante las autoridades, etc.

Deberes de los súbditos.

Del mismo modo con que Dios quiere salvaguardar el bien de su pueblo mediante las autoridades, las cuales El ha impuesto para que obren paternalmente, también se ordena a todos los súbditos reconozcan el beneficio de Dios de que las autoridades disponen. Por eso se debe respetar y honrar a las autoridades como servidores de Dios; se les debe amar, estar a ellas sujetos y orar por ellas como se ora por un padre; todas sus órdenes justas y convenientes deben ser obedecidas y también se deben abonar fiel y voluntariamente los impuestos, gabelas y demás obligaciones económicas. Y si el bien público de la patria o la justicia lo exigen y el Estado se ve obligado a emprender una guerra se debe sacrificar la vida y derramar la propia sangre por el bien común y la justicia, pero haciéndolo en nombre de Dios, voluntariamente, con valor y confianza. Mas quien se oponga a las autoridades, provoca la terrible ira de Dios.

Sectas y levantamientos.

Condenamos, por lo tanto, a todos los que menosprecian al Estado: Rebeldes, enemigos del Estado, levantiscos inútiles, que nada valen, y a todos los que una y otra vez, sea públicamente, sea dando rodeos, se niegan a cumplir con los deberes exigidos.

Rogamos a Dios,

nuestro bondadosísimo padre celestial,

que por Jesucristo, nuestro único Señor

y Salvador, bendiga a los dirigentes del

pueblo y también a nosotros y a todo su

pueblo. A El sea alabanza y honor y

gracias por todos los siglos. Amén.