CAPITULO NO. 4
LA ESCATOLOGIA Y EL TRABAJO
En la época colonial de los Estados Unidos de América del Siglo XVIII, George Whitefield, durante su estadía en Nueva Jerusey, cenó con un número de clérigos norteamericanos. Se nos dice que: Después de la cena, en el transcurso de un fácil y agradable conversación, el Sr. Whitefield se refirió a las dificultades al atender el ministerio del evangelio que surgían de su pequeño éxito con que se habían coronado sus labores. El lamentaba grandemente que toda su actividad de ahínco y fervor era de poca utilidad; dijo que estaba cansado de las obligaciones y fatigas del día; declaró que su gran consuelo era que en corto tiempo terminaría su trabajo, cuando él se moriría para estar con Cristo; que la expectativa de un rescate veloz había mantenido su espíritu, o que antes de ahora él se hubiera sumergido bajo su trabajo. Entonces él apeló ante los ministros a su alrededor, si no fuese para su gran comodidad que ellos pronto se fueran a descansar. Generalmente ellos asentían, excepto el Sr. Tennent (El Rev. William Tennent, Jr.), quien se sentaba en silencio contiguo al Sr. Whitefield; y por su talento descubrió muy poco placer en la conversación. Sobre lo cual, el Sr. Whitefield, volteándose hacia él dándole una palmadita en la rodilla, le dijo: “¡Bueno: hermano Tennent, Usted es el más viejo entre nosotros, ¿No se regocija de pensar que su tiempo está tan próximo, cuando se le llamará a casa y se le liberará a todas las dificultades que concurren en está accidentada escena?” El Sr. T., contundentemente contesto: “No tengo ningún deseo al respecto”. El Sr. W., lo presionó de nuevo; y el Sr. T. Nuevamente contesto: “No, Señor, no es ningún placer para mí del todo, y si usted conociera su deber tampoco lo sería para usted, Yo no tengo nada que ver con la muerte: Mi tarea es vivir lo más que pueda y servirle a mí Señor y Maestro tan fielmente como pueda, hasta que El considere conveniente llamarme a casa”.
El Sr. W. Todavía insistió en que diera una respuesta explícita a su pregunta, en el caso de que la hora de la muerte se le dejará a su propia elección. El Sr. Tennent replicó: “Yo no tengo elección respecto a eso; Yo soy sirviente de Dios y me he comprometido a realizar su tarea por tanto tiempo como a El le plazca que Yo continúe en eso. Pero no, hermano, permítame hacerle una pregunta. ¿Qué cree usted que Yo diría si enviase a mí hombre Tom al campo a labrar, y si al mediodia Yo fuera al campo y lo encontrará haraganeando bajo un árbol y quejándose: Patrón, el sol está muy fuerte y la labranza muy dura y difícil; estoy cansado y fatigado del trabajo que usted me ha designado y estoy agotado por el calor y la carga del día; por favor, patrón, déjeme regresar a casa y que se me separe de este duro servicio? ¿Qué diría Yo? Pues, que él era un tipo haragán, perezoso; que su responsabilidad era hacer el trabajo que Yo le he designado, hasta que Yo – el juez apropiado considere adecuado llamarlo a casa. O suponga que usted había contratado a un hombre para servirle fielmente por un tiempo determinado en un servicio especial y sin ninguna razón de parte de usted y antes de que él haya cumplido con la mitad de su servicio el se cance del mismo y en cada ocasión exprese el deseo de que se le suspenda o que se le coloque en otras circunstancias. ¿No lo llamaría usted un sirviente perezoso y malo, e indigno de los privilegios de su empleo?. La manera apacible, placentera y de tipo cristiano en que se administró este reproche más bien aumentó la armonía social y la conversación edificante de la compañía, que se dio por satisfecha de que era muy posible errar, aun deseando con indebida intensidad “morir y estar con Cristo”, que en si es “mucho mejor” que permanecer en este estado imperfecto; y que es deber del cristiano decir al respecto: “Esperaré todos los días de mí tiempo designado hasta que venga mí cambio”.
(1) Este era temple puritano y bíblico. Murray ha demostrado la importancia de este temple para el logro puritano, agregando: La oportunidad de honrar a Cristo, cumpliendo con nuestros deberes actuales, es un inapreciable privilegio, y aquellos que así le sirven no se encontrarán esperando en su venida. “Bienaventurado es aquel sirviente a quien su Señor cuando venga lo encuentre haciendo eso”.
(2) Esta creencia de que Dios tiene un importante trabajo para que haga el hombre, y que el hombre debe hacelo, estaba acoplada con una creencia de que lo que Dios ha hecho por nosotros El lo puede hacer para otros. La creencia acutal es cada vez más una fe humanista en el poder de una élite científica que sola puede salvar al hombre, si los hombres reconocen su falta de pericia y se someten ante los expertos. Se sostiene que ciertas razas y clases necesitan este gobierno, si es que van a progresar. La visión cristiana se opone a esto y se manifestó en la Forma de Acuerdo (Form of Argreement) de los misioneros bautistas, puritanos en temple y fe, quienes se reunieron en Serampore, a principios de su avance. El que sublevó a los escoceses y embruteció a los británicos a sentarse en lugares celestiales en Jesucristo puede sublevar a estos esclavos de la superstición, purificar sus corazones pro la fe y hacerlos adoradores del único Dios en Espíritu y en verdad. Las promesas son completamente suficientes para erradicar nuestras dudas y hacernos anticipar ese no tan lejano día cuando El matará de hambre a todos los dioses de la India y causará que todos estos mismos idólatras lancen sus ídolos a los topos y a los murciélagos, y renuncien para siempre del trabajo de sus propias manos.
(3) Dichos misioneros claramente creían que ellos eran superiores por la gracia de Dios y su deseo era darle esa misma superioridad de gracia a todos los hombres. Como su tierra natal otro dada al salvajismo había sido transformada por la gracia de Dios, de igual manera se transformaría cada pueblo, tribu y lengua, porque Dios así lo había declarado en su palabra. A.A. Hodge, de Princeton, quien en sus primeros años sirvió como misionero en la India, vio que el primelenarismo impedía el esfuerzo misionero, y escribió: Los misioneros milenarios tienen su estilo propio. Su teoría afecta su palabra en el modo de hacerlos buscar exclusivamente o principalmente la conversión de almas individuales. El verdadero y eficiente método misionero es para apuntar directamente en realidad hacia la ganancia de almas, pero al mismo tiempo para plantar instituciones cristianas en tierras paganas, que con el tiempo se desarrollaran conforme el ingenio de las nacionalidades. Los misioneros ingleses nunca esperan convertir el mundo directamente por unidades.
(4) Bajo la influencia del nuevo premilenarismo, “se miraba a la iglesia como una institución sin futuro”.
(5) El nuevo énfasis era no trabajar, sino esperar, esperar el rapto, a los premilenaristas, y esperar sobriamente la tribulación y final, a los amilenaristas. Los otros dos factores reforzaban el retiro ocasionado por la falsa escatología.
Primero , el pietismo veía la vida en términos esencialmente personales y emocionales, y como preparación para el cielo. El trabajo se veía como una faena pesada, un aspecto de la maldición, no como una forma de dominio, y la meta del hombre se veía como un eterna vacación con el Señor. El pietismo produjo una vida superficial, intelectual y vocacionalmente. La prueba de fe se hacía una experiencia emocional y no es de extrañarse que las mujeres comenzaran a predominar tanto en los círculos católicos como protestantes: La religión se convirtió en un asunto de mujer y los hombres en ella estaban llenos de pietismo y bajos en virilidad. El pietismo exaltaba a la gente nula, pelagatos pios que redujeron la fe a efusión piadosa y por casi dos siglos han endemoniado al clero devoto con sus modos santurrones y pecaminosos. La gente nula evita actos abiertos de pecado, no porque amen y teman a Dios sino porque son almas tímidas que aman y temen a la gente y no se atreven a ofenderlos. En sus manos, la virtud dejó de asociarse con dominio y fortaleza y llego a asociarse con debilidad y temor.
Segundo, la doctrina de la evolución fortaleció el humanismo de falsas escatologías y pietismo. Ahora el hombre podía hacerse a sí mismo controlando su propia evolución. Resultó una nueva filosofía del trabajo, un trabajo como medio de desarrollar un nuevo hombre, una nueva sociedad y un nuevo mundo. Para la escritura, el trabajo era el medio de dominio ordenado por Dios en el Edén. Después de la caída, se impuso una maldición sobre el trabajo del hombre hasta donde estuviera caído; hasta el grado que se santifique al hombre redimido, hasta ese grado su trabajo nuevamente resulta en dominio divino. El siglo XX ha visto el fracaso del hombre humanístico para anunciar un nuevo paraíso por medio de su trabajo, y el resultado es un escape del trabajo y una codicia por la jubilicación, las vacaciones y por el escape del mundo del trabajo. De esa manera el humanismo tiene una falsa filosofía del trabajo y del descanso. Sus demandas imitan a las de Dios, para renovar al hombre y al mundo; es una mal desesperado, aunque hermoso de rostro, porque su esperanza es que del mal puede salir el bien. Cree que el hombre pecaminoso puede cambiarse a sí mismo y al mundo y vindicar su revolución contra Dios. Una falacia central de las visiones prelimenarias y amilenarias es la suposición común de que la caída de algún modo frustro el propósito original de Dios como se expone en el Edén. Pero Dios nunca se frustra, ni tampoco El puede serlo. Creer esto es ser humanista; y el humanismo dondequiera que esté debe estrangularse porque supone que el modo del hombre puede prevalecer sobre el modo de Dios. La caída no frustró el propósito de Dios, sino que en eso se manifestó. Todas las cosas son aspectos del propósito y predestinación de Dios, y nada se puede comprender en términos de sí mismo o del momento, sino solamente en términos de Dios. La salvación del hombre no es el propósito final de Dios, aunque sea una parte de su propósito declarado, sino la manifestación de su gloria y propósito dentro y a través del hombre. De esta manera, la caída adelantó el propósito de Dios. Los espinos y cardos (Génesis 3:18) frustran al hombre, pero colman la tierra y evitan que el hombre la destruya.
Los imperios de la antigüedad, los comunistas de la actualidad, los profanos hombres de ciencia y otros, todos creen que frustran a Dios y se mofan de El, pero todos sus esfuerzos solamente adelantan el propósito de Dios y su gloria. Su riqueza y logros serán acopiados por su Reino. Esto se nos asegura en Isaías 60:3, 5, 11 y en Isaías 66:12, como también en otra parte. Del Reino de Dios se nos dice que “Los Reyes de la tierra en verdad le traen su gloria y honor” (Apocalipsis 21:24). El comunismo es un mal; debemos oponernos y hacer la guerra contra su presencia en nuestro medio. El humanismo es un mal: Debemos batallar contra eso en todos los frentes. Sin embargo, debemos recordar que sus ideas y venidas sólo adelantarán el propósito de Dios y enriquecerá el Reino de Dios porque no sucede nada que no favorezca el Reino de Dios y la gloria final de su Pueblo en El y para su propósito. “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuetro trabajo en el Señor no es en vano” (1ra Corintios 15:58)
La doctrina mundial de descanso es un escape del trabajo. El estar de vacaciones significaba inquieta búsqueda de entretenimiento y preocupación para evitar las demandas de trabajo. El trabajo no da dominio en el mundo del humanismo, y el estar de vacaciones es un intento de escape del hecho de la frustración y la castración. El hombre sin dominio es un eunuco; y el hombre humanístico, que carece de verdadero dominio, se corre del trabajo hacia una sexualidad frenética, tratando de probar una falsa potencia, porque sabe de corazón que él es un hombre impotente, en lo que concierne a verdadero dominio. Para el hombre de Dios, el descanso es un privilegio como lo es el trabajo. El descansa porque él tiene la seguridad de que el Dios omnipotente e infalible le ha asegurado la victoria y que su labor nunca es en vano en el Señor. El hombre de Dios descansa en el orgullo y júbilo de dominio, en encontrar deleite en el Dios que hace que todas las cosas les ayuden a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28)
La jubilación es un principio moderno, la contraparte secular de la idea de un rapto. Es un abandono de la virilidad y de la vida. Mientras un hombre sea capaz, él necesita trabajar y él necesita descansar. El rapto y la jubilación se colocan falsamente como premisas y significan rendición; tratan un retiro del dominio como privilegio, en vez de una tragedia o aflicción. El postmilenarismo nos da una teología de trabajo y descanso y una escatología de victoria.