Articulo 09 - LA LIBRE VOLUNTAD Y OTRAS FACULTADES DEL HOMBRE

Artículo 9 - LA LIBRE VOLUNTAD Y OTRAS FACULTADES DEL HOMBRE

Cómo era el hombre antes de la caída.

En esta cuestión, que siempre ha suscitado muchas contiendas, enseñamos que la situación o el modo de ser del hombre hay que considerarlo de manera triple. Por una parte, figura el estado en que el hombre, al principio, antes de la caída, se encontraba: Era incondicionalmente sin mácula y libre, de manera que igualmente podía permanecer en lo bueno, pero también podía decidirse por el mal. El hecho es que se decidió por el mal y con ello se ha encadenado a sí mismo y a la humanidad entera al pecado y a la muerte, como ya antes dijimos.

Cómo era el hombre después de la caída.

Lo segundo es considerar cómo ha sido el hombre después de la caída. Ciertamente, no se vio privado de su entendimiento ni de su voluntad, como si se hubiese sido convertido en madera o en piedra. Pero las facultades mencionadas que el hombre poseía resultaron tan cambiadas y reducidas que ya no logran lo mismo que antes de la caída. Su entendimiento está oscurecido y su libre voluntad se halla sujeta; porque no sirve al pecado involuntaria, sino voluntariamente.

El hombre hace lo malo voluntariamente.

Y por eso se menciona la volición libre y no la obligada. De aquí que con respecto al mal o al pecado, ni Dios ni el diablo obligan al hombre, sino que éste hace lo malo por propio impulso y en este sentido posee, ciertamente, una voluntad libérrima. Aunque observemos de vez en cuando que Dios impide las obras y planes peores de los hombres, de modo que no lleguen a realizarse. Dios no priva al hombre de su voluntad hacia el mal, sino que se adelanta con su divino poder a lo planeado por la «libre voluntad» humana. Por ejemplo: Los hermanos de José se propusieron matarlo, pero no lo consiguieron porque los designios de Dios eran muy otros.

El hombre es incapaz de hacer el bien mediante sus propios recursos

En cuanto al bien y a las virtudes, el propio entendimiento del hombre no acierta por sí mismo a juzgar las cosas divinas. Y es que los Evangelios y los escritos apostólicos exigen de cada uno de nosotros el «nacer de nuevo» si esperamos ser salvos. Precisamente por eso, el primer nacimiento, o sea, el de Adán, no contribuye en nada a nuestra bienaventuranza. Pablo dice: «El hombre "natural" no acepta las cosas que provienen del espíritu de Dios» (1 Cor. 2:14). Y también dice que no estamos en condiciones de pensar lo bueno por nosotros mismos (2 Cor. 3:5).

Sin duda es el entendimiento o el espíritu el guía de la voluntad; pero si ese guía es ciego, ya podemos imaginamos a dónde irá a parar la voluntad. De aquí procede que el hombre que no haya «nacido de nuevo» carezca de la voluntad libre para el bien, ni tenga tampoco las fuerzas necesarias para realizar lo bueno. En el Evangelio dice el Señor: «Os aseguro que quien peca es un siervo del pecado» (Jn 8:34). Y el apóstol Pablo dice: «Los deseos de la carne son enemistad contra Dios, pues la carne no se supedita a la Ley de Dios, ni siquiera es capaz de ello» (Rom. 8:7).

Sobre las facultades del hombre.

Sin embargo, en cuanto a las cosas terrenales el hombre, pese a su caída, no carece de entendimiento. Porque Dios, por misericordia, le ha dejado retener facultades naturales de la mente, que, por cierto, son muy inferiores a las que poseía antes de la caída. Dios ordena también que dichas facultades que el hombre tiene han de ser ejercitadas y cuidadas y El mismo concede para tal fin los dones necesarios y hace que prosperen. Y es cosa manifiesta que sin la bendición divina nada lograríamos en todos nuestros esfuerzos. Todo cuanto de bueno pretendamos proviene de Dios, según anuncian las Sagradas Escrituras. Por lo demás, incluso los paganos atribuyen a los dioses el origen de las buenas artes y habilidades del hombre.

La capacidad de los «nacidos de nuevo» y hasta qué punto poseen el libre albedrío.

Finalmente, hay que examinar si los«nacidos de nuevo» poseen una libre voluntad y hasta qué punto la poseen. Al «nacido de nuevo» el Espíritu Santo le ilumina el entendimiento, de modo que es capaz de reconocer los misterios y la voluntad de Dios. Por obra del Espíritu Santo la voluntad misma no solamente resulta cambiada, sino que, a la vez, recibe las facultades necesarias, en virtud de las cuales puede por impulso interior desear lo bueno y realizarlo (Rom. 8:1 siguientes). Si negásemos esto, tendríamos que negar también la libertad cristiana e imponer la esclavitud de la Ley. Pero Dios dice por el profeta: «Daré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones» (Jer.31:33; Ezek.36:26 sgs.). Y el Señor dice en el Evangelio: «Si el Hijo os liberare, seréis verdaderamente libres» (Jn 8:36). También Pablo escribe a los Filipenses: «Porque a vosotros os ha sido concedido, no sólo que creáis en Cristo, sino también que padezcáis por él» (Phil. 1:29). Y añade: «Y confío en esto: el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Phil. 1:6). Y dice también: «Porque Dios es el que en vosotros obra tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filíp. Phil. 2:13).

Los «nacidos de nuevo» actúan por sí mismos y no solamente como empujados.

A este respecto enseñamos que es preciso tener en cuenta dos cosas: Los «nacidos de nuevo» actúan por sí mismos y no solamente como empujados cuando se deciden por lo bueno y lo realizan. Y es que Dios los mueve a que hagan por si mismos lo que hacen. De aquí que con razón Agustín invoque aquella verdad que dice que Dios es quien nos ayuda. Pero únicamente es posible ayudar alguien por sí mismo haga algo.

Los maniqueos despojaban a los hombres de toda actuación propia, convirtiéndole así en un leño o una piedra.

También en los «nacidos de nuevo» es débil el libre albedrio.

La segunda cosa que ha de tenerse en cuenta es que en los «nacidos de nuevo» queda aún la debilidad. Pues dado que el pecado mora en nosotros y la carne en los «nacidos de nuevo» se opone al Espíritu hasta el final de nuestra vida, no logran alcanzar plenamente sus propósitos. Esto lo confirma el apóstol Pablo en Rom. 7 y Gal. 5. De esto procede el que nuestra libre voluntad sea siempre débil a causa de los restos del «viejo Adán» que llevaremos con nosotros mientras vivamos e igualmente a causa de nuestra innata perdición humana. Mas dado que ni las inclinaciones de la carne ni los restos del «viejo hombre» no son tan eficaces como para anular la obra del Espíritu Santo, bien pueden los creyentes ser llamados libres; pero a condición de que reconozcan en serio su debilidad y no se gloríen de su libre albedrío.

Los creyentes deben asentir siempre a aquella palabra apostólica tantas veces citada por el bienaventurado Agustín, palabra que dice: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorías como si no lo hubieses recibido?» (1 Cor. 4:7). Sucede, además, que no siempre acontece lo que nos hemos propuesto. Y es que el logro de las cosas está únicamente en manos de Dios. Por eso ruega Pablo al Señor que éste haga prosperar su viaje a Roma (Rom.1:10). También de esto se colige cuan débil es el libre albedrío.

Libertad en cosas externas.

Por lo demás, nadie niega que con respecto a cosas extemas los «nacidos de nuevo» y todos los demás hombres poseen libre voluntad. Esta predisposición la tiene el hombre igual que las demás criaturas (¡porque él no es inferior a ellas!), de manera que puede desear una cosa y renunciar a otra: Puede hablar o callar, marcharse de casa o no salir a la calle, etc. Mas aún a este respecto el poder de Dios se impone, y así Balaam no llegó a donde quería (Num 24), y Zacarías, al salir del templo, se vio impedido de hablar (Lk. 1).

Doctrinas Erróneas

En lo que a esto atañe, desechamos la doctrina de los maniqueos, que niegan que el origen del mal proceda de la libre voluntad del hombre, el cual había sido creado bueno.

Igualmente desechamos la opinión de los pelagianos, que afirman que el hombre caído posee la suficiente libre voluntad para realizar el bien por Dios ordenado.

La Sagrada Escritura se manifiesta en contra de unos y otros: «Dios creó bueno al hombre», dice a los maniqueos; «Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libre(Jn 8:36), dice a los pelagianos.