CAPITULO 13: La Causa de las Buenas Obras
CAPITULO XIII La Causa de las Buenas Obras
3.13 La causa de las buenas obras, confesamos, no es nuestro libre albedrío, sino el Espíritu
del Señor Jesús, quien habita en nuestros corazones por medio de una fe genuina, y produce
aquellas obras que Dios ha preparado para que nosotros andemos en ellas. Resueltamente
afirmamos que es blasfemia decir que Cristo habita en los corazones de aquellos en quienes no hay espíritu de santificación (1). Por lo tanto, no vacilamos en afirmar que no tienen una fe verdadera ni porción alguna del Espíritu del Señor Jesús, los asesinos, los opresores, los
perseguidores crueles, los adúlteros, los impuros, los idó1atras, los ladrones, y todos los que hacen iniquidad mientras permanezcan obstinadamente en su maldad.
Porque tan pronto como el Espíritu del Señor Jesús, (a quien los hijos escogidos de Dios reciben por medio de la fe verdadera,) se apodera del corazón de cualquier ser humano, en seguida la regenera y renueva, en forma tal que comienza a odiar lo que antes amaba y a amar lo que antes odiaba. De allí procede esa batalla continua entre la carne y el Espíritu en los hijos de Dios, mientras que la carne y el hombre natural, siendo corruptos, codician lo que es agradable y delicioso para ellos mismos; son envidiosos en la adversidad y orgullosos en la prosperidad, y en todo momento están propensos a ofender la majestad de Dios (2). Pero el Espíritu de Dios, quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos e hijas de Dios (3), nos hace resistir placeres impuros y nos hace gemir en la presencia de Dios por nuestra liberación de esta esclavitud de corrupción (4), y finalmente, nos ayuda a triunfar sobre el pecado de modo que éste no reine en nuestros cuerpos mortales. (5)
Otros seres humanos no participan de este conflicto ya que no tienen el Espíritu de Dios, sino que siguen y obedecen prestamente al pecado y no siente remordimiento, ya que acatan como el diablo y su corrupta naturaleza les apremian. Pero los hijos de Dios luchan contra el pecado, sollozan y se lamentan cuando son tentados a hacer el mal y, si caen, se levantan de nuevo con un genuino y ardiente arrepentimiento.(6) Y esto lo pueden hacer, no por su propio poder sino por el poder del Señor Jesús, aparte de quien nada pueden realizar. (7)
1. Eph. 2:10; Phil 2:13; John 15:5; Rom. 8:9.
2. Rom. 7:15-25; Gal. 5:17.
3. Rom. 8:16.
4. Rom. 7:24; 8:22.
5. Rom. 6:12.
6. 2 Tim. 2:26.
7. John 15:5.