Articulo 24 - LOS DÍAS FESTIVOS, EL AYUNO Y LA ELECCIÓN DE LOS ALIMENTOS

Artículo 24 LOS DÍAS FESTIVOS, EL AYUNO Y LA ELECCIÓN DE LOS ALIMENTOS

Aunque la religión no está sujeta a ningún tiempo determinado, requiere para poder ser plantada y ejercitada un sensato reparto del tiempo. A ello se debe el que cada iglesia eligiese para uso propio un tiempo determinado para la oración pública, la predicación del evangelio y la celebración de los sacramentos.

Necesidad de señalar un tiempo fijo para el culto.

No le está permitido a cualquiera el alterar caprichosamente ese orden establecido en la iglesia. Si no se dispone del tiempo necesario para la práctica de los deberes externos de la fe, la gente, ocupada con sus quehaceres, dejará a un lado la práctica mencionada.

El domingo,

Por eso vemos cómo en las iglesias primitivas no solamente fuesen fijadas horas semanales determinadas para las reuniones, sino que el domingo mismo, desde los tiempos apostólicos, estaba consagrado para las reuniones y dedicado a un santo descanso. En nuestras iglesias se sigue esta norma también ahora a causa del culto y del amor. Sin embargo, no por esto consentimos ninguna especie de legalismo judaico, ni tampoco costumbres supersticiosas.

La superstición.

Y es que no creemos que haya unos días más sagrados que otros, ni consideramos que el no hacer nada en sí agrade más a Dios, sino que celebramos y guardamos libremente el domingo (Día del Señor) en vez del sábado.

Días festivos cristianos y fiestas dedicadas a los santos.

Estamos muy de acuerdo con que las iglesias, usando de la libertad cristiana, celebren piadosamente la memoria del nacimiento del Señor, su circuncisión, su Pasión y su resurrección, su ascensión a los cielos y la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. En cambio, no consentimos fiestas en honor de personas o de santos. Los días festivos, claro está, caben entre los mandamientos de la primera tabla de la Ley y deben estar dedicados a Dios únicamente. Por otra parte, las fiestas en honor de los santos, fiestas que hemos abolido, contienen, además, cosas de mal gusto, inútiles y del todo insoportables. Pero, al mismo tiempo, concedemos que no es inútil en fechas determinadas y en lugar apropiado recordar al pueblo, mediante piadosos sermones, que piense en los santos, presentándolos como ejemplo y modelo.

El ayuno.

Cuanto más lamente la Iglesia de Cristo la glotonería, el alcoholismo, toda clase de lujuria e incontinencia, tanto más nos recomienda el ayuno cristiano. Ayunar no es otra cosa que la continencia y mesura de los fieles, la disciplina, vigilancia y castigo de nuestra carne, cosas a las cuales hemos de atenernos conforme a las necesidades que se presentan; y así es cómo nos humillamos ante Dios y restringimos los apetitos camales, a fin de qua la carne obedezca al espíritu más fácil y voluntariamente. Quienes no piensen en esto, tampoco ayunan, pues consideran que ayunar consiste en hartarse de comida y bebida sólo una vez al día y en abstenerse de ciertos alimentos en fechas determinadas y prescritas, creyendo que al obrar de tal modo agradan a Dios y hacen buenas obras. Pero el ayuno es, más bien, únicamente, una pequeña aportación a la oración de los santos (los creyentes) y a toda clase de virtud. A Dios no le agradaba —como se desprende de lo expuesto en los libros de los Profetas -aquel ayuno de los judíos, que, sin duda se abstenían de tomar ciertos alimentos, pero no se abstenían del vicio.

Días de penitencia públicos y privados.

Dos clases hay de ayuno: el público y el privado. En otros tiempos se ayunaba públicamente en casos en que la Iglesia era puesta a prueba y en tentación. Entonces ni siquiera se tomaba bocado hasta llegada la tarde, y durante tal ayuno la gente se entregaba a la oración, tomaba parte en el culto y hacía penitencia. Esto era, más bien, una manifestación del desconsuelo, muy a menudo mencionada por los Profetas, sobre todo por Joel (Joel 2:12 sgs). Semejante ayuno debe celebrarse también hoy en día si la Iglesia padece tiempos calamitosos. En cuanto a cada uno de nosotros, bien podemos imponemos un ayuno, si sentimos que nuestro espíritu flaquea. Entonces éste despoja a la carne de sus contaminosos apetitos.

Cómo debe ser el ayuno.

Todo ayuno debe ser promovido por un espíritu libre, voluntarioso y humillado, pero no impuesto para lograr el aplauso o el favor de los hombres, y todavía menos por el afán de adquirir una especie de meritoria justificación. Ayune, pues, cada cual con el fin de mortificar su carne y así poder servir a Dios con mayor fervor.

Los cuarenta días de ayuno antes de la Pascua.

Los cuarenta días de ayuno antes de Pascua de Resurrección eran, sin duda, conocidos en la antigua Iglesia, pero ni una sola vez son mencionados en los escritos por los Apóstoles. Por consiguiente, dicho ayuno no puede ser impuesto a los creyentes. Es seguro que existieron formas y usos diversos del mismo, pues el escritor Ireneo, muy antiguo, dice: «Unos opinan que solamente debe ayunarse un día, mientras que otros señalan dos o varios días e incluso algunos indican que es preciso ayunar cuarenta días».

Esta diversidad en la observanza del ayuno no ha empezado, pues, en nuestros días, sino mucho antes de nosotros por quienes, a mi juicio, no se atuvieron sencillamente a la tradición, sino que, bien por desidia, bien por ignorancia, cayeron en otra costumbre. También el historiador Sócrates dice: «Dado que no existe ninguna noticia antigua sobre este punto, creo que los Apóstoles confiaron este ayuno a la decisión de cada cual, de manera que sin temor, ni por obligación, cada cual hacía lo que es bueno».

Elección de los alimentos.

En cuanto a la elección de los alimentos, creemos que al ayunar ha de privarse al cuerpo de todo aquello que haga más rebelde a la carne, en lo cual ella se goza desmesuradamente y de donde provienen sus nefastos apetitos, trátese de comer pescado, carne, especias, manjares o vinos fuertes. Por lo demás, sabemos que todas las criaturas de Dios han sido creadas para uso y servicio de los hombres (Ex. 2:15) y esto sin hacer distinciones, pero realizado en el temor de Dios y usado con la debida mesura. Porque el apóstol dice: «Para los que son puros todos es puro» (Titus 1:15). Y también: «Comed de todo lo que se vende en la carnicería sin elegir esto o lo otro por motivos de conciencia» (1 Cor. 10:25). Y el mismo apóstol nombra «doctrina demoníaca» la sustentada por quienes «ordenan abstenerse de ciertos alimentos». Y es que Dios ha creado los alimentos para aquellos que son creyentes y han reconocido la verdad «a fin de que coman dando gracias a Dios». «Todo lo creado por Dios es bueno y nada es de desechar, siempre que se reciba con gratitud, etc.» (1 Tim. 4:1 sgs). Pero en la Epístola a los Colosenses hace reproches a quienes mediante una exagerada abstinencia pretenden ganar reputación de especial santidad (Col. 2:18 sgs.).

Sectas.

Por eso desaprobamos rotundamente la doctrina de los tacianos y encretitas e igualmente a todos los discípulos de Eustaquio, contra los cuales fue convocado el sínodo de Gangra.