Artículo 1 - LA SAGRADA ESCRITURA ES LA VERDADERA PALABRA DE DIOS
Los escritos Canónicos.
Creemos y confesamos que los libros canónicos de los santos profetas y apóstoles en ambos Testamentos son la verdadera Palabra de Dios que poseen fuerza y fundamento suficientes sin necesidad de ser confirmados por los hombres. Pues Dios mismo ha hablado a los padres, profetas y apóstoles y prosigue hablándonos a nosotros por las Sagradas Escrituras.
Toda la Iglesia de Cristo dispone, pues, de una completa exposición de lo que corresponde a un pura enseñanza de la fe salvadora y de la vida agradable a Dios. Por eso prohíbe Dios claramente que se añada o quite nada a lo que está escrito.
La Biblia nos enseña de manera perfecta lo que es toda la piedad.
En esto se basa nuestra opinión de que en esas Escrituras se nos ofrecen la verdadera sabiduría y la piedad, el perfeccionamiento y cómo dirigir las iglesias, la enseñanza en todos los deberes de la piedad, y también la demostración de las doctrinas y la refutación de todos los errores y de igual modo todas las amonestaciones necesarias. Ya lo señala la palabra apostólica, que dice: «Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, etc.» (2 Tim. 3:16). También dice el Apóstol a Timoteo: «Esto te escribo... para que sepas cómo conviene comportarse en la casa de Dios» (1 Tim. 3:15). La Biblia es la Palabra de Dios. E igualmente escribe el mismo apóstol a los Tesalonicenses: «... cuando recibisteis la palabra de Dios, que os predicamos, recibisteis no palabra de hombres, sino verdaderamente la palabra de Dios, etc.» (1 Thess. 2:13). El Señor mismo ha dicho en el Evangelio (Mat. 10:20; Lk. 10:16; Jn 13:20): «Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablará en vosotros. Por eso, el que os oiga, me oye a mí, y el que os deseche, me desecha a mí.»
La predicación de la Palabra de Dios es Palabra de Dios.
Por consiguiente, si hoy en día es anunciada dicha Palabra de Dios en la iglesia por predicadores debidamente autorizados, creemos que la Palabra de Dios misma es anunciada y escuchada por los creyentes; pero igualmente creemos que no debe inventarse ninguna otra palabra de Dios o esperar que vaya venir del cielo. Por otra parte, hemos de poner la atención en la Palabra de Dios misma más que en el predicador; porque incluso si se tratase de un hombre mal vado y pecador, la Palabra de Dios permanece igualmente verdadera y buena.
Consideramos que tampoco ha de pensarse que la predicación pronunciada sea de escasa utilidad por el hecho de que la enseñanza de la verdadera religión depende de la iluminación del Espíritu Santo. Y es que está escrito (Jer. 31:34): «Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano: Conoce al Señor: porque todos me conocerán.» Y (1 Cor. 3:7) «Así que ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios que da el crecimiento.»
La iluminación interior no hace innecesaria la predicación humana. Aunque, en verdad (Jn 6:44), nadie viene a Cristo si el Padre no le lleva y sin que sea iluminado interiormente por el Espíritu Santo, sabemos, sin embargo, que la voluntad de Dios es que su palabra sea predicada públicamente en todas partes. Indudablemente, Dios podría haber enseñado a Cornelio (según Hechos de los Apóstoles) sin vaJerse del servicio del santo Pedro, sino mediante el Espíritu Santo o mediante un ángel. No obstante, Dios indicó a Cornelio que mandase buscar a Pedro, del cual el ángel dice: «El te dirá lo que tienes que hacer» (Hech. - Acts 10:6).
Y es que el mismo que ilumina a los hombres interiormente con el don del Espíritu Santo ordenó a sus discípulos: «Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura» (Mk. 16:15 y Hech. Acts 16:10). Por eso el apóstol Pablo, estando en Filipos, predicó el evangelio «externamente» a Lidia, la comerciante en púrpura; «... Pero el Señor le abrió el corazón» (Hech. Acts 16:14). E igualmente hallamos que Pablo, segúnRom. 10: 13-17, luego de desarrollar inteligentemente sus ideas, llega a esta conclusión:«Luego la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios.» Concedemos, claro está, que Dios puede iluminar a hombres también sin la predicación «extema»; puede iluminar a los que quiera y cuando él quiera. Esto se debe a su omnipotencia. Pero nosotros nos referimos al modo usual en que los hombres deben ser enseñados, al modo que Dios nos ha transmitido con mandamientos y ejemplos.
Falsas doctrinas.
Por consiguiente, condenamos todas las falsas doctrinas de Artemón, los maniqueos, los valentínianos y las de Cerdon y los arcionitas, quienes han negado que las Sagradas Escrituras sean obra del Espíritu Santo o no han reconocido parte de ellas o se han permitido escribir en ellas intercalaciones y realizar mutilaciones.
Libros <<Apócrifos>>.
Al mismo tiempo no ocultamos que ciertos libros del Antiguo testamento fueron llamados por los antiguos: «Apócrifos» o «Ecciesiastici»; y deseaban que fuesen leídos en las iglesias, pero no usados para reconfirmar la fe. Así, Agustín, en su libro «La ciudad de Dios» (Parte 18, capítulo 38) recuerda que en los Libros de los Reyes se mencionan nombres y libros de ciertos profetas. Pero Agustín añade que dichos libros no figuran en el canon y que los libros que tenemos bastan para la piedad.