A. Prologo
Prólogo
A todos los cristianos creyentes de Alemania y naciones extranjeras desean los ministros de las iglesias firmantes de la Confederación Helvética gracia y paz de Dios, el Padre, por nuestro Señor Jesucristo.
Hasta la actualidad han sido compuestas numerosas y diversas Confesiones de Fe y explicaciones de la misma y especialmente hoy en día son publicadas por reinos, países y ciudades. Y en estos tiempos en que en todas partes surgen y aumentan perniciosas doctrinas erróneas, dichas Confesiones y explicaciones enseñan y testimonian que las iglesias piensan ortodoxa y sencillamente, creen y enseñan conforme a nuestra fe y religión cristianas, tanto en general como en particular y por lo demás, están muy alejadas de la comunión con falsas doctrinas y sectas.
Aunque nosotros ya hayamos hecho antes lo mismo en públicos escritos, intentamos ahora (porque pudiera ser que nadie los recuerde y también porque en diversos puntos se extienden demasiado sobre la cuestión, de manera que no todas las personas disponen del tiempo necesario para buscarlos y leerlos), movidos por el buen ejemplo de los demás, resumir claramente en esta exposición y ofrecer a todos los creyentes en Cristo lo siguiente: La Doctrina y Orden de nuestras iglesias tal como han sido desde el principio de la renovación de la fe y vienen siendo durante años -no sin algunas dificultades- y tal como en completa unanimidad han sido enseñadas y hasta ahora practicadas.
Con este trabajo que ofrecemos testimoniamos ante todos la conformidad unánime que Dios nos ha donado, de modo que en nuestras iglesias, a las que servimos conforme a la voluntad de Dios, todos decimos lo mismo, sin que haya contiendas entre nosotros, sino que constituimos, teniendo un solo corazón y un sólo sentir, un cuerpo verdaderamente sano.
Testimoniamos, además, que de ninguna manera propagamos en nuestras iglesias doctrinas que algunos de nuestros adversarios (sobre todo, aquellos a los que no han alcanzado nuestros escritos y que desconocen nuestra doctrina) falsa e inmerecidamente nos atribuyen o intentan atribuirnos. De estas explicaciones que expondremos colegirán muy claramente los lectores de buena voluntad que nada tenemos en común con las sectas ni doctrinas erróneas, a las cuales nos referimos intencionadamente y refutamos con firmeza en los distintos capítulos de nuestra Confesión.
También se podrá ver que no nos aislamos ni apartamos malévolamente de las santas iglesias de Alemania, Francia, Inglaterra y otras naciones del mundo cristiano, sino que en general y en particular concordamos completamente con ellas en esta nuestra Confesión de la verdad y estamos con ellas con sincero amor.
Si bien existe entre las diversas iglesias una cierta diferencia en la expresión y formulación de la doctrina, en usos y ceremonias, adoptados por cada iglesia conforme a sus necesidades, aprovechamiento y estructuras, esto jamás fue considerado en la Iglesia como suficiente motivo para disensiones y cismas. Y es que las iglesias de Cristo siempre han hecho a este respecto uso de su libertad. Así lo comprueba la Historia de la Iglesia. A las primeras iglesias cristianas les bastaba por completo el estar de común cuerdo general en las cuestiones más importantes de la fe, en el sentir ortodoxo y en el amor fraternal.
Por eso esperamos que las iglesias de Cristo estarán gustosamente de acuerdo con nosotros en la unidad de la fe y la doctrina, en el sentir ortodoxo y en el amor fraternal, una vez hayan visto y hallado que nosotros concordamos en la doctrina del Dios Santo y eterno y, asimismo, en el sentir creyente y en el amor fraternal con todas ellas y en especial con la primitiva iglesia apostólica.
Si la publicación de esta Confesión de Fe se debe a que especialmente buscamos y quisiéramos ganar paz y concordia en fraternal amor con las iglesias de Alemania y las del extranjero, también quisiéramos conservar lo ganado. Estamos completamente convencidos de que dichas iglesias poseen el mismo amor, la misma pureza y perfección de la doctrina. Y si hasta ahora nuestra causa, quizá, no haya sido bastante comprendida por algunos, las iglesias mencionadas, una vez hayan escuchado esta nuestra sencilla confesión jamás nos contarán entre los falsos doctrinarios ni condenarán por impías a nuestras iglesias que son verdaderas iglesias de Cristo.
Ante todo, testimoniamos que siempre estaremos enteramente dispuestos a explicar más ampliamente nuestra exposición tanto general como particularmente, si así se nos solicitase, y a ceder con gratitud frente a aquellos que nos corrijan conforme a la Palabra de Dios y a seguirlos en el Señor, al cual corresponden la alabanza y la gloria.
Día 1.° de marzo de 1566
Han firmado los ministros de todas las iglesias de Cristo en Suiza: Zürich, Berna, Schaffhausen, San Gall, Chur y las de los Grisones a éste y al otro lado de los Alpes, y, además, Mühihausen y Biel a las que se han unido los ministros de la iglesia de Ginebra.
Decreto imperial referente a quienes deben ser considerados como cristianos católicos y quienes sustentan falsas doctrinas (Codex Justiniani Imperatoris y Tripartita historia, libro IX, capítulo VII)
«Nos, los emperadores romanos Graciano, Valentíniano y Teodosio, al pueblo de la ciudad de Constantinopla.
Es nuestra voluntad que todos los pueblos sujetos a nuestra clemente soberanía caminen en la fe legada por el apóstol Pedro a los romanos -como lo testimonia la fe que hasta hoy por él mismo nos fue inculcada- y que, indudablemente, siguen el papa Dámaso y el obispo Pedro de Alejandría, hombre de santidad apostólica. Quiere decir esto que, conforme a la doctrina apostólica y la enseñanza evangélica, creemos en una sola divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los tres con la misma gloria y en santa Trinidad. Ordenamos que quienes se atengan a esta ley ostenten el nombre de cristianos católicos; pero los demás, que consideramos trastornados y locos, tomen sobre sí la vergüenza de la errónea doctrina. Ante todo, pueden contar ya con el castigo divino; pero también les alcanzará nuestra inclemencia, que nos ha sido autorizada por voluntad del cielo, y padecerán el castigo secular.
Decretado el 27 de febrero (del año 380), en Tesalónica, por Graciano, Valentiniano y Teodosio, emperadores y cónsules.»
A este decreto añade la Segunda Confesión Helvética lo siguiente: La historia evengélica y apostólica juntamente con las dos epístolas de Pedro demuestran qué fe legó el santo apóstol Pedro no solamente a la iglesia de Roma, sino a todas las iglesias de Occidente y Oriente. En cuanto a la fe y doctrina del papa Dámaso quedan claramente expuestas en su propia Confesión de Fe.
La Confesión de Fe de Dámaso
(Obras del santo Jerónimo, tomo 2.°)
«Creemos en un Dios, el Padre todopoderoso, y en un Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, y en el Espíritu Santo. Un Dios, no tres dioses, sino Padre, Hijo y Espíritu Santo como un solo Dios veneramos y confesamos. Pero no como si ese único Dios esté solitario, por así decirlo, ni tampoco que siendo el Padre fuese también el Hijo, sino que es un Padre que ha engendrado, y es un Hijo que fue engendrado. El Espíritu Santo no fue engendrado ni no-engendrado, ni creado ni hecho, sino que saliendo del Padre y del Hijo es eterno con el Padre y el Hijo y con ellos posee la misma sustancia y la misma actuación. Porque está escrito: «Los cielos fueron hechos por la palabra del Señor», o sea, por el Hijo de Dios «y por el aliento de su boca todos sus ejércitos». Y en otro pasaje: «Tú envías tu aliento, y son creados, y tú renuevas la faz de la tierra». Por eso confesamos en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo un solo Dios, considerando la expresión «Dios» como calificativo de su poder, pero no como nombre propio. El nombre propio del Padre es «Padre», el nombre propio del Hijo es «Hijo», y el nombre propio del Espíritu Santo es «Espíritu Santo». En esta Trinidad veneramos y honramos a un solo Dios. Pues lo que procede del Padre, es una naturaleza con el Padre y un ser y una potencia. El Padre ha engendrado al Hijo, pero no por voluntad ni por obligación, sino en virtud de su sustancia y carácter. En estos tiempos postreros el Hijo ha venido del Padre para redención nuestra y en cumplimiento de las Escrituras, aunque jamás ha dejado de estar con el Padre. El Hijo fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de una virgen. El Hijo poseía carne, alma y sentidos corporales, es decir, ha aceptado humanidad y no perdió lo que era, sino que empezó a ser lo que no era; pero siempre de forma de perfección en los suyos y realmente conforme a nuestra humana manera de ser. Porque el que era Dios nació hombre y nacido como hombre, obra como Dios, y actuando como Dios, muere como hombre, y muriendo como hombre, resucita como Dios. Después de haber vencido la soberanía de la muerte, subió al Padre con el cuerpo con que había nacido, sufrido, muerto y resucitado, y está sentado a la diestra del Padre en la gloria que siempre tuvo y que tiene. Creemos que por su muerte y su sangre somos purificados (limpiados) y que en el Día Final nos resucitará con el cuerpo que ahora envida tenemos. Y abrigamos la esperanza de recibir la recompensa por los buenos méritos o, por el contrario, el castigo del eterno tormento por nuestros pecados. Lee esto, cree esto, atente a esto, dobléguese tu alma a esta fe y así recibirás de Cristo la vida y la recompensa.»
Semejante a lo añadido al decreto imperial antes expuesto, se afirma lo siguiente: Lo mismo que el bienaventurado Dámaso dice, también han enseñado el santo obispo Pedro de Alejandría y lo mismo han creído, como fácilmente puede comprobarse leyendo la «Historia Tripartita», libro VII, capítulo 37 y libro VIII, capítulo 14.
Como quiera que estamos de acuerdo con esa fe y esa religión, esperamos que no todos nos consideren como falsos doctrinarios, sino como católicos y cristianos, etc.