Articulo 15 - LA VERDADERA JUSTIFICACIÓN DE LOS CREYENTES

Artículo 15 LA VERDADERA JUSTIFICACIÓN DE LOS CREYENTES

¿Qué significa «justifican»?

En su doctrina sobre la justificación significa para el apóstol Pablo «justificar»; Perdón de los pecados, indulto de culpa y castigo, ser aceptado por gracia y ser declarado justo. A los Romanos les escribe: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica» (Rom 8.33).

Declarar justo y condenar son cosas contradictorias. En los Hechos de los Apóstoles dice el apóstol: «Por Cristo os es anunciada remisión de pecados; y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en Cristo es justificado todo aquel que creyere» (Acts 13:38-39). También en la Ley y los Profetas leemos: «Cuando haya pleito entre algunos y se llegue a celebrar el juicio, y sean juzgados, entonces absolverán al justo y condenarán al malvado» (Deut. 25:1). Y se dice en Is. 5:23: ¡Ay de aquéllos que dan por justo al impío..., porque han sido sobornados!».

A causa de Cristo somos declarados justos.

Indudablemente, todos nosotros somos pecadores e impíos por naturaleza y ante el trono de Dios se demostrará nuestra injusticia y resultaremos condenados a muerte. Pero es igualmente indudable que ante Dios, nuestro juez, somos declarados justos solamente por la gracia de Cristo, o sea, indultados de pecados y de muerte, sin que valgan ni los méritos propios ni la calidad de la persona. Es imposible manifestarlo más claramente que el apóstol Pablo, cuando dice: «Pues todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús» (Rom.3:23-24).

Justicia imputada

Porque Cristo tomó sobre sí los pecados del mundo y los ha borrado, satisfaciendo de esta manera la justicia divina. Únicamente por causa de Cristo, que ha padecido y resucitado. Dios mira misericordiosamente nuestros pecados y no nos los imputa. Por el contrario, nos imputa la justicia de Cristo como si fuera la nuestra propia: Así, no somos solamente lavados, purificados o santos, sino que también somos hombres que han recibido, además, la justicia de Cristo (2 Cor. 5:19 sgs.; Rom. 4:25). Por consiguiente, somos indultados de los pecados, la muerte y la condenación y somos justos y herederos de la vida eterna. En realidad, pues, sólo Dios nos declara justos y lo hace, por cierto, a causa de Cristo en tanto no nos imputa los pecados, sino la justicia de Cristo.

Justificación sólo por la fe.

Dado que recibimos esa justificación no en virtud de estas o aquellas buenas obras, sino únicamente por lo fe en la misericordia de Dios y en Cristo, enseñamos y creemos juntamente con el apóstol que el hombre pecador es justificado sólo por la fe en Cristo, pero no por la Ley o por algunas obras. Pues el apóstol dice: «Así, llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley (Rom. 3:28). Aún más: «Si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse; pero no ante Dios. Porque ¿qué dice la Escritura?: Y creyó Abraham a Dios y le fue imputado como justicia... Mas al que no obra, pero cree en Aquél que justifica al impío, la fe le es contada por justicia» (Rom. 4:2 sgs.; Gen. 15:6). Y a continuación: «Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no se debe a vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:8-9).

Por la fe aceptamos a Cristo.

De aquí que como la fe acepta a Cristo como nuestra justicia y todo lo atribuye a la gracia de Dios en Cristo, resulta que la fe recibe la justificación sólo por causa de Cristo, pero no porque la fe sea obra nuestra propia. Pues es un don de Dios.

Por lo demás, el Señor indica de varias maneras que debemos aceptar en fe a Cristo. Por ejemplo: Juan 6, donde Cristo dice que el hombre necesita creer para comer y comer para creer. Pues así como nosotros, comiendo, ingerimos el alimento, del mismo modo tomamos parte en Cristo por la fe.

La justificación no debe ser atribuida, en parte, a Cristo o a la fe y, en parte, a nosotros mismos.

Por eso no dividimos el beneficio de la justificación como si hubiera que atribuirlo, en parte, a la gracia de Dios y, en parte, a nosotros mismos, a nuestro amor, nuestras obras o nuestros méritos, sino que atribuimos por la fe dicho beneficio enteramente a la gracia de Dios en Cristo.

Nuestro amor y nuestras obras tampoco agradarían a Dios, ya que proceden de hombres injustos; por eso tenemos que ser, primero, justos y entonces es cuando podemos amar y hacer buenas obras. Mas como ya hemos dicho, somos justos por la fe en Cristo por pura gracia de Dios, que no nos imputa los pecados, sino, por el contrario, nos imputa la justicia de Cristo y nos cuenta por justicia la fe en Cristo. Además, el apóstol hace proceder claramente de la fe el amor, cuando dice: «El fin del mandamiento es la caridad nacida de corazón limpio y de buena conciencia y de fe no fingida» (1 Tim. 1:5).

Comparación entre Santiago y Pablo

Por eso no nos referimos aquí a la fe hipócrita, vacía, inactiva y muerta, sino a la fe viva y creadora de vida. Se denomina a esta fe «viva», porque lo es; ya que sabe lo que es Cristo, el cual es la vida y crea vida y se manifiesta como viviente en obras vivas. En modo alguno contradice Santiago nuestra doctrina (James 2:14 sgs.), pues él habla de una fe vacía y muerta, de la cual algunos se gloriaban... en tanto no llevaban en fe al Cristo vivo, no lo llevaban en su corazón. Y si Santiago ha dicho que las obras justifican, tampoco pretende con esto contradecir al apóstol Pablo (¡si así fuera, habría que desecharle!), sino lo que pretende es señalar que Abraham demostró con obras su fe viva y justificante, como todos los justos lo hacen, que confían solamente en Cristo y no en sus propias obras. También dice el apóstol Pablo: «Yo vivo; pero no vivo ya yo, sino Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne lo vivo en la fe en el hijo de Dios, el cual me amó y murió por mí. No menosprecio la gracia de Dios; porque si la justicia acontece por la Ley, entonces Cristo ha muerto en vano» (Gal. 2:20-21).