Articulo 13 - EL EVANGELIO DE JESUCRISTO, LAS PROMESAS, EL ESPÍRITU Y LA LETRA

Artículo 13 EL EVANGELIO DE JESUCRISTO, LAS PROMESAS, EL ESPÍRITU Y LA LETRA

La Ley frente Al Evangelio.

Frente a la Ley está el Evangelio; pues mientras la Ley promueve la ira de Dios y anuncia maldición, el Evangelio predica la gracia y la bendición. El evangelista Juan ya dice: «La Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad han venido mediante Jesucristo» (Jn. 1:17). No es menos cierto, sin embargo, que tampoco aquellos que antes de la Ley y bajo la Ley han vivido estaban completamente sin evangelio.

En la antigua Alianza ya había las promesas evangélicas.

Ya poseían, por cierto, preciosas promesas evangélicas, como, por ejemplo: «La simiente de la mujer quebrantará la cabeza de la serpiente» (Gen.1:15). «En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gen. 22:18). «No será quitado el cetro de Judá... hasta que venga el dominador» (Gen. 49:10). «Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, te levantará Jehová, tu Dios: a él oiréis» (Deut. 18:15; Acts 3:23).

Dos clases de promesas.

Reconocemos que a los padres les fueron concedidas dos clases de promesas, como también a nosotros nos han sido reveladas: Las unas se referían a las cosas presentes o terrenales. Por ejemplo: Al país de Canaán y las victorias o, a nosotros, se nos promete, digamos, el pan cotidiano. Las otras promesas se referían y siguen refiriéndose todavía a las cosas celestiales y eternas, o sea, a la gracia divina, el perdón de los pecados y la vida eterna por la fe en Jesucristo.

En la antigua Alianza había no solamente promesas terrenales, sino también espirituales.

Los antiguos no tenían, pues, simplemente promesas de carácter extemo y terrenal, sino que también promesas espirituales y celestiales en Cristo. Dice Pedro: «Con respecto a esa salvación, los profetas que profetizaron de la gracia que había de venir a vosotros, han inquirido y diligentemente buscado» (1 Pet 1:10). Por eso también el apóstol Pablo ha dicho: «El Evangelio lo había prometido Dios antes por sus profetas en las Sagradas Escrituras» (Rom. 1:2). De todo esto se desprende con meridiana claridad que los antiguos en modo alguno se encontraron sin evangelio.

¿Qué es, realmente Evangelio?

Aunque también nuestros padres poseían del modo indicado el evangelio en los escritos de los profetas, evangelio mediante el que alcanzaron la fe en Cristo, ¿a qué se llama Evangelio? En su más profundo significado el Evangelio es el gozoso y bienaventurado mensaje que a nosotros, al mundo, predicaron, primero, Juan el Bautista, luego el Señor Jesucristo mismo y más tarde los apóstoles y sus seguidores. He aquí su contenido: Dios ha realizado lo que había prometido desde la creación del mundo y lo ha realizado enviándonos a su único hijo e incluso nos lo ha donado y, con él también la reconciliación con el Padre, el perdón de los pecados, toda la plenitud y la vida eterna. Por eso se llama con razón evangelio la historia escrita por los cuatro evangelistas, la cual relata cómo ha acontecido todo ello y ha sido cumplido por Jesucristo; asimismo, cuenta la historia lo que Cristo ha enseñado y hecho y que aquellos que creen en él poseen la plenitud de la vida. La predicación y lo escritos de los apóstoles explicándonos cómo hemos recibido el Hijo de mano del Padre y cómo en él tenemos ya salvación y vida completas, también se denomina con razón doctrina evangélica, de manera que hasta hoy mantiene nombre tan glorioso, siempre y cuando dicha doctrina sea rectamente predicada.

Espíritu y letra.

El apóstol Pablo denomina dicha predicación del Evangelio espíritu y servicio del espíritu, ya que no solamente en los oídos sino que también en el corazón de los creyentes, en virtud de la fe que les ilumina por el Espíritu Santo (2 Cor. 3:6), actúa y es cosa viviente. La letra es, al contrario del espíritu, toda manifestación extrema, especialmente la doctrina de la Ley, la cual, sin el espíritu y la fe, provoca en el corazón de quienes no están en la fe viva, solamente ira e inclinación al pecado. Por eso el apóstol Pablo la califica de «servicio de la muerte». Y a ello se refiere cuando afirma: «La letra mata, pero el espíritu vivifica» (2 Cor. 3:6).

Sectas.

Hubo falsos apóstoles que predicaban el evangelio mezclándolo con la Ley, falsificándola; pues enseñaban que Cristo no puede salvar sin la Ley. Así parece que decían los ebionitas, seguidores del falsario maestro Ebión, y los nazareos, conocidos antiguamente también como míneos. Por nuestra parte, desechamos todas sus opiniones y enseñamos, en tanto anunciamos rectamente el evangelio, o sea, enseñamos y creemos que somos justificados únicamente por el espíritu y no por la Ley. Una explicación más extensa acerca de esto seguirá después bajo el título de «La Justificación».

La doctrina del Evangelio no es nueva, sino la doctrina más antigua.

Aparentemente, la doctrina del evangelio tal y como fue anunciada, primero, por Cristo semejaba una nueva doctrina en comparación con la doctrina farisaica de la Ley; y aunque también Jeremías profetizó una nueva alianza, la doctrina del evangelio no sólo en su tiempo ya era antigua y hasta hoy lo sigue siendo, sino que es, sin duda, la doctrina más antigua del mundo. Actualmente solamente los «papistas» la denominan «nueva» porque la comparan con la doctrina que ellos mismos se han confeccionado. En realidad, el designio divino desde toda eternidad ha sido que el mundo se salvase por Cristo, y este propósito y eterno designio lo ha revelado Dios al mundo por el evangelio (2 Tim. 1:9-10). Se desprende claramente de esto que la religión y doctrina evangélicas son las más antiguas de todas las doctrinas que fueron, son y serán. De aquí que consideremos que veneran un fatal error y hablan indignamente del designio eterno de Dios todos cuantos llaman a la doctrina evangélica una moderna religión y una fe que apenas si existe desde hace treinta años. A quienes así piensan se refiere la palabra del profeta Isaías, cuando dice: «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo: que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Is. 5:20).