Articulo 08 - LA CAÍDA Y EL PECADO DEL HOMBRE Y LA CAUSA DEL PECADO

Artículo 8 LA CAÍDA Y EL PECADO DEL HOMBRE Y LA CAUSA DEL PECADO

La caída.

En el principio Dios creó al hombre a imagen y semejanza de Dios; el hombre era justo y verdaderamente santo, era bueno y sin mácula. Mas cuando instigado por la serpiente y movido por su propia culpa el hombre dejó la bondad y la justicia, cayó bajo el poder del pecado, de la muerte y toda suerte de males. Y este estado en que cayó es el mismo en que nos hallamos todos los descendientes: Nos vemos sometidos al pecado, a la muerte y a los más diversos males.

El pecado.

Por pecado entendemos la innata perversión del hombre que todos hemos heredado de nuestros antepasados y que prosiguió siendo engendrada. Y por eso nos encontramos supeditados a pasiones insanas, nos apartamos de lo bueno y nos inclinamos hacia todo lo malo, andamos llenos de maldad, desconfianza, desprecio y odio a Dios y somos incapaces no sólo de hacer lo bueno, sino ni siquiera de pensarlo. Y en tanto ofendemos gravemente la ley de Dios, y esto de manera continua, abrigando malos pensamientos, hablando y actuando, nuestros frutos son malos como sucede con cualquier árbol malo (Mat. 12:53 sgs.). Por esta causa somos, por culpa propia, víctimas de la ira de Dios y nos vemos sometidos a justos castigos. Si el Redentor Cristo no nos hubiera redimido. Dios nos habría condenado a todos.

La muerte.

Por muerte no entendemos solamente la muerte corporal que a todos nos toca a causa del pecado, sino que también los castigos eternos que nos corresponden por nuestros pecados y perdición o maldad. Pues el apóstol dice: Muertos estábamos «a consecuencia de nuestros delitos y pecados... y éramos por naturaleza hijos de la ira, nosotros y los demás. Pero Dios, rico en misericordia y movido por su gran amor con que nos ha amado, a nosotros, muertos ya como consecuencia de nuestras transgresiones, nos ha hecho vivir juntamente con Cristo» (Eph. 2:1 sgs.). E igualmente dice el apóstol: «Así como por un hombre el pecado entró en el mundo, y, por el pecado, la muerte, que han de padecer todoslos hombres, porque todos pecaron...» (Rom. 5:12).

El pecado original.

Reconocemos, pues, que todos los hombres llevan la mácula del pecado original».

Los propios pecados.

Asimismo, reconocemos que todo ello se denomina pecado y es realmente pecado, llámeselo como se quiera: sean «pecados mortales», sean «pecados veniales», sea el pecado denominado «contra el Espíritu Santo», pecado imperdonable (Marc. Mk 3:29; 1 Jn 5:16). Concedemos que no todos los pecados son iguales; aunque todos fluyan de la misma fuente de la perdición y de la incredulidad, esto no significa que unos pecados sean peor que otros. Ya lo dijo el Señor: El país de Sodoma y Gomorra saldrá mejor parado que una ciudad que rechaza la palabra del Evangelio (Mat. 10:14; 11:20 sgs.).

De aquí que condenemos la opinión de todos quienes han enseñado lo contrario, Pelagio y los pelagianos especialmente; pero también los jovinianos, que, a semejanza de los estoicos, miden todos los pecados con el mismo rasero. Estamos completamente de acuerdo con el santo Agustín, cuya opinión, por él defendida, se basa en las Sagradas Escrituras.

Dios no es el causante del pecado y qué debe entenderse por «endurecimiento».

Además, condenamos el parecer de Florino y Blasto (contra los cuales ya escribió Ireneo), y el parecer de todos aquellos que pretenden poner a Dios como causante del pecado. Porque está escrito expresamente:«No eres un Dios que se complace en la impiedad... y aborreces a todos los malhechores...» (Salmo Ps. 5:5-7). Y en el Evangelio leemos: «Cuando el diablo habla mentiras, lo hace sacándolo de lo suyo propio; porque es un mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8:44).

Ya existe en nuestro interior bastante malandanza y bastante perversión para que Dios tenga que infundirnos todavía mayores imperfecciones. Pero si en las Escrituras se nos dice que Dios endurece el sentir del hombre, lo ciega y lo hace rebelde, hemos de entender que Dios obra justamente como juez y dueño de la ira. Finalmente, si en la Escritura se menciona que Dios realiza algo malo, aunque sólo aparentemente es así, esto no significa que el hombre no hace lo malo, sino que Dios lo consiente y, conforme a su juicio siempre recto, no lo impide..., aunque podría haberlo impedido si lo hubiese querido. Todo esto significa que Dios habría vuelto en bien lo que los hombres hicieron con maldad. Por ejemplo: Los pecados de los hermanos de José. Por otra parte se ve que Dios permite los pecados hasta el punto que le parece conveniente y no consiente que progresen. San Agustín dice en su «Manual»: De manera misteriosa e inexplicable nada acontece sin la voluntad de Dios, incluso lo que va en contra de su voluntad. Y es que no acontecería, si él no lo consintiese. Y, por lo tanto, al no oponerse a ello es que se realiza su voluntad. Y Dios, en su bondad, no asentiría a lo malo si no pudiera hacer de ello algo bueno. Hasta aquí habla Agustín.

Cuestiones producto de la curiosidad.

Las demás cuestiones: Si Dios quiso que Adán cayese o si Dios le condujo a caer o porqué Dios no impidió la caída, son cuestiones que consideramos producto de la curiosidad. Sin embargo, ya rebasa la pura curiosidad la insolencia de falsos doctrinarios o de hombres presuntuosos empeñados en explicar estas cuestiones valiéndose de la Palabra de Dios, cosa que de vez en cuando han intentado piadosos maestros de la Iglesia. Lo que con respecto a dichas cuestiones sabemos, es que Dios prohibió al hombre comer de «aquel fruto» y que Dios castigó la transgresión. Pero también sabemos que lo malo que acontece, no lo es si tenemos en cuenta la providencia divina, si miramos su voluntad y su poder, sin olvidar por eso a Satanás y nuestra propia voluntad que se opone a la de Dios.