Articulo 02 - LA INTERPRETACIÓN DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS

Articulo 2 - LA INTERPRETACIÓN DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS, LOS PADRES DE LA IGLESIA, LOSCONCILIOS Y LAS TRADICIONES

La fidedigna interpretación de la Biblia.

El apóstol Pedro ha declarado que la interpretación de las Sagradas Escrituras no puede quedar al arbitrio de cada cual (2 Pet. 1:20). Por eso no aceptamos todas las interpretaciones. Tampoco reconocemos sin más ni más como fidedigna y original interpretación de las Escrituras lo que enseña la Iglesia Romana, es decir lo que los defensores de la misma intentan imponer a todos. Por el contrario, reconocemos solamente como interpretación ortodoxa y original de las Escrituras lo que de ellas mismas es dable sacar examinando a fondo el sentido del lenguaje en que fueron escritas, teniendo también en cuenta el contexto y, finalmente, comparando los pasajes semejantes y diversos, especialmente los pasajes más claros. Solamente de esta manera actuaremos de acuerdo con las reglas de la fe y del amor y. sobre todo, ello será contribuir a la gloria de Dios y a la salvación de los hombres.

La interpretación de los Padres de la Iglesia.

Por estas razones no desechamos las interpretaciones de los santos Padres de la Iglesia griegos y latinos, ni tampoco censuramos sus discusiones y escritos sobre cosas sagradas..., siempre, claro es, si concuerdan con las Sagradas Escrituras. Sin embargo, con toda modestia desaprobamos dichas interpretaciones si resulta que son extrañas a las Escrituras o incluso las contradicen. Consideramos no ser injustos con ellos, toda vez que ellos mismos unánimemente no aspiraban a que sus propios escritos tuviesen el mismo valor que los canónicos, es decir, los bíblicos. Los Padres de la Iglesia exigían se examinase su interpretación para ver si estaba de acuerdo con las Escrituras o disentía de ellas y hasta exigían se aceptase lo concordante y se desaprobase lo disconforme con las Escrituras.

Situamos en la misma línea de los Padres de la Iglesia las explicaciones y reglas de los Concilios.

De este modo no nos dejamos acorralar en cuestiones discutibles de la religión y de la fe ni por la opinión de los Padres de la Iglesia o las conclusiones conciliares y mucho menos por las costumbres ya aceptadas y por los muchos que las sustentan, ni tampoco por la convicción de que todo ello posea ya validez. En cuestiones de fe reconocemos a Dios como el único juez, el cual mediante las Sagradas Escrituras anuncia, tanto distinguiendo entre lo verdadero y lo falso como entre lo aceptable o inaceptable. O sea, que ya nos conformamos con el juicio de hombres llenos del Espíritu, juicios basados solamente en la Palabra de Dios. Por lo menos Jeremías y otros profetas criticaron durante las asambleas de los sacerdotes y advirtieron expresamente que no oigamos a los «padres» ni sigamos la senda de aquella gente que caminaba conforme a los hallazgos propios por ellos encontrados, apartándose de la Ley de Dios.

Tradiciones humanas.

Igualmente renunciamos a las tradiciones humanas. Bien pueden ostentar títulos llamativos como si éstos fueran de origen divino o apostólico. Para ello invocan que mediante la tradición oral de los apóstoles y la tradición escrita de varones apostólicos han sido legadas a la Iglesia de un obispo a otro. Pero si se comparan dichas tradiciones con las Escrituras se advierte que no están de acuerdo con ellas, y en esta contradicción se demuestra que no son apostólicas, ni mucho menos. Así como los apóstoles no han enseñado nada contradictorio, tampoco los Padres apostólicos han manifestado nada contradictorio a los apóstoles mismos. Supondría realmente una blasfemia el afirmar que .los apóstoles, al hablar, contradijesen a sus propios escritos. Pablo manifiesta claramente que ha enseñado lo mismo en todas las iglesias (1 Cor. 4:17). Y repite: «No os escribimos otras cosas de las que leéis o también conocéis» (2 Cor. 1:13). En otras ocasiones afirma que él y sus discípulos, o sea, varones apostólicos siempre han seguido el mismo camino y que igualmente todo lo realizan con el mismo espíritu (2 Cor. 12:18). Los judíos poseían también la tradición de los «Antiguos»; pero el Señor se opuso duramente a ella, demostrando que su observancia era obstáculo a la Ley de Dios, a la cual dicha tradición no da la gloria que a Dios corresponde (Mat. 15-3 y 6; Mk. 7:7).