CAPITULO XII Fe en el Espíritu Santo
3.12 Nuestra fe y su seguridad no proceden de la carne ni de la sangre, es decir, de poderes
naturales dentro de nosotros, sino que son la inspiración del Espíritu Santo (1), a quien confesamos como Dios, igual con el Padre y con su Hijo (2), quien nos santifica, y por su propia acción nos lleva a la verdad total, sin el cual seríamos para siempre enemigos de Dios y desconocedores de su Hijo, Cristo Jesús. Por naturaleza estamos tan muertos, ciegos y pervertidos, que no podemos sentir cuando somos aguijoneados, ver la luz cuando brilla, ni asentir a la voluntad de Dios cuando es revelada, a menos que el Espíritu del Señor Jesús avive aquello que está muerto, ilumine la oscuridad de nuestras mentes, e incline nuestros obstinados corazones a obedecer su bendita voluntad (3). Y así como confesamos que Dios el Padre nos creó cuando no existíamos (4), y así como su Hijo, nuestro Señor Jesús, nos redimió cuando aun éramos sus enemigos (5) , así también confesamos que el Espíritu Santo nos santifica y regenera, sin tener en consideración nuestros méritos, tanto antes, como después de nuestra regeneración. (6) Para decirlo en forma más clara: así como renunciamos voluntariamente a cualquier honor y gloria por nuestra propia creación y
redención (7), así también lo hacemos por nuestra regeneración y santificación, ya que por nosotros mismos no somos capaces de concebir un solo pensamiento bueno; el que ha comenzado la obra en nosotros nos hace perseverar en ella (8), para la alabanza y la gloria de su inmerecida gracia. (9)
1. Matt. 16:17; John 14:26; 15:26; 16:13.
2. Acts 5:3-4.
3. Col. 2:13; Eph. 2:1; John 9:39; Rev. 3:17; Matt. 17:17; Mark 9:19; Luke 9:41; John 6:63; Micah 7:8; 1 Kings 8:57-58.
4. Ps. 100:3.
5. Rom. 5:10.
6. John 3:5; Titus 3:5; Rom. 5:8.
7. Phil. 3:7.
8. Phil 1:6. 2 Cor. 3:5.
9. Eph. 1:6.