YA ESTÁ BIEN, NO PODEMOS SEGUIR ASÍ




F. Javier Blasco, coronel (r)

22 de noviembre del 2025

 

En estas fechas celebramos con poco entusiasmo, sino más bien con mucha miseria e inmundicia, que hace cincuenta años que España, por el desarrollo o devenir natural de los acontecimientos y sin forzar nada ni nadie dicho momento ni sus circunstancias y consecuencias, nos libramos de una situación y modo de vida que muchos consideran había sido una gran lacra y, sin ser muy conscientes de ello, también fue el origen de cuando pusimos en marcha el momento y los acontecimientos posteriores con los que rompimos las cadenas de una ligazón a una dictadura ya bastante edulcorada por el  paso del tiempo y la realidad patente, que, con altos y bajos, trajo a nuestras tierras y gentes la semilla para la reconciliación y el paso pronto, pacifico y decidido hacia la democracia y nuestra integración plena en una Europa donde aún coleaban los rescoldos de una gran guerra, la segunda en pocos años, y los vestigios y heridas todavía por cerrar, de movimientos convulsos y totalitarios de uno y otro signo opuestos que, a su paso, dejaron millones de muertos, destrucción y gran miseria.

Comenzamos una nueva y brillante etapa en la que el recién proclamado rey de España, Juan Carlos I, tuvo mucho que ver por varios motivos muy transcendentales. Su casi inmediata renuncia a la mayoría de los poderes heredados de Franco como jefe del Estado culminados con la proclamación de la Constitución de 1978, el cambio de imagen exterior de España y unos años más tarde, su decidida actuación, voluntaria o inducida por gentes que querían bien a España, frente a unos desilusionados y nostálgicos militares que cuajaron un intento de golpe de Estado un fatídico 23 de febrero.

Fechas las actuales, que han coincidido con el cierre del juicio del Fiscal General del Estado por el Tribunal Supremo, que como cuyo nombre indica, es el máximo escalón de la judicatura propiamente dicha; aunque, de forma ciertamente incomprensible, sus decisiones y sentencias estén también sujetas al albedrio o titubeos del conocido Tribunal Constitucional cuya misión, por cierto, no está enfocada ni marcada a casar las decisiones judiciales del resto de tribunales de justicia, sino a velar de que estas no se aparten de los preceptos y derechos recogidos en nuestra Constitución.

Fallo este que, a falta de conocer la extensión de la sentencia definitiva y sus fundamentos legales, ha constituido un hecho sin precedentes en ningún país democrático del entorno y no ha sido favorable a la figura e imagen de dicho fiscal y por ende, totalmente desagradable a un gobierno, quién por desgracia, parece que es conocido como predispuesto o volcado -durante todas sus singladuras- a vivir alejado de ciertos preceptos constitucionales y hasta en determinados momentos, en contra del respeto y la inviolabilidad de los tres poderes sobre los que se sustenta nuestra convivencia democrática, y por el contrario, dado a la crítica procaz, dura y fuera de tono de todos aquellos, incluidos los diferentes tribunales, que se alejan de sus deseos, preferencias o voluntades.

Un gobierno que aparente y realmente trata de controlar, critica y ataca a todo aquel o aquello que no sea de su cuerda o signo autodenominado progresista, usando para dichos fines y a modo de parapeto o separación ‘un muro’, que según declaraciones del propio Sánchez, se ha construido por él mismo y los que navegan en su barco para impedir que, como mínimo, la otra mitad de España y el resto de los españoles puedan aspirar a nada infundiendo el temor, el bulo y el autodefinido fango para dar la imagen de que estos son algo así como una especie de bárbaros retrógrados que desprecian todos los valores democráticos, atacan a la igualdad de las personas y menosprecian los conquistados derechos de las mujeres y las diversas y variopintas inclinaciones sexuales que campan hoy en gran parte del mundo civilizado.

Ayer, precisamente ayer, se cumplieron los cincuenta años de la proclamación de monarquía en España y casualmente, el principal actor de la misma, no fue invitado al acto oficial por ciertos comportamientos personales nada ejemplares y, fundamentalmente, por grandes problemas y enemistades dentro de la propia familia real o lisa y llanamente, porque a este gobierno, tal y como viene dejando patente día a día, le escuece y chirria todo lo que huela lo más mínimo a monarquía y aún más a Juan Carlos I.

Hoy, como acto de cara a la galería y con poca o nada de publicidad, se ha permitido que la familia real actual y la pasada se reunieran al completo, aunque en el palacio del Pardo, para así evitar dar imágenes no deseadas ni evocar reminiscencias de lo que en su día fuera la Zarzuela y toda su parafernalia.

Mientras todo esto sucede, hemos visto que nuestro presidente del gobierno -que como todos saben, es un buen aficionado a asistir a todos eventos internacionales de mucha, poca o ninguna monta- amparándose en una reunión del G 20 bien lejos de España y aunque no tenga ningún papel preferente o secundario que jugar allí, se ha escapado de España y evitado acompañar al Rey Felipe VI en estos momentos de enjundia y transcendencia y tan solo ha dejado caer unas lacónicas y absurdas aseveraciones sobre la ‘información y el poder’ en un discurso intranscendente emitido y previamente anunciado durante la tarde de autos y haya trasladado a sus fieles e incombustibles lacayos cercanos y a los tristemente famosos y sincronizados medios de comunicación llenar de inmundicia y atacar la decisión del tribunal en su conjunto y de los jueces que han fallado en contra de sus deseos y preferencias.

No es la primera vez que Sánchez abandona al rey y le critica en momentos graves o transcendentes. Todos tenemos en la memoria la imagen de su cobarde retirada en Paiporta cuando le increpaba la gente desamparada por la destrucción de la pasada Dana y sabemos los descargables e irrespetuosos momentos entre ambos que siguieron a tal situación. Somos conscientes de las muchas y grandes limitaciones que le pone a su reinado y lo limitada que tiene su palabra y mensajes para que el rey no confunda a unos o indigne a otros; pero también, conocemos lo limitada o muy dirigida de su agenda internacional o nacional por imposición personal del mismísimo Sánchez.

No soy nada partidario de levantamientos militares o imposiciones por la fuerza; todo lo contrario, prefiero que sea la voluntad popular, a ser posible expresada en las urnas, la que ponga a cada uno en su sitio; pero, creo que, como esta situación de impasse se viene dilatando en tiempo, deberíamos apoyar mucho más al Rey Felipe VI, y le transmitamos un claro mensaje de que estamos tras de él para animarle a que, al igual que hizo su padre, solo con el uso de la palabra enérgica y decidida, trate de cambiar la realidad que nos atora. Lo que, si queda claro, es que esta situación no cambiará solo con buenas palabras y consejos cuasi paternales como hasta la fecha, porque los malos y enraizados usos y costumbres no se erradican, ni se evaporan por si solos.