La Coherencia

F. Javier Blasco

30 de junio de 2016

Quizás sea demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas o para dar la cosa por completamente pérdida. Solo han pasado unos pocos días desde que los españoles fuimos convocados por segunda vez consecutiva a las urnas para votar con la intención de encontrar un gobierno lo suficientemente fuerte y equilibrado que sirva para llevar a cabo el sinfín de reformas que España necesita para acompasarse a los tiempos en que vivimos, exigimos y necesitamos. Pero algo me dice que esto no va bien.

A lo largo de esta segunda campaña electoral, no ha habido ningún partido político de los cuatro más importantes en el elenco electoral, que no haya asumido, prometido y justificado que estas elecciones serían las definitivas. Todos han disentido en sus programas y en la visión de lo que España y los españoles necesitábamos; pero, la única y total coincidencia era que no nos podíamos permitir unas nuevas terceras elecciones.

Lo justificaban por la necesidad de poner en marcha el país; por tener que elaborar unos presupuestos; porque la racha de mejora de la economía iba dando síntomas de que su inercia constructiva y de recuperación se estaba agotando; porque nos lo exige Europa y porque había que poner fin a un bucle de deriva política en la que habíamos caído que nos llevaba a no ver un centímetro más allá de las propias narices de cada partido o, lo que es peor, de cada uno de los políticos responsables de los programas respectivos.

Los españoles, haciendo gala de nuestra tremenda y patética ingenuidad, nos lo creímos a pies juntillas y así todos asegurábamos al unísono, que esta segunda oportunidad sería la definitiva. Las urnas ya habían hablado en diciembre penalizando a los que lo “hicieron mal o a los que dejaron pasar oportunidades de cambiar lo que clamorosamente sabíamos que había que cambiar”. Para más inri, el periodo de pactos pre y post electorales había colocado a cada partido en su lugar de partida, dejado al descubierto cuales eran las intenciones de cada uno en la trayectoria final, conocimos hasta donde cada uno estaba dispuesto a llegar en su carrera hacia la Moncloa y quién debería dirigir este barco zozobrante en ese nuevo curso; por lo que esa coincidencia de pareceres en este único pero trascendental punto nos animó a ir, con cierto contento, de nuevo a los colegios electorales.

La inmensa ansiedad por adelantarnos al desarrollo de los acontecimientos llenó todos los medios y coloquios de encuestas, cifras, tendencias y los “predicadores y analistas” hicieron gala con su presencia y dictámenes de lo que iba a ocurrir. Se habló de sorpassos o adelantamientos entre los partidos, de la casi igualdad de resultados con las anteriores elecciones. La mayoría de las empresas demoscópicas, incluso el CIS coincidían en resultados, votos y escaños. Lo sabíamos todo del proceso, del reparto de escaños, de la problemática de los últimos escaños en las circunscripciones mayoritarias en el número de ellos. Dábamos por muertos a unos y ensalzados al cielo a otros; no había quien lo pudiera cambiar. Todos pensábamos “la suerte está echada” (allea jacta est), frase que se atribuye a Julio César, que la habría dicho momentos después de cruzar el río Rubicón con sus legiones de camino a las Galias.

No obstante y a pesar de todos los augurios, sesudos estudios o predicciones presentadas como muy fundadas; los españoles, aunque el día era muy caluroso y que animaba más ir a la piscina o a la playa, nos dirigimos a votar a los colegios electorales. Los cálculos de participación, también indicaban que esta sería muy alta solo a la vista de la casi doble participación mediante el voto anticipado por correo. Conclusión a la que nuestros “sesudos expertos” llegaron, sin tener presente lo dicho en este mismo párrafo y que para entonces muchos españoles ya habían comenzado sus periodos vacacionales y con ellos, los desplazamientos a plazas distintas a las de residencia habitual.

Los primeros resultados comenzaron a despertar las alarmas; la participación no era tan elevada como la prevista en función de lo anteriormente expuesto, incluso un poco inferior que el pasado diciembre. No obstante, nuestra obstinación y morbo en conocer y pagar caras e inútiles encuestas, nos llevó al último intento posible de ellas; las llamadas israelitas o a pie de urna, en las que una vez más, los votantes volvieron a decir lo que les venía en gana ya que su voto además de ser secreto, solo le importa a él y no se le cuenta a un jovencito o jovencita que le pregunta insistentemente por él a la salida del colegio electoral.

La rapidez del sistema de recuento y en la difusión de resultados con los que contamos en España -muy superiores a los de países teóricamente mucho más avanzados- pronto dejó absolutamente atrás a todas aquellas últimas. Una vez más, se ha vuelto a demostrar que son elementos totalmente inútiles, que generalmente fallan estrepitosamente y que llevan a precipitadas declaraciones de los líderes tanto favorecidos como perjudicados por ellas; véase ambos casos en los ejemplos de Reino Unido (declaraciones de los partidarios del Brexit) o en España (la euforia de Podemos) tras la publicación de las respectivas israelitas. Los resultados se parecían como un huevo a una castaña; nada coincidía, no había sorpasso, el PP subía mucho en votos y escaños y al resto de los otros tres en liza les ocurría lo contrario aún a pesar de que Podemos se había coaligado con IU pensando en obtener muchos réditos electorales.

El shock fue tremendo en todos los bandos, aunque siguiendo la tradición muy española de que nadie pierde la noche electoral, la verdad es que solo en uno se tenían verdaderos motivos para estar contentos porque sus resultados estaban muy por encima de lo previsto y esto, sin ser definitivo, si cambiaba el nuevo espectro político en España de cara a nuevas alianzas para formar gobierno y hacia muy difícil que se lo formaran a sus espaldas.

Las escusas, razones y fundamentos en que rápidamente basó cada partido su resultado fueron variopintas, de consuelo o de búsqueda de culpables; pero solo uno admitió de plano su mal resultado. Unos las basan en la Ley electoral sin tener presente que esa misma normativa les llevó a los resultados anteriores con los que quedaron muy satisfechos y otros, en la famosa campaña del miedo, sin darse cuenta de que es precisamente dicha campaña y sus resultados la que ha evitado, en mucho, que el famoso y cacareado sorpasso no se hubiera producido.

No pasaron muchas horas y ya cada dirigente político había encontrado su nueva postura; somos auténticos expertos en hacer cierta la expresión de un afamado humorista que un día dijo “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Como el mapa político había cambiado y según los resultados ahora no cabe ninguna o es mucho más difícil una argucia como en la anterior ocasión, se tocó retirada y cada uno volvió al acogedor ambiente y refugio de sus cuarteles de invierno.

Ya nadie se acuerda de todo lo que había dicho en esta segunda campaña en lo referente a la absoluta necesidad y certeza de que no habrá unas terceras elecciones. Ahora cada uno se refugia en sus votantes y programas con la excusa de que para no defraudarlos, no moverán un pelo en favorecer una gobernanza estable y necesaria en España presidida por el partido ganador de las elecciones; pero paradójicamente, exigen una solución a este. Solución, que irremisiblemente deberá llegar sin su apoyo ni por activa ni por pasiva.

Les tiene sin cuidado lo dicho anteriormente, desprecian la tremenda oportunidad de alcanzar el momento preciso de conducir con cabeza y tiento las necesarias reformas que además de fortalecernos contribuyan a parar los nacionalismos y populismos internos y puedan mostrarnos al exterior como un país coherente, fiable y con buenas intenciones de conjunto; principios estos que den confianza y atraigan de nuevo importantes inversiones y reduzcan nuestros riesgos. Les importa un rábano lo que pueda suceder con nuestras pensiones, el paro, la educación, la buena conducción de las finanzas del país y el sistema de apoyos sociales de todo tipo. Cambios que, bien implementados y apoyados por una gran mayoría parlamentaria podrían apartar de forma definitiva el auge y recuperación de los dañinos y ya mencionados “ismos”. No, ahora lo que importa son los “principios del partido y sus votantes” ¡Menuda falacia!

El enroque está casi totalmente asegurado, el paupérrimo resultado que pueda salir de las negociones sobre la gobernabilidad de España, a tenor de lo expuesto y mantenido por los próceres autodenominados constitucionalistas, no garantiza que nada de aquello se pueda llevar a cabo. Es más, mucho me temo que estamos firmando la sentencia de unas terceras elecciones.

Espero y deseo que esto no ocurra, lo digo con todo mi corazón y tras analizar la situación con el espíritu crítico que me caracteriza. Creo solemnemente que se están equivocando, que están dejando pasar una oportunidad en la que se haga justicia a lo que han votado la mayoría de los españoles individualmente y que a dicho partido mayoritario se le conduzca e impulse a una negociación calmada y sosegada para que seamos capaces de alcanzar los acuerdos que todos ansiamos y que entendemos como mucho más que necesarios. Absolutamente imprescindibles.

El pueblo español es mucho más listo de lo que nuestros “párvulos de políticos” piensan; tiene memoria; sabe lo que necesita y como vea que el circo que se les está montado les lleve a la ingobernabilidad o a la precariedad, castigará a los culpables de este atropello. La campaña del “Todos contra Rajoy y la corrupción” no ha funcionado porque las exageraciones y las intencionadas, parciales e infundadas o interesadas acusaciones en algunos casos, cansan y producen el efecto contario.

Como sigan en el empeño, iremos de cabeza a las terceras elecciones las que además de llevarnos al hastío y a la abstención, posiblemente, propiciarán una nueva mayoría absoluta a dicho partido. En definitiva, se conseguirá lo que a toda costa tratan de evitar.

Allá Ustedes señores políticos, pero entiendan de una vez por todas que los españoles somos gente seria y mucho más coherentes que ustedes con todo su staff y compaña de interesados palmeros que les jalean y asienten por muy tremendas que sean las sandeces que salgan de la boca de sus líderes. Estoy plenamente convencido de que si se apean de su burra y lo explican adecuadamente, sus votantes entenderán y aplaudirán su cambio de postura.

Lo que acabo de escribir no sé si ayuda o perjudica al partido al que voté pero lo escribo por una sola razón ¡es por COHERENCIA, estúpidos!