YA ES LA HORA, AHORA TE TOCA A TÍ

Llevamos varios años de crisis y como resultado de ello, muchas de las cosas a las que estábamos cómodamente acostumbrados han cambiado. Me explico, en las épocas de bonanza todo era más sencillo, había trabajo para todos, los sueldos subían todos los años incluso de forma mayor a la que podía marcar una determinada prudencia, se podía estudiar uno o dos másteres sin problemas y sin tener que pensar mucho en su precio porque o bien teníamos el dinero para ello o siempre había recursos ajenos para lograrlo. Recursos, que provenían de nuestro trabajo, la familia cercana, las empresas en las que trabajábamos o el propio Estado en forma de subvenciones de procedencia nacional o europea.

Era el mundo de yupi, no teníamos problemas, las empresas dedicaban gran parte de su propio dinero o de la tripartita en mejorar la calidad de sus empleados, los cursos de capacitación, mejora o investigación estaban a la orden del día y hasta había una especie de hastío entre las personas porque se veían forzados a realizar esos “dichosos cursos” que nos ocupaban un tiempo y una atención que muchas veces no tenían una plena justificación.

De pronto, llegó el invierno, se apagó la luz y aparecieron las tinieblas; la crisis no solo llamaba a nuestras puertas, sino que se había instalado en la administración local, regional y estatal; en las empresas y llegó hasta nuestras familias. Las cosas empezaron a ser distintas y como siempre que alguien o algo entra en crisis lo primero que debe hacer es recortar gastos empezando por los superfluos y de poca repercusión para las personas y empresas, para seguir profundizando a medida que la exigencia de correcciones necesarias se hacía mayor.

Las autoridades regionales, estatales e internacionales decidieron atajar el problema de la crisis cuando se llegó a descubrir que este fenómeno se llevaba por delante a muchas personas quienes debido a las facilidades de encontrar trabajo en su momento, y al ya descrito sistema montado, no se habían preocupado en demasía por su formación de calidad; así aparecieron numerosas inversiones para enchufar un reguero de apoyos en forma de subvenciones para sufragar cursos de toda índole. Como era tal la cantidad de dinero sobre la mesa se podía hacer y gratis de todo, desde cursos de vela hasta de auxiliar técnico en distintas especialidades. Sin menospreciar a nadie y a ninguna de las profesiones podemos decir que su variedad era tanta y tan dispar que entre otros variopintos los había de: flauta, bombo, cuidador de perros, filosofía, yoga, baile, pensamiento político, recuperación del ánimo y hasta de observador de los movimientos migratorios de las palomas y otros seres del mundo animal. Profesiones todas ellas muy loables y algunas tremendamente bucólicas.

Pero, ¿que hicimos con esa cantidad ingente de dinero además de apuntarnos a varios de los mencionados cursos de determinado “valor añadido”? Nada, salvo disfrutar del tiempo del paro en formación, asistir a cursos “distraídos” y olvidar que en ellos no estaría nuestro futuro. Pensábamos que esto pasaría pronto y todo volvería a lo de antes, había que tomarlo solo como un periodo de relax en nuestra frenética carrera laboral y nada más.

Las políticas mencionadas trajeron varias consecuencias: muchos, demasiados por desgracia, se aprovecharon de la cantidad de dinero a su disposición y cayeron en la estafa y el beneficio particular a costa de personas necesitadas que engañadas o no, caían en sus redes de “enseñanza”; se realizaron multitud de cursos con ningún valor añadido o de escasa eficacia, las personas con falta de formación cualificada seguían en la misma situación y no mejoraban y las empresas obligadas por su propia situación económica o a la vista del maná estatal abandonaron sus buenas costumbres de ser ellas las que elegían, coordinaban y costeaban los cursos que realmente necesitaban sus empleados para mejorar y redujeron sus presupuestos de formación a los fondos permitidos por la tripartita, e incluso peor, ni siquiera eran conscientes de la existencia de los mismos.

Como resultado, tras varios años de convivir con la situación descrita nos ha llevado al punto donde nos encontramos; millones de desempleados con muy poca formación y por ende, de difícil recolocación, pérdida de la cultura de la formación de calidad en las empresas y cientos de encausados por fraudes a la administración debido al mal empleo de los recursos asignados. Por otro lado, solo algunos privilegiados han sido capaces de llevar a cabo costosísimos másteres y cursos de formación en Escuelas, Institutos o Universidades de mucho renombre. Formación, que les ha llevado a dos situaciones bien diferenciadas: sentirse especiales, casi únicos en su sector y pensadores de que nadie les puede superar en su empresa a la que han accedido sin grandes problemas o, por otra parte, a formar el grupo de aquellos inconformistas e incomprendidos que emprenden el camino de buscar un reconocimiento de sus méritos académicos allende de nuestras fronteras, cosa que algunos logran, pero que a otros les cuesta pasar por verdaderas situaciones de penuria personal y laboral sin importarles recurrir a puestos y horarios de trabajo que aquí en España, nunca estarían dispuestos a realizar.

No voy a entrar a juzgar quienes son los culpables de los hechos y situaciones descritas, podríamos decir que, en mayor o menor medida, todos nosotros tenemos nuestra parte de culpa en ello tanto durante su desarrollo como en su ejecución por acción, omisión o falta de denuncia de los abusos y desviaciones. El problema reside en que ahora se entiende que la solución adoptada en su momento no es válida. Los estamentos internacionales y nacionales que corrían con todos estos gastos han casi cerrado el grifo de la subvención e incluso empiezan a buscar responsabilidades y responsables personales del desastre alcanzado.

Gracias a otros fenómenos, por supuesto, nada achacables a la política formativa descrita, la situación está empezando a cambiar, todo apunta a que los nubarrones empiezan a clarear en el horizonte y que es posible salir de la crisis en un determinado periodo de tiempo de no mucha duración.

El empleo empieza a recuperarse a paso muy lento, lentísimo, pero empieza a andar y si se estudian las estadísticas de la evolución del mismo, descubrimos que por sorpresa, el mayor número de contratados (entorno al 59%) son personas de entre 45 y 55 años. ¿Será casualidad? Me atrevo a decir que no, es pura lógica; es en este abanico de edades donde se encuentran las personas que se beneficiaron de las políticas empresariales que mencionábamos al principio de este trabajo: formadas y actualizadas en el seno de su empresa o en edad laboral efectiva, con experiencia y conocedores de las necesidades de mejora, superación y competitividad. Con ganas de trabajar en ambientes estables, dispuestos a entrar en eficacia sin necesidad de una formación especial o específica para su puesto de trabajo y sin el prurito de competir por el reconocimiento de su “alta formación” en forma de grandes remuneraciones.

Y ¿qué pasa con el resto, con nuestros jóvenes que deben empezar o con aquellos que no siendo tan jóvenes necesitan formarse bien para salir de su difícil situación? Tienen delante de ellos un fuerte dilema; los apoyos estatales son pocos y estarán mucho más controlados, las empresas no sienten la necesidad de invertir en formación específica porque el mercado laboral está lleno de personal formadas y con ganas de salir del paro y trabajar poniendo en práctica todos sus conocimientos y experiencia a una menor exigencia. Solo les resta una solución, que consiste en elegir muy bien en el extenso mercado de formación existente, desechar todo aquello que sea repetitivo y/o de escaso valor añadido y centrarse en la verdadera formación y experiencia de sus formadores para adquirir en forma de enseñanzas prácticas y eficaces los frutos de su docta experiencia para suplantar aquella que al concurrente le falta.

Está en sus manos, son ellos los que deben elegir y además, en la mayoría de los casos, deberán correr con los gastos que supone. Espero y deseo que para aquellos que no tengan posibilidades personales o familiares, pronto en España se implemente a mayor escala la muy extendida costumbre anglosajona y norteamericana por la que el estudiante que se vea capaz por sus valores, formación inicial y predisposición pueda acudir a préstamos bancarios o estatales para adquirir la necesaria formación y luego, con sus trabajo devuelvan el dinero prestado. Existen becas otorgadas por dichos organismos, pero no son suficientes; debemos cambiar o ampliar el procedimiento y poder hacer accesible la formación avanzada, de calidad y basada en la experiencia real del formador. Preparar su propia formación es la mejor inversión que se pueda hacer, aunque haya que correr riesgos personales. Debemos dejar de pensar únicamente en la subvención estatal. Muchas veces, nos asusta el precio de una buena formación, sin embargo, no titubeamos a la hora de comprar una buena entrada para un concierto, un partido de fútbol, un viaje al extranjero o cambiar de móvil o Tablet cada vez que el mercado nos inunda con un nuevo modelo, cosa que cada vez sucede con mayor frecuencia.

Por otro lado, las empresas, todas ellas deben ser conscientes de las posibilidades que les otorga la tripartita; no dejar pasar la ocasión y dedicarse a identificar sus necesidades; planear y elegir los cursos que realmente precisan y aprovechar o emplear certeramente y, no de forma precipitada como ocurre la mayoría de las veces, el conocido como “crédito de formación” que todas ellas poseen anualmente en función del número de sus empleados. No es tiempo de perder ningún recurso, ante la escasez de los mismos, todos somos responsables de emplearlos adecuadamente, huir de las falacias o engaños y buscar en el mercado aquello que realmente nos ofrezca un verdadero valor añadido.

F. Javier Blasco

Coronel en la Reserva