A VUELTAS CON LAS DEFINICIONES DE LÍDER Y LIDERAZGO

F. Javier Blasco, Coronel en la Reserva

28 de septiembre de 2016

Recientemente he leído un artículo que hablaba del liderazgo y su autor indicaba que algunos entienden el liderazgo como una profesión y que esto se da principalmente entre la clase política. Su autor disentía de dicha forma de pensar y yo no hago más que reafirmar su postura porque entiendo que no es verdad a la par que dañina para todos aquellos que entendemos el significado del liderazgo y la denominación de líder de una forma muy diferente y mucho más seria.

Ciertamente, gran parte de la gente que se dedica a la política puede llegar a pensar que simplemente por el hecho de ser designados para un cargo en su Partido se convierten por ello en auténticos líderes. Puede que haber llegado a dicha consideración o forma de entender las cosas no sea solo por su propia culpa, sino porque, ese es el título, que le otorgan tanto los medios como sus seguidores e incluso sus contrincantes al referirse a ellos.

Últimamente, tanto en España como en resto del mundo, se viene hablando mucho de la falta de liderazgo de la mayoría de los dirigentes políticos internos y foráneos y, precisamente, achacamos a este fenómeno la autoría o culpabilidad de los problemas que sufrimos y de ser esta la principal causa de que aquellos no se resuelvan, se dilaten, e incluso, hasta se agraven.

Si bien esta aseveración tiene mucho de verdad, parte de una premisa que no es cierta del todo. Creo que debemos empezar a cambiar la extendida costumbre de denominar a determinada casta política como líderes y emplear otra un tanto más adecuada como podría ser “dirigente político, responsable político o cabeza del partido”. Simplificar para definir lo que entendemos que estas personas ejercen en una sola exquisita palabra no solo es simplista, sino erróneo.

Un líder es aquel que no solo tiene o cree tener vocación de ello o al que se le asigna directamente para un cargo de dirección o coordinación de un grupo, empresa o Partido; sino, alguien que realmente lo es y ejerce de ello no por su cargo, sino por su formación y preparación en diversas materias como: la comunicación, empatía e inteligencia emocional, facilidad de expresión, capacidad de análisis y síntesis, alta preparación intelectual (superior y en idiomas a ser posible), experiencia laboral en diversos campos, dominio del medio en el que se desenvuelve y capacidad demostrada de dirección de equipos. Cualidades todas estas que son no solo necesarias haberlas adquirido y practicado a nivel básico, sino ampliamente desarrolladas a lo largo del tiempo y en situaciones más o menos complejas.

Podríamos decir que, algunas de estas cualidades son innatas, pero la mayoría se adquieren con el estudio, el esfuerzo y el ejemplo o referencia. Un líder no es alguien que no escucha, que se empecina en su solución sin tomar en consideración otras posibilidades, que no acepta ninguna alternativa más que las suyas y que, generalmente, asume como propios los esfuerzos e ideas presentadas o realizadas por los demás.

Un líder es aquel que: define la Visión; marca claramente los objetivos y las metas a alcanzar; planifica y armoniza sosegadamente el trabajo propio y del resto de su equipo; escucha e incentiva a los demás a que expongan sus ideas y opinión; está abierto a impulsar y apoyar nuevos campos, iniciativas y métodos; ilusiona a los responsables de cualquier nuevo proyecto; infunde confianza en el éxito de lo decidido; sabe comunicar, delega, flexibiliza y responsabiliza a cada uno de su tarea; mantiene los principios éticos del conjunto; recupera e impulsa la moral del equipo en los momentos bajos; toma las decisiones que le corresponden por su cargo sin diluirlas en otros; informa al equipo con el que trabaja sobre los cambios y nuevas misiones; se preocupa de la mejora del conjunto y, otorga el éxito alcanzado al trabajo del conjunto sin atribuírselo a sí mismo. Alguien que no impone, sino que convence con razonamientos y por su propia experiencia. Una persona que, generalmente, reconoce y se responsabiliza de sus errores a la par que aprende de ellos para evitarlos en futuras actuaciones.

Podemos fácilmente entender que un buen líder, a pesar de sus valías y capacidades, no lo puede hacer todo, y que por ello necesita complementarse y saber rodearse de un equipo adecuado que sea: de alta formación; con bastante experiencia y mucha calidad personal; equilibrado en sus cualidades y complementario de las capacidades que él no domina; que entienda lo que se les comunica y que acepte e impulse las decisiones acordadas tras detallados estudios de análisis de la situación y una vez que se confronten y comparen las diversas líneas de acción o soluciones encontradas. En definitiva, que trabaje como un todo y se sienta respaldado y respetado por su líder del que esperan todo tipo de guía y dirección.

Saber trabajar en equipo o con un buen equipo que te puede superar en muchas de tus cualidades –como debe de ser- no es nada fácil; pero peor aún, es tratar de dirigirlo sin estar formado para ello. Cuando un verdadero líder quiere realmente prosperar, lo primero que debe buscar en su equipo -además de lo ya mencionado sobre una buena formación y equilibrio de capacidades dentro del mismo- es fomentar el verdadero análisis, la disensión y el desacuerdo entre sus diferentes puntos de vista y con las diversas soluciones encontradas.

Aquél que solo busca el automático acatamiento de las decisiones sin discusión alguna, no es un líder ni tampoco cuenta con un buen equipo sino con un rebaño de corderos que siguen a su pastor u oveja guía. Normalmente, los malos o nefastos líderes tratan de rodearse de equipos con escasa o nula formación, poca experiencia y muy limitada personalidad para poder brillar sobre ellos y llenarse de autocomplacencia.

Hay una frase que leí hace mucho tiempo que me impresionó mucho; por lo que, como viejo profesor de Táctica y Toma de Decisiones he tratado de explicar a mis alumnos y aplicar en mis destinos de mando:”If everyone is thinking the same, then someone isn’t thinking” (General George Patton).

Por otro lado, y mirando hacia el futuro en el campo de la milicia que es donde se inventó hace muchos siglos este concepto, la Estrategia Nacional Militar de EEUU, publicada en 2015 definía que los líderes del mañana –por el hoy- deben poseer los siguientes atributos: se esfuercen en comprender el entorno en el que operan así como en el efecto que producen sus decisiones y la aplicación de los instrumentos a su alcance; sepan anticipar y adaptarse a la sorpresa, la incertidumbre y a las situaciones de caos; estén en condiciones de reconocer la necesidad de los cambios y favorezcan las “transiciones de liderazgo” cuando sean precisas; actúen y trabajen través de la confianza, el empoderamiento y la comprensión; tomen las decisiones éticas basadas en los “valores” y tradiciones y, piensen tanto crítica como estratégicamente en la aplicación de las principios y conceptos de las “operaciones conjuntas”, nunca aisladamente.

Conceptos todos ellos que no tiene desperdicio alguno y que si se hubiesen adoptado y exigido adecuadamente a lo largo de la historia, podrían haber alterado muchas de las decisiones tomadas de forma precipitada, egoístas, arbitrarias y sin ningún o escaso tipo de meditación y planeamiento.

La introducción del pensamiento crítico para el análisis de las situaciones y de los resultados de las decisiones adoptadas es una herramienta que proporciona un gran valor añadido al método de trabajo porque debe llevarnos a que, incluso, podamos encontrar la buena solución que, puede llegar a ser diametralmente opuesta a la que se adoptaría a simple vista, sin esfuerzo o reflexión alguna. Es un buen método de trabajo que todo analista debería dominar.

No debemos olvidar que, según diversos estudios sociológicos y el propio desarrollo de la vida, lo que más se valora en un líder son los siguientes rasgos: la CREDIBILIDAD debido a que sus propuestas son viables, alcanzables y eficientes; la AUTORIDAD que se le otorga por estar en posesión de valores y capacidades más que demostradas y no en base a la potestad de su cargo; la FIRMEZA al mantener su voluntad de alcanzar los objetivos marcados siempre que estos sean consensuados y acordes con las necesidades del momento y el análisis de la situación, aunque, conservando un determinado grado de FLEXIBILIDAD para poder adaptarse a los requeridos cambios, evolución y exigencias de la propia situación; la HONESTIDAD por ser una persona intachable y porque siempre actúa tal y como exige a los demás que lo hagan; su EMPATÍA para poder convencer sin tener que forzar o imponer su voluntad y, sobre todo, su HUMILDAD al no mostrar atisbos de superioridad en ningún aspecto ni frente a los suyos en la toma de decisiones ni frente a los demás al exponerlas.

Creo que con todo lo anteriormente expuesto y a la vista de los muchos ejemplos dados por nuestros políticos cercanos o no, queda más que justificada mi premisa inicial por la que ponía en duda que los llamados o autoproclamados líderes políticos no pueden, ni deben llamarse así.

Para alcanzar estas cualidades no basta con afiliarse a una joven edad en las futuras generaciones o juventudes de cualquier partido político tal y como vienen haciendo durante años la mayoría de los políticos actuales. Además de tener profundas convicciones, vocación y ciertas cualidades personales, hay que prepararse a conciencia y poseer un elevado grado de experiencia profesional en determinados altos niveles aunque en política se empiece por abajo.

Saltar de la noche a la mañana a la fama política por estar en posesión de una buena verborrea, elevado grado de gracejo y picardía, así como una rabiosa juventud o cierto atractivo físico no es suficiente para convertirse en un líder. La adquisición de verdaderos fundamentos y valores mediante el estudio personal y el análisis veraz de la historia a la par que una formación profesional fuerte y de relevancia son ingredientes totalmente exigibles para alguien que quiere aspirar a manejar los hilos de una nación, a al menos, de un grupo político.

Cambiar de ideas, valores o fundamentos al mismo ritmo como el que cambia la dirección del viento son pruebas de inmadurez y de absoluta falta de preparación. El conocimiento superfluo o el total desconocimiento de los problemas reales de la economía, la sociedad y de la situación internacional no son buenos compañeros de viaje para un político y no basta con haber cursado estudios universitarios básicos para considerarse en condiciones de saltar a la arena política a la menor ocasión tras haber pasado una temporada aplaudiendo a rabiar a los dirigentes que les precedieron en sus mítines desde las sillas o bancos del foro de sus escenarios, hoy conocidos como el “backstage”, sonriendo constantemente, pisoteando a sus compañeros y tirando de muchas chaquetas en busca del favor de sus mayores.

Aunque traten de disimularlo, se les nota a la primera de cambio y de dicha baja calidad en su formación y capacidad vienen las malas y erróneas decisiones, los empecinamientos en objetivos inalcanzables, las nefastas o innaturales alianzas por, simplemente, pretender llegar al poder al precio que sea, las traiciones y transfuguismos, las eternas y constantes contradicciones o cambios de opinión, las roturas de pactos o compromisos y, por supuesto, los ataques y desprecios a los valores y fundamentos del mismo partido e, incluso, de la propia nación o alianza a la que se pertenece.

La coherencia, la seriedad y el respeto a los demás, máxime a quienes nos precedieron, son cualidades imprescindibles para no ser un impresentable en la vida y mucho más en el campo de la política. Los naturales cambios generacionales no deben significar roturas totales y definitivas con el pasado. Beber en las lecciones aprendidas de nuestros mayores es una sana y valiosa costumbre; sin con ello tratar de decir, que todo debe permanecer inamovible. La sabia y justa acomodación a los tiempos, usos y costumbres es una buena y sana actitud que se puede y debe adoptar si algo, tenido como fundamental, precisa de un retoque, ligero cambio o adaptación. Pero, y en esto insisto, no hay que cambiarlo todo, porque no me gusta o porque, simplemente, eso es lo que hicieron mis mayores y por eso, ya no vale.

Últimamente mi capacidad de sorpresa ha superado toda previsión a pesar de que hace tiempo que peino canas. Observo en España determinados “aprendices” de políticos cuyo único objetivo es romper con la misma historia, todo tipo de valores, tradiciones, muy meditadas y sopesadas leyes e incluso, pretenden cambiar casi totalmente la Constitución que nos dimos hace muy pocos años porque ellos, por edad, no la votaron o no les gusta lo que recoge. Debo decir que esto, de llevarse a cabo, es una auténtica barbaridad, un acto irreflexivo digno de personas de poca o muy mala formación, escaso calado y mucha maldad en sus intenciones. Todo se puede mejorar y adaptar, pero derribarlo sin más, es incomprensible e irreflexivo; aunque por desgracia, me temo que lo más seguro, es que aquellos que lo impulsan lo tengan muy meditado y calculado.

A nivel internacional y por graves decisiones tomadas por políticos poco preparados es fácil encontrar situaciones de crisis derivadas de no haber calculado las verdaderas repercusiones de una decisión mal tomada como: el Brexit, no saber afrontar eficientes soluciones a la lucha contra el terrorismo yihadista y otras amenazas externas, cómo actuar para frenar las guerras cercanas que nos afectan directamente por el envío masivo de refugiados; cómo poder alcanzar el compromiso real para acabar con las causas del cambio climático, las migraciones masivas y la hambruna en el mundo o para evitar los problemas derivados de determinados intervencionismos y explotaciones de zonas más débiles o tratar de imponer culturas, religiones o políticas en zonas impenetrables a dichos cambios, que se tornan en hostiles si se les acosa en dichos términos.

Todos estos errores han causado, causan y causaran desorbitados costos, muchísimo dolor, graves diferencias sociales y millones de víctimas. Pero, el problema no está solo en ellos mismos, lo más grave reside en las poco y mal preparadas cabezas de aquellos que llamamos líderes políticos y que son los que tienen en sus manos la obligación y la tarea de corregirlos definitivamente o, al menos, paliarlos en cierto grado.

Quisiera terminar con una petición de mayor exigencia y seriedad sobre el empleo de una brillante palabra como el liderazgo a aquellos que les siguen, jalean, debaten sobre ellos o escriben sus crónicas. Yo, por mi parte, me resisto a llamar líderes políticos a estas personas, a menos que, por sus verdaderos currículos, actos y decisiones sean capaces de demostrar de forma continuada que se han ganado dicho título. De momento, hay muy pocos que lo hayan hecho y porque, concedérselo a todos ellos, no es más que una paupérrima devaluación del mismo.