HACE VEINTE AÑOS DE MI PASO POR LA LEGIÓN

HACE VEINTE AÑOS DE MI PASO POR LA LEGIÓN

Francisco Javier Blasco Robledo

Coronel de Infantería DEM (Reserva)

Noviembre 2015

Todo comenzó a principios de diciembre de 1974. En aquel tiempo, yo era Caballero Alférez Cadete de Infantería en la Academia de dicha Arma en Toledo, alumno del último curso de formación perteneciente a la XXX Promoción. El tiempo transcurría lentamente a pesar de que al igual que todos mis compañeros, ya veía muy cerca el final de nuestros estudios físico-teóricos y la llegada de nuestra segunda estrella de Oficial para completar el empleo de Teniente, despedirme de los duros años de internado total en las Academias militares en formación básica (cuatro más dos de preparación para el ingreso en la Academia General de Zaragoza) y dedicarme a lo que tanto deseaba, la formación de hombres, su liderazgo y la culminación de muchos años de anhelos, desvelos y esfuerzos personales, familiares, físicos e intelectuales.

Estaba previsto que, si nada ocurría en el camino, el 15 de julio de 1975 alcanzaríamos dicho empleo y veríamos colmadas todas nuestras ilusiones y anhelos. Al fin, podríamos ir destinados a las Unidades, mandar nuestras primeras Secciones[1] y, como ya he dicho, dedicarnos en cuerpo y alma a lo que más nos gustaba, dirigir y formar hombres y emplear todas nuestras fuerzas al servicio a España en aquello que la Patria o nuestros mandos consideraran que fuera menester.

Pero los acontecimientos en la hasta entonces provincia del Sahara se fueron enrareciendo tanto internamente como por determinadas presiones que provenían de Marruecos. Las noticias no eran nada buenas, hasta que cambiaron de forma abrupta a finales de 1974 y el Gobierno español, bastante débil en aquel tiempo, por la grave enfermedad del longevo Jefe del Estado F. Franco, sintió la necesidad de atender a un nuevo posible conflicto bélico en el Sahara y, por ello, el entonces Ministerio del Ejército, a la vista de las perspectivas y en función de experiencias anteriores, evaluó la necesidad de aumentar el número de tenientes disponibles para completar las plantillas de las Unidades en la zona o susceptibles de ser asignadas a ella y, al mismo tiempo, estar en disposición de tener una reserva de oficiales los suficientemente forados que cubrieran las más que probables bajas en todas aquellas unidades que se vieran inmersas en dicho conflicto.

Así pues, la Dirección de Enseñanza y el Mando de Personal decidieron adelantar la salida de tres de las promociones que en dicho momento estaban cursando sus estudios superiores, las dos de las Academias Especiales (las de las diferentes Armas y Cuerpos) y los de segundo curso de la Academia General Militar (AGM) de Zaragoza. El plan consistió en comenzar con la XXX y reprogramar sus estudios pendientes para que alcanzaran el empleo de Teniente el 15 de marzo en lugar de Julio; la XXXI (en primer curso de Alférez Cadete) vio acortados sus estudios en seis meses y la XXXII (en segundo curso de la General) en un año.

La noticia nos llegó por boca de nuestro número uno (al que se le conoce por el sobrenombre de El Primeraco) y todos la acogimos con mucho regocijo. Digo esto porque, quizá nuestra juventud o el ansia de acabar cuanto antes los estudios militares y llegar a las unidades no nos dejó ver con claridad la verdadera razón de dichos cambios y adelantos en los planes de estudios. Todos queríamos salir cuanto antes y lo celebramos con euforia; cada uno de nosotros tenía sus planes personales y las ilusiones contenidas con respecto a qué tipo de Unidad querrían y podrían ir destinados al ser tenientes.

Por otro lado, sabíamos dos cosas: la primera era, que según la norma vigente, nada más alcanzar dicho empleo, forzosamente había que pasar un año por los que se denominaban Centros de Instrucción de Reclutas (CIR) donde se recogían a los reclutas de leva forzosa – en aquel tiempo no existía el Servicio Militar Profesional- para proporcionarles un primer periodo de instrucción básica y común de tres meses antes de que cada uno fuera asignado a un Arma o Cuerpo y se le destinara a una Unidad concreta para cumplir el resto de su servicio militar. La otra cosa que teníamos clara, era que las Unidades del Sahara (fundamentalmente los dos Tercios (el 3º y el 4º) estaban a rebosar de tenientes y era muy difícil aspirar a una vacante. Siendo tan modernos en el escalafón, habría que esperar mucho tiempo para alcanzar nuestra oportunidad; pero, la verdad es que no sabíamos lo próxima que estaba para algunos de nosotros.

Así, en mi caso, como tenía novia en Zaragoza desde mis tiempos de preparación para el ingreso en la AGM, corrí a comunicarle la buena nueva por teléfono e inmediatamente, decidimos que adelantaríamos nuestra boda a marzo en lugar de hacerlo en julio como teníamos previsto y pediría destino al CIR nº10 ubicado en dicha ciudad. Mari Carmen, le dije, empieza a buscar piso que ya mismo estamos viviendo, ¡¡¡por fin solos!!! en nuestra casa; mira de paso algunos muebles, que no sean caros y nos los podamos costear. Por aquel tiempo, un Alférez Cadete cobraba unas 1600 pesetas (100€) al mes de las que había que deducir los gastos particulares y alojamiento del mismo en su Academia, con esto queda claro, que ahorrar, lo que se dice ahorrar, poco.

Dicho y hecho, los tres meses hasta marzo pasaron lentamente aunque llenos de planes, ideas e ilusiones. Al fin, llegó el ansiado 15 de marzo, todo era nuevo y fuera de los cánones; hasta la entrega de despachos de Teniente, se realizó por primera vez, de forma colectiva en la AGM; tradicionalmente se venía desarrollando por separado en las correspondientes academias de cada Arma o Cuerpo. No se las causas de ello, pero parecía que nuestros superiores querían que nos sintiéramos felices al vernos de nuevo todos juntos, sin darnos cuenta de que quizás, esa fuera la última vez que lo hiciéramos o, simplemente, quisieron reducir esfuerzos y recortar ceremonias de entregas de despachos para evitar que en alguno de los diferentes discursos de despedida apareciera la sombra de la pena de vernos con un billete en el bolsillo a la casi segura guerra en el Sahara contra el Frente Polisario o contra Marruecos, pues aún entonces, no estaba claro quién era el posible enemigo al que debíamos enfrentarnos con mucha probabilidad.

Me casé el 30 de marzo y me presenté el 31 en el CIR nº 10 de Zaragoza, donde solicité dos cosas, mi primera paga de Teniente y unos pocos días (cinco) para disfrutar de mi nueva condición de casado. La primera no la conseguí, porque según la ordenanza debería esperar al final abril para recibir mi primera paga, pero si conseguí lo segundo.

Tras dicha corta y nada remunerada luna de miel, me incorporé a mi destino en el CIR donde puse toda mi ilusión en la 11ª Compañía del Tercer Batallón. La compañía contaba con casi trescientos reclutas y aparte del Capitán que la mandaba, solo éramos tres oficiales (dos Alféreces de Complemento[2] y yo) para manejar tamaño número de soldados. Pero, no importaba, eran tantas las ganas que tenía de servir a España y de enseñar a mis reclutas que me multipliqué por cinco cada día.

Arreglamos el coche que tenía Mari Carmen desde soltera, un SEAT 600 de cuarta o quinta mano, la joya de la corona Seat que había sacado a la mayoría de los españoles al campo y a las traqueteantes carreteras para disfrutar de nuestros paisajes y conocer nuevas tierras. Con él me desplazaba todas las mañanas hasta el CIR con la ilusión de encontrarle con mis reclutas; a los que cariñosamente les llamaba “Compañía de Inútiles” cada vez que me exasperaba porque no avanzábamos al ritmo que teníamos marcado y con dicho grito les pretendía animar y llenar su ración de orgullo para que la sacaran fuera. Aún tengo colgado en mi despacho en casa, una placa de plata, que me regalaron dichos reclutas en la que con mucho afecto reza “A nuestro Teniente Francisco Blasco Robledo, de su ONCE Compañía de INUTILES por todas aquellas vivas enseñanzas que con su ejemplo nos inculcó” Abril 1975, Zaragoza. Es el presente y el reconocimiento que con más ilusión he recibido en mi vida.

En dichas labores de ensalzamiento de la moral y el físico me mis soldados me encontraba cuando a eso de las diez de la mañana del día 30 de mayo se me acercó un gastador[3] con la consigna de ir rápidamente al despacho del Coronel, pues quería verme con urgencia. Era la primera vez que el Coronel me mandaba llamar, eso y la premura en su requerimiento, me alarmó un tanto, pero sin pensar en otra cosa, me apresuré a cumplir la orden. Al llegar al antedespacho del Coronel, el Comandante Ayudante-Secretario me indicó que pasara con urgencia, no exento de cierta cara de tristeza hacia mí pues sabía que estaba recién casado.

El Coronel, D. Vicente Placed Mínguez, quien había sido profesor mío en la AGM y que tenía fama de hombre muy duro, me hizo pasar y me dijo con voz tierna: hijo mío, he recibido un cable del Ministerio y hoy mismo tienes que incorporarte en Madrid, antes las cuatro de la tarde, porque has sido designado por la superioridad para incorporarte con urgencia al Sahara en Comisión de Servicio sin especificar, vete a casa, despídete de tu esposa, prepara la maleta y, que Dios te acompañe…

Al oír aquellas palabras del hombre que nos llamaba ¡¡¡¡Campaneros de la Mierda[4]!!!! Cuando alguna vez, siendo cadetes, mal cumplíamos con lo que se nos exigía ante un esfuerzo físico especial; de pronto, me di cuenta de que algo no iba bien. Pero no tenía tiempo que perder, me fui corriendo a casa, se lo conté a mi mujer y vi que tenía solo una hora para coger el tren Talgo que me llevara a Madrid en el tiempo marcado.

Mi problema fue entonces decidir que llevarme de uniformidad y ropa de paisano; se me había dicho que la Comisión de Servicio era de, cómo mínimo, un mes pero, que según las circunstancias, podría alargarse por más tiempo. Decidí meter todos mis uniformes, incluso el sable de oficial en lo que se conocía como “Baúl Camarote”, que no era más que un enorme baúl que se recibía al ingreso en la AGM y donde cabía mucha ropa, en realidad todo el tremendo equipo del Cadete. Baúl, que durante muchos años ha acompañado a generaciones de oficiales en la mayoría de sus desplazamientos. Calmé a mi mujer como pude y me fui a la estación del tren.

Al llegar al Ministerio del Ejército, aún en la calle Prim, nº 6 de Madrid, me encontré con alguno de mis compañeros de promoción que también habían sido seleccionados y nominados para la misma aventura que yo. La verdad, es que no se nos dieron muchas explicaciones salvo un billete de avión para coger el Iberia que salía esa misma tarde en dirección al Aaiún. En total éramos unos pocos, algo más de veinte, los llamados para esta ocasión.

En el aeropuerto y el avión comenzamos a hablar los unos con los otros sobre las formas de haber sido llamados, todos coincidíamos en las mismas cosas, hoy mismo, sin apenas tiempo y con pocas o ninguna instrucción o aclaración. Pero, como suele ocurrir en estos casos, ya había alguno que sabía algo más que el resto, bien sea por su forma de ser y maquinar las cosas o porque padre u otro familiar estaba en puestos del Estado Mayor. Así, se sabía que las hostilidades podían empezar cuanto antes, aunque no estaba claro cuando ni contra quién; que el General Franco se encontraba débil de salud y que no se quería dar la sensación de que su debilidad contagiara al gobierno y a su política exterior. Por ello, el gobierno había decidido, llevar a cabo el plan de refuerzo y se nos mandaba para rellenar huecos que, inesperadamente, se habían producido en los últimos meses, completar las plantillas al cien por cien, adaptarnos al terreno, al clima y a las peculiaridades de las unidades allí apostadas y facilitar el descanso (vacaciones) de los oficiales que llevaban destinados allí bastante tiempo y sin poder disfrutarlas.

En realidad, el mío no fue el primer contingente de tenientes que se desplazó al Sahara, otros compañeros nuestros y algunos de la promoción anterior habían sido designados en otros periodos[5]; pero este, parecía que tenía verdadera urgencia, de ahí la razón de que en un mismo día pasara de estar mandando la instrucción de orden cerrado en un CIR de Zaragoza a aterrizar en el Aaiún con las últimas luces del día.

En vista de los acontecimiento y como medida de refuerzo a la guarnición permanente en el Sahara, meses antes, también se habían desplazado varias unidades de Infantería (entre ellas un Batallón de carros de combate del Regimiento Alcázar de Toledo), Artillería, Ingenieros, Helicópteros y aviones de combate del Ejercito del Aíre.

Ya caída la noche aterrizamos en el aeropuerto del Aaiún. No hizo más que parar los motores el avión y aparecieron a pie de la escalerilla, varios vehículos Land Rover conducidos por legionarios, quienes nos indicaron que debíamos darnos prisa para ir a la Comandancia dado que en ella nos esperaba el Comandante General, General de División, D. Eduardo Gómez de Salazar. Tantas prisas y tan altas personalidades para recibirnos, a esas horas y en aquellos tiempos, no eran nada normales, algo estaba sucediendo o pronto iba a suceder….

Así fue, no hicimos más que subir a la sala de operaciones en el primer piso de la Comandancia y allí estaba no solo el Comandante General, sino varios generales más, los coroneles jefes de algunas de las unidades y el Estado Mayor al completo. Saludamos, nos quedamos en posición de firmes y se descorrieron unas cortinas. Fue entonces, cuando el propio Comandante General tomó la palabra y un puntero para marcar las posiciones sobre un mapa. Aquella era la primera vez que yo veía un mapa de operaciones en algo que no fueran ejercicios teóricos en las aulas o de maniobras en las academias.

Comenzó diciendo, Señores, la situación es esta…. El “Enemigo” se encuentra en estas posiciones de aquí y nosotros tenemos las guarniciones aquí y aquí y fuerzas desplegadas en este y tal sitio. Una vez se nos presentó, de forma muy sucinta, la situación general, entendimos que la cosa era más que inminente, no era tal y como se escuchaba en la península, el secuestro de las dos secciones de nómadas y otras escaramuzas más daban por abierto el conflicto; la cosa iba en serio, estábamos en situación de guerra……

Más tarde, el General dio la palabra al Jefe de Estado Mayor quien auxiliado por el Jefe de la Primera Sección procedió a pasar lista de nosotros y a pedir voluntarios para cubrir los puestos vacantes en las Unidades. La primera de todas en ser nombrada fue el Tercio 3ª y allí había cuatro vacantes de Infantería. Yo, como era el más antiguo del contingente, fui el primero en dar un paso al frente y fui nombrado para la primera vacante; en realidad no sabía nada sobre la Unidad “El Tercio, Juan de Austria, Tercero de la Legión”, ni siquiera si estaba cerca o lejos de donde nos encontrábamos, pero al oír la palabra la Legión, mi corazón y todo mi cuerpo saltaron al unísono y así vi completada mi ilusión de estar en una vacante en un Tercio legionario, aunque, por alguna razón hasta entonces desconocida, llegaba a ella mucho antes de lo que jamás habría podido imaginar y muy pocos habían logrado alcanzar.

El reparto de los tenientes entre las unidades según el Arma a la que pertenecíamos se realizó con prontitud y, tal y como era de esperar, se gestionó en función de la antigüedad[6] de los tenientes. Todos éramos voluntarios para cualquier cosa y destino; eso facilitó la labor y así, y en muy pocos minutos ya estábamos todos asignados y nos repartimos en grupos para seguir al oficial que nos haría de guía hasta la misma.

Por suerte para mí, la Bandera del Tercio (Unidad equivalente a un Batallón de Infantería) a la que fui destinado estaba en el mismo Aaiún y no me vi forzado a continuar otro largo viaje en Land Rover esa misma noche como aquellos que fueron asignados a Unidades ubicadas lejos de la ciudad (algunos a muchos kilómetros).

Tal y como ya he mencionado, había muchas Unidades de refuerzo en el Sahara y además, dado que poco tiempo antes, habían empezado diversos actos de terrorismo en las ciudades de la provincia, muchas familias se habían replegado a la Península y la mayoría de sus maridos, para no vivir a solos, habían cogido habitación en las pocas y malas residencias que había en la ciudad. Todas las de las unidades estaban llenas a rebosar. A nosotros, los del Tercio 3º, se nos llevó a una casa habilitada como improvisada residencia, que, tal y como me contaron, poco antes había sido usada como mezquita o algo así (sólo pase una noche en dicho lugar y nunca más volví a verla).

Se me asignó una habitación pero, al entrar en ella, me sorprendió el ronquido penetrante y profundo de un Capitán del ya mencionado Batallón de carros de combate -lo reconocí por su uniforme azul que estaba doblado en una silla-. Así, que entramos mi baúl y yo en el reducido cubículo, sin hacer ruido, ni encender la luz y me acomodé en la parte de la litera que estaba libre. Una vez tumbado, aún con mi uniforme caqui de paseo, me di cuenta de que no había comido más que un bocadillo en el tren de Zaragoza a Madrid y unos panchitos en el avión. Era ya tarde, noche cerrada y me dediqué a repasar lo que había sido el día y a pensar en lo que podría ocurrir.

Como en aquellos tiempos no existían los medios ni las facilidades de comunicación de hoy en día, tampoco pude decirle a mi mujer que estaba bien y donde me encontraba; eso me penó mucho aunque, me conformó el hecho de que al ser ella hija de militar, debería estar acostumbrada a estas “cosas raras” que hacemos los militares de vez en cuando.

La noche fue larga, no sé si por los ronquidos del Capitán o por lo agitado que me encontraba por el cambio en mi situación y por saberme que mañana estaría en el Tercio mandando a unos legionarios que esperaban a su Jefe de Sección. Dormí poco o casi nada y al despertarse el Capitán, me saludo como si nada, se levantó y se aseó en un pequeño lavabo que había en la habitación, cruzó muy pocas palabras conmigo, creo que ya sabía que yo era un “ave de paso” y que desaparecería en pocas horas del habitáculo, por lo que no había que gastar muchas energías conmigo.

De nuevo, un Land Rover nos pasó a recoger a los cuatro asignados y nos llevó junto a los baúles al Tercio, directamente a la oficina del Comandante ayudante del Coronel Timón de Lara, quien por entonces, lo mandaba. Entramos a los pocos minutos en su despacho y nos dijo muy pocas cosas, pero recuerdo fundamentalmente dos: aquí estáis para que se os saque el mayor esfuerzo posible, no estáis de turismo y no quiero ver a un “Pistolo”[7] en mi Tercio; así que ya mismo os vais al Depósito de Vestuario y que se os provea de todo lo necesario para “parecer” oficiales de la Legión.

Así lo hicimos y nos fuimos a vestuario donde el Capitán Jefe del depósito se encargó personalmente de proveernos de “todo” lo necesario y también de aquello que él ya sabía que no lo era. En su afán por vendernos cosas –liberando así stocks de cosas viejas, en desuso o a modo de novatada- pretendió vendernos hasta un salacot y una mosquitera; menos mal que en ese momento me reí y él entendió que había cogido la novatada y se arrepintió de ello. Se nos proveyó de tantas prendas como: camisas, pantalones, camisolas, gorras de visera, chapiris[8], todo tipo de guantes, trinchas de tela y de cuero, chaquetón y parte del material de combate como la funda de la pistola y la mochila, que el cargo por el importe del mismo que se nos pasó contra nuestra paga en la península, y que nos esperaba en nuestra Unidad de procedencia a nuestro regreso, superó en bastante al total de los complementos que recibimos por el desplazamiento y la manutención de todo el periodo en el Sahara (en definitiva, nos costó bastante dinero). Días más tarde, me enteré que a los compañeros que habían ido a asignados a Nómadas y a otras unidades no de Infantería, la poca uniformidad que se les había entregado, lo fue sin cargo alguno. Pero eso, es agua de otro costal, que no paso a valorar.

Bueno, ya estábamos vestidos de legionarios; ahora tocaba saber a qué Compañía se nos había asignado. Fuimos a la PLMM del Tercio y entonces me enteré que a mí me había tocado la 6ª Compañía, conocida en toda la Unidad como “La Cueva” por la calidad y mala reputación del personal que la formaba. La mandaba el Capitán D. Nicolás Perote, pero estaba de lo que se llamaba “corta”, un permiso de dos semanas, que solo se concedía en el Sahara.

De Teniente Comandante, en ausencia del Capitán, estaba el entonces Teniente Villalaín, el otro Oficial era el Teniente Adiego; con ambos he mantenido cierta relación (no mucha) a lo largo de mi vida militar en activo. La otra Sección la mandaba un Brigada, de cuyo nombre no me acuerdo al haber pasado tantos años. Era este Brigada el que precisamente, ese día acababa el servicio de Oficial de Semana y por ello, al ser yo el más moderno de los tres tenientes, me correspondía a mi hacerme cargo de dicho servicio. Entre unas cosas y otras, ya casi era la hora de comer y tras tanto ajetreo aún no conocía nada, ni de la Unidad, ni de las costumbres ni modos de la Legión; pero, siguiendo las directrices del Coronel, allí estábamos nosotros para ser estrujados al máximo.

Hice el relevo de servicio más corto que he hecho en mi vida, el Brigada, que era parco en palabras, quizá no quiso “enseñar a un oficial” y por ello no me explicó nada salvo que además, nos tocaba a la Compañía entrar de Servicio de Retén durante tres días; servicio, que se cubría con una Sección al completo de personal, vehículos, con munición, agua y víveres para tres días y que salvo causa mayor, sus cometidos consistían en estar permanentemente en el acuartelamiento a disposición del Jefe de Plaza por si fuera preciso su empleo y realizar unos recorridos marcados y determinados por el Aaiún.

Como era de esperar, la Legión tenía asignados los horarios “más cómodos”, entre las tres y las cinco de la madrugada y que, para no acumular mucho personal en actos de servicio, el Reten lo cubría el mismo Oficial de Semana de la Compañía que lo tenía asignado de forma rotatoria en ciclos de tres días consecutivos. Eso sí, me dijo que el oficial saliente (de otra Compañía) me daría la carpeta de instrucciones en la que se encontraban las frecuencias de uso, las contraseñas y las reglas de enfrentamiento, que, no se acordaba de quien era, le buscara personalmente y que él, ya me contaría el resto de mis obligaciones como Oficial de Reten.

Sin más dilación y sin darme tiempo a otros menesteres, llegó la hora de comer y el Suboficial de Semana me dio novedades de tener formada la Compañía en la puerta y, sin más, nos dirigimos al comedor donde todo transcurrió sin novedad alguna, salvo que yo no conocía un hecho trascendental aunque rutinario; tras dar las novedades de la Distribución al Capitán de Cuartel[9] y salir los legionarios totalmente fuera del recinto, los Oficiales de Semana formaban, con el Suboficial a su espalda, haciendo una especie de media luna frente al Capitán quien daba la orden para despedirles. Todos me esperaron durante unos minutos hasta que, por sus señas, me percaté de lo que fue mi primera falta en el Tercio, y eso que solo llevaba unas pocas horas.

Tras comer, mi primera comida en dos días y estando tomando un café y un vaso de agua de Firgas[10], apareció el Jefe de Servicio, el Teniente Coronel Travesedo (del Arma de Caballería, dado que el Tercio contaba también, con un Grupo de Caballería) quién preguntó por el Oficial de Retén. Me presenté como tal y, al darse cuenta de mi bisoñez, me dijo: ¿me imagino que ya se sabrá de memoria la frecuencia de trabajo para la operación “Lazo”? - Así se llamaba el movimiento nocturno que realizaba el Retén- Yo le contesté que no, que nada más llegar, presentarme al Coronel, vestirme con el uniforme legionario, presentarme en mi Compañía, hacerme cargo del servicio, distribuir la primera comida a la tropa y comer yo mismo, no había tenido tiempo de enlazar con el Teniente saliente de retén para que me traspasara la carpeta de ordenes de dicho servicio. Como era de esperar, montó en cólera por mi inexactitud en el servicio y, en atención a mis explicaciones y creo que por mi bisoñez, me concedió cinco minutos para ir a buscar al Teniente saliente, abrir la carpeta y aprenderme de memoria las frecuencias de trabajo y de reserva para dicha operación; así como los recorridos principal y secundario. No he corrido más en mi vida para encontrar al dichoso Teniente, quién a esa hora y tras tres días de retén, dormía plácidamente la siesta en su cuarto en la Residencia de Oficiales y que al estar cansado, se negaba a abrirme la puerta a pesar de mis insistentes aporreos; al final me la dio y llegué a tiempo a cumplir la órdenes del Teniente Coronel; había cometido mi segunda falta en el mismo día y en menos de dos horas….

La tarde pasó más tranquila y tras impartir las clases de teórica a la Compañía, repasé con el Suboficial de semana las cosas, rutinas y obligaciones de la Unidad y me puso al tanto del Retén, formas de actuar y sus implicaciones. Pasamos revista a la Sección correspondiente y a sus vehículos y pertrechos nombrados para dicho servicio y me dispuse a poner en el coche de Mando mi flamante mochila de combate con mis pertrechos para tres días y, como se salía de noche y, además podíamos ser enviados de misión fuera de la plaza, decidí dejar junto a ella el novísimo chaquetón verde legionario que acababa de comprarme por la mañana aún sin bordar el nombre. El convoy estaba vigilado por un Cuartelero las 24 horas del día y en su diligencia y exactitud en el servicio confié plenamente.

Me instalé con mi baúl y el resto de uniformidad legionaria en la habitación del Oficial de semana de la Compañía y entendí que a falta de otra posibilidad, ese sería mi hogar donde trataría de descansar algo durante los próximos siete días, luego Dios proveería.

Llegó la cena y, esta vez no se escapó el hecho de formar en mi lugar frente al Capitán de Cuartel para despedir a los suboficiales. Cenamos, pasamos Retreta[11], se tocó Silencio que para la tropa significa irse a la cama a dormir y observarlo y, entendí que para mí se había acabado ese día en la Legión que, aunque un tanto agitado, había sido bonito. Estaba cansado por todo lo relatado hasta ahora y aunque debía levantarme de madrugada para la operación lazo, decidí aceptar la invitación del capitán de cuartel de tomarme una copa con él durante un rato antes de irme a la cama.

De pronto, sonó un toque de corneta muy raro, que yo jamás había escuchado y vi que el resto de oficiales salían del bar con más o menos prisa. Yo, que aún estaba hablando con el Capitán, les miré, pero seguí mi conversación, hasta que él me dijo, ¿y tú qué? ¿Qué de qué? Pensé yo, pero como ya me habían ocurrido muchas cosas raras durante el día, decidí acabarme rápidamente la copa e irme corriendo a la Compañía. Al llegar a allí me encontré de nuevo al Suboficial, quién me dijo. ¡¡¡Sin novedad en el Recuento[12] mi Teniente!!! ¿Qué narices es el recuento?, le pregunté yo. Muy sencillo, me respondió, se cuentan los píes de los hombres en las camas, se divide por dos y si el número coincide con el de gente que había a retreta, es que están todos. Ahora, debe darle novedades al Capitán de Cuartel. Cosa que hice a la carrera y por supuesto, el último de todos los oficiales de semana. Mi tercer error del día. Decididamente, me fui a dormir un poco para estar en forma para mi servicio de Retén.

Tras descansar un rato, me levanté de madrugada con mucha ilusión porque iba a realizar mi primer Servicio de Armas con “Mis Legionarios”. Al llegar al lugar donde se encontraban los vehículos, el Sargento me dio novedades y nos dispusimos a montar en nuestros respectivos vehículos. Pero, en el mío ya no estaba ni la mochila de combate ni el chaquetón sin estrenar, alguien me los había “birlado” a pesar del cuartelero o, a medias con él. Nunca pude averiguar qué pasó con ellos y a la mañana siguiente tuve que comprarme ambas prendas de nuevo. El teniente Comandante, cuando se lo conté, me dijo que debía aprender aún muchas cosas para ganarme el respeto de mis legionarios; pero creo que dejó que ese primer día entendiera por mí mismo, que en el Tercio, las cosas son “ligeramente” diferentes a lo que suele ocurrir en otro tipo de Unidades.

La semana y el servicio de retén pasaron sin novedad digna de mención, salvo que un día en la clase teórica de la tarde en la que tocaba explicar el arma contra carro que se conoce como Lanzagranadas, la Compañía se encontraba junto a la Compañía, sentada a la sombra en el suelo entorno a una mesa donde el Sargento de semana explicaba el arma y su funcionamiento combinado. Hasta que llegó a un punto tal en el que se mostraba la forma de cargar el arma con la granada, su embornado (entonces era obligatorio para cerrar el circuito eléctrico) y procedió al disparo del arma. Todos estábamos convencidos de que la granada introducida era de instrucción (con carga inerte y sin circuitos activos). Pero no, ¡¡¡la granada era de guerra!!! El arma funcionó a la corrección, de tal forma que la granada salió y se explosionó contra el muro de la Compañía, que estaba a unos 20 metros de distancia. Abrió un gran boquete y gracias a que todo el mundo estaba sentado por debajo del nivel del arma y de su trayectoria no ocurrió alguna desgracia personal. No me pude explicar nunca, como pudo ocurrir, pero ocurrió.

Al acabar mi semana, me instalé en casa de un Teniente[13], que tenía asignado una caracola o Fillod (creo que así se llamaban), que eran unas casas metálicas prefabricadas donde se alojaban por unidad familiar. Su mujer e hijo, como otros muchos, habían regresado a la península, porque como ya he mencionado, El Aaiún comenzaba a no ser seguro para los civiles. Allí, gracias a su amabilidad, nos instalamos dos de los Tenientes “Mesinos”[14] (así se nos llamaba a los que como yo estábamos en Comisión de Servicio por un mes en el Sahara).

Monumento de la Legión en el Sahara; de Izda. a Dcha. el autor, el entonces Teniente Villa Laín, hoy Teniente General (Retirado), el Teniente Guerrero, fallecido en acto de Servicio y el Teniente Coloma, hoy General de Brigada (Retirado)

El Capitán Perote acabó su periodo de vacaciones y se incorporó a la Compañía. Le comenté que en los diez días que llevaba en la Unidad, aún no había tenido oportunidad de comprobar el grado de instrucción de mi Sección dado que además de los retenes, nos tocaron obras, servicios de acuartelamiento, orden cerrado, ensayos del sábado legionario y limpieza general o zafarrancho, pero aún no habíamos tenido ninguna sesión de orden abierto. Él me contestó que le parecía muy bien mi idea y que lo realizara al día siguiente, aprovechando que ese día salíamos a las dunas cercanas al Tercio, pero me indicó que no fuera muy duro en mis intentos de mover la Sección dado que podría ocasionar algún tipo de malestar e incluso “deserciones”. Yo no entendí esto último y pensé, que era otro intento de novatada encubierta; pero no, él estaba en lo cierto, tras tres horas desplegando varias veces la Sección, realizar diversos asaltos sobre supuestas posiciones enemigas y apretar un tanto el paso ligero, interpreté que aunque algo habría que mejorar, era suficiente por ese día. Mandé reunir la Sección y al contarlos, ¡¡¡me faltaban dos legionarios!!! No me lo podía creer, pero era cierto. Fueron encontrados casi 20 días más tarde en la península de paisano.

No es que mi Capitán fuera adivino, ni que el haber realizado ejercicios de cierta dureza fuera la causa de su deserción; la verdad, es que debían llevar tiempo proyectándola; habían firmado por un compromiso muy grande de tiempo y ahora, cuando las pesquisas policiales sobre ellos estaban algo más calmadas, decidieron que era el momento de regresar a su vida civil, aprovechando el menor control sobre ellos al desperdigarse en el campo abierto. Así, todo apunta que los dos legionarios que desertaron ese día, tenían preparada y pensada su fuga con tiempo, esperando una ocasión tan propicia como aquella, si no, no hubieran llegado tan lejos como lo hicieron.

Hay que entender, que en aquellos tiempos, al no existir el Servicio Militar Profesional y que a los soldados de reemplazo se les tenía casi vetado incorporarse a este tipo de unidades, el personal del que se nutria la Legión hacia honor a aquello que reza “Nada importa su vida anterior….” Y por ello, aunque la inmensa mayoría fueran auténticos lobos y enamorados de su Legión, parte de ellos procedía de capas marginadas de la sociedad y algunos tenían ciertos conflictos económicos, morales y penales con la sociedad. Para estos, su compromiso con la Legión podía diluirse como un azucarillo, al pasárseles los efluvios de las sustancias que les llevaron a ello o al mejorar su situación de búsqueda o persecución policial.

Durante los días de mi primera semana de servicio aproveché alguna oportunidad para acercarme a visitar al Oficial de guardia, en parte para hacerle una visita y compañía y en parte para conocer los usos y costumbres de la guardia, dado que como casi todo en el Tercio, era algo nuevo y a la vez, bastante complicado y no quería volverme a ver sorprendido como en los servicios ya prestados y relatados. Todos mis compañeros, sin excepción, me indicaron, que no me preocupara, que cuando me tocara mi primer servicio de guardia, habría tiempo suficiente, durante el relevo de las mismas, para que el Oficial saliente me informara en detalle de todos y cada uno de los elementos diferenciadores o específicos del Tercio en dicho servicio. No muy convencido de ello, lo acepté para no parecer ser un auténtico pesado o “promillo” como en el argot así se les denominaba a este tipo de individuos, que quería saberlo todo con antelación.

Pasaron los días y, como en aquella situación de alerta, las Compañías y Secciones, con mucha frecuencia, se veían forzadas a desplegar con urgencia fuera del acuartelamiento, mis dos compañeros de casa estaban de patrulla fuera del Aaiún y era el único morador de la misma. Recuerdo que era domingo a mediados de junio y yo había pillado la famosa “diarrea del desierto” y me encontraba bastante mal, a base exclusivamente de pastillas de Bismuto y arroz cocido. Al día siguiente entraba de guardia y debía estar en las mejores condiciones para afrontar un servicio que siempre resultaba agitado y, más en el Tercio, sobre todo por aquellos tiempos, así que decidí a quedarme en la cama para restablecer algunas fuerzas.

Sobre las doce y media de la mañana, alguien golpeó enérgicamente la puerta de la casa, abrí y me encontré a un legionario de enlace de la Plana Mayor del Tercio quién me informó que el Teniente de guardia de ese día, acababa de partir de patrulla urgentemente hacia la frontera en Daora[15], pues la policía de fronteras había abandonado el puesto fronterizo ante un posible ataque por parte del Polisario e incluso algunos de sus componentes se habían incorporada a sus filas. La costumbre entonces, era que él Oficial salía siempre con su Sección si esta fuera desplegada en misión. Casualmente, para este caso, se había designado a una Compañía entera y en ella figuraba no solo el Teniente sino todo el personal que estaba de guardia; por lo tanto, se precisaba el relevo a la guardia al completo. Al ser domingo y restar poca fuerza en el Tercio por descanso y otros cometidos, la guardia (nueva) se había formado a base de escribientes, camareros y personal, que normalmente no hacia dicho servicio por lo que sus conocimientos sobre el tema eran escasos o poco fundados.

Me apresuré a vestirme como correspondía para el caso y, con el enlace, me trasladé al Tercio. Allí me recibió quien sería mi segundo en la guardia, un Cabo Primero, que por las razones anteriores, jamás había desempeñado dicho servicio y cargo.

Bueno, traté de tomarlo con calma, pero pronto me di cuenta de, que quién me tenía que haber explicado todo en el momento del relevo (mañana por la mañana) estaba a bastantes kilómetros de distancia, no me había contado nada y mi segundo era casi tan nuevo como yo en esas lides. Además, el Capitán de Cuartel, era el mismo con el que me había estrenado a mi llegada. Entonces podía contarle que era nuevo, pero ahora, aquella escusa, no tendría valor. Por ello, decidí no decirle nada.

El resto de la mañana y la hora de la comida, transcurrieron sin novedad, salvo que yo por mi afección estomacal tenía que ir al servicio cada veinte o treinta minutos, por lo que decidí no comer absolutamente nada y tomar solo té moruno sin azúcar.

A eso de las cuatro de la tarde, llegó un Brigada con un cable o mensaje cifrado de la Compañía en dirección a Daora. Bien, le dije, ¿y ahora qué debo hacer con este cable? Él me contestó, que debía descifrarlo y llamar al Coronel por el teléfono especial de color negro azabache para esos casos, que estaba en mí mesa auxiliar. Yo recordaba que en la Academia se nos dieron conocimientos de cifrado y descifrado, pero aquello podía durar mucho tiempo y el contenido podía ser urgente o preocupante, lo que me inquietó aún mucho más. Me puse a la tarea pero vi que no encontraba la clave; menos mal que el Brigada fue paciente y permaneció frente a mí los minutos que invertí en mi intentona. Al final, creo que se apiadó y me dijo. Mi Teniente, el libro de claves está en la caja fuerte y la llave que la abre, en su mesa, en el segundo cajón. Así resolví el problema e informé al Coronel de que habían proseguían camino sin novedades importantes salvo un contacto con una patrulla de Nómadas que les había pedido agua.

Respiré tras las novedades y pensé que ya empezaba a tomar el control de la situación, salvo mi problema con la diarrea, que quizá por los nervios pasados, se había agudizado aún un poco más.

En eso llegó el Cabo Primero, mi segundo, y me informó que era la hora de arriar Bandera y que la guardia esperaba a que yo le mandara la evolución de movimientos (muchos) hasta colocarla en el sitio adecuado frente al mástil de la Bandera. No había tenido oportunidad de ver antes dichos movimientos así que con una escusa banal, le ordené que evolucionara él, y que yo me incorporaría al final, para mandar los movimientos con el arma y los toques correspondientes para arriar la Bandera. Cosa que también hice para que él la retirara a su lugar de descanso tras el acto.

Otro trago pasado y también con salida de urgencia. Pero, gracias a Dios, ya estaba pasando el día y poco había que hacer tras el toque de Oración[16], pensé yo. Pero, en eso, se me acerca de nuevo mi estimado Cabo Primero y me pide que le dé el Santo y Seña para distribuirlo. ¿El Santo y Seña? Si, suele llegar en un sobre las diez de la mañana en un coche de la Comandancia, me contestó; suele guardarlo el Oficial hasta esta hora que se reparte a los componentes de la Guardia.

Lo busqué con ansiedad por todos los cajones, pero no lo encontré. A las diez de la mañana yo estaba en mi casa de acogida y muy posiblemente, el anterior Teniente recibiera el sobre y se lo guardara en su camisa para no perderlo. Con las prisas de su relevo forzado sin mi presencia, se lo debió llevar a Daora y ahora estaba el Tercio sin Santo ni Seña en un día de cierta crisis y como era el mismo para toda la plaza, yo no podía inventarme uno por mi cuenta para salir del paso; menos mal que, aunque lo pensé, no lo hice….

Decidí llamar al Oficial de guardia del Regimiento de Artillería (la Unidad más próxima al Tercio) y explicarle mi situación y que por seguridad, el me devolviera la llamada para comprobar que era yo y no otro el que le llamaba angustiado. Entre ambos acordamos que yo le mandaría un coche con el Cabo Primero y él le daría los datos por escrito y evitar así darlos al teléfono evitando cualquier tipo de escucha. Di de nuevo gracias a Dios, porque el compañero, artillero de guardia fue comprensivo conmigo y accedió a lo solicitado; porque era surrealista y parecía inventado o sacado de una película.

Ya tenía al Tercio con Santo y Seña (casi una hora más tarde de lo ordenado), habíamos arriado Bandera y todo estaba en calma hasta que, de pronto comenzaron unos gritos en los calabozos de la Guardia de Prevención[17]. El Cabo Primero, una vez más, me informa de un nuevo problema. Se trataba de un legionario que estaba en la Prevención por faltas menores relativas al alcohol y que, al atardecer si se adormilaba, se volvía melancólico y que, al darse cuenta de su desdicha, trataba de suicidarse dándose golpes contra la pared como lo demostraban las cuantiosas brechas y costras de auto heridas de varios días en su cabeza; pero hoy había ido a más y no se le podía calmar. Estaba completamente decidido a quitarse la vida y para ello descubrió las cualidades de la hebilla de las zapatillas de descanso (las nailas) que se llevaban fuera de servicio; así que se había cortado las venas de la muñeca izquierda y los gritos procedían también de sus compañeros de castigo al ver correr la abundante sangre.

Inmediatamente, hice venir al Suboficial enfermero del botiquín para que se lo llevarán al dispensario, le curaran y le pusieran un calmante. Cosa que se hizo a la mayor prontitud posible.

Un poco más tarde, me vino un Cabo de la carpintería para que le firmara el vale de la madera del ataúd que habían confeccionado para un Cabo Primero, que dos noches antes se había suicidado de un tiro en la cabeza al sentirse despechado por su novia quién, a su vez, trabajaba como prostituta en un club de alterne. Me informó que para controlar dicha madera debíamos comprobar ambos que el finado cabía en la caja, cuyo cadáver estaba depositado en un congelador dentro del Tercio. Cosa a la que no accedí, aunque eso sí, le firmé el vale con presteza dando fe de que era la madera que se precisaba para el evento.

Tras el incidente de la madera, apreció de nuevo el suboficial enfermero y el “melancólico” a quién debido a su condición de drogadicto total, los calmantes no le apaciguaban, había roto el cristal de la mesilla de noche en la enfermería para con él, cortarse las venas del otro brazo.

Como nadie era capaz de calmarlo decidí tenerlo conmigo en mi despacho en posición de cuclillas (para que no se adormilara) sobre una caja fuerte enorme que había en el mismo, y le indiqué que debía hablarme sin parar para evitar que sus sueños de delirio le volvieran a la cabeza en sus escasos momentos de reposo. Como su conversación era corta, decidí que me contara su vida con pelos y señales desde sus primeros recuerdos de infancia y al llegar al final de su historia, que volviera a empezar de nuevo; así mantuve “la radio” hasta las cinco de la mañana, cuando él mismo decidió que ya me había contado su vida muchas veces y que se portaría bien.

En el intermedio, llegó la hora de la cena y también la evité porque mi diarrea era brutal y el enfermero me aconsejó que ya no tomara más bismuto porque peligraba mi salud.

Cuando la noche ya había entrado bien y yo seguía con mi “radio” particular, escuché unas voces agitadas anunciando “Paso a La Ronda Mayor” ¿Qué era eso de la Ronda Mayor? Mi Teniente, es el Jefe de Servicio de Plaza que viene a comprobar que la guardia está en orden. Hay que recibirle con los cuartos vigilantes[18] (que se llaman la Rondilla) y Usted con este farolillo se acerca a reconocerlo con el intercambio del Santo y Seña entre ambos. Dicho y hecho, así se hizo y el Jefe de Plaza, que era un Comandante de Ingenieros, fue comprensivo con mi torpeza. Cuando acabó el acto protocolario, le informé; aunque creo que de forma innecesaria, que era mi primera guardia en el Sahara; que aunque yo había oído hablar de la Ronda Mayor y la Rondilla en la Academia, esta era una norma incluida en las Ordenanzas de Carlos III (aún vigentes en aquella época) pero que dicha costumbre y ordenanza ya no se aplicaba en ningún sitio de la península –jamás volví a ver este evento en ninguna otra unidad-. Se fumó un cigarrillo conmigo y me dio tiempo a contarle parte de mis desventuras. Me pareció que le hicieron gracia, pues se despidió de mí con una carcajada de oreja a oreja y una palmada en mi espalda, deseándome toda la suerte del mundo para el resto del servicio.

Ya no me podía pasar nada más, estaba seguro de ello, pero, de nuevo me equivocaba. Una media hora después de apagar la “radio” comencé a escuchar unos gritos despavoridos de mujer gritando “A mí la Legión, Socorro”. Los gritos comenzaron a sonar más cerca, salí a la puerta del Tercio hasta que percibí una mujer que, totalmente desnuda y con un niño de días en sus brazos, se acercaba corriendo sin parar de gritar el referido sonsonete. ¡¡¡¡Corred, sacad una manta, cubrid y proteged a esa señora que nos pide ayuda!!! Grité.

Una vez calmada, aunque solo a medias, la hice entrar en mi despacho y la pobre mujer me contó, que era la esposa de un legionario, que estaba de retén esa noche, que vivían en lo que se llamaba “el poblado” que no era más que un conjunto de chabolas, cercano al Tercio, donde se albergaban los legionarios casados o con familia.

El problema estribaba en que su cuñado soltero, también legionario, vivía con ellos y esa noche, al sentirse a solas había pretendido forzarla al verla dormir desnuda en su cama. La situación se agravaba por el hecho de que al sentirse despechado la golpeó para reducirla, pero ante el griterío, se asustó y trató de hacerse fuerte en la chabola con un machete. Ordené al Cabo Primero que fuera a por él con tres legionarios más y una vez reducido me lo trajeran. No sé cómo se me ocurrió, lo de reducirlo, porque cuando llegó a mi despacho parecía un “ecce hommo” total. De todas formas, tras unas “recomendaciones” por mi parte, pasó directamente a la “Pelota” (Pelotón de Castigo, que en aquella época era peor de lo que se dibuja en muchas películas).

Lo malo, fue llamar al marido de la atacada y tratar de contárselo, porque al estar de retén se me presentó en mi despacho con su arma reglamentaria, en este caso pistola por ser sirviente de ametralladora. Me las tuve que ingeniar para que me entregara su arma antes de contarle nada dado, que la pinta de mosqueo que traía era grande y no parecía una persona ni razonable ni tranquila. Al final, aunque él se negaba a entregar su arma estando de servicio; con el invento de que estábamos comprobando el armamento de su Compañía por un robo, le entregó el arma al Cabo Primero y pudimos contarle lo sucedido, sin que se lanzara a pegar tiros por todo el cuerpo de guardia. Tras un gran tira y afloja, dejó de culpar a su mujer a la que la puso de todos los colores y entró en razón, no en vano, él defendía inicialmente la pureza de su hermano antes que la de la mancillada esposa. Se le relevó del servicio y se fue a casa con su familia. No supe nada más de ellos.

Ahora sí que sí. Ya no podía pasar nada más; pues vuelta a errar. De pronto, suena un teléfono gris, que no había sonado en todo el día y me dice una voz que era el Suboficial jefe de “la Cárcel“. Un establecimiento penitenciario, situado al fondo del Tercio, donde estaban los más peligrosos y la mencionada Pelota. Tenía una seguridad basada en centinelas sobre torres de vigilancia (abiertas por la parte por donde se sube), parecido a la cárcel de la película Papillón. La razón de la llamada era que uno de sus centinelas, al parecer, se había quedado dormido estando de puesto en dicho tipo de garita y se cayó por el hueco trasero donde estaba la escalera. Para darme mayor ánimo me indicó con toda crudeza que podía haberse quedado paralítico, dado que no se movía. Se le evacuó lo más rápidamente posible al hospital de la ciudad y más tarde…. amaneció.

Al poco de Izar Bandera, llegó el Coronel, se le formó el guardia, paso revista y le di novedades. En ese momento, comprendí como se debió sentir el Coronel Moscardó al darle novedades al General Franco tras el asedio al Alcázar de Toledo. Él, muy cortésmente, me dijo, no hay como hacer una guardia en domingo, nunca ocurre nada ¿Verdad? ….. Así es mi Coronel, le contesté yo.

Abatido por los eventos, totalmente debilitado por no haber comido nada en un día y muy desgastado por las numerosas veces que tuve que ir al retrete, me dirigí a mi Compañía y le pedí permiso a mi Capitán para no ir al tiro, ese día tocaba, y si me podía ir a descansar a casa. El Capitán Perote, guerrillero y de muy fuerte complexión, me dio un tremendo golpe en la espada y me dijo: un Legionario nunca está cansado. Ponte en cabeza de la Compañía y dirígela a paso ligero hasta la Sagia (una especie de rio seco cercano –a unos tres kilómetros- donde se instalaban los campos de tiro). Así lo hice y me pasé toda la mañana bajo un sol de justicia sin tener un sitio donde poder refugiarme ni para seguir haciendo mis necesidades que seguían acompañándome de vez en cuando.

Me ocurrieron otras cosas, pero creo que no son merecedoras de alargar más este episodio de mi paso por la Legión. Lo que sí puedo asegurar, es que en los sucesivos servicios que realicé ya no tuve problema alguno y que en una patrulla por el desierto, mi Sección dio la talla que yo esperaba de ellos y conseguimos volver todos, absolutamente todos, al Tercio sin novedad.

También tuve mi primer contacto con las unidades de helicópteros del Ejército de Tierra, fuimos helitransportados a Smara (una ciudad del desierto en el noreste del Sahara Occidental) donde se apostaba la otra Bandera de nuestro tercio; tras tres días de maniobras de refuerzo de sus posiciones volvimos de nuevo al Aaiún en helicóptero; paro esta ves estos iban armados. Creo que estos dos viajes fueron los que me animaron a que en breve, cambiaran mis preferencias tras varios intentos de ello y en vez de aspirar a una plaza en un Tercio de la Legión, me afanara en conseguir superar el curso de Piloto de Helicópteros, como así hice un año más tarde.

Volví a mi destino al cumplir el compromiso exacto, no hubo prolongación, porque durante mi estancia en el Aaiún ocurrieron varias cosas que pudieron cambiar el curso de los planes del Gobierno del momento, el 20 de junio, un grupo representante de universitarios e intelectuales saharauis dirigidos por el Dr. Brahim Houssein Moussa, primer medico formado por España, se desplazó a Marruecos desde Villa Cisneros y presentó su lealtad y pleitesía al Rey Hassan II Marruecos y solicitó al gobierno español entablar negociaciones con Marruecos sobre el futuro del Sahara, rechazando categóricamente las pretensiones separatistas del frente Polisario apoyado por Argelia.

Además de este hecho, no recuerdo bien quien fue, pero alguien importante en la política española realizó una visita al territorio saharaui a finales del mes y se reunió con los altos oficiales responsables del mismo. El contenido de esta visita y lo que se debatió durante la misma debió ser duro e importante, porque recuerdo, que se nos reunió a todos los oficiales del Tercio en una sala grande para informarnos de la reunión. De las palabras del Coronel sobre el tema, dedujimos que el Sahara no tenía un gran futuro para España y que todo apuntaba a que las potenciales situaciones de tensión se tratarían de resolver por la vía diplomática y no por la militar con Marruecos y no con el Frente Polisario. Cosa, que ocurrió más o menos así a los pocos meses cuando se puso en marcha la denominada “Operación Golondrina”[19].

La Cueva, mi Compañía, fue la última en abandonar el territorio y su Capitán sufrió una herida en una pierna al pisar una mina contra personas.

Al llegar a la Península, tal y como he mencionado, solicité por cinco veces, destinos en la Legión, pero no sé por qué razón, nunca se me concedió ninguno a pesar de ser muy antiguo en mi promoción de Infantería (el nº 5 de 102 Oficiales) y haber estado un mes en el Tercio 3º. Estos desalientos, el hecho de mi afición familiar a volar y los dos viajes en helicóptero en el Sahara me llevaron a orientar mi vida al curso de piloto de helicóptero donde permanecí ocho años y volé más de 2000 horas. Bastantes de ellas, transportando a legionarios. Además, he trabajado con legionarios en Bosnia i Herzegovina y en Kosovo y de Coronel, he tenido el honor de haber mandado el Regimiento Aerotransportadle Isabel la Católica nº 29, destino que me ha permitido tener el privilegio de dirigir la evaluación de dos Banderas de la Legión y mandar una de ellas como Segundo Jefe de la NATO Response Force (NRF) nº 6. En todas estas últimas ocasiones, he podido comprobar que la Legión y sus legionarios han cambiado y mejorado tanto que aquellos “legías” del año 1975 no los podrían reconocer.

No podre olvidar jamás aquel mes tan intenso con la Legión. Lo malo de ello es que de todo esto y más que no he relatado, solo figura en mi hoja de servicios dos líneas y media que rezan: “El día 30 de Mayo el Teniente Blasco, hace su despedida de este Centro (CIR nº 10), según el Artículo 6º de la Orden de Cuerpo nº 150, por ausentarse en Comisión de Servicio de visita al Sahara”.

[1] La Sección es la Unidad de Infantería, cuyo mando orgánico corresponde al empleo de Teniente compuesta por cuatro Pelotones, mandados por Sargentos, quienes a su vez están compuestos por dos Escuadras, mandadas por sendos Cabos.

[2] Los Oficiales de Complemento pertenecían a la que se conocía como la IMEC (Instrucción Militar para la Escala de Complemento, una extinta escala militar de complemento del Ejército de España, destinada a universitarios que cubrían la tercera parte de sus Servicio Militar Obligatorio como Oficiales o Suboficiales).

[3] Se denomina gastador a los soldados distinguidos por su preparación y presencia que rinden sus servicios más próximos al Jefe de la Unidad (agentes de enlace); se les conoce fácilmente porque inician los desfiles militares, en formación de Escuadra al mando de su correspondiente Cabo y llevan unas herramientas colgadas en sus espadas con las que “fortifican los Puestos de Mando”.

[4] En aquella época los cadetes cantábamos una versión muy sui generis de la famosa copla “La Campanera” por la que nos presentábamos como gallardos oficiales ante los novatos de primer curso de la AGM.

[5] De hecho, el mes anterior (el 10 de mayo) dos Patrullas de las Fuerzas Nómadas fueron capturadas por la sublevación de los nativos en las mismas – en mayoría con respecto a los españoles- y cuatro Tenientes fueron hechos prisioneros. Entre ellos, estaba nuestro Primeraco – el mismo que nos había anunciado en Toledo la buena noticia de salir antes de la Academia- quien también se encontraba allí en “Comisión de Servicio” por un mes y llegó a pasar varios meses capturado y vilipendiado junto a los otros tres durante varios meses en manos del Polisario. Se les condecoró con la medalla al Mérito Militar con Distintivo Rojo (medalla que, a los vivos solo se les concede en actos de guerra y bastante relevancia o frente al enemigo)

[6] La antigüedad es un concepto muy importante entre los militares. A igualdad de empleo que se ostenta, coincide con el día que se alcanza dicho empleo y a igualdad de fecha (como era el caso), se adopta en función del número que se ostenta en el escalafón por méritos académicos o de otro tipo. Se emplea para la sucesión automática en el mando de Unidades, solicitud de vacantes que así lo exijan e incluso para formar para la recepción de autoridades u otros aspectos oficiales e incluso sociales.

[7] Los legionarios denominan casi despectivamente “Pistolo” a todo aquel militar que no luce el uniforme verde de legionario y/o por ello, no pertenece a la Legión. En general, esto obedece a que no les gusta ser mandados por alguien que no es legionario. Lógicamente, nosotros no habíamos tenido tiempo de hacernos el Uniforme de oficial de la Legión para presentarnos al Sr. Coronel y seguíamos vistiendo el de color caqui de oficial del Ejército de Tierra.

[8] El Chapiri es el gorro típico que portan los legionarios con su borla de color rojo revoloteando a su paso marcial.

[9] Diariamente, en cada Unidad tipo Regimiento o Batallón independiente, entra de Servicio un Capitán que controla todos los denominados actos económicos del día (habituales, excepto la instrucción) y dirige y controla a los Oficiales de Semana que lo prestaban durante una semana en cada Compañía, de ahí su denominación. También existía la figura del Jefe de Servicio, desempeñado por un Comandante o Teniente Coronel, que lo prestaba durante una semana y era el responsable del desarrollo de todos los servicios. Esta persona, a diferencia de los anteriores, no pernoctaba en el acuartelamiento.

[10] El agua de Firgas es una marca canaria de agua mineral, que era la única que se podía encontrar en todo el Sahara.

[11] El toque de Retreta sirve para pasar por la noche para marcar el fin de las actividades cuarteleras y la última lista de la tropa en las Unidades y comprobar que todos los que deben estar presentes en la Unidad (Compañía), lo están.

[12] El toque de Recuento, no lo había oído en mi vida, ha estado en desuso en la inmensa mayoría de las Unidades. De hecho, ni se explicaba en las Academias. En toda España, con el toque de Silencio, se acaba el día militar al ser normalmente el último, salvo que se toque “Generala”, que es de alarma y se emplea en situaciones de peligro por ataque, incendio u otra emergencia real o ficticia (instrucción).

[13] El teniente Serrano destinado en la 5º Compañía. Fallecido de Comandante víctima de un cáncer.

[14] El otro era el Teniente Jesús Guerrero que falleció a los pocos meses haciendo prácticas de submarinismo en una Compañía de Operaciones Especiales.

[15] http://www.march.es/ceacs/biblioteca/proyectos/linz/documento.asp?reg=r-14495

[16] El toque de Oración se toca tras el arriado de la Bandera; marca el final del día militar hábil para rendir honores a cualquier autoridad que se acerque a un acuartelamiento salvo que esta sea el que se conoce como el Jefe de Día; que es un oficial superior (Comandante o Teniente Coronel) de la guarnición que en representación del comandante militar de la Plaza, vela por el orden en la misma el normal desempeño de las guardias de ordenanza. A partir de esa hora se reparte el santo y seña que es la contraseña para identificarse el personal de servicio u guardia, para diferenciarse del enemigo y que es el mismo para toda la guarnición.

[17] En las instalaciones del Cuerpo de Guardia se ubican los calabozos de la Prevención que es donde sufren las penas menores los miembros de tropa que incurren en faltas de poca importancia. Las de mayor entidad y delitos se cumplen en instalaciones de mayor seguridad y rigor que se llaman cárceles o castillos. Están vigiladas de forma especial todo el día y separadas de la guardia del acuartelamiento.

[18] Los Cuartos Vigilantes son los miembros de la guardia que están semi preparados, pendientes de entrar de puesto en el próximo relevo de los mismos.

[19] Es el nombre de la Operación de repliegue del Sahara que ya estaba perfectamente terminada y aprobada el 18 de octubre aunque no se puso en práctica hasta el 10 de noviembre. Fuente: Los Servicios de Inteligencia en España de Vicente Almenara. Página 154.