EL MIEDO A LOS DEMÁS COMO HERRAMIENTA POLÍTICA

F. Javier Blasco

23 de abril de 2016

Si recopilamos los datos más recientes en el mundo occidental y un poco más allende de este entorno veremos fácilmente que el miedo a los demás es una herramienta que se empieza a emplear con mucha efectividad para producir grandes cambios en la política y lo que es peor, en la mente de las gentes.

El resurgimiento, crecimiento y/o afincamiento de los movimientos terroristas yihadistas, las situaciones de crisis no superadas y el escaso nivel de los líderes políticos actuales mundiales son las principales causas del giro que la sociedad occidental está dando hacia los populismos, los nacionalismos, la xenofobia y la implantación de nuevas/viejas fórmulas políticas en busca de un mayor y desconocido confort o la hipotética salvación.

La globalización, los movimientos transversales y la pretensión de poder contar con derechos sociales cada vez mayores y al menor coste posible para el ciudadano han hecho crecer entre nosotros el concepto de que todo es factible; que nada es inalcanzable y que ello debe llegar fácilmente a nuestra mano.

En nuestros confines ha imperado la Ley del libre comercio y de movimientos para las mercancías alcanzando incluso a las personas de cualquier raza, origen o condición. Todos aspirábamos a encuadrarnos en la conocida como clase media acomodada, en la posibilidad del acceso a los subsidios si fueran precisos o aunque no lo sean. El derecho a una plaza en la universidad, la capacidad de realizar grandes desplazamientos a lugares hasta ahora reservados para unos pocos afortunados. Incluso el lujo y la extirpación de las hambrunas y enfermedades por falta de medios o tratamientos adecuados han sido cosas relativamente alcanzables sin problemas para muchos millones de personas, que en épocas no muy lejanas no pensaban en ellas salvo en sueños o deseos irrealizables.

La concordia entre los estados, la búsqueda de alianzas y tratados o acuerdos que posibilitaran todo lo anteriormente expuesto imperaban en casi todos los rincones del globo. Solo algunos conflictos, allá por tierras lejanas, ponían un punto negro en todas estas ilusiones y esperanzas. Era relativamente fácil moverse dentro de los continentes y entre ellos. Encontrar trabajo en cualquier lugar no era tarea difícil y de hecho, muchos jóvenes decidieron partir en búsqueda de nuevos puestos de trabajo fuera de su país de origen aunque en realidad estos fueran muy similares a los que podía obtener en sus tierras pero, que aquellos despreciaban para dejarlos en manos de los que igualmente acudían a sus tierras en búsqueda de un mundo mejor del que dejaban atrás. En definitiva, los movimientos migratorios internos y externos eran factibles y en muchos casos se apreciaban como la única forma de solventar los problemas derivados de las llamadas pirámides de edades, que en muchos países y de forma alarmante constituyen un auténtico quebradero de cabeza actual y que se agrava si nos asomamos al balcón de futuro.

Las costumbres han ido cambiando poco a poco, nos hemos vuelto más prácticos a la par que más exigentes, más cómodos y con menos preocupaciones personales y no digamos nada en la lejanía en lo referente a contraer compromisos con la sociedad y la seguridad internacional.

La digitalización, las nuevas tecnologías, el estudio y empleo de diversos idiomas, las redes sociales y otras formas de comunicarse o entretenerse han cambiado nuestros hábitos naturales.

Cada vez nos resistimos más en abandonar el hogar paterno, el matrimonio y todas sus consecuencias derivadas como tener hijos han pasado a perder peso y valor.

La liberalización del pensamiento, la gran apertura y entusiasto acogimiento de los movimientos, formas y costumbres sobre el consumo de drogas y del libre uso de la sexualidad, el incremento del culto a la pederastia, el abandono de la religión y de otros valores morales, la disminución de la afición a la lectura de calidad e incluso un importante incremento de una alicaída cultura general y un retraimiento en las relaciones personales para llevarlas a extremos inauditos en las redes sociales, son elementos en auge que nadie puede negar.

A pesar de ello, todo iba bien, los movimientos de estudiantes universitarios entre países, el incremento del turismo, la comodidad y el acceso a nuevos, mejores y más capaces coches, electrodomésticos, ordenadores, móviles y un sin fin de accesorios que cubrían nuestras necesidades de vida y ocio eran vistos con toda naturalidad e incluso con exigencia.

Nada nos preocupaba, estábamos satisfechos y hasta teníamos tiempo para pensar en “cosas inauditas o banales” como el cambio climático, la defensa de los derechos humanos y la protección de la naturaleza y los animales.

Como digo, todo iba bien hasta que de pronto aparecieron las diferentes crisis que empezaron a resquebrajar nuestros esquemas de vida comenzando por los aspectos económicos y que por sus consecuencias derivaron en la pérdida de muchos de aquellos logros como la posibilidad de contar con un trabajo, el descenso de los salarios a los que podían mantenerlo, los problemas para pagar las pensiones, algunos recortes en la sanidad pública o el encarecimiento y pérdida de calidad en la privada, las fluctuaciones en los precios de la energía, la explosión y aumento de los corruptos y las corruptelas de todo tipo.

En definitiva un aserie de serios problemas personales o colectivos que unidos a la perdida de formación y calidad de los políticos han dado lugar a la aparición de auténticos “zorros” que buscan en estas grietas el caldo de cultivo donde hacer y desarrollar sus propias políticas reformistas y expansivas; pero eso sí, tratando siempre de ganar protagonismo envolviéndose en las banderas de sus países o en la “factible” recuperación de glorias pasadas.

Si uno estudia la evolución, auge y caída de los imperios, fácilmente observa que este proceso, ahora más globalizado, ha sido una causa común para su desaparición aunque los caminos y los medios empleados para ello han ido acordes con la evolución de los progresos y capacidades del momento. Aunque, en síntesis, es más de lo mismo porque siguen un patrón ideológico similar. Una vez descompuestos internamente, solo hacía falta un enemigo interno y/o externo para hacerlos caer definitivamente.

Es en este caso, el terrorismo yihadista como enemigo externo ha hecho su aparición en nuestras sociedades y sabe identificar donde debe morder para hacer mucho más daño. La inicial reacción internacional fue pensar que estaban muy lejos y que aquello era cosa de unos pocos chalados a los que se les podría combatir fácilmente dada la gran diferencia en razones de ser, medios y capacidades entre ellos y nosotros. Pensábamos que la cosa era tan fácil que ni siquiera nuestros más que bien preparados soldados debían entrar en escena. Solo con determinados apoyos puntuales, abastecimientos y entrenamientos de las fuerzas locales, aquellas serían capaces de solventar el problema con muy pocos riesgos para nosotros. Que error tan grave; así llevamos años, demasiados ya en los que los éxitos propios, aunque los engrandezcamos, son escasos y/o puntuales.

El paso del tiempo sin alcanzar su total extirpación ha llevado a que sus métodos hayan evolucionado y adaptado a las reacciones propias para continuar haciéndonos daño. Han descubierto que obtienen mejores resultados provocando movimientos masivos de refugiados en búsqueda de seguridad, trabajo y cobijo en tierras tranquilas y estabilizadas o mediante una ola de atentados individuales o coordinados de pequeños grupos, a un coste mínimo y en nuestro territorio. La barbarie e intensidad de los medios y procedimientos empleados por estos últimos han conseguido fácilmente doblegar las capacidades de resistencia y seguridad de países considerados como punteros.

Han sido capaces de paralizar grandes ciudades como París, Bruselas, Niza o recientemente Múnich; las han sumido en el caos total, en la total inseguridad y donde ha imperado la falta de información aunque estemos en la era de las grandes tecnologías y la comunicación y en lugares donde se han tenido que imponer graves medidas de control y seguridad que realmente suprimen bastantes de los derechos individuales y, lo que es más sorprendente, son aceptadas con una increíble y flemática resignación.

El número y frecuencia de atentados en países europeos considerados como seguros se ha incrementado exponencialmente. Últimamente ya no ganamos para sustos; estos se producen en cualquier día, esquina, medio de comunicación o lugares transitados por un público que celebra una fiesta, trata de tomar un vuelo, viajar de regreso a su casa, pasear libremente o simplemente, ir de compras en familia durante el fin de semana.

El perfil de los autores de estos miserables actos es variopinto y atiende en unos casos a factores de corte terrorista yihadista aunque ya se puede esperar, si no han aparecido ya, en otros derivados de los nacionalismos y la xenofobia quienes no tardarán en ponerse al mismo nivel que los anteriores e incluso les superen. Su número total irá creciendo y ante dicha posibilidad, cada vez son más los políticos que declaran abiertamente que somos incapaces de luchar con plenas garantías contra este fenómeno y que deberemos acostumbrarnos a vivir resignadamente con esta lacra y temor durante un largo trecho de tiempo.

La combinación de los referidos elementos críticos, unido a las no superadas crisis política y económica y a la falta de verdaderos liderazgos internacionales ha supuesto que el pánico llegue a nuestras mentes y corazones por la falta de fáciles soluciones a los problemas planteados tanto a corto como a medio plazo. Como consecuencia de todo lo anterior, hemos dejado de creer en las políticas tradicionales y, paralelamente, se ha dado paso al surgimiento de diversos movimientos políticos de corte populista, nacionalista y xenófobo, que poco a poco van alcanzando proporciones no esperadas por nadie poco tiempo atrás.

Al igual que nos ocurrió con el surgimiento y asentamiento de los grupos terroristas yihadistas en Oriente Medio, inicialmente, no tomamos en consideración a estos nuevos/viejos grupos políticos. Todos creíamos que eran cosa de unos jóvenes inconformistas que protestaban de forma asamblearia por cualquier cosa y que ese sarampión se pasaría pronto.

Otra vez nos volvimos a equivocar. Dicho sentimiento y forma de entender la política ha calado no solo en los jóvenes sino, también y de forma creciente, en la capi disminuida clase media y en otros sectores de mediana y mayor edad quienes se han sumado a sus ideas con esperanza y que han logrado cambiar su sentido del voto tradicional.

Lo malo de todo esto no es el fenómeno de la influencia de su voto en cualquier proceso electoral, aunque esto sea muy importante en el resultado final, sino el cómo se consigue su afiliación y convencimiento. Es el miedo; si el miedo imbuido en las personas es lo que les hace merecedores de un seguidismo inusitado tras aquellos quienes lo proclaman y anuncian sin cesar.

Como todos sabemos, no es la primera vez que este fenómeno es usado en la historia; pero ahora se ha vuelto a recuperar y con fuerza. Se acaba de usar en el Reino Unido para apoyar el Brexit esgrimiendo el miedo a la llegada masiva de refugiados y al elevado coste de las obligaciones internacionales. Lo está empleando Donal Trump para alzarse con la victoria y lograr el camino del ya conocido como USAexit prometiendo embridar a su gusto la OTAN, reducir gastos en defensa, suprimir el libre comercio, levantar muros con México, evitar la amenaza de los hispanos, los negros y los pobres contra una, todavía, mayoría de raza blanca, educada y de buen nivel económico al entender que todo aquello pone en peligro la continuidad de la gloria y esplendor de la nación norteamericana. Se usó en las pasadas elecciones austriacas y puede que sea la mejor baza para el cambio de las políticas tanto en Francia como en Alemania en las próximas elecciones y en otros países del entorno como los Países Bajos, Italia, la mayoría de los nórdicos y del Este e incluso, ya aparecen, como bien sabemos, en la propia España.

El miedo a las amenazas impersonales, al terrorismo, a los refugiados, a lo desconocido, a las políticas de completa austeridad y la necesidad de cambio hacia un mayor despilfarro jamás visto son las principales herramientas empleadas por dichos agoreros. Hoy en día se pone en duda todo como los valores, la propia democracia, los problemas en la continuidad de las ventajas sociales, la necesidad de la pertenencia a fuertes alianzas económicas, militares o políticas, la libertad de movimientos, el libre mercado e incluso, la moneda única.

Organismos como la ONU, la UE, la OTAN, el Banco Mundial, el FMI, Wall Street y la propia City de Londres están en peligro de extinción si esta corriente continúa incrementando su capacidad de influencia en las masas y todos llegamos al convencimiento de que, en realidad, son tremendamente nocivos como algunos ya empiezan a predicar.

Se preconiza la necesidad de un total proteccionismo estatal, la vuelta a los nacionalismos a ultranza, la necesidad de apartar a todos aquellos que puedan poner en dificultad el logro de dichos objetivos, el establecimiento de muros y fronteras impermeables y la búsqueda de la pureza ideológica como un primer paso de una deriva hacia la consecución de una raza pura y estandarizada en cada país que incluso, a no más tardar, podría descender a nivel regional. Estamos a un paso de ello, si no ponemos coto a estas aspiraciones; aunque a la vista de los pasos ya dados en dicha dirección, será muy difícil lograrlo.

Turquía es un ejemplo reciente de todo lo dicho; la excusa del último golpe de Estado está siendo utilizada por Erdogan como la vía de aplicación de una completa y definitiva purga de todos aquellos ámbitos y personas que pudieran impedir la vuelta a los principios de unas políticas atrasadas y decimonónicas con el convencimiento de que ello, les llevará a la gloria y esplendor de tiempos pasados aunque estos sean de malos recuerdos para muchos y de graves repercusiones para los turcos.

No espero ni deseo que se consagren este tipo situaciones en los países de nuestro entorno, porque el paso dado hacia atrás sería terrible. Algo parecido a introducirnos en el túnel del tiempo y encontrarnos muchos años atrás aunque a sabiendas de todo lo que aquello trajo consigo y lo mal que lo pasaron nuestros ancestros.

Se dice que la historia se repite y que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Dos preceptos y conceptos que, por desgracia son ciertos como la vida misma. No somos capaces de aprender de los errores de nuestros mayores. Puede que ello sea premeditado o, porque hoy en día son muchos los que desconocen la historia reciente del mundo y de sus propios países.

Moverse por desesperación o por miedo nos lleva a situaciones de pánico y caos, totalmente incontrolables y donde podemos ser fácilmente manejados por aquellos que saben lo que quieren sin tener en consideración el futuro y el verdadero bienestar de los demás. Solo su propia gloria es el objetivo final perseguido por aquellos agoreros del mal, quienes no tienen ningún resquemor en emplear cualquier tipo de mentiras para obtener sus objetivos ni en calcular los efectos del mal causado (véase lo que se dijo para apoyar el Brexit).

Para hacer frente a ello se precisa de auténtico liderazgo político a nivel nacional e internacional; cosas de las que hoy en día carecemos y, lo que es peor, no se vislumbran en un horizonte cercano. Es por tanto, el tiempo para una reflexión personal, pausada y efectiva y para no dejarnos llevar por los cánticos de las sirenas de tan nefastos resultados y que tan bien nos describió Homero en su prodigiosa obra, la Odisea.

De no hacerlo así y, si nos dejamos llevar por la histeria colectiva, nos convertiremos en mansos corderos que irán en fila al matadero guiados por aquellos que asemejándose al flautista de Hamelin nos convenzan de que solo en ellos está la verdad y lo que es peor, la salvación.

La historia está llena de grandes discursos y circunloquios que de forma enardecida animaban a las masas al sacrificio colectivo y a caminar unidos con alegría de revés en revés hasta la derrota final. Estudiemos la historia, analicemos de forma crítica los pros y los contras de lo que se nos ofrece y no dejemos que los árboles nos impidan ver el frondoso bosque.

Los problemas que se nos plantean tienen otro tipo de solución, tenemos en nuestras manos las herramientas para combatirlos, no busquemos en el baúl de los recuerdos viejas artimañas claramente nefastas para la humanidad y sobre todo, no volvamos a un pasado lleno de rencores, odio y temores hacia propios y vecinos.

PD. Conocemos la existencia de los dos enemigos principales que amenazan nuestro imperio personal; al externo combatámonoslo como se debe, sin piedad ni tratando de ahorrar esfuerzo alguno y, al interno, dejándoles pudrir en su propias mentiras y no haciéndoles caso.