LA MUJER NO ES LO QUE IMPORTA



F. Javier Blasco, coronel (r)

09 marzo de 2013

 

El mundo celebró ayer el día de la ‘mujer trabajadora’; una fiesta con repercusión en la inmensa mayoría de los países, que se anuncia y vive a pleno bombo, platillo y con mucho jubilo principalmente entre las mujeres; porque se pretende poner en valor el esplendoroso titulo con el que se ha bautizado el día. Reconocer el valor de la mujer que trabaja, su pleno derecho a ello y la eliminación de los tabúes, exclusiones o imposiciones que ponen trabas a dichos ejercicios y reconocimientos.

No me he confundido al decir y resaltar que se celebra así en la mayoría de los países del mundo y con dicha finalidad; solo países retrógrados, los sometidos a las mal entendidas y férreas costumbres, presiones y limitaciones religiosas no lo celebran de este modo ni en algún otro, tampoco admiten manifestaciones en apoyo a dichos movimientos; es más, hasta se persigue y encarcela a los que osan a ello, pudiendo acarrear penas o consecuencias de mucha trascendencia e, incluso, hasta la propia muerte. Hecho que, por cierto, tristemente no es denunciado y ni siquiera criticado con la fuerza y energía que corresponde por ningún país u organización internacional, que se limitan a auto felicitarse por el día y a mirar para otro lado frente a tales abusos, olvidos y aberraciones.

Pero España, siguiendo su famoso lema, de ‘ser diferentes’, la fiesta del 8 M se toma con otras perspectivas muy distintas. En tan sólo cuatro o cinco años hemos conseguido que dicha fiesta y manifestación de júbilo, que unió a muchas personas en nuestras calles -aun a riesgo de provocar la expansión de la pandemia del Covid, tal y como realmente sucedió- se haya convertido en una pugna, casi a muerte, por definir cada uno a su manera, que entienden por ser mujer, sus derechos y su razón de ser.

El bochornoso espectáculo lleno de insultos y exclusiones -según sea el color del partido político- que se integrara o acercara a ellas, dado ayer en las calles de Madrid y otras capitales de España con manifestaciones paralelas y diferentes transcurriendo por nuestras calles, casi cogidas de la mano la una de la otra pero ahora, totalmente opuestas; impulsadas a su vez, por los dos partidos que forman la coalición de gobierno, a las que se unió otra más, esta ‘independiente’ y contraria a las anteriores, aunque cada una pretendía exigir los verdaderos derechos y definiciones, pero con escandalosas y muy dispares cifras según fuera el que proporcionara los datos del conteo de asistentes, es algo que, como bien sabemos, sólo se puede dar en España; país cainita y guerra civilista sin parangón en el mundo.

Nuestro gobierno -que para más inri se auto denomina progresista- en razón a sus políticas reales y efectivas, la legislación creada y aprobada o en vías de ello en el Parlamento, demuestra cada día que real y vergonzosamente, se ha olvidado de la mujer, de su limpia lucha reivindicativa y del verdadero valor de la figura, transformándola en un ser que se pasa el día enarbolando la bandera de exigir por ley la paridad en todos los puestos de importancia aunque sea  sin necesidad de demostrar su valía, formación y capacidad, incluso en las grandes empresas. 

En algo o alguien que sólo debe pensar y anhelar en satisfacer su sexualidad, de forma autocomplaciente con masturbaciones y otro tipo de inventos en lugar de recurrir al acto sexual normal y mundialmente reconocido como tal, entre un hombre y ella, una mujer. 

En alguien que debe pensar en hacer el amor de forma libre y sin pensar en las consecuencias y derivaciones de sus actos, para lo que se le facilita el aborto de forma libre, desproporcionada y anacrónica, rompiendo toda lógica y la importancia del valor del consejo y el permiso paterno; permiso, que, sin embargo, se sigue exigiendo para actos tan sencillos como es ir de excursión con el colegio en un viaje de estudios.

La mujer, según ellos, ha perdido el mayor tesoro que posee en exclusiva y que nadie ni nada les puede arrebatar, la maternidad. Lo más maravilloso que puede ocurrir en este mundo, convertirse en ese ser que nos acompaña, guía, aconseja y mima durante toda nuestra vida, hasta incluso en el último suspiro, en el que la mayor parte de los humanos exhalamos un íntimo recuerdo y palabra de suplica en busca de su consuelo y cobijo redentor.

Ya no se lucha por desterrar para siempre aquellas situaciones extrañas en las que las mujeres no obtenían jamás el reconocimiento de su labor en las labores de la casa, en el apoyo a su pareja en los trabajos de labores en el campo, las explotaciones mineras, las fabricas, los negocios familiares o en la construcción y el mantenimiento del hogar familiar.

Nadie se acuerda de aquellas mujeres que han trabajado durante años sin ser dadas de alta en la seguridad social, incluso cuando la empresa o el negocio estaba regentado por su propio cónyuge. Aún hoy día, seguimos escuchando noticias en las que se resalta el fallo de los tribunales reconociendo importantes compensaciones laborales por aquellos trabajos prestados fuera del hogar, sin compensación alguna ni tributación, para ayudarlas cuando se vean solas o a su jubilación por edad.

Tampoco tenemos en mente que, durante siglos y siglos, han sido las mujeres las que se hacían cargo de todas las tareas de la casa y las laborales para mantener sus hogares y hasta la marcha del país, mientras sus maridos se desplazaban durante varios años lejos de aquellos para guerrear, ni de que muchas de ellas, se vieron obligadas a continuar en esa tarea porque su pareja, como resultado de tales guerras, no volvió a casa jamás o lo hicieron lisiados e imposibilitados para trabajar.

La mujer, esa pieza imprescindible en el hogar familiar, no sólo por el papel que juega en las tareas cotidianas de la madre, ama de casa y la que con su esfuerzo laboral aporta su granito a la economía familiar, tampoco es bien ponderada ni reconocida en ese papel más que importante, que supone el acomodarse al trabajo del marido en el caso de ser este el principal que sustenta el hogar conyugal; acomodación, que en muchos casos incluye el traslado durante años a otro lugar diferente -lejos de amigos y familiares- dentro o fuera de España.   

No recordamos que las mujeres llevan muchos años, muchísimos, reivindicando sus derechos laborales y sociales, sin distinción de su raza, convicción religiosa ni ideario político. Que los éxitos o hitos importantes logrados en sus reivindicaciones y luchas se reparten entre izquierdas, derechas y neutros en partes muy equivalentes y sopesadas. Cosa que no explica y por ello sorprende, que sea ahora la izquierda la que tome el testigo de la feminidad y excluya e incluso expulse, de forma burda y reiterativa. a todo aquel, que siendo políticamente de signo diferente, quiera unirse a una causa que debería ser totalmente neutra y transversal.

Dentro de los múltiples agradecimientos y reconocimientos que se le debe a la mujer, está el haber prestado durante muchos años el cuidado de sus progenitores o parientes políticos cuando les ha llegado la edad de precisar una atención más grande de lo habitual. Durante siglos han debido compaginar sus muchas tareas con dichos cuidados y mimos; cosas, que hoy por diversos motivos económicos y sociales, empiezan a ser difíciles de encontrar, ni siquiera para aquellas que dedicaron muchos años al cuidado de los demás.

Puede que el mundo se sienta feliz por estas celebraciones y fastos; que muchas se sientan identificadas y agradecidas a los esfuerzos y sacrificios realizados por un puñado de mujeres solas o acompañadas por unos pocos hombres que las entendían y aplaudían a lo largo y ancho del mundo, principalmente, en Occidente; pero lo que no es de recibo, es ver en que hemos convertido este día de júbilo y fiesta sanamente reivindicativa, principalmente en aquellos países gobernados por retrógrados, patéticamente contrarios a la igualdad entre sexos o por gobiernos como el de España, que ha convertido la diferencia de sexos en una batalla por rascar votos y un afán de protagonismo por aquello del ¿Quién da más?

En dichos países, y en algunos más, aunque no lo aparentan, la mujer no es lo que importa; sigue siendo una pieza más de mercadeo y subasta a la que inexplicablemente, muchas de ellas se prestan de forma muy poco reflexiva por no entender, que sus verdaderos sentimientos y capacidades quedan limitados o cercenados con falsas promesas y cánticos de sirena, y que son llevadas a manifestarse por los platós, mítines, calles y plazas de forma poco ortodoxa, nada edificante y las conviertan en peleles, que metódicamente, abrazan actos, gestos y hechos en los que creen encontrar su felicidad, sin darse cuenta, que con ellos aumentan sus rencores y pierden su verdadera identidad.

Quisiera finalizar este pequeño trabajo de agradecimiento y reivindicación a la mujer con una mención muy especial a aquellas mujeres, como la mía, que habiendo dado todo durante su vida laboral, familiar, afectiva y de entrega a los demás, debido a problemas físicos o mentales personales ahora se encuentran lejos de su hogar, en manos profesionales y más especializadas, que les proporcionan una vida más sencilla, metódica y ordenada a la que son más que merecedoras; aunque por desgracia, no a todas ellas les llega para lograrlo con las ayudas que los gobiernos dan en estos casos de extrema necesidad. Entiendo que, por esto último, sí que habría que luchar.