EL INSOPORTABLE SILENCIO DEL VERANO

F. Javier Blasco, Coronel en la Reserva

9 de agosto de 2016

Mucho se habla del insoportable calor en verano. Todos lo padecen y sufren en mayor o menor medida aunque algunos lo acogen con verdadero placer. Es la época de las vacaciones, los viajes a tierras más confortables, playas, piscinas, helados, refrescos y tardes-noches a una terraza a la fresca. Elementos estos que junto al tradicional botijo, el abanico, la sombrilla o el aíre acondicionado sirven para paliar en algo los rigores del calor sofocante que nos impide descansar adecuadamente y estar en plena forma para afrontar con la debida atención lo que nos llevamos entre manos.

Pienso que es muy posible que estos factores tengan una gran influencia en lo que ocurre en nuestro entorno y sobre el estado de ánimo, tanta que nos lleva y anima a dejar pasar el tiempo tratando de permanecer ausentes de los problemas que nos rodean. Intentamos endulzar los malos tragos pasados durante todo el año, incluso, no nos importa un mayor estipendio en aras de alcanzar el merecido descanso en las mejores condiciones posibles aunque, en algunos casos, no nos lo podamos permitir. Ya vendrá el invierno, los nuevos y muchos gastos familiares, la vuelta al trabajo y al cole, las apreturas en el los medios de trasporte, los atascos, los inevitables madrugones y lo que llamamos la vuelta a la normalidad.

Tradicionalmente y a lo largo de los siglos podemos observar que precisamente era esta época la que se aprovechaba para llevar a efecto determinados levantamientos políticos, declaraciones de guerra y las más importantes ofensivas en conflictos ya establecidos. Pero ahora, esta fiebre estival está cada vez más extendida y nos lleva a dejar aparcados los problemas de todo tipo y, lo que es peor, la realidad de la vida. Todo se atenúa, casi se apaga y la actividad laboral, económica y política alcanzan niveles mínimos salvo honrosas excepciones o porque a duras penas las mantienen en vida los llamados equipos de guardia.

En pocos días nos enfrentaremos a un sinfín de verdaderos problemas porque aquellos que aparcamos no solo no han desaparecido, muchos se han agravado y otros serán nuevos como consecuencia de los anteriores. Pero, aunque somos conscientes de ello, no parece afectarnos en absoluto. Todo lo aplazamos y pensamos que a la vuelta del verano, con un nuevo empujón personal y/o colectivo, arrancaremos de nuevo y las cosas se solucionarán más o menos en la forma prevista.

Sin embargo, el mundo y sus problemas no paran, no toman vacaciones y, es más, algunos de ellos se enquistan e incluso se agravan y acentúan. Antes o al principio del verano el problema de la creciente actividad terrorista azotaba nuestras tierras, gentes y conciencias debido a un intenso y efectivo impulso de este en determinados puntos clave. La economía mundial, la europea y la particular de algunos países estaban al borde de la quiebra o en situaciones desastrosas. La mayoría de los actuales dirigentes políticos no daban la talla exigida en varios confines lo que sin duda será motivo de grandes y graves nubarrones sobre nuestras cabezas, economías y libertades a corto o medio plazo. Los muchos conflictos bélicos aprovechaban la falta de cohesión externa para llevar a cabo las necesarias ofensivas a fin de alcanzar determinados puntos neurálgicos o tratar de recuperar parte del terreno perdido. Los problemas de los refugiados seguían sin resolverse y para ellos este verano no será precisamente de vacaciones puras. Algunos conflictos, como el de Turquía, han llevado a situaciones límite a países que, estando en el camino de la normalización, han retrocedido en el tiempo y en sus posturas de forma alarmante y que, sin duda, repercutirán en su entorno regional, internacional y político.

Las amenazas expansivas internacionales en Occidente, Oriente Medio y Asia no han parado y apuntan a que pronto reanudaran con más fuerza sus intentos para lograrlo provocando importantes enfrentamientos políticos e incluso militares. Los más que previsibles cambios de orientación de liderazgo en países importante como EEUU ponen en cierto grado de riesgo el orden y en concierto mundial de tal forma que hasta los propios partidos que los encumbraron a su candidatura, ahora, se alarman ante las previsibles consecuencias. El hambre, las enfermedades contagiosas, las migraciones masivas, la sequía y la pobreza en el mundo no cejan en su empeño de continuar creciendo a pesar de haber superado con creces cotas insospechadas hasta hace poco. La reaparición en fuerza de los populismos y su incesante crecimiento en sus distintas vertientes amenazan cada vez más a más países por lo que estos podrían cambiar totalmente la orientación de su panorama político con peligrosas consecuencias para ellos y para el resto. Por último, pero no por ello menos importante, los nacionalismos llevados a posiciones extremas empiezan a conseguir importantes frutos sin pensar en sus graves repercusiones como el Brexit o el lio que nos tienen montado en la propia España y otros países del entorno europeo.

Todo esto lo sabíamos antes de echar el cierre del negocio o apagar nuestros ordenadores en los puestos de trabajo para dedicarnos al dolce far niente. Nos tenían muy preocupados aunque, realmente, cada uno valoraba estas amenazas en mayor o menor medida en función de su formación, necesidad o grado de interés por el futuro inmediato. Pero consciente o inconscientemente, al menos por unos días, todos las hemos aparcado; los problemas aparentemente han dejado de existir. El silencio del verano ha llenado nuestras mentes, hogares y lugares de descanso. Problema agravado este año por la realización de los JJOO en Brasil en los que las diversas actuaciones de los atletas propios o de las estrellas mundiales nos llevan a pasarnos muchas horas ante el televisor viendo como dichos hombres y mujeres compiten “limpiamente” por alcanzar o superar antiguos records mundiales o por clasificarse para dejar a su país en un buen puesto en el llamado medallero.

Parece que el deporte sea lo único que nos hace reaccionar y que los valores patrios se exaltan ante cualquier evento deportivo, aunque esto solo sea hasta que una intrépida cámara delata que apoyamos a nuestro país y entonces sacamos la bandera separatista o escodemos nuestro rostro para que nadie nos identifique en dicha postura.

Muchos países se enfrentan a cercanos e inciertos procesos electorales en muy pocos meses; algunos como España han decidido mantenerse en estos de forma permanente y sin arreglo aparente. Posturas cerradas, egoístas y cortoplacistas llevan a los líderes de los partidos políticos a mantener situaciones férreas que nadie ni dentro ni fuera de los mismos entiende. No importa lo que pueda ocurrir, ni siquiera el saber que estas posturas son el caldo de cultivo de los populismos y nacionalismos quienes hacen su “agosto” particular al amparo de las mismas y que sin duda agravarán los problemas internos y externos.

La falta o el aplazamiento en la toma de decisiones de calado entre nuestros políticos tanto a nivel nacional como internacional serán los culpables de que la situación que nos encontremos en otoño sea mucho más grave que la que dejamos con los primeros calores del verano. Lo sabemos todos, nos lo tememos pero, a pesar de ello, no hacemos nada por remediarlo.

Ni siquiera la mayoría de los medios de comunicación están cumpliendo con su obligación de control, acicate y escarnio de la vida política nacional e internacional. Son los tiempos para los becarios y los turnos del verano en los que lo mejor es no meterse en aguas profundas, no sea que nos veamos implicados en situaciones complicadas que nos exijan una mayor o constante atención u obligue al regreso precipitado de nuestros jefes y primeros espadas.

Los escasos debates de análisis político que quedan son de muy baja intensidad o categoría; se las ven y desean para cubrir los pocos sillones de analistas con verdaderos especialistas en la materia y estos se cubren mayoritariamente con trasnochados o repetitivos “actores” que dejan mucho que desear en sus planteamientos y razonamientos. Los buenos programas y ediciones de peso son sustituidos por programas baratos o películas que vienen siendo repetidas hasta la saciedad desde hace varios veranos.

La prensa en sus ediciones en papel llega al límite de su escaso contenido donde más del cincuenta por ciento del diario está ocupado por anuncios a toda plana en búsqueda de los rezagados en conseguir los últimos “chollos” del verano, las ofertas de un gran almacén o un móvil mucho más barato. La prensa en la red no incluye más que noticias cortas con poco desarrollo y sin ningún análisis profundo de lo que sucede o pueda suceder a corto o medio plazo.

En definitiva, hemos vuelto a inventar y aplicar lo que ya los romanos intentaron para cerrarle los ojos a su pueblo “Pan y Circo”. Elementos estos, que si bien nos mantiene distraídos por un tiempo, no arreglan ninguno de los problemas que ya padecemos, ni tampoco esconden las amenazas y repercusiones de los que vamos a padecer. Lo dicho, el insoportable silencio del verano es una práctica muy extendida para solaz del pueblo y el descanso de sus dirigentes pero por desgracia, supone el mayor veneno y peligro para la sociedad, las naciones y los imperios o alianzas.

Lo malo de todo esto es que la situación esta vez es un tanto más complicada que en años anteriores; dejamos muchos, demasiados problemas en el tintero sin resolver antes del verano, las cosas se pueden complicar aún más y la solución a todos ellos ni es factible a bote pronto ni ofrece perspectivas de arreglo en los campos nacional e internacionales. Situación esta última que agravará aún más los problemas internos y, sin duda, apoyará el auge de los nacionalismos, populismos, protagonismos y adanismos.

Creo que este silencio de verano puede ser el preludio de una tormenta perfecta que nos volverá a coger desprevenidos por muy avisados que estemos. Llegaremos con el paso cambiado y en plena situación de desconfianza sobre nuestros políticos por el desprestigio que ellos solitos se están ganando y labrando día a día. Si no creemos en ellos, no recibirán la confianza y los apoyos populares necesarios para resolver los graves problemas a los que cada país, Europa y el mundo se enfrentan y enfrentrán. Predecir cuál será nuestro futuro próximo no es fácil, pero lo más seguro es que no sea nada halagüeño.