TURISMO AQUÍ

La semana pasada, El Heraldo publicó un informe sobre el minicomplejo turístico en el que se ha convertido Puerto Colombia gracias a la gestión de los últimos gobernadores, Verano y Noguera, en cuyas administraciones se construyó la infraestructura integrada por los siguientes componentes: recuperación de lo que quedó del muelle, restauración de edificaciones históricas, malecón del Mar, plaza principal, dos centros gastronómicos, centro artesanal y ordenamiento de playas, todo complementado por el faro de cristal, iniciativa de la empresa privada. Bastante laudable. Infraestructura bien concebida y articulada, intento serio de oferta turística decente y, sin embargo, modesta, acorde a nuestra realidad, casi artesanal, nada de Dubái, Tahití, Bora Bora, la Riviera Maya, Cartagena, Benidorm, Marbella, la Costa Azul, Creta, Punta Cana, Bali, las islas Baleares, las Maldivas, entre otros importantes centros turísticos costeros. 

Puerto Colombia y sus alrededores, como todos sabemos, son el complemento natural de Barranquilla; lo que allí ocurra repercute en nuestra ciudad, o más bien es mi teoría, cuanto allí se hace es proyección de la capital departamental, fruto de la visión e inversión barranquilleras. Quiero decir que el desarrollo turístico actual de Puerto es una bien planificada extensión del crecimiento urbanístico que desde hace algunos años experimenta Barranquilla gracias a ciertas obras emprendidas por la administración distrital, como el malecón del río, y por particulares, como la Ventana al Mundo, y al valor que últimamente parte de la ciudadanía le ha conferido a cosas que por demasiado tiempo le fueron indiferentes: el tesoro arquitectónico del Centro, de El Prado e, incluso, de los hoy inseguros andurriales de Rebolo y de San Roque; el barrio Abajo, la gastronomía y la vida nocturna (hay que ver la locura que para los foráneos son los estaderos salseros, al punto que ya son referente para quienes visitan la ciudad). Estamos hablando, pues, de una extensa zona turística en ciernes, conformada por Barranquilla y Puerto Colombia, con satélites en Usiacurí y las playas de Tubará y Juan De Acosta. Pues bien, lo cierto es que, pese a estas perspectivas, Barranquilla dista mucho de ser destino turístico en el sentido estricto de la expresión, aquí expondré mis razones. 


Barranquilla no solo es subdesarrollada, sino atrasada. Vale la pena explicar esto: toda América Latina es subdesarrollada, pero las principales ciudades (no solo las capitales) no padecen las carencias que aquejan a la nuestra en factores neurálgicos como el transporte público y la oferta e infraestructura culturales. Hay que decirlo claramente: el sistema de transporte público de Barranquilla tiene un atraso de por lo menos 40 años. Al desastre de Transmetro que empezó con su diseño se suman la inexistencia de multimodalidad y la obsoleta infraestructura vial. La ausencia de puentes, distribuidores, túneles, pasos a desnivel, alcantarillado pluvial, entre otras soluciones viales requeridas en el casco urbano de una urbe que posee características de metrópoli, no solo es la causante de problemas de movilidad, sino de productividad y competitividad. Otro testimonio irrecusable del rezago de Barranquilla es la baratija de aeropuerto que resultó de su sonada modernización, el auténtico parto de los montes. Aeródromo tercermundista, excluido, en el ostracismo y cada vez más inoperante, que en pocos años desaparecerá por completo. Como si lo anterior fuera poco, a tan deplorable panorama hay que añadirle la pésima calidad de las pavimentaciones de las calles; la irregularidad de los andenes; la invasión de los mismos por buhoneros de todos los pelambres, entre otros inadaptados; el nulo mantenimiento de la malla vial, canalizaciones de arroyos, bordillos y aceras; y la no cristalización de proyectos que hubieran sido de trascendental impacto urbano como el monorriel por la Murillo (1985) y el tranvía por la 30 (2016) ―para no elucubrar con un metro. En pocas palabras, el panorama del transporte en la ciudad no solo es deprimente, sino nada prometedor. 


La cultura, haber en el que esta villa nuestra sobresale en el contexto colombiano y aun latinoamericano, ha sido sistemática y sospechosamente descuidada por las últimas administraciones. ¿Por qué? No puede ser casualidad que casi simultáneamente cerraran el teatro Municipal y los museos del Caribe, del Atlántico y de Arte Moderno, que no se terminara la nueva sede del de Arte Moderno, que el Romántico siga en el ostracismo, que no haya suficientes bibliotecas públicas (así fuesen virtuales), et caetera. De esa incomparable debacle hay que rescatar las iniciativas de la Escuela Distrital de Artes, la Fábrica de la Cultura y el Museo del Carnaval, este último, aunque limitado y conceptualmente mal concebido, impresiona a foráneos y a no pocos locales que no saben nada del carnaval. 


Pero eso no es todo. Algunos de nuestros conciudadanos siguen echando basura en calles y arroyos, hurtando tapas de alcantarillas y registros de la Triple A, instalaciones eléctricas de cobre, luminarias... Qué bueno sería que la alcaldía se diera a la tarea de educar a la gente, mejor dicho, la instara a no ser tan cochina, a que deposite sus inmundicias en los cubos convenientemente distribuidos por la urbe, a mantener limpios los frentes y terrazas de sus residencias, parques y bulevares, a no invadir el espacio público, a que no sea ladrona. En otros términos, que la institucionalidad promueva la cultura ciudadana mediante programas de largo aliento. Esa misma administración que debe emprender la recuperación y ordenamiento de andenes y sardineles, pues ¿por dónde habrán de caminar visitantes y locales? Esa que debe tomar cartas en el asunto de los inmuebles abandonados, bien sea que los adquiera y rehabilite, o que conmine a sus dueños a mantenerlos pulcros al menos; la misma que no le ha dado solución a la espantosa cloaca urbana y aterrador manicomio a cielo abierto conformado por el Centro, el mercado público, Barranquillita y los caños Arriba y del Mercado. 


No acaba de cuajar la oferta turística existente, cuando ya surgen nuevos, ambiciosos proyectos como el ecoparque de la ciénaga de Mallorquín, el bosque urbano de Miramar, el ordenamiento de las playas de Puerto Mocho, el Riobús y el tren de Bocas de Ceniza; interesante, pero aún no entran en servicio y hay que comprobar que realmente serán sostenibles, especialmente el último. 


En síntesis: 


Como puede verse, obras que la ciudad requiere, o sea que uno de las efectos del desarrollo es el turismo, entendido como la visita de foráneos atraídos por los atributos de determinado lugar.




PS: Llaman la atención los precios de algunos tours ofrecidos por diversas agencias y particulares: ni en Nueva York son tan astronómicos.


Véase también: Guía de Barranquilla



Barranquilla, 22 de noviembre de 2023