Esperpento en el parque de los Fundadores

22 de marzo de 2007

Pocas veces en la vida tiene uno el infortunio de toparse, en las ciudades que visita, con un adefesio como el parque de los Fundadores de Barranquilla. El mal gusto, campeón en la ciudad, encuentra su exponente más conspicuo en ese espacio ubicado en el corazón de uno de sus barrios más emblemáticos, originalmente pensado como zona verde del sector. Las estrambóticas e insulsas bolas, el ridículo obelisco, la informe estructura en concreto que corona una fuente raquítica y las disparatadas esculturas, atiborran el lugar creando en el visitante la sensación de no saber dónde se está. Se trata de una verdadera colcha de retazos: ora se enaltece a los mártires de la aviación, ora se honra al primer gobernador del departamento. Por acá encontramos una fuente, acullá un fúnebre sarcófago...

La estatua del general De Castro, primer gobernador del departamento, parodiando el lema de un conocido banco, sencillamente está en el lugar equivocado. La estatua debería estar donde corresponde, en su escenario natural: el edificio de la Gobernación del Atlántico, no cabe otro sitio. No se explica cómo las autoridades permiten semejante desatino.

Pero lo peor del parque es el tal “Héroe Caído”, estructura que ha sido denominada por algunos, con toda razón, “la momia”. Se trata de un monumento a la muerte, tétrico, fúnebre y oscuro, que más despierta espanto que admiración. El conjunto es sencillamente grotesco y mal elaborado, el súmmum del mal gusto. En una ciudad que irradia tanta alegría como Barranquilla, que es esencialmente pletórica de luz, reconocida como tal por propios y extraños, un monumento a la muerte es el colmo del contrasentido. Francamente, Barranquilla no merece tal equivocación. Es una verdadera lástima que mi Universidad del Norte, en cabeza de su culto rector, haya hecho parte de la realización de una obra que tiene de todo, menos de artística.

Perdida por completo la encomiable intencionalidad inicial del parque, que fue servir de eje verde del barrio, a lo cual se le añadió posteriormente honrar la memoria de las víctimas del accidente que enlutó a la aviación colombiana en 1924 (cuyos bustos, de paso, brillan por su ausencia), al menos queda impávida la altiva águila cual testigo mudo e impotente, pero censor, del esperpento urbanístico.

El bulevar y el parque deben ser remodelados y vueltos a sus orígenes por medio del consenso general y no a hurtadillas, como se adelantó la actual restauración (degeneración, más bien). Que vuelvan a ser, ya el pulmón del barrio El Prado, ya el santuario dedicado a los aviadores caídos.