Apuntes mirmidónicos XXIV

23 de diciembre de 2013

Se fue el año y es el momento de ocuparme de los dos hechos más importantes de 2013, como lo anuncié en su momento. Qué bueno hacerlo a una distancia prudencial, libre de la efervescencia del momento, que nunca deja ver claro.

La renuncia de Benedicto XVI

El 12 de febrero, Occidente se estremeció por el insólito hecho de la renuncia del papa Benedicto XVI. Enseguida comenzaron toda clase de conjeturas y especulaciones hoy harto sabidas. No sé por qué a tanta gente le cuesta trabajo creer en el discurso de renuncia del Papa, si en realidad en nada está en contravía con las conclusiones que han sacado. Parece que a algunos adultos todavía hay que decirles y explicarles absolutamente todo para que entiendan, como a los niños. El mensaje de Benedicto XVI fue bien claro: sus fuerzas, debido a su avanzada edad, ya no eran apropiadas para la administración del ministerio petrino (“…vires meas ingravescente aetate non iam aptas esse ad munus Petrinum aeque administrandum”). ¿Qué implica eso? Sí: que ya no estaba para batirse con la corrupción de la curia vaticana y escándalos como la pederastia y los vatileaks, entre otros graves problemas que afronta la Iglesia católica. No estaba para andar en esos trotes, tan sencillo como eso. En la explicación que dio el Papa no se evaden ni disfrazan las supuestas verdaderas razones de su renuncia, simplemente no se enuncian una por una por obvios motivos.

La muerte de Hugo Chávez

La desaparición de Chávez fue el segundo gran acontecimiento del año. Una muerte anhelada por muchos y llorada por otros tantos. Chávez era de esos personajes que o se aman o se odian con pasión, que no admiten términos medios. Despertaba por igual odio o admiración, idolatría incluso. Su proyecto político, si bien con loable fin, ha estado lleno de múltiples contradicciones, tropiezos y, en algunos casos, de atropellos contra sus rivales. Por ejemplo, nunca entendí por qué Chávez apoyaba a las FARC si estas tenían secuestrados venezolanos e incluso han asesinado a ganaderos y empresarios de ese país. Un día se le ocurrió catalogar a las FARC de “ejército”, ni siquiera de guerrilleros o de insurgentes, o al menos de rebeldes. Afortunadamente, un día rectificó y, en alusión a las FARC, dijo que ya no había razón para la lucha armada.

El año pasado revisé los indicadores macroeconómicos de Venezuela y todos crecieron durante la era Chávez, entre ellos la inflación, lo cual es algo negativo. La pobreza y la desigualdad entre ricos y pobres se redujeron también. Sin embargo, se dispararon la inseguridad, la corrupción, el desgreño administrativo y la escasez de productos básicos de la canasta familiar. Chávez tuvo de bueno y de malo, sin duda lamento su desaparición, pues era un actor principalísimo de la escena mundial que bien merecía haber asistido en vida al triunfo o a los añicos de su revolución bolivariana.

La muerte de Diomedes Díaz

Aunque se veía venir, pues estaba muy enfermo, no deja de afectarme la muerte ¡tan joven! del gran Diomedes, cuyas canciones se quedaron en mi vida desde mi infancia, aunque fue en plena adolescencia (1991) cuando me volví fanático de ellas. Me gustaban mucho “Me deja el avión”, de Héctor Zuleta; “El invencible” y “Lluvia de verano”, de Hernando Marín; “Palabra sagrada” y “Chispitas de oro”, de Calixto Ochoa; “Lo más bonito”, “Un detalle” y “El romancero”, de Roberto Calderón; “Dime qué pasará”, de Efrén Calderón; “Amarte más no puedo”, “Usted” y “Por Amor”, de Marciano Martínez; “No intentes”, de Omar Geles; “Aquí están tus canciones” y “La suerte está echada”, de Hernán Urbina Joiro; “Amor ausente”, de Armando  Quintero; y “Te quiero mucho”, “Señor abogado”, “Mi profecía”  y “Señora Tristeza”, del propio Diomedes, cuya faceta como compositor es poco conocida, pero para mí es uno de los más grandes compositores que ha dado el vallenato. No se me olvida aquel Festival de Orquestas en el Coliseo Cubierto cuando Diomedes cantó “Lluvia de verano” con el brazo derecho enyesado y una camisa amarilla. El Cacique no fue el mismo después de su problema con Doris Adriana Niño, ese hecho marcó el inicio de su declive profesional y físico. Unos días antes, durante el Festival Vallenato de 1997, había descalabrado al muchacho que le ponía el micrófono durante sus presentaciones (le partió la cabeza con el micrófono), por lo que fue demandado. Diomedes sobrevivió a accidentes, quebrantos de salud y hasta plomeras como aquella en la que mataron a Lisímaco Peralta en Las Flores, Guajira, en 1978. Paz en tu tumba, Cacique.

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