RUTA OBREGÓN


NOTAS



Crónica recuerda obra de Obregón en El Prado

*Por Valeria Fuenmayor


En los últimos días ha estado en el foco de la opinión pública una posible obra de Alejandro Obregón en el hotel El Prado. Los hallazgos encontrados en el Bar Caribe han provocado que, distintas personas cercanas a la figura de Obregón, recordaran momentos en los que el pintor habló sobre un fresco que hizo en el salón Magdalena del emblemático edificio, y que fue posteriormente borrado al, presuntamente, causar incomodidad por su contenido. 


Uno de sus grandes amigos, Alfonso Fuenmayor, plasmó una de las historias de Obregón sobre su pintura en el hotel, en su libro ‘Crónicas sobre el grupo de Barranquilla’. El periodista narró un episodio en el que el grupo recibió la visita de un famoso poeta catalán llamado León Felipe. 


Alejandro le extendió a su visita una invitación para almorzar junto a sus padres, Pedro Obregón y Carmén Rosés de Obregón en el hotel El Prado, el cual pertenecía a la familia. 


El texto narra el episodio así: “En el amplio comedor del hotel, que ahora se llama Salón Magdalena, a una mesa se sentaron los cuatro (León Felipe, Alejandro Obregón y sus padres). No habían pasado los convencionalismos protocolarios y las fórmulas sociales, cuando León Felipe se quitó un zapato y enseguida la media correspondiente a ese zapato. La operación siguiente consistió en llevar el pie descalzo a la rodilla de la pierna derecha para enseguida, entre los dedos de su extremidad inferior, introducir el índice de su mano derecha y proceder, vigorosa y desesperadamente, a friccionar en el mismo sentido en el que el carpintero asierra la madera. Cuando ya muy probablemente comenzaba a sangrar, suspendió su tarea con toda seriedad, y la media y el zapato volvieron a los puestos que tenían antes, que este insólito episodio sucediera en un lugar nada apropiado y en una ocasión en ningún caso propicia. Poniendo la cara en la posición que las gallinas colocan su cabeza cuando toman agua, León Felipe divisó en la parte elevada de la pared que le quedaba enfrente unos murales que por su parte superior  limitaban con el techo y descendían un metro o metro y medio. Eran escenas bucólicas, bueyes tirando arados, campesinos haciendo la siega, etc.


- ¡Vamos, vamos! - bramó León Felipe-. Me gustaría saber quién pintó esos mamarrachos para decirle unas cosas.


En seguida, ruidosamente, León Felipe sorbió una gran cucharada de un espeso potaje que aún humeaba. Alejandro se llenó de coraje, la verdad es que nunca le ha faltado, y con timidez y vergüenza, lo mismo que si estuviera ofreciendo rendidas disculpas por haber observado una conducta indigna, se declaró culpable con estas palabras:


-Esos mamarrachos los pinté yo. Yo soy el mamarrachista, pero los borraré.


Un tiempo después, bajo espesas, reiteradas y uniformes capas de pintura, los murales desaparecieron y de ellos no quedan rastros visibles”. 


Este fragmento aporta a la investigación que se adelanta sobre el posible fresco del cual, el Ministerio de Cultura, deberá enviar un informe en los últimos días.