EL PASADO EN PRESENTE



El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, 

y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado.

Jorge Luis Borges

Nathaniel Hawthorne-Otras inquisiciones


La administración Pumarejo Heins parece ser la que por fin acometió organizada, articulada y planificadamente —aunque a veces también tímida y equivocadamente— la solución definitiva del aterrador problema en que se convirtió la inevitable simbiosis del Centro y el mercado de Barranquilla, que hace lustros dejaron de ser entes separados para conformar un solo tumor urbano, un solo manicomio a cielo abierto.


Por estos días abundan proyectos institucionales fabulosos, anunciados con bombos y platillos en la prensa y en las redes sociales: sitios web, grupos de Facebook y cuentas de Twitter y de Instagram exhiben fascinantes diseños computarizados sobre la soñada intervención. El alcalde incluso ha creado un insólito cargo: “gerente del Centro de Barranquilla”. Como ya es costumbre en estos tiempos, no faltan las fotos de época que presentan un Centro limpio, ordenado, reluciente, con escasa gente, pocos carros y ningún vendedor ambulante o estacionario; quienes las publican y comentan creen ver en ellas la Arcadia feliz que añoran retrotraer. Todo ello muy encomiable, pero ¿no tienen en cuenta que vivimos en una ciudad cuya realidad socioeconómica es diametralmente distinta a la de hace ochenta años? Después de la década de 1960 —cuando empezó la debacle de Barranquilla— hasta nuestros días, en realidad poco ha avanzado nuestra sociedad en educación o, más bien, en preparación, para no mencionar formación. Desde ese decenio desafortunado en tantos aspectos, personas de todos los pueblos de la Costa e incluso del interior andino se han volcado a la prometedora urbe en busca de oportunidades ante el desastre del agro colombiano, creando los cinturones de miseria conocidos como tugurios, complejo proceso que hasta el momento no para. A eso hay que añadirle el tremendo cambio que ha sufrido la economía en los últimos años, exigiendo actores cada vez mejor preparados y más competitivos desde todo punto de vista. Como consecuencia, la ciudad se repleta cada día más y más de gentes de ínfima o nula preparación, desesperadas, que para sobrevivir recurren a comerciar en toda suerte de buhonerías en calles, aceras, plazas, bulevares y parques (el espacio público); a hacer cualquier “maraña” por unas cuantas monedas, o simplemente a mendigar. En ese escenario tan complicado como real, no veo cómo se puede aspirar a la médula del asunto: despejar las calles y andenes del Centro-mercado, desde el ocaso de los 60 atiborrado de mercaderes de verduras, frutas, baratijas y todo tipo de géneros, muchos de los cuales viven en pueblos aledaños del Atlántico y del Magdalena, esos que ejercen la actividad que requiere la mínima preparación (académica): el intercambio. Otros sectores del Centro se hallan invadidos por actividades económicas aún más engorrosas y hasta peligrosas, como restaurantes y cocinas callejeras, y con más tentáculos, como talleres de mecánica automotriz y de electrodomésticos, problemáticas aun más difíciles de solucionar.


La idea de revivir el Centro de setenta años atrás puede seducir a determinado grupo (que puede ser numeroso), pero ¿es realmente viable? Ni siquiera reubicar a los vendedores en locales comerciales ha sido solución, pues no hay como vender en la calle, para la muestra, el botón de los libreros reubicados en la antigua Casa Vargas: sencillamente no les fue nada bien; muchos se dedican a actividades complementarias y la mayoría de locales están cerrados. De contera, los libros digitales los tienen al borde del jaque mate. Tampoco funcionó el muy desacertado dislate de la peatonalización de algunas calles del Centro, que de peatonales no les hicieron nada; bochornosa alteración que más bien debe llamarse mercantilización, pues en plena vía pública construyeron casetas donde reubicaron vendedores.


Por otro lado están las edificaciones. ¿Cómo poner de nuevo en servicio gigantescos y suntuosos edificios que hace cien años fueron epicentro de importantes actividades económicas, como los bancos Dugand y Comercial de Barranquilla, hoy inmersos en un caos inconcebible? Edificios malvendidos cuyos dueños literalmente salieron huyendo del cáncer urbano que los devoró. Pretender que el Banco Dugand vuelva a ser lo que fue es necedad supina, y los costos de su mantenimiento actual, altísimos; de hecho su restauración lleva años y nada que concluye. Tristemente, a pesar de que fueron trasladados “El Químico” y las otras fritangas que se encontraban sobre su fachada, esa magnífica adaptación tropical de arquitectura neoclásica seguirá enclavada en sórdido entorno. No más a pocos metros en diagonal, invadiendo las aceras de la carrera Veinte de Julio, se encuentran desde hace décadas varios expendios espantosos de vísceras y carnes que expelen hedores mefíticos. ¿Qué entidad emprendería el uso y mantenimiento de una edificación —por muy hermosa y patrimonio que sea— que se bate contra semejante desaguisado urbano? 


¿Ante tan palmaria realidad, qué hacer? Renovar el Centro no puede concebirse como la simple restauración de edificaciones y el desalojo de ocupantes de aceras, calles y bulevares (blanqueamiento urbano, en términos técnicos), como creyendo ingenuamente que quedando el sitio ¡apenas por un instante! igual al de la postal antigua se resuelve el problema de manera definitiva. ¿Es tan difícil prever que será solo por un momentáneo lapso de vacilación en la impenitente sed de depredación urbana de los inaprensivos usurpadores de marras? Necesariamente hay que intervenir primero —o al menos concomitantemente— el material humano. A fondo, o sea, no solo reubicando a los buhoneros, pues posteriormente otros ocuparán su lugar, cuando no ellos mismos. En otras palabras, el problema es más profundo de lo que parece, y la forma en que se pretende abordar, para nada integral.


Otro caso curioso es el que impulsa Adlai Samper: resucitar la desaparecida plaza de San Mateo, espacio público que, según su investigación, tuvo vida hace más de un siglo1, pero que hace décadas degeneró en anómala terminal de los buses intermunicipales de Sabanalarga. Se trata de un sector deprimido que ya ni siquiera es residencial, como lo fue cuando existió la plaza. Figurémonos por un instante que se reubica la terminal irregular, que desaparece de allí por completo. ¿Qué hacer entonces, la nueva plaza de San Mateo? ¿Para qué, para que el decadente entorno —que no existía hace un siglo— la engulla en poco tiempo (de hecho allí tienen su asiento muchos vendedores estacionarios)? O quizá para revivir su “época de gloria”, como han clamado Chelo De Castro y Samper —sus apologetas más conspicuos— en desubicados y conmovedores arrobos de ¿nostalgia?:


«La Plaza [sic] San Mateo fue escenario de fiestas populares con quema de castillos de fuegos artificiales, bandas de música tronando y de vez en cuando; en un ring improvisado, peleas de boxeo. En los años 40 las huestes gaitanistas partían desde este lugar en marchas nocturnas con antorchas encendidas».2 (A. S.) 

«El lugar donde tanto jugamos béisbol hace unos años ahora está convertido en un bulevar de pacotilla. Deprimente».3 (C. D. C.)

Léase bien y saquen sus propias conclusiones:


¿«...escenario de fiestas populares con quema de castillos de fuegos artificiales,...»? ¡Fiestas populares! ¡Quema de castillos! ¡Fuegos artificiales!

¿«...bandas de música tronando…»? ¡Música tronando!

¿«...y de vez en cuando; [sic] en un ring improvisado, peleas de boxeo.»?  ¡Peleas de boxeo! ¡De vez en cuando! ¡Ring improvisado!

¿«En los años 40 las huestes gaitanistas partían desde este lugar en marchas nocturnas con antorchas encendidas.»? ¡Huestes gaitanistas! ¡Antorchas encendidas!

¿«El lugar donde tanto jugamos béisbol hace unos años [sic]…»? Supongo que para eso último me quedé sin comentarios…


Va de suyo que algunos confunden sus interpretaciones de la realidad con el destino de la polis.


De vuelta a la realidad, he ahí los casos deplorables de las plazas de San Nicolás y de San Roque, infestadas de mercachifles a escasos años de haber sido restaurada la primera y construida la última. En Barranquilla, basta que un espacio público luzca semivacío para ser arbitrariamente invadido en un dos por tres por buhoneros de todos los pelambres, los mismos que se conectan fraudulentamente al alumbrado público y roban agua para su consumo en sus tenderetes, esos que contribuyeron a la hecatombe de Electricaribe, no pagan impuestos y, en el summum de la desfachatez, no asean sus “puestos de trabajo” e impúdicamente arrojan sus inmundicias en la calle. Qué realidad tan horrorosa.


La recuperación o renovación del Centro de Barranquilla pasa primero por la rehabilitación y fortalecimiento del tejido social y humano que lo ocupa, algo que tomará varias generaciones, seamos realistas; aunque ya lo dijo Plinio el Viejo: Quam multa fieri non posse, priusquam sint facta, judicantur? (Nat. hist., VII, I) .4


Segundo, ha de replantearse el uso de edificaciones y espacios públicos para que sean efectivamente apropiados por la sociedad, no abandonados de nuevo y reinvadidos, respectivamente, y para que no se les dé mal uso, como aconteció con el denominado “Shopping Center”, magnífica construcción metamorfoseada en mercado persa; aunque cierto: del ahogado, el sombrero..., lo dijo la zorra cuando no pudo alcanzar las uvas. 


Por último está el mantenimiento, una de las asignaturas siempre pendientes de la ciudad. A causa de los mantenimientos nunca programados, y menos realizados, casi todas las obras de Barranquilla están en ruina (las canalizaciones de los arroyos van en esa dirección, aunque están a tiempo de implementar un plan consistente y sostenible). El mantenimiento no solo se realiza a estructuras físicas como máquinas, edificios, parques y bulevares, también se aplica ¡oh, sorpresa! al capital humano... Cuán difícil me resulta imaginar esto último in hac lacrimarum valle.



Barranquilla, 30 de noviembre de 2020



1 En 1857, en el lote en mención se estableció el cementerio de la colonia hebrea. En 1872, masones y judíos fundaron el cementerio Universal (inaugurado el 15 de abril de ese año) y en 1873 los judíos pasaron a ser sepultados en él; el terreno de su antiguo panteón fue donado al municipio, que habilitó la plaza allí a principios del siglo XX.

2 https://lachachara.org/noticias-de-olvido-la-plaza-san-mateo-y-el-callejon-tumbacuatro/

3 https://www.elheraldo.co/columnas-de-opinion/barbaridad-en-la-plaza-san-mateo-303156

4 ¿Cuántas cosas se juzgan imposibles de hacer antes de que se hayan hecho?