El colapso del muelle de Puerto Colombia

19 de marzo de 2009 

Asaz se ha discutido sobre el reciente desmoronamiento del bendito muelle de Puerto Colombia, ocurrido el 7 de marzo pasado. Una verdadera catarata de rayos y centellas de periodistas y gentes de todos los pelambres se ha precipitado sobre los sucesivos gobiernos y el Estado colombiano por la supuesta indolencia ante el ostensible y progresivo deterioro de la estructura, la cual no aguantó más y sucumbió ante los potentes vientos y el fuerte oleaje que azotaron a Barranquilla y sus alrededores en febrero y marzo de 2009. De paso, no se tiene memoria de que haya habido brisas de semejante intensidad, casi huracanes, por lo menos en treinta años.

Inmediatamente se desintegró el muelle, también se elevaron las voces de protesta de las autoridades gubernamentales clamando por recursos para emprender su reconstrucción. ¿En serio se justifica tan grande inversión para que la construcción simplemente esté ahí y sirva de marco a bellísimos atardeceres como han expresado la mayoría? Es preciso reconocer las voces cuerdas de personas como Arturo Sarabia Better y Luis Camacho Villegas que son conscientes de que se le debe dar un vuelco al uso de la estructura porque hasta el momento no es más que algo sencillamente inútil. Lo peor es que no se conoce propuesta concreta alguna para recuperar el muelle, digamos, en función de una zona turística o de la industria pesquera. El interrogante que se impone es: ¿para qué reconstruir el muelle de Puerto? Porque reponerlo para evocar los remotos tiempos en que desembarcaron en él cientos de extranjeros que echaron sus raíces en Colombia, e importaron el supuesto progreso y la modernidad al país, parece poco menos que una pamplinada. En la prensa y la radio locales han aparecido inexplicables jeremiadas fúnebres que no solo resultan cursis y ridículas, sino que fomentan una torcida visión de la historia:

“¿Me pregunto: sin el muelle, qué será de Puerto? ¿Hacia donde miraremos?”,

“… (en él) se encontraban las huellas de numerosos viajeros”,

“… nos arrebató [sic] la marea y la desidia parte de nuestra memoria y el recuerdo de muchos atardeceres y de luminosos domingos”,

“… (el muelle) es la carta de identidad de Puerto Colombia”,

“¿Acaso este Puerto por donde penetró la civilización y el desarrollo del país no tiene derecho a una segunda oportunidad?”,

“Ya una parte de su estructura cayó al fondo del Mar llevándose consigo muchos recuerdos de miles de personas que algún día lo visitaron”,

“…no imagino a Puerto sin el Muelle, es como decir Cartagena sin sus Murallas, o Escalona sin su Molinera, o el mismo Quijote de la Mancha sin su Dulcinea, Barranquilla sin el Junior y sin el Carnaval”,

“… estamos impúdicamente viendo naufragar ‘entre las olas’ como diría el maestro Campo Miranda ‘y la bruma del mar’ a uno de los eslabones mas importantes de la historia del país, por donde tuvo advenimiento el progreso y la modernidad de esta nación…”.

La verdad de la milanesa es que ese muelle estaba en el ostracismo desde 1935, cuando se pusieron al servicio las obras de Bocas de Ceniza. Poco después, en 1943, el gobierno de turno prohibió toda actividad portuaria por el muelle. Desde entonces, invertir en una estructura que literalmente fue sentenciada a no servir para nada, francamente habría sido un despilfarro típicamente macondiano; que se haya desplomado es simple consecuencia lógica de la condena que se le impuso. Y al nombrarlo monumento nacional se le hizo un daño: no se puede retocar un monumento, es como reconstruir el Coliseo o las pirámides de Egipto. A lo sumo se le pueden realizar obras de protección o de refuerzo, pero no su reconstrucción con miras a convertirlo en algo realmente útil, como un mirador, por ejemplo, con restaurantes y demás, uso que se planteó ya en los años 1950. Dejémonos de perder el tiempo en sentimentalismos y que se invierta en nuevas obras que en verdad generen riqueza y progreso.