Avalancha de obras en Barranquilla

Octubre de 2006

Sorprendidos asistimos los barranquilleros a una catarata de obras que se ejecutan y proponen por estos días en la ciudad, tanto por parte del sector público como del privado. Poco después de la puesta en libertad del burgomaestre de turno, a principios de 2006, el gobierno local, consciente de su propio desprestigio, se dio a la tarea de tender una espesa estela de humo a los líos judiciales del alcalde y al hecho de que, en los dos primeros años de su mandato, la ciudad estuvo literalmente paralizada. Hay que reconocer, sin embargo, que por fin arrancaron obras de las que se ha hablado desde hace unos veinte años (época en que la Misión Japonesa hizo sus recomendaciones) y cuya puesta en marcha es imprescindible para el desarrollo de la urbe. La cantidad de obras y el dinamismo con que se han emprendido no tienen precedente en la historia reciente de la ciudad, aunque adolecen de las fallas de siempre: asignación a dedo, carencia de visión de futuro y nula concertación pública. Los trabajos, trascendentales para el progreso de Barranquilla, debieron ser puestos a consideración de la ciudadanía con el fin de, por medio del consenso general, determinar lo más conveniente para la ciudad en términos de prioridad, diseño, especificaciones y ubicación. Reciente está el caso del parque de los Fundadores, antiguo bulevar central del barrio El Prado, convertido hoy en espacio amorfo, repleto de estructuras carentes de toda estética, pletóricas de mal gusto, que perdió para siempre su intencionalidad inicial.

La recuperación del Centro 

Es, sin discusión, la mayor problemática que afronta Barranquilla desde hace más de veinte años. El progresivo deterioro del Centro, a partir de finales de la década de 1960, terminó por convertirlo en un lugar espantoso donde el concepto de autoridad hace tiempo dejó de existir. Las más aberrantes manifestaciones de desconocimiento de convivencia ciudadana y las más inverosímiles escenas y situaciones se dan cita en el centro de Barranquilla. Se trata de un espectáculo apocalíptico-dantesco del cual la ciudad no parece poder (¿querer?) salir. La punta de lanza del proceso de recuperación del Centro tenía que ser, sin duda, la remodelación y ampliación del paseo de Bolívar.

La renovación del paseo de Bolívar

Barranquilla surgió y se desarrolló alrededor del lugar conocido, a partir de 1937, como paseo de Bolívar. Antes se llamó, sucesivamente, calle de las Carretas, calle Ancha, camellón Abello y paseo de Colón. Ningún sitio, a excepción solo de la plaza de San Nicolás (la cual gravita, sin embargo, alrededor de la órbita del paseo de Bolívar), tan entrañable, ligado al diario acontecer de la ciudad, y punto de encuentro obligado para el barranquillero, como este espacio urbano.

A fines de 2003 se culminó, en oprobioso acto del gobierno de turno, la remodelación de la plaza de Bolívar, la cual demoró más del triple de lo que inicialmente se había proyectado. Increíblemente, y sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo, se demolió la fuente luminosa, en ruina desde hacía años, con el pretexto de que era pasto de los inadaptados que hacían allí sus necesidades y de que se había convertido en cueva de ladrones y hasta de secuestradores. Posición consecuente con el desánimo que desde hace lustros existe, al interior de las instituciones, de aplicar la autoridad, como es su obligación. Reducida la estatua a un pedestal ridículo y anacrónico que supuestamente tenía la intención de resaltarla, la plaza perdió su majestuosidad a cambio de la efímera ausencia de desocupados y delincuentes. Lo que, haciendo valer la autoridad, pudo haber sido remozado y recuperado a un grupúsculo de insensatos, terminó siendo poco más que plaza de pueblo.

Ahora se emprende un reto formidable: la ampliación del paseo de Bolívar hasta hacerlo confluir con la calle 30 y la Vía 40. No se trata de un proyecto nuevo, pues está contemplado por ley desde hace unos cincuenta años. Barranquilla contaría por fin con una avenida acorde con su crecimiento que, además de constituirse en importante solución vial, se convertiría en unos de sus símbolos, a semejanza, guardando las proporciones, de la avenida 9 de Julio de Buenos Aires, de los Campos Elíseos de París, de la Gran Vía de Madrid, o de la Vía Veneto de Roma. Pero, una vez más, la mezquindad de los gobernantes promete dar al traste con una oportunidad única en la historia de la urbe, obra que está llamada a marcar un hito en el desarrollo urbanístico de Barranquilla. Analizando los vistosos diseños desarrollados con las más novedosas herramientas de computación gráfica (¡y no olvidar que, como el papel, el computador lo aguanta todo y aun más!), se observa que la confluencia de las tres avenidas sería una glorieta de dimensiones ridículas, rematada por una escultura sin forma definida, desprovista de toda pretensión artística u ornamental. Lo más natural es que la estatua de Bolívar sea trasladada a una nueva y amplia plaza, justificando la prolongación del paseo homónimo, reafirmando el nombre de este encuadre urbano. De continuar el proyecto como va, se tendría como resultado un espacio con dos motivos: por un trecho, el homenaje a Bolívar y, por el otro, el que finalmente se le dé a la proyectada glorieta. Esto claramente constituiría un contrasentido urbanístico, pues se pretende ampliar el paseo de Bolívar, no crear un nuevo espacio con personalidad propia (distinta). Pero si ese fuese el propósito, la glorieta debería albergar un monumento magnífico como los que se encuentran en grandes ciudades del mundo como Washington o Buenos Aires, al que se pueda ascender para apreciar la vista de la ciudad, el río y el mar. O, en su defecto, coronarla con una fuente luminosa de carnestoléndicos motivos, a semejanza de la fuente de Trevi de Roma, escenario del film La dolce vita de Federico Fellini. Como añadidura, se plantea que la plaza reciba el nombre de Jorge Eliécer Gaitán, en honor del político liberal asesinado en 1948. En pocas palabras, el espacio llamado a ser símbolo de Barranquilla una de las ciudades que más representan la esencia de la Costa Caribe colombiana, de sus gentes y de sus costumbres, llevaría el nombre de un bogotano.

Pero la gran piedra en el zapato del ambicioso proyecto de ampliación del paseo de Bolívar es el edificio de la Caja Agraria, interpuesto justo donde iniciaría la obra. Cabe recordar que la edificación fue construida a mediados de los años 1960, tras haberse demolido, lamentablemente, el edificio Palma en 1955. A pesar de que, como consta en los artículos aparecidos en la prensa de la época, inmediatamente se recomendó que se construyera un parque en el lugar y que se trasladara allí la estatua de Bolívar, durante varios años el municipio nada resolvía con respecto al uso que se debía dar al predio, el cual quedó abandonado y terminó por convertirse en muladar. Esta situación fue aprovechada por la Nación para adquirir el solar coludido con el gobierno local de la época, para el cual la venta del lugar representó pingües ingresos. La enorme y agraciada edificación actual, merecedora en su momento del Premio Nacional de Arquitectura que se otorga anualmente, fue inaugurada en 1965, dando inicio a la arquitectura contemporánea en Colombia.

A mediados de la década de 1990, el edificio de la Caja Agraria fue declarado patrimonio arquitectónico de la Nación en virtud de que fue uno de los primeros inmuebles de estilo moderno construidos en Colombia, por lo cual no puede ser demolido para dar paso a la ampliación del paseo de Bolívar. Hoy se encuentra en lamentable estado de deterioro y su porcentaje de ocupación no llega al 10%. Su demolición es materia de agrio debate entre, por un lado, el gobierno local y algunos expertos en urbanismo, quienes no reconocen el valor histórico-arquitectónico de la construcción y, por otro, el gobierno central, que se opone a su demolición en fuerza de su estatus patrimonial, así como unos pocos arquitectos de la ciudad. Otros, más razonablemente, han propuesto que la edificación no sea demolida sino trasladada a un costado, como se hizo en 1974 con el edificio de Cudecom para dar paso a la avenida 19 en Bogotá. Esta solución parece la más acertada o, más bien, salomónica. Sería preciso, sin embargo, tener en cuenta ciertos aspectos como el sitio exacto donde se reubicaría el inmueble, si habría edificaciones que demoler y si estas ostentan también valor patrimonial. Además, es clave revisar si, al momento de construirse, la edificación fue dotada de los mecanismos necesarios para este tipo de maniobras.

Es evidente que el edificio de la Caja Agraria está atravesado en medio del importante proyecto de ampliación del paseo de Bolívar, la cual no tendrá sentido si no se elimina el obstáculo, bien sea mediante su demolición definitiva o su traslado.

La plaza de San Nicolás

Uno de los mayores tumores urbanos de Barranquilla, la plaza de San Nicolás, nunca ha sido objeto de verdadera voluntad de restauración definitiva por parte de los sucesivos alcaldes. La que otrora fue un tranquilo parque con fuente y frondosos árboles, la misma que acogió primero a Bolívar y luego a Colón, alrededor de la cual transcurría la vida cultural, comercial y religiosa de la ciudad, ha sido, desde mediados de los años 1980, escenario de la degradación urbana y de la ocupación del espacio público en su máxima expresión. En ella proliferaron, con aterradora celeridad, y sin que la autoridad se apersonara a impedirlo, todo tipo de ventas informales, tenderetes y peligrosas cocinas públicas que impiden la normal movilización de automotores y transeúntes. El lugar se volvió peligroso y refugio de indigentes, delincuentes, prostitutas, drogadictos y contrabandistas. Y el tumor hizo metástasis: a partir de la plaza de San Nicolás se invadió y degeneró paulatinamente el espacio público de las zonas aledañas.

La iglesia, primera de la ciudad y consagrada a su santo patrono, y las viejas edificaciones vecinas, joyas arquitectónicas del periodo republicano, fueron devoradas por los nuevos inquilinos de la plaza y sus alrededores. Perdieron todo su encanto afeadas por la instalación del nuevo comercio que promociona sus mercancías contaminando visual y auditivamente el entorno con cualquier cantidad de abigarrados anuncios de pésimo gusto, amén de los estridentes altavoces y de la música popular a todo volumen. Preciosas construcciones como el Banco Comercial de Barranquilla, réplica de la iglesia de la Magdalena de París, fueron ocupadas por almacenes que desdibujaron por completo sus fachadas, repletándolas de todo tipo de baratijas, vitrinas y espantosos carteles, e incluso demoliéndolas en parte. Sucumbieron, en últimas, a la acción destructora y lamentablemente permitida de la invasión del espacio público, al pésimo gusto y al nulo sentido de pertenencia de los actuales propietarios, muchos, provenientes del interior del país. En el colmo de la permisividad, hubo de rescatarse la estatua de Colón de semejante pandemonio.

La recuperación del Centro no será completa mientras no se recuperen la plaza de San Nicolás y su entorno. Solo una acción decidida y drástica como, por ejemplo, la demolición de la zona de El Cartucho en Bogotá para dar paso al parque Tercer Milenio, devolverá a Barranquilla este espacio tan vinculado a su historia y a su gente.

La segunda calzada de la Circunvalación

Nadie desconoce la importancia de la Circunvalación: vía de ubicación estratégica que enlaza el norte y el sur de Barranquilla, a la vera de la cual tienen asiento populosos sectores de Barranquilla y Soledad y varias de las empresas, parques industriales y escenarios más importantes de la ciudad. Además, recibe la influencia de otros municipios del área metropolitana como Galapa y Puerto Colombia, al tiempo que sirve de antena a los viajeros de Cartagena y a los del interior del país que ingresan por el puente Pumarejo. Cuando se construyó, se previno que le quedaría pequeña a Barranquilla, lo cual quedó demostrado hace varios años cuando se empezó a proponer la construcción de su segunda calzada, la cual es una realidad a pedazos hoy. Pero, una vez más, sus especificaciones técnicas se quedan cortas incluso en el inmediato plazo: las consecuencias de los TLC con Estados Unidos y Chile prometen ser tan importantes para Barranquilla, que las principales arterias viales deberán contar con dimensiones acordes con estándares internacionales. Pese a que las autoridades locales han pregonado a los cuatro vientos que la nueva Circunvalación posee características internacionales, en realidad no cuenta con las dimensiones adecuadas para las tremendas funciones que está llamada a cumplir. Características inusuales hasta ahora en este medio, como el amplio separador central, los puentes peatonales, las ciclovías, los retornos y las desviaciones vehiculares son habituales desde hace décadas en las principales avenidas de Bogotá, Medellín y Cali, para no salir de Colombia. Querer mostrarlas como propias de obra futurista no es más que la demostración de la falta de visión de los gobernantes con la ciudad. Pretender engañar a los ciudadanos presumiendo que no han ido más lejos de Cartagena o Santa Marta parece más bien ingenuidad de estos dirigentes.