Apuntes mirmidónicos LXI

23 de enero de 2021


I


Por un inexplicable descuido que bien habría servido de tema para una paradoja borgiana, en 1999 adquirí dos ediciones con distinto nombre de una misma obra de Jorge Luis Borges: Manual de zoología fantástica (FCE, 1957) y El libro de los seres imaginarios (Emecé, 1978). Además del título y algunas criaturas, difieren en el prólogo; el del Manual data de 1954, y el del Libro, de 1967. Afirma Borges en el segundo: “El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la Divinidad. En suma, casi del universo”. Pues bien, los sensacionales diseños computarizados que por estas calendas acompañan los anuncios del alcalde Pumarejo Heins de transformadores, ciclópeos proyectos para 2021, han suscitado en mí un renovado interés por releer el libro, vale decir, cualquiera de los dos ejemplares que poseo. Naturalmente, los proyectos que más me llaman la atención son 1. La recuperación de la ciénaga de Mallorquín y su ecoparque, porque de realizarse, tengo la seguridad de que no tardará en surgir de allí la leyenda del émulo barranquillero de la criatura del Loch Ness, y 2. La renovación urbana de esa hidra incomparable no de siete, o nueve, o cien, o hasta diez mil cabezas (las fuentes no se ponen de acuerdo) que renacían cada una multiplicada por dos tan pronto eran desmochadas, cual era el despiadado monstruo del lago de Lerna, sino de las cien mil que conforman el Centro y el mercado, que no pierdo la esperanza de que sea liquidada por algún Hércules criollo que, esclarecido por el fuego de Prometeo, cercene sus abominables cabezas todas de un tajo. Como puede verse, dos proyectos fabulosos que, de no llevarse a cabo, bien merecerán ser incluidos en la pantomima barranquillera del libro de Borges, cuya primera edición se intitularía Manual de proyectos fantásticos de Barranquilla, y su ampliada tirada ulterior, El libro de los proyectos imaginarios de Barranquilla; ya en Internet hay un caudal de imágenes y animaciones suficientes para publicar un libro de cien páginas a lo menos o, por qué no, un museo, entrambos virtuales. Hay varios interesados en acometer su composición además de mí, el principal impulsor ha sido Adlai Stevenson y su diario La Libertad.


II


Ya durante el infausto gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) era harto sabido que el exterminio sistemático de la Unión Patriótica era crimen de Estado. Si bien la matanza había empezado en 1985, ¿en qué gobierno se recrudeció y quién era el jefe del Estado? ¿O recurrirá el establishment una vez más al manido argumento que desde antiguo ha envilecido a Colombia de que el Presidente no sabía? Yo, que en 1987 era un niño de escasos trece años, ante el hecho de que todos los días mataban a un militante de la UP, con total y aterradora seguridad solamente esperaba que dieran la noticia del asesinato de su máximo líder, Jaime Pardo Leal (que acaeció en octubre), y después el de su sucesor Bernardo Jaramillo Ossa (marzo de 1990). ¿Y qué hizo Barco cuando asesinaron a Pardo Leal? Nada, sentarse a esperar que mataran a Jaramillo Ossa, al tiempo que exterminaban las bases. Les resta excusar al presidente con la demencia senil que padecía, que ciertamente lo eximiría de cualquier responsabilidad. En mi criterio, lo que ha revelado el periodista Alberto Donadío son solo los detalles cómo, cuándo y quiénes del origen de la masacre que ha llevado a cabo técnicamente no ha terminado el Estado colombiano contra la UP a partir del periodo 1986-1990. Quienes ponen en duda o no aceptan lo que sostiene Donadío no se acuerdan de que en ese mismo periodo el mercenario israelí Yair Klein fue contratado por el Estado para supuestamente entrenar a la Policía, y en cambio conformó y entrenó los primeros grupos paramilitares, enemigos número uno de cuanto huela a guerrilla. Klein, quien ya fue condenado por la justicia colombiana y ha sido solicitado en extradición múltiples veces a Israel, curiosamente no fue mencionado en el informe de Donadío. 


III


Pumarejo Heins aclaró que para salvar el Parque Cultural de Caribe, este debe pasar enteramente a manos del Estado, en este caso, del distrito, pues actualmente pertenece a particulares y por esa razón el Estado no puede hacer mucho por él. Yerran en toda regla, por tanto, quienes culpan al Estado del fracaso de estos museos privados (entre ellos, el Romántico). Por cierto, todos los grandes museos de Nueva York son privados (Metropolitan, MoMA, de Historia Natural, Guggenheim, etcétera).


IV


Agrede el ramplón desconocimiento de la historia de Barranquilla por parte de la propia alcaldía y sus dependencias, de manifiesto en trinos de pésima sintaxis como este: “El Paseo Bolívar de #LaBarranquillaQueRecuerdo fue el lugar donde surgieron los primeros asentamientos”. Les aclaré: “El paseo de Bolívar no existía cuando surgieron los primeros asentamientos. A la llegada de los españoles, los indígenas Kamash se encontraban en los terrenos del actual Siape (de ahí la denominación Sabanitas de Camacho)”. Y ahora añado: según la teoría aceptada por la mayoría de historiadores, el embrión de la ciudad inició alrededor de la actividad agropecuaria de la hacienda San Nicolás, propiedad de Nicolás de Barros y de la Guerra, nieto de Pedro de Barros, primer encomendero de Galapa. Dicha hacienda, piedra angular de la historiografía de Barranquilla, se estableció entre 1627 y 1637 a orillas presumiblementedel caño La Tablaza, hoy relativamente lejos del paseo de Bolívar (el cual, si se quiere, data de fines del siglo XIX con distinta fisonomía y nombres sucesivos como calle Ancha, de las Carretas, camellón Abello y paseo de Colón); sin olvidar que tanto los caños como el propio río tenían recorridos distintos en el siglo XVII, y que los actuales Centro y mercado eran un sistema de ciénagas y brazos del Magdalena.


V


Maltrato animal, trabajo infantil, contaminación auditiva, violación de señales de no tránsito de vehículos de tracción animal en determinadas calles (por ejemplo, la 79 con 42)... ¿Hasta cuándo los “carroemulas”?


VII


Otro elemento de la tugurización del norte es la carrera 20 de Julio (43), que se volvió una calle de las Vacas (30) entre calles Bolivia (51) y 84 a causa del sinnúmero de ferreterías, aserraderos, ventas de repuestos, lavaderos de carros y talleres automotrices que se instalaron en sus dos costados. Y pensar que ya la 43 es un espantoso basurero a cielo abierto entre calles 6 y Santander (40), o sea, en la práctica es, en toda su extensión, una sórdida pocilga en permanente supuración.



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