Apología de Vicky Dávila

21 de febrero de 2016

Es costumbre inveterada en Colombia rasgarse las vestiduras a causa de la politiquería, de las mafias, de las colusiones, del clientelismo, de la corrupción y de los consabidos males que parecieran inherentes a la índole de mis compatriotas desde los orígenes fundacionales de este país, por eso choca tanto que cuando se destapa una olla podrida de infernales proporciones como la red de influencias homosexuales de la Policía, algunos pretendan imponerle a la sociedad cuerda que las víctimas son los victimarios y los malos quienes tuvieron el valor de desvelar la horripilante escabechina que estaba formada; sí, el valor, porque todos sabemos lo que les pasa a quienes se atreven a decir la verdad en Colombia, sobre todo cuando se toca a personajes de alto coturno. Le ha ocurrido a Vicky Dávila, la periodista que dirigió la investigación que desnudó la sórdida mafia sodomita de la Policía, a causa de la publicación del video de un entonces senador y, hasta ese día, viceministro de Relaciones Públicas del Ministerio del Interior, casado, con esposa e hijos, sosteniendo una conversación de perturbador contenido homosexual con un tipo perteneciente a la Policía. No me referiré a que el video pretende ser presentado como prueba por una víctima de la mencionada red de trata homosexual policial denominada “Comunidad del Anillo” de dantescos tentáculos, lo cual, de por sí, justifica su divulgación, sino a los argumentos de quienes han crucificado a Dávila, los cuales encuentro asaz inanes: 1. No se tuvo en cuenta el daño que se hacía a la familia del hasta entonces viceministro Carlos Ferro y 2. Se trata de una intromisión en su vida privada. O sea que para ellos el punto es cualquier chascarrillo, menos el hecho en sí: los sentimientos de personas ajenas al problema de fondo y la vida ¿privada? del implicado. Primero, digámonos la verdad: quien le hizo un daño no solo a su familia, sino a la sociedad entera, fue Ferro, ese que por demasiado tiempo mantuvo injusta y cobardemente engañados a su esposa, a sus hijos, a no pocos de sus amigos y, por qué no, a casi todo el país. ¡Eso no se hace! El que ahora su abominable estafa haya sido puesta en conocimiento de todo el mundo es simplemente consecuencia de su propia torpeza y de haber sucumbido a sus depravados apetitos, así que cargue con la consecuencia de sus actos, justamente como ha sucedido a estafadores del erario público, como los Nule o los Moreno, o a los defraudadores de Interbolsa, para mencionar solo dos casos recientes. Inexplicablemente, en dichas ocasiones nadie expresó su conmiseración por los hijos, esposas y familiares de los involucrados, como si quedar al descubierto como infiel y homosexual sí lo ameritara y aquello no, como si fuese peor ser un sodomita engavetado que le es infiel a su esposa con policías, en escabrosa relación, que desfalcador del Estado, o sea, ratero de cuello blanco, alguien educado en los supuestamente mejores hogares y universidades, es decir, inteligente y altamente preparado pero para hacer el mal, en pocas palabras, el delincuente de la peor estofa. El solo hecho de tratarse de un caso de infidelidad marital ya pone en la picota pública al exviceministro y exsenador (¿dicen algo al respecto los casos Profumo, Clinton, Gingrich, Berlusconi o Chris Lee?), no como ha querido hacer creer su esposa, que es asunto que solo le concierne a ella, pues un senador, pensamos algunos, debería cumplir un requisito: la solvencia moral en todos los ámbitos de su vida, como político, como esposo, como papá, como amigo, como persona pública. Los pormenores homosexuales del video son lo de menos. Nadie está exento de errores y todos nos podemos equivocar, pero hay errores de errores, y algunos todavía creemos que el castigo debe ser proporcional a la dimensión de la falta, pues en consonancia con la estirpe católica de las instituciones colombiana, pensamos que las faltas graves solo se expían con el castigo severo. Engaño tan monstruoso no puede pasarse por alto al momento de ponderar las facultades de un servidor público, definitivamente. El video de marras sirve apenas como marco a la cuestión fundamental: la aterradora mafia sodomita enquistada en las altas esferas del poder en Colombia. Es cierto que, a primera vista, el bascoso fraude del despeñado exsenador les incumbe mayormente a sus familiares, pero no se pierda de vista que está siendo investigado por un homicidio relacionado con el retorcido tráfago homosexual de la Policía, y que también se investiga que tuvo un lote de mil metros cuadrados en un condominio propiedad de policías (para variar), a su vez vinculado a una investigación por contener una casa presuntamente adquirida mediante enriquecimiento ilícito nada más y nada menos que por el controvertido general Rodolfo Palomino. Así, pues, si este video no es uno de los eslabones de la maloliente cadena que vincula a Ferro con los policías más allá de lo que habría debido, francamente estamos ante un caso de querer tapar el sol con un dedo por parte de un amplio sector de la opinión pública, desde gente de la calle, confundida, hasta poderosas personalidades, comenzando por el propio Presidente de la República.