El tornado del 15 de septiembre de 2006

Un fragor aterrador se acercaba implacable. Pocos minutos antes del fenómeno natural, nada presagiaba lo que estaba por ocurrir. Todo comenzó como un amago de lluvia normal para la época. De súbito, el cielo se nubló por completo y un viento huracanado se apoderó el ambiente. Lo que había sido una jornada absolutamente corriente se convertía ahora en una escena pavorosa. Lo anormal de la situación dibujó en mi rostro un rictus de honda preocupación tan inusual en mí que despertó la burla de mi mamá. Pocos segundos después era ella la aterrorizada al ver, a través de una ventana, las tejas y todo tipo de objetos volando, arrancados por la furia de la naturaleza. Pensé que moriríamos, que la borrasca se llevaría todo y que quedaríamos sin nada. Sólo atiné a agarrar a mi pequeña hija. Cuando miré por la ventana de mi cuarto, no entendí qué eran los papelitos que volaban por los aires. Casi inmediatamente, el ventarrón arrojó al interior de la habitación un estrépito de vidrios partidos y hojas que me impactaron en la cara y el cuerpo. Logré salir aún más atemorizado cuando me percaté de que el agua se estaba metiendo por la ventana y por el techo. Pensé que todo quedaría destruido. No muy lúcidamente, guiado apenas por el instinto de conservación, alcancé a ubicarme con la niña en brazos debajo de la puerta del cuarto de mi hermana, pues de niño había escuchado que se debe hacer eso en caso de huracanes. No hay tiempo de razonar, solo de actuar. Me dije que pasara lo que pasara, salvaba a mi hija. Son momentos en que la vida no le pertenece a uno, en que uno se da cuenta de que su suerte está en manos de otro. No puede haber mayor sensación de desamparo e impotencia que cuando la propia vida no le pertenece a uno. Todo fue cuestión de 2 ó 3 minutos: de pronto empezó a amainar y lentamente todo volvió a la normalidad. Salimos a la puerta y al encontrarnos con los vecinos, tratábamos de identificar lo que había ocurrido. El desastre era total: miles de ramas y hojas por doquier, tejas destrozadas, casas destechadas, muros derrumbados, gente herida, en fin. Mi casa fue una de las menos afectadas: solo una estructura de madera (que nunca supimos de dónde vino ni de qué había hecho parte) había destruido el portón del garaje, y dos láminas del techo partidas por las que ingresó el agua fueron el saldo del tornado. Todo se reparó en tres días, pero el recuerdo del susto nos acompañará por siempre.