NE IMPRIMATVR


Weß Brod ich eß’, deß Lied ich sing’.

Antiguo proverbio alemán.




CIERTA ÉTICA DEL periodismo escrito colombiano me produce la máxima repulsión. La prensa (me centraré en la escrita) es capaz de instalar las ideas más disparatadas en la mente del gran público, incluso en la de gentes sesudas que se dejan confundir en determinadas circunstancias. Aquí analizaré los casos que más me indignan.

La Santa Madre Iglesia lo descubrió hace siglos: una cosa es el poder y otra la influencia. La prensa no tiene el poder concebido como instrumento de coerción, pues periódicos y revistas no son precisamente fuerzas opresoras al estilo de las dictaduras militares o de las dictablandas como el PRI, pero hasta ahora han sido peligroso instrumento del poder político y económico o en su defecto coludidas con él, y mantenido enorme influencia en franca mengua en mentes sobremanera débiles o distraídas. Jamás tendrán autoridad, sobra decir, pues esta es una virtud, una cualidad moral.   

Desde antiguo, esa influencia se ha logrado mediante estrategias descaradamente evidentes: patrañas, calumnias, difamaciones, infundios, embustes, chismes, parcializaciones, sesgos, cubrimientos exagerados, énfasis y continuidad a sus intereses; mínimas menciones por cumplir u omisiones patentes de hechos y temáticas contrarias a sus afectos; imposición de noticias e investigaciones que responden a determinados lineamientos políticos e idearios morales, incluso, a gustos de los propietarios o a lo sumo de reducidos grupos sociales, como si fueran la verdad de la ciudad, el país, el mundo. Y etcétera; reitero, todas, estratagemas harto conocidas y, si se quiere, no puede ser de otra forma. Pero básteme la mención de cinco manipulaciones perversas que lato sensu pueden sintetizarse en el pernicioso sensacionalismo, vale decir, el escándalo para retratar la quiebra de la prensa colombiana.


La dulce gloria 


It expressed that splendid smallness which is the soul of local patriotism.

G. K. Chesterton, The man who was Thursday.


Qué psicosis con la gloria. Un logro deportivo, como ganar el Tour de Francia, o cultural, como recibir el premio Nobel, es darle “gloria” a Colombia. ¿Quién ha dicho eso? Que esos triunfos le generen alegría a cierta gente es otra cosa. Seamos sinceros: la “patria” es lo último en que un escritor piensa cuando confecciona su obra. Primordialmente, piensa en él, en desarrollar lo que le gusta y, por supuesto, en obtener ganancias de ese trabajo; ha sido relatada hasta la saciedad la anécdota de las estrecheces económicas por las que pasaron García Márquez y su familia mientras escribía Cien años de soledad, y los malabarismos que supuestamente hizo su esposa para mantener el hogar hasta que recibieron las regalías de la novela. Lo corroboraron Salvador Espriu y Manuel Puig en sendas entrevistas concedidas a Joaquín Soler Serrano en 1976 y 1977, respectivamente. A lo largo de la historia, la mayoría de escritores, pintores, escultores, etcétera, jamás pensaron en ganar su sustento con sus obras, menos enriquecerse, literalmente trabajaron por amor al arte y muchos vivieron en la pobreza, de hecho el enriquecimiento de cierta élite de artistas es relativamente reciente, prácticamente data de la segunda mitad del siglo XX. Me resulta pues increíble, pero sobre todo indignante, que periódicos y revistas no hallen forma más ingeniosa de vender que el vulgar incendio de primarias pasiones como los chovinismos. 

Esa quimera de la gloria entre nosotros parece tener su origen, como casi todo en América Latina, en la cultura española; los catalanes la han llevado a extremos ridículos debido a su terrible complejo de inferioridad y a sus insaciables ansias de reconocimiento. Inventaron la figura del tal “catalán universal”, y toda persona destacada con ancestro catalán, así sea remoto, incluso, si simplemente tiene apellido catalán, es catalana. Así mismo, en Colombia cualquier personaje extranjero destacado con ancestros colombianos es celebrado como colombiano así no haya nacido o vivido en el país, escasamente hable español o ni siquiera se reconozca mínimamente como colombiano, como ácidamente lo hizo John Leguízamo.

Volviendo al asunto que puse sobre la mesa, todo se desquicia cuando alcanzar la gloria termina siendo “quedar en la historia”, ser histórico”, “emblemático” o “icónico”, y, llevado al extremo de la ridiculez, apoteósico, “legendario” o “mítico”, megalomanía muy propia de la prensa latinoamericana. Nunca he tenido noticia de que la prensa anglosajona le atribuya una supuesta gloria del país a logros deportivos o artísticos de sus nacionales; en los países desarrollados están demasiado acostumbrados a ellos y tal fórmula no vende allá, pues no son noticia. En nuestro medio, por el contrario, no pocos de mis compatriotas tienen la necesidad psicótica de regodearse en éxitos ajenos para apropiarse de ellos y creerse felices. Puedo consentir eso último: es innegable que determinados triunfos ajenos despiertan felicidad, o más bien alegría pasajera, en cierta clase de seres humanos.


La particularidad por la generalidad


Supprimer en soi l’idée de mérite; il y a là un grand achoppement pour l’esprit.

André Gide, Les nourritures terrestres.


Esta esquizofrenia va de la mano de la tal gloria y es quizá la más común del periodismo colombiano. Veamos este trino del periodista José Marenco: En Barranquilla nos sentimos orgullosos de lo realizado por @pips0906, solo la voluntad de Dios pudo impedir que ganara el título con los @Gigantes_Cibao. Pronta recuperación y esperamos ver a nuestro paisano dirigiendo en MLB. ¿Quién le dio a Marenco el derecho de hablar por toda la ciudad? Porque quien eso lee interpreta, con justa razón, que la mayoría absoluta de los barranquilleros (por no decir todos) se sienten orgullosos de lo realizado por su coterráneo Luis Urueta, manager de un equipo de béisbol que quedó subcampeón en el torneo de República Dominicana. Pues bien, ese trino no pasa de reflejar los deseos de Marenco, el insondable abismo de sus fantasías más íntimas, en el mejor de los casos su ilusión, porque aunque ciertamente al béisbol todavía le quedan fanáticos en Barranquilla, hay que decir las cosas, dichos fanáticos son una minoría (en la que me cuento) debido a que, entre otros factores, el fútbol está demasiado arraigado y el Junior acapara sobradamente el interés del barranquillero. Y de esos seguidores del béisbol, los que saben quién es, dónde anda y cómo le va a Luis Urueta no son ni la mitad (de la que formo parte). Hagamos la prueba de ir al paseo de Bolívar y preguntarle a la gente quién es Luis Urueta. No hay que ser muy listo para predecir que muy pocos darán una respuesta medianamente exacta, por no decir coherente. Entonces, se podrán imaginar si en Barranquilla se sienten “orgullosos” de lo logrado por Urueta, alguien muy poco conocido, en realidad. Sencillamente, Marenco sucumbe ante el hermoso delirio de asumir que sus desvaríos y gustos son los de toda la ciudad. Huelga indicar que también es de los que elucubra que el que un equipo dirigido por un barranquillero alcance algo como el subcampeonato de un torneo extranjero es darle “gloria” a Barranquilla y, cómo no, a toda Colombia. Si la mayoría de presidentes de países no son sino un nombre más de largas listas, ¿qué se deja para técnicos de béisbol? Tan desolador es el extravío de Marenco, que por estar enfrascado en su realidad, o más bien, en imponer su interpretación de la realidad no solo a la ciudad, sino a la nación, pasa por alto que en este país millones de personas no saben nada de béisbol, no les interesa ni lo siguen; incluso, hay que señalar que se cuenta entre aquellos periodistas que toda la vida se han dedicado a demonizar al gobierno local y nacional, y en general a los habitantes del interior andino porque no le prestan atención al béisbol, sin importarle que fuera de los departamentos del Atlántico, Bolívar, Sucre y Córdoba no es un deporte ni cultural ni históricamente enraizado. La paranoia de Marenco queda demostrada si imaginamos, inversamente, a los interioranos criticando el escaso interés del costeño en el ciclismo o en el automovilismo, incluso en la época de Juan Pablo Montoya. No sería justo, dado que sencillamente no están en nuestra cotidianidad ni en nuestras realidades culturales, deportivas e históricas; y esa verdad como una catedral no les daría derecho a los periodistas andinos a exigir ni siquiera a señalarlo que practiquemos, sigamos y apoyemos el tejo, el ciclismo o el automovilismo, como en efecto nunca lo han hecho.

Y las generalizaciones, especulaciones e imposición de intereses e idearios particulares a la colectividad adquieren sus máximas proporciones en El Heraldo, despeñado periódico otrora símbolo de Barranquilla: “Barranquilla llora la muerte de Antonio Celia”. Que el empresario Celia fue cercano a los dueños de El Heraldo, que para ese diario escribía una columna, que formó parte del gremio de industriales de la ciudad, no les da derecho a especular que la urbe toda “llora” su muerte. ¿Qué majadería es esa? De nuevo: ¿saben en El Heraldo cuántos barranquilleros tienen idea de quién era Celia? No, y no les hace falta, porque lo suyo es instalar su agenda en la psiquis colectiva. Sigamos: Gigantes cerró una triste campaña; el Round Robin, a la vuelta de la esquina. ¿Quién está “triste”? ¿Para quién será “triste” esa campaña, oiga? Si acaso para los jugadores, el manager, el dueño y sus mamás, y lo dudo. Por cierto, ¿no se trata de que gane el mejor? Lamentarse, si se puede decir así, del pobre rendimiento de un equipo es un despropósito: se impone condenarlo. En pocas palabras, con El Heraldo es mejor resignarse a cero objetividad y a nula mesura, no sé qué es peor. ¿Por qué no se guardarán sus gustos y opiniones para ellos?


Periodismo envenenador


Creer que los gustos y la interpretación de la realidad de unos cuantos son los de la polis y la nación es un monstruo de mil cabezas que produce engendros como este interrogante insidioso que le formuló el periodista chileno Jorge Cura a Édgar Rentería: ¿Tú tuviste una carrera espectacular, cargada de muchos éxitos, eras una estrella en Grandes Ligas, piensas que en Colombia, fuera de la Región Caribe, el país te quedó debiendo reconocimientos, agradecimientos por todo lo que hiciste? (https://zonacero.com/generales/me-quede-corto-al-no-poder-conectar-los-3-mil-hits-en-grandes-ligas-edgar-renteria-162703). 1. Cura es otro que cree que es obligación que los logros de un deportista sean motivo de orgullo para toda la nación, pues le dan “gloria”. 2. En ese orden de ideas, da por sentado que todo el país les debe reconocimiento y agradecimiento a deportistas destacados, especialmente a quienes han triunfado en instituciones tan exigentes y prestigiosas como las Grandes Ligas, entre otras competencias extranjeras. Al igual que Marenco, ¿tendrá Cura idea de la cantidad de gente que apenas ha oído el nombre de Rentería, que no sabe qué hizo, que no lo conoce porque el béisbol le importa un cuerno, o que simplemente no cree que le deba ningún reconocimiento ni que le dio gloria a nadie? Ahora, que si a reconocimientos vamos, prefiero suponer que Cura olvidó que Ernesto Samper aquel presidente aterradoramente cínico y corrupto condecoró a Rentería con la Orden de San Carlos en Grado de Comendador, una de las máximas distinciones que otorga el Estado colombiano, el 4 de noviembre de 1997. Los “reconocimientos” y “agradecimientos” en los Andes colombianos fueron múltiples cuando Rentería ganó la Serie Mundial con los Marlins en 1997, hasta con el empresario Carlos Ardila Lülle se entrevistó en la Casa de Nariño (Rentería viajó de Barranquilla a Bogotá en el avión privado de Ardila, fue la imagen de la campaña publicitaria de Postobón y en dicha función recorrió media Colombia en esa época). Vea cómo registró la prensa el multitudinario recibimiento que se le dio a Rentería en la capital: https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-694679,  https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-691862 y https://www.colombianosmlb.com/wp-content/uploads/2020/12/colombia-baseball-player-edgar-renteria-becomes-national-hero.mp4


Banalización de la noticia

(e incluso de la no-noticia)


De sobra es sabido que los medios de comunicación se deben a poderosos intereses económicos y políticos, no menos cierto es que viven de vender, pero cuán bajo han caído con su chabacano mercantilismo y su descarado sesgo. Insulta que, en tiempos de suprema gravedad mundial, un periódico tan tradicional y hasta hace poco serio como El Espectador publique “noticias” hueras como esta, durísima y unánimente repudiada en Twitter: La Liendra y Luisa Castro: ¿nuevos amores a la vista? https://bit.ly/3n0b4eR. ¿Y qué tal este desaguisado de El Heraldo: ‘Epa Colombia’ abrirá una peluquería y busca personal? Difícilmente se encuentre monstruosidad periodística semejante en el mundo. ¿Por cierto, constituyen noticia los citados acontecimientos? Primer semestre de Comunicación Social: que un perro muerda a una persona no es noticia, pero que una persona muerda a un perro sí es noticia.

Por otra parte, como señalé en 2018, para El Heraldo Cualquier bobería es mítica, legendaria, histórica; la mínima insignificancia les merece signos de exclamación, como esta aparecida hoy: ¡Confirmado! Farid Díaz va a Rusia 2018 tras lesión de Fabra. Evidentemente, tal obstinación en comunicar los hechos de forma sensacionalista responde a una penosa estrategia mercantilista institucional, estructural, inveterada, pues toda la vida lo han hecho de la misma manera; ni siquiera los cambios de director (el último fue en 2020) moderan su proterva singladura, a juzgar por perlas como esta del 22 de enero de 2021: ¡Confirmado! Lady Whistledown nos afirma la segunda temporada de 'Bridgerton'. ¿Se había visto idiotez igual? El Heraldo, periódico inmoral como ninguno, ha hecho la peor versión del principio de Pareto. Menos mal ya casi no circula en físico, pues la amplificación que importan las redes sociales y la crisis económica que ha provocado la peste de China están a punto de liquidarlo, al extremo de que han recurrido al cobro de suscripción a su mediocre portal web, lo que tampoco resolverá sus problemas financieros y más bien configura la recta final de su merecida defunción.

Uno de los casos más penosos es el del capitalino El Tiempo, reputado diario que tomó partido por el no-partido, o sea, por la pusilanimidad. Da grima que gracias a algún genial estratega de contenidos lo más visto en su portal web sean galerías de imágenes amarillistas; tal será el tratamiento que les dan a las noticias trascendentales.


La guinda del pastel


Y, naturalmente, la malintencionada exaltación de lo patrio conducente a crear espejismos de glorias inexistentes, las generalizaciones, los emponzoñamientos y las futilidades no podían estar desprovistos de sensiblería, pues como certeramente señaló George Moore, “Ser sensiblero es tener éxito”, y en esta ocasión, tener éxito se traduce en vender. Y una vez más, es El Heraldo el campeón indiscutido en estas lides; por sus nefastas consecuencias para Barranquilla, la munificencia que le prodiga al Junior del que es su principal órgano de propaganda amerita un estudio sociológico condenatorio. De resto, para la muestra solo un par de botones recientes, que la lista es infinita: “Béisbol colombiano se ilusiona con Serie del Caribe”. “Se ilusiona”... qué ternura. Un año sin Kobe Bryant. Voy a llorar. 

En román paladino, cuanto antecede se llama agresión. Atropello. Falta de respeto. Impudor. Deshonestidad. Indecencia. En una palabra, inmoralidad. Culmino enfatizando que no se pierda de vista que los ejemplos citados, no obstante ser puntuales, en modo alguno son excepciones o muestras aisladas, no, señor: constituyen la regla del periodismo escrito colombiano.



Barranquilla, 23 de enero de 2021