Apuntes mirmidónicos XXII

2 de noviembre de 2013

I

Nunca he entendido por qué los directores técnicos de ciertos deportes se visten de entero, a diferencia del béisbol, en el que los managers se uniforman como un jugador más, lo que crea una identificación psicológica mayor no solo con sus dirigidos, sino con la institución misma.

II

Anoche a las 9, camino a mi trabajo, tomé el callejón de la Paz (carrera 40) desde la calle Santander (40) hasta la 30, bajé por Ricaurte (carrera 39), me interné en ese otro aterrador tumor que saluda por El Boliche, y finalmente empalmé con la carrera 38. En los trayectos de La Paz y del Boliche Barranquilla era un inmenso muladar, montañas de basura aparecieron ante mis ojos por doquier haciendo de inverosímil marco a un tenebroso enjambre de ventas ambulantes, gente desastrada, viciosos de todos los pelambres, indigentes, y muchas aberraciones urbanas y humanas más.

III

Algunos se niegan a reconocer todo eso minimizándolo con que “Barranquilla tiene algunos problemas” o descalificando de hipermétropes y apátridas a quienes denunciamos tan aberrantes protuberancias con el único ánimo de que las erradiquemos y que la ciudad mejore. Para ellos es más fácil seguir moviéndose en la burbuja que comprende desde el Buenavista hasta la catedral y desde la carrera 38 hasta más o menos la 72 (en todo caso antes de la Vía 40 y exceptuando barrios como San Salvador y Las Flores), y haciéndose los de la vista gorda ante el estado de postración de los sectores más poblados y extensos de Barranquilla. Insistiré e insistiré.

IV

Pero poco antes de las 9:00 p.m. había tenido una especie de epifanía: mientras llegaba a mi destino en la calle de Las Flores (39) entre Olaya Herrera y Aduana (50) y, sin el estrés de los carros y el gentío, pude apreciar la inusual hermosura del tradicional barrio Abajo, el cual ya pocos barranquilleros conocen, y que me recordó ciertas zonas de los centros históricos de Bogotá y de Cartagena. No parecía Barranquilla. Hermosas casas de tiempos ya remotos, que conservan esa extraña mezcla de señorío marchito y solemne, flanqueaban las callejuelas desoladas que terminaban de darle un aire fantasmagórico pero profundamente acogedor al sector.

V

Como lo he denunciado desde que la izaron por primera vez, la tal megabandera de Barranquilla en la rotonda de la calle 17 anda más ausente o hecha jirones que ondeando. Leyendo sobre esa extraordinaria ciudad que es Brasilia, encuentro que en la plaza de los Tres Poderes se encuentra una bandera de Brasil de 600 kilos -la más grande del mundo en ondear continuamente-, la cual es cambiada todos los meses en ceremonia militar. El resultado: desde que se izó por primera vez en 1960, la bandera brasileña de la plaza de los Tres Poderes jamás ha dejado de ondear (excepto, obviamente, cuando la arrían para reemplazarla). Creo que bien podríamos reproducir esa idea aquí (lo bueno debe copiarse o, más bien, imitarse) para evitar el deprimente espectáculo de marras, constituyendo, de paso, un atractivo espectáculo a la manera de los cambios de guardia de los batallones presidenciales de varias naciones. 


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