La metamorfosis del fútbol colombiano

2 de marzo de 2015

La debacle del fútbol profesional colombiano no es gratuita. Se me dirá que en los años 1980 y 90 el torneo colombiano era competitivo e interesante gracias a las figuras estelares contratadas con la plata caliente del narcotráfico, pero no se puede perder de vista que entre 1950 y los años 1970, cuando ese problema no se había incrustado en la sociedad, el torneo colombiano era de lo mejor que había en Suramérica: a principios de los 1950, aprovechando una huelga del fútbol argentino, se importó una constelación de aquel país en cabeza de Alfredo Di Stefano nada menos, época conocida como «El Dorado». En 1983 el campeonato era disputado por catorce equipos nada más, sin segunda división, ni ascenso ni descenso, y sin embargo, era sumamente exigente y atractivo. Los equipos eran fácilmente reconocibles: Junior y Unión por la Costa, Nacional y Medellín por Antioquia, Millonarios y Santa Fe por Bogotá, Cali y América por el Valle, Bucaramanga y Cúcuta por los Santanderes, Quindío, Pereira y Caldas por el Eje Cafetero, y el Tolima, pare de contar. Hoy, el torneo «Primera A» está conformado por equipos de nombres irrecordables que suben y bajan más que un yoyo: Equidad, Uniautónoma, Pasto, Envigado, Itagüí, Alianza Petrolera, Jaguares, Chicó, Huila, Llaneros, Centauros, Patriotas, Tuluá, Águilas, y mil hierbitas aromáticas más... en fin, un batiburrillo aterrador. De la «B», mejor ni hablemos.

Formidable alineación del América de Cali a mediados de los 80. De pie, de izquierda a derecha: Jairo Ampudia, Álvaro Aponte, Víctor Luna, Hugo «Pitillo» Valencia, Julio César Falcioni, Sergio Santín, Víctor Espinoza. Agachados: Willington Ortiz, Roberto Cabañas, Ricardo Gareca, Juan Manuel Battaglia.

A esa explosión de equipillos de medio pelo, sin solidez económica, sin tradición, sin fanaticada, armados en volandas situaciones graves que explican grandemente la baja asistencia a los estadios, súmenle que ya no se contratan aquellos jugadores de antaño que, si bien no eran figuras de talla mundial como las estrellas de los campeonatos europeos, sí lo eran en el plano suramericano, incluso muchos habían jugado en Europa o habían sido o serían mundialistas. En Colombia actuaron jugadores brasileños, argentinos, uruguayos, paraguayos, chilenos y peruanos de la talla de Adolfo Pedernera, Di Stefano, Néstor Rossi, Ismael Soria, «Titina» Castillo, Heleno de Freitas, Luis Alberto Miloc, Dida, Carlos Babington, Jorge «El Mortero» Aravena, Juan Gilberto Funes, Juan Manuel Battaglia, Sergio Goycochea, Julio César Falcioni, Roberto Cabañas, Julio César Uribe, Carlos Ischia, Víctor Ephanor, Juan Ramón Verón, Ricardo Gareca, Jorge «Polilla» Da Silva, Javier Ferreira..., y, de Bolivia, el considerado mejor jugador de todas las épocas en ese país, Marco Etcheverri (mundialista en USA '94). Hasta el mismísimo Garrincha jugó en el Junior, así haya sido un solo partido y porque andaba detrás de Elza Soares... 

Pero hoy, es increíble que entre los jugadores extranjeros que contratan en el torneo colombiano se encuentren venezolanos y panameños, léalo bien, v-e-n-e-z-o-l-a-n-o-s y p-a-n-a-m-e-ñ-o-s, jugadores de fútbol de nivel totalmente inferior, gente que todavía está aprendiendo a patear la bola, que no ha figurado, mucho menos ganado ningún torneo importante, ni siquiera han clasificado a un Mundial. Esos jugadores del montón jamás se habrían visto en los 70 u 80, mejor dicho, el anuncio de un jugador de esas latitudes habría sido un escándalo. Ni siquiera contratan costarricenses, mejicanos o ecuatorianos, todos con mil pergaminos más que venezolanos y panameños (siendo estos últimos los de más bajo nivel que han pasado por aquí, sobra decir, sin pena ni gloria).

La explosión de canales que comportó la masificación de la televisión por cable acabó con muchas instituciones colombianas: la televisión de calidad (noticieros, programas de concurso, programas de opinión e investigativos, telenovelas), e influyó en la ruina del Concurso Nacional de Belleza (en buena hora) y del campeonato de fútbol profesional. Hoy es preferible cambiar el canal para ver una película, un documental de Discovery Channel o un partido de alguna liga de Europa que ir al estadio a ver el deplorable espectáculo del fútbol colombiano. La Dimayor y los equipos han hecho esfuerzos por llevar aficionados a los estadios, como rebajar el precio de las boletas, idear promociones, y el más descabellado de todos, expandir el torneo de dieciocho a veinte contendientes con la añadidura de dos equipos de la B obtenidos de un campeonato relámpago que tenía la intención de devolver al América a la A, pues atrae muchos espectadores en la B. Pero tanta es la mala suerte y tantos los palos de ciego de la Dimayor, que el América no ascendió.

Para colmo de males, el descenso de algunos equipos tradicionales privó al torneo de uno de sus máximos atractivos: los clásicos regionales. A mejor vida pasaron el verdadero Clásico de la Costa, Junior-Unión Magdalena (nada de Junior-Real Cartagena), el de los santanderes (Cúcuta-Bucaramanga) y varios clásicos cafeteros (Caldas-Pereira, por ejemplo). Hoy no produce más que nostalgia aquella estrofa de «Cali Pachanguero», el superéxito de 1984 del incomparable Grupo Niche: Un clásico en el Pascual/ Adornado de mujeres sin par/ América y Cali a ganar/ Aquí no se puede empatar.

Así, imposible. Réquiem por el fútbol profesional colombiano.