Apuntes mirmidónicos XLV

1.° de noviembre de 2016

Las elecciones del 2 de octubre

Aunque hasta principios del año tenía dudas sobre el proceso de paz con las FARC, específicamente en relación con las penas que deberían pagar los guerrilleros, con el paso de los meses pensé que había que darle la oportunidad. La historia enseña que o se aniquila al enemigo, con la estela de sangre, muerte y pérdidas económicas que eso importe, o las partes involucradas se sientan a negociar y hacen concesiones mutuas -léase sacrificios- para dirimir los conflictos. Como en cincuenta años no se ha podido exterminar a la guerrilla, me pareció apenas justo darle la oportunidad al camino que señala la historia.

Una primera objeción del No, fácil de superar, es la participación directa de las FARC en política, algo que no debería inquietar, pues a diferencia de aquel M-19 romántico de los años 1970 que cosechó adeptos por doquier en toda Colombia hasta la desaparición de Jaime Bateman en 1983, las FARC jamás han gozado de simpatía ni apoyo popular, y nunca una guerrilla ha alcanzado el poder sin ese componente fundamental. Unas pocas cosillas accesorias más, fáciles de negociar, constituyen la cortina de humo para el verdadero motivo del No, que triunfó a causa del voto evangélico. Aunque como pocos era consciente del lavado de cerebros que estaban adelantando los líderes evangélicos y del peligro que se cernía, nunca imaginé que daría para que ganara el No. O sea que sí hay que esperar lo peor de la mentira, la manipulación y la tergiversación. En esta ocasión, los pastores evangélicos contribuyeron a que se enquistara en sus seguidores la creencia que de ganar el Sí se impondría en el país la tal ideología de género, que poco más o menos plantea el disparate de que se llega a ser varón o mujer por los constructos sociales que el individuo elabora a medida que se desarrolla, y no por el sexo biológico con el que nace, locura que no resiste el menor análisis, si bien es cierto que una minoría está atrapada en un sexo físico que no corresponde al psicológico. Desde el punto de vista judeocristiano, el planteamiento de la ideología de género transgrede rotundamente lo que establece el Génesis, que Dios creó macho y hembra para que se multiplicaran, además de que constituye una amenaza gravísima contra el orden familiar y social presuntamente diseñado por Dios, es decir, todo un atentado a la civilización. Francamente, nunca creí que semejantes desvaríos pudieran llegar a influir en una votación, pero es la prueba palmaria de que contra el fanatismo no se puede, no hay razón, discernimiento, nada. Y quedó demostrada también que se encuentra en peligro la separación del Estado y la Iglesia, fundamento de la sociedad occidental contemporánea.

Como aclaración, no estoy de acuerdo con la tal ideología de género porque, fiel a la dialéctica materialista, estoy convencido de que los cambios en los individuos y en la sociedad obedecen a las contradicciones internas, no a influencias externas, estas constituyen solo las condiciones para que la contradicción interna se desarrolle, veamos: si un tipo nace homosexual, eso no lo cambia nadie, así lo sometan a tratamiento psiquiátrico, psicológico, hormonal y pongan a su disposición las mujeres más hermosas. Y del mismo modo en sentido contrario (como dijo aquella “señorita” Antioquia) si nace macho, hembra, lesbiana, o las mil condiciones sexuales que se han destapado en los últimos tiempos, como intersexuales, bisexuales, transexuales, pansexuales, entre otros. Por la misma razón, tampoco le temo al movimiento de reafirmación social de los homosexuales, ni creo que la civilización tal como la conocemos se acabará por el matrimonio del mismo sexo o la adopción por parejas homosexuales.

Demostrado que la mayoría de gregarios del No no leyó, ni ha leído, ni leerá el texto del acuerdo, hecho que desnuda una vez más que la minoría de edad de este pueblo es de proporciones monstruosas, insisto en la gravedad de la aberrante manipulación y tergiversación por la cual se creó la creencia de que el acuerdo institucionalizaba la tal ideología de género. Una simple lectura del texto en cuestión arroja como resultado que no hay ninguna intención de institucionalización de la ideología de género, pero si se precisa criterio científico -valga decir, objetivo- recomiendo este análisis desde la lingüística de mi condiscípula en el Instituto Experimental del Atlántico (1986-1991), Alexandra García.

Evidentemente, los manipulados no son conscientes de que la campaña del No es un componente más de la estrategia uribista para retomar el poder, y que son sistemáticamente utilizados con fragmentos descontextualizados y tergiversados de la Biblia para que hagan cosas como votar por el No, protestas como las que llevaron a Gina Parodi a renunciar, etcétera.

Más allá de las discusiones bizantinas que es menester sostener en razón de la ignorancia rampante en este país, es por lo menos peculiar -pero para nada extraño- que a estas alturas el gran público no haya asimilado lo que comporta la Constitución de 1991. Porque se ha perdido completamente de vista que la constitución política establece el orden de una nación, no ningún libro supuestamente sagrado, llámese Torá, Biblia, Corán, Tao Te King, etcétera. Por eso, hace años me senté cómodamente a presenciar la desesperación de quienes no reconocen los derechos de los homosexuales, el deprimente espectáculo de los políticos y sus peloteras, las sinrazones de gente presuntamente preparada, etcétera, ante las grandes cuestiones que formula nuestro tiempo. La eterna lucha de clases. Léalo bien: quienes se oponen a la rehabilitación social de los homosexuales, por ejemplo, fracasarán por la sencilla razón de que la Constitución del 91 establece igualdad para todos. Más de doscientos años se demoró Colombia en adoptar oficialmente el pensamiento de Locke sintetizado en la divisa de la Revolución Francesa, pero está aquí y más vigente que nunca. Libertad, igualdad y fraternidad deben regir a las naciones que, como muchos países occidentales, acogieron el liberalismo filosófico en sus constituciones, así que no me explico por qué las mentes lúcidas no invocan esos principios fundamentales para acabar de una vez por todas con discusiones bizantinas y agotadoras. Repito: uno puede estar de acuerdo o no, pero la Constitución establece que en Colombia hay igualdad y libertad de expresión, de prensa, religiosa, de género, de pensamiento, etcétera, y esto, valga la perogrullada y la repetición de la repetidera, implica respeto y protección de los derechos sin distingo de raza, sexo, orientación sexual, creencia religiosa, etcétera. En pocas palabras, no puede haber discriminación. Fue simplemente cuestión de tiempo que se aprobara el matrimonio homosexual, adopción incluida. Estoy en desacuerdo con el protestantismo, pero si millones de personas son protestantes, ¿qué se puede hacer? ¿matarlos? ¿reprimirlos? No, la era contemporánea impone que hay que convivir con ellos.

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