MANE KIRAKOSYAN
INICIO: 02/03/2025
FIN: 25/10/2025
INICIO: 02/03/2025
FIN: 25/10/2025
Hace unos días llegué a Barcelona, lista para empezar un nuevo capítulo. Adaptarse a una ciudad nueva no siempre es fácil, pero saber que cada día puedo despertar y descubrir algo nuevo: calles llenas de historia, rincones con encanto y, con el tiempo, mi propio lugar en todo esto; es una sensación increíble. Ya sé que me va a encantar.
Por supuesto, mudarse no es solo cambiar de lugar, sino aprender a vivir en un nuevo entorno, conocer gente, conectar con la comunidad y aportar mi granito de arena. Estoy emocionada por esta nueva aventura.
Después de una semana en Barcelona, empiezo a sentir que las cosas van tomando forma. Ya no todo es tan nuevo (aunque todavía me pierdo de vez en cuando), y poco a poco voy encontrando mi rutina. Esta semana también empecé a conocer mejor el barrio, descubrir nuevos lugares y entender el ritmo de la ciudad. Incluso las cosas pequeñas, como saber qué metro tomar o dónde tomar un buen chocolate caliente, hacen que me sienta más cómoda.
Además, en Tudanzas, poco a poco voy adaptándome y aprendiendo cómo colaborar de la mejor manera. Sé que aún queda mucho por descubrir, pero cada día me siento más parte de esta comunidad.
Difícil de imaginar que ya han pasado tres semanas. O tal vez solo tres semanas. En este tiempo, he tenido la suerte de encontrar amigos con quienes compartir esta aventura. Ya no soy solo yo explorando la ciudad; ahora tengo gente con quien disfrutar cada rincón de Barcelona. Esta semana, por fin encontré los mejores churros de la ciudad (al menos hasta ahora). En el trabajo, poco a poco hemos empezado a entender las cosas mejor, lo que hace que todo sea mucho más disfrutable y enriquecedor.
Y hablando de sueños, desde niña he soñado con visitar el Camp Nou, y finalmente ese sueño se hizo realidad. Fue una experiencia surrealista, estar allí, sentir la energía del estadio, incluso estando en obras. Pero espero que la próxima vez que esté allí, sea para ver un partido desde el nuevo estadio.
Barcelona no da tregua. Un día estoy corriendo de un lado a otro organizando cosas, al siguiente me pierdo en una conversación interesante con alguien que acabo de conocer. Entre eventos, trabajo y pequeñas aventuras, cada semana se siente como un torbellino.
En Tudanzas, todo empieza a tomar más forma. No es solo seguir instrucciones, sino entender el propósito detrás de cada tarea. Poco a poco, las piezas encajan y el trabajo se vuelve más dinámico. A veces es un reto, pero definitivamente más divertido cuando todo empieza a fluir.
Lo mejor de todo es que cada semana trae algo nuevo. Y yo estoy lista para lo que venga.
Durante estas dos semanas, la rutina en Barcelona se pausó para dar paso a algo completamente distinto: una formación en Jaca con otros voluntarios del ESC de distintas partes de España. Pasar de la ciudad al paisaje de montaña fue como cambiar de canal por completo: menos ruido, más naturaleza, más conversaciones cara a cara.
Conocer a otras personas que están viviendo experiencias similares fue reconfortante. Cada historia, cada idioma, cada acento, todo sumaba a una sensación de comunidad, aunque viniéramos de lugares muy distintos. Hubo juegos, charlas, actividades en grupo... y sí, también muchas risas.
Más allá del contenido de la formación, fue una oportunidad para parar, respirar, y mirar el camino recorrido desde otra perspectiva. Volver a Barcelona después de eso se sintió distinto. Como si la ciudad también hubiera respirado un poco en mi ausencia.
Esta semana no hubo grandes aventuras, pero sí muchos pequeños descubrimientos que me hicieron sonreír. Visité el MNAC por primera vez, y entre las obras de arte y las vistas desde lo alto de Montjuïc, me tomé un momento para simplemente observar y respirar.
También encontré una librería que, sin exagerar, podría ser uno de mis lugares favoritos en Barcelona. No solo por los libros (aunque eso ya sería suficiente), sino por todo lo que ocurre allí: charlas sobre cambio climático, discusiones de libros, conversaciones filosóficas… Es un rincón donde el tiempo se detiene un poco.
Esa mezcla de cultura y calma me está ayudando a construir una nueva rutina, con lugares que me hacen sentir cómoda, inspirada, y un poco más en casa. Ah, y por si fuera poco: encontré mi golosina favorita de la infancia. No sabía que la echaba tanto de menos hasta que la volví a probar.
Son esas pequeñas cosas, inesperadas y simples, las que hacen que una semana cualquiera se convierta en una para recordar.
Esta semana viví mi primer Sant Jordi en Barcelona y fue mágico. Calles llenas de libros, rosas, música y sonrisas. Era imposible no dejarse llevar por el ambiente: la ciudad entera parecía una gran celebración del amor por la lectura (y por las pequeñas cosas bonitas).
Descubrí nuevos autores, hojeé libros que no sabía que necesitaba, y terminé el día con historias bajo el brazo y flores en la mochila. Fue uno de esos días en los que todo parece encajar.
Pero eso no fue todo. También conocí a personas nuevas con las que conecté de inmediato; de esas que te hacen pensar “ah, con esta gente sí me quedo”. Y por si la semana no fuera ya lo suficientemente especial… encontré una tienda armenia. Fue como tropezar con un recuerdo, con sabores familiares que no esperaba encontrar aquí. Entre libros, nuevas amistades y un toque de nostalgia, esta semana me recordó que Barcelona no deja de sorprenderme.
Esta semana empezó a lo grande: Barça ganó la Copa del Rey, y la ciudad se volcó a las calles para celebrarlo. Estuve ahí, entre banderas, cánticos y abrazos a desconocidos que, por un momento, se sentían como viejos amigos. Fue uno de esos momentos en los que piensas: sí, estoy donde tengo que estar. Pero después llegó el golpe. La eliminación de la Champions fue un jarro de agua fría. Aún no me acostumbro a cómo se vive el fútbol aquí; es como si toda la ciudad respirara al ritmo del balón. Un día estás celebrando con todo el corazón y al siguiente… bueno, toca recoger los pedazos.
Pero, no todo fue fútbol esta semana. Mi primo vino de visita, y eso me dio la excusa perfecta para seguir explorando Barcelona. Le llevé a probar los churros que ya son un clásico, a esa librería donde siempre encuentro algo nuevo, y a descubrir rincones que ya empiezan a sentirse un poquito míos.
Y entre tanto ir y venir, también hubo tiempo para brunch, risas y conversaciones largas con amigos. Entre cafés, tostadas y conversaciones que se alargan sin darte cuenta, me di cuenta de que Barcelona empieza a sentirse más como casa cuando tienes con quién compartirla.
Estas últimas semanas estuvieron llenas de momentos muy distintos, pero todos especiales a su manera. Uno de ellos fue el Festival de Tudanzas. Fue bonito ver cómo tantas personas se reunieron para compartir, bailar, y simplemente estar presentes. Después de semanas de preparación, poder vivirlo desde dentro, con todo el equipo, fue una experiencia muy enriquecedora
Poco después, tocó cambiar el ritmo con una excursión a Mont-rebei. Rodeada de naturaleza, caminando entre montañas y cruzando paisajes espectaculares, sentí una tranquilidad que hacía tiempo no sentía. Fue una escapada necesaria, que me ayudó a reconectar conmigo misma y volver con nuevas energías.
Entre todo eso, sigo sumando pequeños descubrimientos, risas espontáneas y momentos que me recuerdan lo mucho que esta experiencia me está aportando. No siempre hay tiempo para escribirlo todo, pero cada semana deja su propia marca.
Esta semana estuvo completamente dedicada a algo que me apasiona desde hace años: la Fórmula 1. Entre el F1 Fan Village, la Fan Zone de Williams, los simuladores, los talleres, y hasta cambiar neumáticos en el box de Aston Martin (¡sí, de verdad!), viví la experiencia al máximo.
Fueron días llenos de energía, velocidad y emoción. Conocí a personas con las que comparto esta misma locura por el automovilismo, hice nuevos amigos y sentí esa conexión instantánea que solo se da cuando estás rodeada de gente que vibra igual que tú. Todo culminó en el Gran Premio de España, un sueño cumplido. Ver a los coches en pista, sentir los motores retumbar, y ser parte de ese ambiente fue tan intenso como inolvidable.
No hubo mucho más esta semana, pero sinceramente, no hizo falta. A veces, una sola pasión puede ocuparlo todo… y dejarte con una sonrisa que dura días.
Esta semana no estuvo llena de grandes planes, pero sí de momentos que me hicieron sonreír. Uno de ellos fue la visita a Tibidabo. Ver Barcelona desde las alturas, con esa mezcla de mar, ciudad y cielo, me hizo recordar lo afortunada que soy de estar aquí. Hay algo mágico en mirar todo desde lejos; como si todo tomara perspectiva.
También tuvimos una quedada entre amigos, de esas en las que no hace falta mucho: buena compañía, alguna que otra tontería y muchas risas. Me doy cuenta de que, poco a poco, esas personas van formando parte de mi rutina, de mi versión aquí.
El resto de los días fueron más tranquilos, pero bienvenidos. A veces solo caminar sin rumbo, leer en un rincón nuevo o redescubrir un sitio ya conocido, es justo lo que una necesita. No fue una semana llena de novedades, pero sí de esas pequeñas pausas que te hacen recargar energías sin darte cuenta.
Esta semana empezó en Málaga, donde tuvimos una formación con otros voluntarios ESC de toda España. Siempre es especial reunirse con personas que viven experiencias similares, compartir historias, ideas, dudas y muchas risas. Me llevé nuevas amistades, inspiración.
De vuelta en Barcelona, el ritmo era diferente. Tomé café con amigos que ya se preparan para dejar España, ya que sus prácticas están llegando a su fin. Fue bonito, pero también un poco triste. Es difícil despedirse de personas con las que compartiste tanto en tan poco tiempo.
El resto de la semana fue para disfrutar del mar, el sol y San Juan. Hubo playa, fuegos artificiales, arena en todas partes, y sí... un poco de quemadura solar, pero también mucha alegría.
No todos los días tienen que ser iguales. Esta semana fue una mezcla de encuentros, despedidas y celebraciones. Y en medio de todo eso, me sigo sintiendo agradecida de estar aquí.
Esta semana fue una mezcla de planes tranquilos, descubrimientos y un toque de nostalgia. Visité el Museu de Ciències Naturals, que me hizo sentir como una niña curiosa otra vez, y el MOCO Museum, que, con su arte moderno y provocador, me dejó pensando más de lo esperado.
Tuve que decir adiós a una amiga que ya regresó a casa. Es parte de esta experiencia: las llegadas y las despedidas, cada una con su propio peso. No es fácil, pero me quedo con los buenos recuerdos y las risas compartidas.
Por otro lado, me dio por hacer pancakes. No sé qué pasó, pero encontré una receta increíble y ahora no puedo parar. Es oficialmente mi nuevo desayuno favorito.
Y por fin fui al Parc de la Ciutadella, un lugar que tenía pendiente desde hace tiempo. Es de esos espacios donde puedes simplemente sentarte, respirar y observar la vida pasar. A veces no hace falta más.
Desde la última vez que escribí, han pasado muchas cosas. Antes de irme, pasé días tranquilos en la playa con amigos, entre juegos, risas y arena por todas partes. También estuve buscando regalos para la familia, sabiendo que pronto los vería.
Volví a casa por el casamiento de mi primo, y fue más especial de lo que imaginaba. Estar con toda la familia junta, ver a mi hermano, reencontrarme con amigos de la infancia y conocer nuevas caras… todo eso me hizo sentir que el tiempo no pasa tan rápido cuando estás con la gente que quieres.
Y luego, de vuelta en Barcelona. La ciudad es la misma, pero después de unos días fuera, la siento un poco diferente. O tal vez soy yo la que ha cambiado un poco. Sea como sea, estoy feliz de estar de vuelta.
Esta semana fue de esas en las que uno necesita alejarse un poco del ritmo de la ciudad. Salí a correr, sin rumbo fijo, solo para despejar la mente y respirar aire distinto. También hicimos una ruta de senderismo, y por un rato, entre árboles y caminos de tierra, me olvidé del ruido y del tiempo.
Tuve la suerte de reencontrarme con amigos de antes, de esos que aunque no veas seguido, te hacen sentir como si el tiempo no hubiera pasado. También hubo un día de playa con amigos, risas nuevas y caras nuevas.
No pasó mucho más, pero a veces no hace falta que pasen grandes cosas para sentir que fue una buena semana.
Esta semana tuvo un ritmo tranquilo pero bonito. Hicimos un picnic con amigos, de esos planes sencillos que terminan siendo lo mejor del día. También subimos a Montjuïc, y aunque ya conocía el nombre, vivirlo en persona fue distinto: las vistas eran impresionantes y, entre paso y paso, la historia del lugar se iba colando entre las piedras.
Últimamente me he propuesto algo: descubrir los rincones menos conocidos de Barcelona. Caminar sin rumbo fijo, dejarme llevar por calles nuevas, buscar esos espacios escondidos que no salen en las guías. Porque esta ciudad no se acaba nunca, y cada semana tiene algo diferente que ofrecer.
Los días de playa continúan, y con ellos esa sensación de verano que parece alargar las horas. Entre chapuzón y chapuzón, también aproveché para ponerme al día con amigos que viven lejos; esas conversaciones largas que, aunque sean a distancia, te hacen sentir cerca.
La semana terminó con una cena en casa de una amiga para despedirla. Fue una noche especial: mucha gente que conocemos, risas, juegos, conversaciones que se alargaron más de lo planeado. De esas reuniones que te dejan con una mezcla de alegría por el momento vivido y nostalgia por lo que se va.
Esta semana la lluvia refrescó el ambiente y, por un momento, Barcelona se sintió más tranquila. Pero al llegar la Festa Major de Gràcia, todo volvió a llenarse de vida. Las calles del barrio estaban decoradas con mil colores, cada una con un tema diferente: desde océanos llenos de peces de papel hasta túneles mágicos de luces. Había música en cada esquina, talleres, comida típica… y esa energía que solo se siente cuando todo un barrio celebra unido. Fue como descubrir otra cara de la ciudad.
Además, una amiga que llevaba tiempo fuera volvió a Barcelona y pudimos reencontrarnos. Fue bonito ponernos al día y sentir que, aunque el tiempo pase, hay amistades que siguen siendo igual de cercanas.
Esta semana fue más tranquila, casi como un respiro necesario. Pasé tiempo en casa, viendo series y programas de televisión, algo que hacía tiempo no me permitía hacer sin prisa. Entre pantallas y descansos, también encontré una pequeña pastelería que hace cupcakes increíbles, y desde entonces ya tengo nuevo lugar favorito para darme un capricho dulce.
Un día subí a Montjuïc para ver el atardecer, y aunque ya conocía las vistas, nunca dejan de sorprenderme. Hay algo en ver cómo la ciudad se va iluminando poco a poco que me hace sentir que siempre hay algo nuevo por descubrir, incluso en los momentos más tranquilos.
Esta semana celebramos el cumpleaños de una amiga, y fue de esas noches que empiezan tranquilas y terminan con todo el mundo cantando, riendo y recordando anécdotas que nunca pierden la gracia. Entre música, comida y velas, lo mejor fue esa sensación de estar rodeada de gente que se siente como familia.
Los atardeceres también se han robado el protagonismo estos días. Cada tarde el cielo parecía un lienzo distinto: naranjas intensos, rosas suaves, incluso algún violeta inesperado. Nos juntamos varias veces solo para verlos desde diferentes rincones de la ciudad, como si fuera un espectáculo diario que no podíamos perdernos.
Y aunque no pasaron mil cosas más, creo que a veces basta con eso: una buena celebración, un cielo bonito y la compañía adecuada.
Esta semana empezó con un poco de descanso y cultura: visité el Museu Marítim de Barcelona, y aunque no estaba del todo bien porque estaba un poco resfriada, fue un plan tranquilo que me permitió pasear entre barcos históricos y descubrir historias del mar que no conocía.
Después, decidí que el aire del mar me haría bien, así que fui a la playa, y efectivamente, sentir la brisa y escuchar las olas me ayudó a recargarme un poco. Más tarde, volví a la playa para ver la luna llena reflejada en el agua: un espectáculo tan simple como impresionante.
El momento más especial de la semana, sin embargo, fue en el Día de Catalunya: tuve la oportunidad de conocer a Laporta y Joan Garcia. Fue increíble poder saludarlos y compartir un instante con ellos; no todos los días uno se cruza con personas que admira tanto. La energía de la ciudad ese día, combinada con este encuentro, hizo que todo se sintiera aún más especial.
Entre museos, playas y encuentros inesperados, esta semana ha sido tranquila pero memorable.
Esta semana no se trató de lugares o planes específicos, sino de la vida misma. Todo parece ir muy deprisa, lleno de cosas por hacer, de gente por conocer y de decisiones por tomar. Intento seguir el ritmo mientras me pregunto qué viene después y cómo quiero afrontar lo que está por llegar.
Hay momentos de cansancio, claro, pero también de ilusión. Cada conversación nueva, cada persona que aparece en el camino, aporta algo distinto. Y en medio de este movimiento constante, aprendo que no todo se trata de tener respuestas inmediatas, sino de disfrutar el proceso de buscarlas.
A veces, lo que más disfruto de la ciudad no son los grandes lugares, sino los pequeños detalles del día a día. Tomar un café en una terraza mientras observo a la gente pasar, caminar sin rumbo por calles que ya me resultan familiares, o simplemente ver cómo el cielo cambia de color al final del día.
Estas últimas semanas han sido así: más tranquilas, más mías. He aprendido que no hace falta ir muy lejos para encontrar algo especial. A veces, la calma está en lo cotidiano, en esos pequeños momentos que hacen que cada día valga la pena.
Hay días que empiezan como cualquier otro y terminan siendo inolvidables. Iba camino al trabajo, medio dormida, con mi café en la mano, cuando de repente vi a una persona que me resultaba demasiado familiar. Tuve que parpadear un par de veces para creerlo: era Joan Laporta, el presidente del FC Barcelona.
Fue uno de esos momentos que te sacuden, no porque sean planeados, sino precisamente porque no lo son. Desde pequeña, el Barça ha sido una parte enorme de mi vida; los partidos, las emociones, los sueños. Crecer viendo ese equipo me enseñó lo que significa la pasión, el trabajo en equipo y el amor por algo más grande que uno mismo.
Y ahí estaba, en una calle cualquiera, frente al presidente del club que ha marcado mi historia. Fue un recordatorio de por qué amo tanto esta ciudad: porque aquí, lo extraordinario se cruza contigo cuando menos lo esperas. Solo en Barcelona puedes encontrarte al presidente de tu club favorito a las ocho de la mañana camino al trabajo… y seguir el día con una sonrisa imposible de quitar.
Hay un lugar cerca de casa que se ha convertido en uno de mis favoritos: el parque del Guinardó. No es el más famoso ni el más turístico, pero tiene algo especial. En las tardes, cuando el sol empieza a bajar y el aire se vuelve un poco más fresco, me gusta ir a correr o simplemente caminar por sus senderos.
Siempre hay gente, vecinos paseando a sus perros, turistas buscando el mejor ángulo para una foto, amigos charlando en los bancos y, aun así, el ambiente es tranquilo. Desde arriba se puede ver toda la ciudad extendiéndose hasta el mar. Las luces empiezan a encenderse poco a poco y Barcelona parece respirar más lento, como si por un instante también se tomara un descanso.
Cada vez que voy, me acuerdo de por qué me gusta tanto este lugar: porque entre el ruido y el movimiento de la vida diaria, todavía existen rincones donde el tiempo parece detenerse.
Nunca imaginé lo mucho que esta experiencia me cambiaría. Llegué con ilusión, con nervios y con mil expectativas, pero nada se compara con lo que realmente viví. Después de tantos años soñando con Barcelona, pensé que sabía lo que me esperaba… pero no. Fue mucho más. Fue mejor.
Tudanzas fue el corazón de esta etapa. No solo fue un lugar de trabajo o un proyecto, sino una familia, una comunidad que me hizo sentir parte de algo más grande. Aprendí muchísimo, no solo sobre organización, eventos y comunicación, sino sobre empatía, colaboración y la importancia de crear con propósito. Cada persona, cada conversación y cada momento dejaron una huella que me acompañará siempre.
Este tiempo me ayudó a crecer, a descubrir nuevas partes de mí y a entender lo que realmente me apasiona. Me voy con el corazón lleno, infinitamente agradecida por todo lo vivido, por las personas que conocí y por las lecciones que me llevo.
Fue, sin duda, una de las mejores experiencias de mi vida. Gracias, Tudanzas, por inspirarme, por acogerme y por recordarme que el arte y la comunidad pueden cambiar el mundo - empezando por uno mismo.
Hasta la próxima, con todo mi cariño. 💙