Esta notable serie policial islandesa cumple con creces el interés de los amantes del género policial, al que está adscrito bajo la etiqueta del “Nordic Noir”; o sea, de la corriente del policial negro realista escandinavo. Pero que, además, se proyecta más allá de este género, no solo por montar sobre la trama policial historias de alto contenido dramático, sino también por dar cabida a una variedad de contenidos sociales y políticos de actualidad. En realidad, “Trapped” ofrece una amplia visión de los principales problemas que afectan a Europa y al mundo contemporáneo.
Lo primero que me gustó es que el héroe protagonista y su pequeño equipo policial no cumplen el estereotipo de ser galanes atléticos o mujeres guapas. Todos muy buenos actores, por cierto, al igual que el resto del reparto. De hecho, el protagonista central –Andri Ólaffsson (Ólafur Darri Ólafsson)– es notoriamente obeso, sufrido pero dotado de una intuición que le garantiza reconocidos aciertos en su labor. Su segunda –Hinrika Kristjánsdóttir (Ilmur Kristjándóttir)– es bajita, tiene cara de pájaro, pero también es acuciosa y capaz de avizorar las situaciones de riesgo; siendo la única confidente de los puntuales pero dolorosos desahogos de su jefe. Mientras que el tercer oficial –Ásgeir Þórarinsson (Ingvar Eggert Sigurðsson)–, ya es un poco mayor, pese a lo cual tiene aficiones útiles (halla indicios y pistas en Internet y estados financieros), aparte del ajedrez.
POLICIAL REALISTA
Esta falta de glamour quizás se deba al enfoque realista del director Baltasar Kormákur, ya que nuestros héroes enfrentan crímenes casi simultáneos o sucesivos, que les abren varios frentes, y que –en la primera parte de la serie– actúan aislados por una feroz tormenta que durará varios días, en Siglufjörður, una pequeña localidad en el norte de este pequeño país isleño. Mientras que en la segunda temporada –en otra localidad similar pero con otro clima–, ocurre lo mismo, pero esta vez combinado con fuertes conflictos sociales y políticos, incluyendo terrorismo. Lo que necesariamente –y pese a las acertadas intuiciones y “olfato” de Darri– los conducen a cometer errores, alguno de ellos, fatal. No estamos, pues, ante unos émulos de Sherlock Holmes sino ante policías de carne y hueso, enfrentando situaciones límite en condiciones extremadamente adversas y con recursos escasos.
Los dos cadáveres que abren cada temporada –uno frío (o, mejor dicho, congelado) y el otro caliente hasta el calcinamiento– y sus respectivas historias tienen como hilo conductor situaciones del ámbito familiar, pero también del mundo sociopolítico, de lo específicamente policial y con un rol muy importante del paisaje. Reviso cada uno de estos ámbitos narrativos a continuación.
ÁMBITOS INTERCONECTADOS
En lo referido al mundo doméstico encontramos distintas formas de relación intergeneracional, principalmente, conflicto entre padres e hijos (pero no únicamente). Así como violencia doméstica y violencia contra la mujer, propios de escenarios patriarcales y machistas (no exentos en algún caso de ambigüedad). En la esfera sociopolítica se presentan situaciones de discriminación (homofobia, xenofobia, racismo), tráfico de personas, protesta social, terrorismo, contaminación ambiental, oposición a la inversión extranjera (potencial o actual), mentalidad premoderna (creencia en leyendas y mitos), entre otros. Desde el punto de vista policial, se suceden asesinatos en distintas modalidades (con tasajeo de miembros, incineración, apuñalamiento, ahorcamiento), secuestros, violaciones, extorsiones, encubrimientos, corrupción, delito ambiental, delincuencia juvenil; además de suicidios y hasta voyeurismo.
Podría pensarse que nos encontramos ante una obra de violencia extrema más o menos convencional. No es el caso. Mientras que las acciones externas evitan o acotan al mínimo el morbo inherente a los delitos antes referidos, la misma acción policial está basada en la persuasión, el diálogo y los interrogatorios. De hecho, el equipo policial prácticamente no utiliza armas –a diferencia de los principales culpables, al ser finalmente descubiertos– sino en casos muy extremos, en que se convoca a un escuadrón especializado (SWAT o helicópteros), que nunca llega a apretar algún gatillo. Aunque buena parte de la serie ocurre en exteriores y con una buena dosis de acción externa, predomina lo sicológico en las historias que se narran, antes que en elementos estilizados, efectistas o poco verosímiles. Además, no hay un regodeo en las escenas violentas, las que en la mayoría de casos aparecen fugaz y entrecortadamente. De otro lado, las acciones se desenvuelven sin prisa pero sin pausa debido a un factor fundamental que comentaré al final de esta reseña: el clima; el cual influye decisivamente en el tempo y el curso dramático.
La serie sigue la estructura tradicional del policial, es decir, comienza con un crimen fatal y luego la investigación va descartando pistas que, a su vez –en algunos casos–, involucra otros delitos o comportamientos sospechosos; mientras tanto, los cadáveres siguen apareciendo. Lo que atrapa la curiosidad e interés del espectador es la expectativa del descubrimiento y el hecho de que las personas y situaciones –muchas veces– no son lo que parecen, hasta llegar al desenlace.
Sin embargo, "Trapped" dista mucho de ser esquemática. En primer lugar porque las pistas equivocadas y/o descartadas son más que meros pretextos para ocultar la trama principal. Son historias secundarias que se desarrollan lo suficiente como para tender lazos y motivaciones con el relato principal. Pero, sobre todo, tienen un intenso desarrollo dramático, que se potencia constantemente y que va develando la maraña de conflictos ocultos bajo el famoso refrán de “pueblo chico, infierno grande”; mientras que, simultáneamente, esas mismas peripecias llegan a ejemplificar las grandes tensiones sociales y culturales de la globalización en escenarios locales. En una pequeña isla prácticamente en los bordes del planeta, en el umbral del círculo polar ártico, y en localidades ubicadas en los recovecos costeros más remotos de esa isla, se escenifican algunos de los grandes dramas y tensiones políticas del presente.
FAMILIAS DISFUNCIONALES
Para empezar, lo que está en juego en casi todas las historias de esta serie, tanto las principales como las secundarias, es el develamiento de las complejas razones por las cuales las familias están divididas e incluso destrozadas. Lo cual vale incluso para las relaciones familiares y de pareja de los propios integrantes del equipo policial. Así, por ejemplo, en la primera parte de la serie, el tenaz y difícil trabajo del oficial Darri, que le permitió hallar al culpable de un crimen –lo que ameritaría un premio o, al menos, supondría un alivio emocional– termina por destruir su relación de pareja, que ya estaba resquebrajada por la separación. Al igual que en los demás casos –incluyendo los principales–, el desastre familiar y sus consecuencias criminales tienen su punto de partida en hechos terribles del pasado. A tal punto que las historias familiares terminan por importar casi tanto como las peripecias policiales, lo cual aporta una gran dosis de intensidad emocional a la narración audiovisual.
Encontramos aquí enfrentamientos de pareja, pacíficos y violentos; separaciones de hermana con hermanos, geográficamente, y entre los mismos hermanos a poca distancia unos de otros, y por décadas; conflictos entre padres e hijos, generalmente por acciones de padres autoritarios y violentos; dilemas sobre si mantener o separarse de la familia; pero también compatibilidades entre padre e hijos; así como enfrentamientos entre hijos contra sí mismos, a veces con consecuencias irreparables. Hay toda una graduación de disensos en grupos familiares que va de mayor a menor, concentrándose al final de cada temporada en una sola familia como espacio social de casi todos los crímenes principales en cada parte de la serie.
CONFLICTOS SOCIOPOLÍTICOS
Lo segundo es la profunda imbricación de estos factores familiares con los conflictos sociopolíticos. Es decir, que los conflictos en ambas esferas se alimentan mutuamente, hilvanan las historias y son parte del crescendo dramático. Por ejemplo –en la primera parte–, el resentimiento de Eírikur (Þorsteinn Gunnarsson) por la muerte de su hija en un incendio años atrás se resuelve mediante el perdón del supuesto responsable, pero luego deviene en venganza por hechos de corrupción política conectados con el siniestro. O el caso del viejo Guðmundur (Sigurður Karlsson), enfrentado con su hijo Sigurður (Þorsteinn Bachmann) –el jefe de puerto– y con otros políticos locales, por su oposición a vender su terreno para la construcción de un complejo pesquero por inversionistas chinos. Este es un conflicto entre un padre autoritario y un hijo resentido, inseguro y acosado por un complejo de inferioridad; un conflicto que venía ya de mucho antes, quizás de siempre. Esta historia tendría también su episodio de perdón y su evolución hacia un resultado trágico. De esta forma, conflictos familiares derivan o son funcionales al conflicto político.
En la segunda parte de la serie, tenemos el caso del granjero Ketill (Steinn Ármann Magnússon) y sus hijos Torfi (Vignir Rafn Valþórsson) y Skúli (Sigurbjartur Atlason), todos opuestos a una planta geotérmica que el gobierno quiere vender a un empresario norteamericano pero musulmán; mezclando islamofobia con defensa del medio ambiente. Padre e hijos tienen enfoques distintos, aunque cercanos, sobre este tema: el padre prefiere la protesta social, mientras que los hijos se inclinan hacia una solución más violenta, simpatizando con un grupo terrorista (El Martillo de Thor). Esta historia mostrará distintos momentos del (y actitudes generacionales ante el) conflicto, que conectará la protesta paterna contra la contaminación (envenenamiento de Skuli) con las consecuencias judiciales para los hermanos. Así, nuevamente se mezcla lo personal con lo político, siendo el resultado la separación familiar por acción de la justicia.
Mientras que las relaciones entre el joven Víkingur (Aron Már Ólafsson) –hijo de Gisli (Þorgeir Tryggvason), quien se prende fuego junto a (y a la fuerza, con) su hermana Halla (Sólveig Arnarsdóttir) al inicio de esta parte–– y Ebo (Kingsford Siayor), un trabajador africano de la planta geotérmica en la que ambos laboran, ejemplifica la homofobia en ámbitos rurales. Ambos son discriminados y agredidos por un grupo de trabajadores polacos por ser gays, pero Ebo además es amenazado por su propio hermano africano y por el mismo motivo. De un lado, Víkingur pasa de simbolizar la más extrema división familiar a la reconciliación final, mientras que Ebo proveerá las pistas decisivas para el delito ambiental. El desarrollo de estos eventos mostrará cómo lo familiar se refleja en lo social y trae consecuencias políticas, todo perfectamente interconectado.
ECLOSIÓN DE LA EXTREMA DERECHA
Otro componente interesante en esta segunda parte es el conflicto entre modernidad y tradición. Este asunto aparece embrionariamente en la primera temporada, en la resistencia del anciano pescador Guðmundur al ingreso de inversores chinos que trastocarían la tranquilidad del lugar con su proyecto de un nuevo puerto; transformación que él asocia con los cambios económicos en Islandia que condujeron a una traumática crisis económica global en 2008. Esta emblemática crisis –mencionada muy de pasada– es una especie de MacMuffin y está en el origen de la sucesión de hechos criminales (violación, incendio, corrupción, crímenes, encubrimientos) que se develarán al final de la primera parte de la serie.
Mientras que en la segunda temporada ya es la masa de granjeros la que se opone firmemente a la planta geotérmica, con argumentos xenófobos, respaldados por un grupo terrorista de extrema derecha y apoyándose en mitos nórdicos (no en vano el nombre de ese grupo alude a Thor, en dios del trueno en la mitología escandinava). Al mismo tiempo, las tradiciones locales llevan a que el pueblo se ponga en contra de la familia de Víkingur, acusándolos de haberse establecido antaño en un lugar sagrado de la isla, lo que les acarrearía una maldición; en base a la cual le atribuyen los asesinatos pero también la homosexualidad al citado personaje.
Hay una cierta interseccionalidad entre estas historias, que suman capas de discriminación, por orientación sexual, por xenofobia y –en el caso de Ebo– con un trasfondo de racismo.
CULPA, SUICIDIO, RESENTIMIENTO Y VENGANZA
En su casi totalidad, los conflictos tienen su centro en la culpa, justificada o no; y por dos motivos principales. El primero, por las consecuencias funestas de hacer justicia por mano propia como defensa o reacción ante la violencia doméstica, intrafamiliar o contra la mujer, justificada pero cuyas consecuencias conducen a la crisis y desunión familiar. Culpa que se expresa en el silencio de esos personajes que callan o encubren sucesos trágicos del pasado o el presente; así como también de quien ha construido su vida en base al olvido, el que finalmente le estalla en el cuerpo. Y culpa por la acumulación de crímenes y el descubrimiento de un origen percibido como intolerable y abyecto.
En segundo lugar, la culpa por circunstancias de la acción policial. Su mayor expresión la vive con intensidad el protagonista Darri Ólafsson. Él se siente responsable (en realidad, involuntario) del rompimiento familiar en la primera parte, así como por una muerte cercana en la segunda; ambos casos discutibles pero irrevocables. Además, pese a ser un policía destacado, está en la minúscula Siglufjörður cargando un error fatal del pasado. Para no hablar de culpa por el resentimiento y rebeldía de su hija Thorhildur (Elva María Birgisdóttir), quizás saldada en el desenlace de esta historia.
Un segundo elemento, es el ciclo de resentimiento y venganza (con breves intentos de perdón, unos reales, otros inútiles). Ya hemos mencionado los casos de patriarcas como Eírikur o Guðmundur. Se puede añadir –en la primera parte– a la vengativa Kolbrun (Sigrún Edda Björnsdóttir), esposa del alcalde maltratador Hrafn Steynsson
(Pálmi Gestsson), pareja unida por ambiciones políticas y una relación que podría ser (o haber devenido forzadamente en) sadomasoquista. En la segunda parte, ella devendrá en competidora política de la alcaldesa Hadfis Magnússdóttir (Jóhanna Vigdís Arnardóttir).
En todo caso, el resentimiento –justificado o no– es un poderoso factor de motivación para el cambio político o social, tal como se evidencia desde los relatos mitológicos hasta la historia de las transformaciones y revoluciones políticas. Mientras que en esta serie, es el principal nexo entre los conflictos familiares o personales, y los enfrentamientos socioculturales.
En el contexto que muestra la serie, la intrusión de la modernidad capitalista destruye (o amenaza) las viejas formas de vida y las tradiciones consideradas inalterables; además del medio ambiente. En la primera parte son las posibles inversiones chinas, representadas por un trío de autoridades que la serie mostrará finalmente como corruptos y criminales; a ellos se enfrentaría tempranamente Guðmundur y luego la policía. Mientras que en la segunda parte, será el intento de ampliación de la planta geotérmica, representada por otro trío de políticas ambiciosas (Halla, Hafdis y, en parte, Kolbrún), el cual oculta manejos corruptos. Esto sería resistido por los granjeros y enfrentados por el grupo terrorista de extrema derecha. (Es interesante observar cómo el grupo de poder político en la primera temporada es masculino, mientras que en la segunda, es femenino.)
Finalmente, estos dos grupos de componentes dramatúrgicos, que iban más o menos separados en la primera parte de la serie, terminan complementándose en la segunda. Así, encontramos en su desenlace una sucesión de hechos criminales un poco distintos (violación, incendio, corrupción, delito ambiental, crímenes, encubrimientos) y en los que se suma al resentimiento y la venganza, la culpa. Aunque cada temporada es independiente, de todas formas esta conclusión consigue una mayor coherencia en el desarrollo dramático al juntar ambos componentes en torno a un personaje.
ENFOQUE COMPRENSIVO Y EQUILIBRADO
El enfoque de los conflictos sociopolíticos y culturales en la serie es tan complejo como equilibrado, y se manifiesta en el punto de vista del protagonista principal, Darri Ólafsson.
En los asuntos de discriminación, el obeso policía deja ver sutilmente su simpatía con los afectados, como corresponde a un funcionario estatal. Sin embargo, su punto de vista no es maniqueo sino más bien el de un observador comprensivo que apunta a todas las aristas de los complejos conflictos que se presentan y puedan repercutir en su indagación policial. Así, por ejemplo, se reconoce la contaminación ambiental en una fuente de agua por elementos de la planta geotérmica, pero al mismo tiempo se muestra la masacre de ovejas por los granjeros, una forma de protesta irracional que afecta a la fauna del lugar. Y si bien se condena y sanciona la acción terrorista, también se entiende su origen en decisiones políticas inconsultas, tanto de la autoridad local como de la nacional. En tal sentido, no hay una visión paternalista sobre la población rural, sino más bien una equilibrada y realista.
Asimismo, la serie exhibe y desafía a la globalización a partir de uno de sus componentes: la desterritorialización. En la planta geotérmica se desarrolla una lucha cultural entre grupos de trabajadores arrancados de diversas partes del planeta. Un grupo de trabajadores son polacos, otro, africanos, así como islandeses, quienes están también a cargo de la administración. Si en la localidad cunde la xenofobia y la islamofobia, al interior de la planta la homofobia –con un trasfondo de racismo– pone en riesgo los manejos corruptos en los que están comprometidos un grupo diverso de trabajadores, con consecuencias ambientales.
Pero hay un componente familiar clave que afecta a Darri en la segunda parte –posiblemente heredada de la ruptura familiar en la primera temporada– y es el enfrentamiento casi total con Thorhildur, su hija adolescente, convertida en una mocosa díscola e irresponsable. La visión sobre la adolescencia que muestra la serie es, en este punto, poco amable; mientras que, el tratamiento nórdico a la inmadurez de la esta edad es la tolerancia. Tolerancia que Darri no llega a compartir del todo. Finalmente, los hechos le darían la razón dejando entrever una crítica a una educación familiar permisiva como riesgo para actos de delincuencia juvenil.
Pese a ello, las relaciones entre padre e hija irían evolucionando paulatinamente hacia un arreglo; es decir, que ella llega a tomar conciencia de su irresponsabilidad y asume (con su también díscolo enamorado) comportamientos más inteligentes y prudentes que los acercan a su finalmente comprensivo progenitor; aunque demasiado tarde. En todo caso, la serie evita –en esta y otras situaciones– el esquematismo o el maniqueísmo, en beneficio de una mostración del drama familiar con sus complejidades. De esta forma, Thorhildur se convertirá en el hilo conductor que llevaría a desentrañar el misterio (y encontrar al culpable) en esta segunda parte.
La imbricación de estas grandes dimensiones –lo familiar, lo social, lo político y lo policial– es más balanceada en la primera temporada, destacando un poco más los factores familiares. En cambio, en la segunda parte predominan fuertemente los factores sociopolíticos y culturales, sin excluir a los asuntos familiares, siempre presentes y que rematan la temporada. En compensación, el capítulo final es antológico pues concentra en una edición paralela una escena con muy tensa acción externa (en exteriores e interiores, simultáneamente) con flashbacks hacia brutales hechos del pasado, que son mostrados sin tapujos (pero también sin excesos) y que explican la situación desarrollada en interiores; constituyendo un clímax dramático sumamente efectivo. Como igual de efectivo es el “esqueleto” de la intriga policial que atraviesa de cabo a rabo los 10 capítulos de “Trapped”.
EL ROL DEL PAISAJE NATURAL
Finalmente, aunque de ninguna manera en último lugar, tenemos el ámbito de la naturaleza, que constituye el fundamento donde se desarrollan todas las complejas historias de “Trapped”. Se trata del uso creativo de la geografía, el paisaje y las condiciones climáticas islandesas. La presencia de un frío intenso y la nieve es casi permanente, ya que buena parte de la acción ocurre en exteriores. El paisaje agreste, desolado, con ominosos glaciares, volcanes, montañas, gélidos ríos, corrientes de agua y un suelo accidentado, contribuyen a la sensación de peligro inminente; lo cual soporta las turbias y enrevesadas historias que se desarrollan en esta obra.
La primera parte de la serie es especialmente pródiga en imaginativas intervenciones climáticas. Por ejemplo, se ve un impresionante derrumbe nocturno de nieve que sepulta a algunos personajes, mientras que –en paralelo– un grupo de jóvenes se bañan en una piscina (en Islandia, el suelo es volcánico y hay una especie de calefacción natural bajo tierra, mientras que por encima campean bajas temperaturas, aunque sin llegar a los extremos árticos). En la segunda parte, estamos en otra época del año pero –al mismo tiempo– persisten los ambientes desolados, agrietados, duros y agrestes. Es en estos espacios abiertos que se producen persecuciones que parecieran extraídas de algún western, ya que ciertos personajes (Skúli y su padre Ketill) utilizan caballos de una raza peculiar propia del país, atravesando el terreno rocoso, las quebradas y los fiordos de la costa.
Todas las características del paisaje que Islandia utiliza para promover su turismo, Kormákur las usa para reforzar un “clima” narrativo más bien dramático –a menudo sombrío y depresivo–, que envuelve la acción. Las características geológicas crean obstáculos inesperados tanto a los policías como a varios personajes; pero, al mismo tiempo, el clima también interviene para resolver situaciones secundarias que abonan a la acción principal. No es solo un tema de ambientación, sino que la geografía delimita las posibilidades de los policías e interviene de esta forma en las peripecias y sorprendentes giros del relato. El frío es tan constante que incluso en el desenlace de la primera parte dos personajes casi perecen encerrados en una cámara de congelados de pescado; lo que ya es el colmo.
Pero la presencia de la naturaleza tiene un segundo rol audiovisual importante, que consiste simplemente en mostrar su presencia constantemente y, con ello, marcar el tempo de la serie. Para empezar, cada secuencia está separada, casi siempre, por una o dos tomas del paisaje, cuya aparición se vuelva casi una constante. En otros casos, acciones grabadas en encuadres abiertos o lejanos –siempre justificados, en términos dramáticos– contribuyen a reforzar la preeminencia y la fuerza del inclemente paisaje. Especialmente en la primera parte, muchas acciones externas (niños extraviados, amoríos ocultos, huida o muerte de testigos, asesinatos) se desarrollan contra los vientos y en medio de una tempestad constante. Solo caminar es un esfuerzo que puede ser sobrehumano y vivir en esas condiciones es estar en riesgo permanente. Si, además, en estas aparentemente pacíficas tierras se advierte la presencia de un criminal, local o foráneo, la sensación de inseguridad crece junto con los “fiambres” y se proyecta hacia la segunda temporada, pese a que esta se desarrolla en condiciones climáticas más moderadas.
Todo lo anterior, a su vez, ralentiza un poco el movimiento y hasta la acción al interior de cada secuencia, creando una cierta sensación de parsimonia, un tempo ni muy rápido ni muy lento, donde la intensidad dramática se combina con los momentos rutinarios de la investigación. Esto permite que se puedan desenvolver con la debida atención los contenidos sociopolíticos y culturales, así como las situaciones dramáticas de la narración audiovisual. Lo cual marca una diferencia con otras series donde el protagonista es una especie de superhéroe y el argumento se limita al predomino de las acciones externas –veloces y espectaculares–, en detrimento de otras preocupaciones y tratamiento audiovisual, como los que se muestran en “Trapped”.
ATRAPADOS
Una última palabra sobre el título: “atrapados”, en castellano. Ciertamente, se relaciona con el inicio de la serie, en que todo un pueblo se encuentra literalmente aislado por una larga tormenta, que coincide con la llegada de un enorme ferry, en el cual pronto se descubre el tráfico de menores, las que estarán “atrapadas” y en peligro constante durante la primera temporada. No es solo el clima, entonces, lo que justifica el nombre de la serie, ya que –más adelante–, a raíz de un suicidio espectacular, Darri comentará que ese personaje estaba “atrapado” (y choqueado) por algún hecho traumático que un interrogatorio mal llevado no logró desentrañar, de momento. Mientras que en el resto de historias se observa también este “atrapamiento” por hechos inconfesables del pasado remoto y reciente.
En la segunda parte, Ebo –por ejemplo– también lleva la procesión por dentro. Está “atrapado” por los riesgos que le acarrea su orientación sexual, la necesidad de llevar dinero a su familia en África, el dilema de su relación con Víkingur y su conexión con personajes corruptos en la planta geotérmica. Y así podríamos seguir con todas las historias, mayores y menores, de la serie. El título ilustra una misma sensación, asfixiante, que el clima y el entorno natural enfatizan.
OTRAS SERIES RELACIONADAS
Aprovecho para recomendar otros policiales que he visto en Nexflix. “Hinterland” es otra serie que se apoya bastante en el uso significativo del paisaje natural –en este caso, galés– el cual soporta con sobriedad el carácter marginal, desolado y solitario tanto del atormentado detective protagonista como de amplias áreas de ese país integrante del Reino Unido.
Mientras que “Los crímenes de Valhalla”, es otro policial islandés, basado en un hecho real, aunque con un tratamiento bastante más convencional. Transcurre en la capital, Reykiavik, y su uso del paisaje local es mínimo y puntual, pero sofisticado. Como la serie galesa, también es inferior a “Trapped”, pero justo al final de su segunda temporada se pone algo interesante.
Asimismo, la estadounidense “The Sinner”, la finlandesa “Sarjonen” y la británica “River” destacan principalmente por las características personales de sus detectives protagonistas, a cada cual más disruptivo e interpretados por actores de polendas. Todas ellas son fascinantes ya que –al igual que “Trapped”– no se limitan a la pura intriga policiaca. De otro lado, la finesa “Karppi”, se caracterizada por su apego estricto, creativo y eficaz a las reglas del género. Todas estas pueden satisfacer el gusto de los amantes del género policial y –salvo “The Sinner”– los crudos inviernos nórdicos.
Trapped (Ófærð/Atrapados)
Ficha técnica y artística en IMDB.