Conversaciones y reflexiones sobre música clásica

En la introducción, Murakami explica el origen del libro a partir de sus relaciones amicales con Seira, hija de Ozawa, quien también es escritora. Cabe precisar que Murakami es un melómano coleccionista tanto de música clásica como de jazz; es más, durante muchos años tuvo un programa de radio donde presentaba estas músicas y posee una impresionante cantidad de vinilos. Sin embargo, él es solo un melómano sin formación musical formal, pero sí conocimientos, opiniones y, sobre todo, preguntas y consultas sobre interpretación, el papel del director de orquesta y muchos otros temas. 

De hecho, la idea del libro vino de una conversación entre ambos con respecto al Concierto para piano y orquesta N° 1 de Johannes Brahms en una famosa interpretación en la que el pianista Glenn Gould, en abierta discrepancia con el director Leonard Bernstein, tocó su parte de la obra en un tempo distinto al del director. Bernstein, siempre abierto a nuevas experiencias, aceptó la peculiar performance con la Orquesta Filarmónica de Nueva York; mientras que Ozawa, quien por entonces era el joven asistente de Bernstein, presenciaba la escena, entre asombrado y aterrado. Así se inició una secuencia de conversaciones entre Murakami y Ozawa, durante su convalecencia de una grave operación de cáncer al esófago. El libro sigue aparentemente la sucesión de estas reuniones durante viajes en distintas partes del mundo. 

A lo largo del libro, es posible apreciar las diferencias de personalidad entre ambos, pero también sus puntos de contacto. En las conversaciones, Murakami expresa varios y muy interesantes análisis –muchas veces intelectuales– de asuntos musicales y, especialmente, sobre la música de Gustav Mahler; Ozawa, en cambio, es básicamente un profesional, es decir, que sus opiniones son básicamente técnicas y referidas estrictamente a cuestiones musicales. De esta manera, los diálogos sobre los temas tratados resultan muchas veces complementarios. El único problema es que, para sustentar sus puntos de vista, Ozawa recurre a tararear las partes de las partituras específicas, por lo que hubiera sido ideal que estos intercambios se hubieran grabado sino en video al menos en audio, lo que sería una ayuda para quien quiera tener un alcance más definido de los temas técnicos (felizmente, existe una lista en Spotify con las versiones que se comentan en el libro). 

Pero también resulta interesante sus puntos comunes; por ejemplo, ambos se levantan a las 4:00 h de la madrugada para iniciar su jornada laboral. Murakami escribe de corrido mientras que Ozawa lee o aprende partituras hasta bien entrada la mañana. En tal sentido, ambos son madrugadores, laboriosos y sistemáticos. 

Ahora bien, en comparación, me parece que Ozawa es el más interesante así sea solo por ser un personaje quizás menos conocido que Murakami. En todo caso, para el lector al cual va dirigido este libro, el director de orquesta y sus opiniones van a tener posiblemente un mayor interés o al menos novedad. No nos dejemos engañar por la carátula naif que sugiere músicas más ligeras para pasar el rato. Este es un libro dirigido principalmente al melómano conocedor de música clásica; y no solo de las obras que se discuten en el libro sino también de las distintas versiones de estas obras y especialmente las de Ozawa (incluyendo distintas versiones de una misma obra por el propio director japonés). No obstante, el lector neófito en estos temas también puede disfrutar del libro ya que estas conversaciones están salpicadas aquí y allá de análisis, descripciones de asuntos como la organización de orquestas sinfónicas, eventos musicales y simpáticas anécdotas sobre las peripecias qué pasa un músico profesional de la talla de Ozawa.

La imagen que ofrece el libro del músico nipón –en mi percepción– es la de un director extremadamente responsable, disciplinado, empeñoso, sacrificado y absolutamente entregado a su labor profesional. En la obra se menciona que fue alumno de dos de los grandes directores de la segunda mitad del siglo XX: Leonard Bernstein en Nueva York y Herbert von Karajan en Viena; y que ambos lo tuvieron en muy alta estima, no solo durante su aprendizaje sino también posteriormente, durante su carrera profesional. 

Como conocedor directo de estos dos protagonistas centrales de la dirección orquestal de la segunda mitad pasado siglo, las observaciones de Ozawa son particularmente interesantes. De Bernstein, por ejemplo, revela su poco interés por los ensayos y el hecho de que en lugar de decir las cosas directamente prefiriera pedir opiniones. Asimismo, como maestro, consideraba a Ozawa y a cualquier otro alumno como su igual; es decir, que no les daba mayor orientación, sino más bien les pedía opinión, incluso sobre sus propias interpretaciones y entendía esto cómo un aprendizaje compartido con sus alumnos; lo cual generaba una frustración en su joven pupilo. Esta percepción de Ozawa revela cierta discrepancia con este estilo «horizontal, democrático y participativo» del director norteamericano; de lo que podríamos deducir que el director japonés tiene una visión más bien vertical y jerárquica con respecto a las orquestas, como se deduce de decisiones que tomaría, por ejemplo, al asumir la dirección de la Orquesta Sinfónica de Boston. Al mismo tiempo, es revelador que cuando se refiere a Bernstein lo haga cómo «Lenny», cómo lo hacían todos, debido al carácter extrovertido del director norteamericano y a sus ampliamente reconocidas cualidades pedagógicas como divulgador; mientras que cuando se refiere a Karajan lo hace casi siempre como «maestro», más en consonancia con el estilo conservador y vertical del director austriaco, con quien también Ozawa mantuvo alguna discrepancia que menciona en el libro. 

Aunque en la contratapa se citan los importantes puestos que Ozawa desempeñó como director en la Orquesta Sinfónica de Toronto, en la de San Francisco y, sobre todo, en las de Boston y la Orquesta Saito Kinen en Japón, sorprende enterarse que Karajan lo recomendara para la dirección de la Opera Estatal de Viena, la que condujo durante más de 8 años. Es evidente que ambos, tanto Karajan como Bernstein, tenían a Ozawa como un director confiable y sobresaliente, al punto de darle todo tipo de encargos importantes; muy aparte de sus largos períodos como director, especialmente en Boston, donde estuvo a cargo de la prestigiosa orquesta de esta ciudad durante 30 años.

Otro aspecto sumamente interesante de este libro es el considerable espacio que se le dedica a la obra de Gustav Mahler, considerando que Ozawa no es particularmente conocido como intérprete de este compositor, sino principalmente como especialista en el repertorio impresionista, en la música rusa y, sobre todo, en la música contemporánea. No obstante, el director japonés ha grabado lo principal del repertorio germánico, desde el clasicismo vienés en adelante. Esto me llevó a adquirir el ciclo completo de las sinfonías de Mahler que condujo Ozawa con la Orquesta Sinfónica de Boston. Ya había tenido referencias de algunas versiones de Ozawa como la primera y también la novena sinfonía de este compositor, la que no me llamaba mucho la atención; sin embargo, comprobé que estaba totalmente justificada la unanimidad crítica sobre su versión referencial de la espectacular octava sinfonía, una interpretación particularmente imaginativa y llena de hallazgos, especialmente en la segunda parte de esta obra gigantesca. 

Allí capté también que el estilo mahleriano de Ozawa es equidistante tanto de aquellos que interpretan a Mahler como profeta del futuro (es decir, de manera modernista), como de aquellos que lo anclan en el romanticismo centroeuropeo. Evita también la tendencia neurótica y subjetivista de Bernstein, y se lo podría calificar como un estilo «internacional», más bien equilibrado pero de una gran vitalidad. En cuanto a sus conversaciones con Murakami, es fascinante advertir los diferentes enfoques incluso allí donde coinciden; más aún, cuando van formulando sus propias opiniones. Así, especulando con la idea de que Mahler se dirigía a la atonalidad, Ozawa precisa que «lo suyo era algo distinto. En el caso de Mahler, quizá sería más acertado decir que se trata de politonalidad. La politonalidad es un paso anterior a la atonalidad. Significa que se pueden usar muchas claves al mismo tiempo, cambiarlas todo el rato... En la cuestión de la politonalidad fue Charles Ives quien, más adelante, profundizó en ella» (pp.226-227).

No voy a spoilear más este tema, pero les aseguro que estos diálogos sobre Mahler son los más interesantes que he escuchado en mucho tiempo. En todo caso, tanto las intervenciones de Murakami como las de Ozawa tienen un gran interés para los aficionados o melómanos que se sienten atraídos por la música de este gran compositor, que son legión por cierto.

De otro lado, también es interesante la gran cantidad de información sobre el papel del director de orquesta. Una nueva característica, para mí, fue la importancia de la respiración. Refiriéndose a algo tan básico como la entrada simultánea de todos los instrumentos cuando hay diálogo musical con un piano solista, Ozawa dice: «es difícil ajustar las diferentes respiraciones. Todos deben hacerlo de la misma manera, tanto los instrumentos de cuerda como los de madera, incluso el director, y eso no resulta nada fácil.... Al final soy yo quien, como director, unifica, y por eso todos me miran... Unificar la respiración de la orquesta en una sola es muy difícil porque, en función del instrumento que se toque, de su posición dentro de la orquesta, escucharán el piano de una manera u otra y por eso resulta tan fácil no coincidir. Para evitarlo, el director debe coordinar a todos para que entren al unísono al ver la expresión de su cara». Y más adelante añade: «se trata más bien de la experiencia del director. Así es como uno llega a aprender como respirar en esos momentos... Los músicos adoran a los directores capaces de hacerlo porque les facilita mucho las cosas» (pp.85-86). Esto –la capacidad adquirida de hacer respirar a los músicos al unísono– quizás explique en parte las supuestas capacidades hipnóticas atribuidas a varios de los grandes directores de orquesta de la historia.

Cómo esta, hay innumerables reflexiones, análisis, información, anécdotas y opiniones sobre la labor del director de orquesta, otros directores, cantantes –incluyendo, de paso, una sorpresiva mención laudatoria al tenor peruano Luis Alva– directores escénicos y otros asuntos relacionados a la música clásica; con breves acotaciones al jazz y otras, no tan cortas, al arte literario (aportadas por Murakami). 

Tristemente, el libro puede tener una cuota adicional de interés considerando que recientemente Ozawa aparentemente habría sido diagnosticado del mal de Alzheimer, luego de haber sufrido también algunos problemas cardiacos. Incluso circula un corto y emotivo video en internet de un breve concierto de Zubin Mehta, quien invita a un precario Ozawa a dirigir parte del mismo, dando la entrada a diferentes secciones de la orquesta. Ya sea por este motivo, como por lo que les he comentado, esta es una obra fascinante que he leído más de una vez y que recomiendo efusivamente. Soy Juan José Beteta. Cuídense mucho y hasta una próxima oportunidad.