HOSTEL SPUTNIK
Este es el paraíso de los chapes anales
y del aroma a toallitas húmedas.
Saboreamos pasión de toilette.
Ondeamos purísimos sobre nubes
como emanaciones expelidas
por el arroz con leche
en la esquina de las rosquillas.
La virtud del cuarto era su anonimato.
Refugio de pene y vagina
escondidos entre vellos arrancados,
mecha a mecha, intercambiables.
Ardidos prodigábamos
esperanza de seguir
los umbrales donde compartimos
mordidas y rasguños.
Éramos niños curiosos jugando a los hincones.
Chorritos de flujo alargaban nuestras lenguas,
modulaban el salpicón de cera.
De espaldas, a las escondidas,
en llanto de semen nos poseímos.
Llegamos a la pregunta de ser uno
más allá de palmazos y cachetadas.
Nos despertó el brillo de un pequeño retrato
encima del espejo.
Esa mirada nos bendecía
y en su pecho un corazón latía con su lucecita de neón.
La divinidad habló y dijo: entréguense a sus orificios.
Concluimos como un par de estómagos expandidos,
acostados sobre pellejos, gajos y huesos.
Adoloridos
formamos un rosario con nuestros dientes sonrientes,
satisfechos.