Alpinismo musical finlandés

Escuché en una tienda de internet unas muestras musicales de la “Sinfonía Alpina” de Richard Strauss en la interpretación de la Orquesta Philharmonia de Londres, conducida por su joven director titular, Santtu-Matias Rouvali, e inmediatamente comprendí que estaba ante una versión reveladora de este monstruo musical alpino, una partitura para más de un centenar de músicos que describe un periplo por los glaciares vecinos a la casa del compositor en Garmisch-Partenkirchen, en el sur de Baviera.

Tuve oportunidad de escuchar en vivo a Rouvali y su orquesta hace un par de años y me llevé una grata sorpresa con su versión de la quinta sinfonía de Chaikovski. Pese a su juventud, parece haber alcanzado un estilo personal, al menos en el repertorio romántico y post romántico, no así en el clásico ( Beethoven y, según lo ha declarado, tampoco le interesa mucho Mozart o Haydn); de acuerdo a lo escuchado hasta el momento. El álbum doble incluye una versión notable de “Así habló Zaratustra”, así como buenas interpretaciones de los poemas sinfónicos más populares de Strauss: “Don Juan” y “Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel”. En todas encuentro aportes mayores y menores de estas obras espectaculares.

En el caso de la “Sinfonía Alpina”, existe la percepción de que se trata de una pieza descriptiva, ruidosa y de orquestación virtuosa pero efectista, vale decir, superficial. Se atribuye al compositor hacer alarde de sus habilidades diciendo que era capaz de describir musicalmente un vaso de cerveza con la orquesta. Stravinsky decía de la música de Strauss: “mucho músculo y poca sustancia”. Sin embargo, esto no es del todo exacto. Aparte de una sucesión de melodías maravillosas (y por debajo de los numerosos fragmentos descriptivos en esta obra), hay una reflexión filosófica nietszcheana sobre la relación del hombre con la naturaleza que inspiró finalmente este poema tonal. 

Muchas de las obras orquestales de Strauss –o, en todo caso, las mejores– están adscritas a la llamada música programática, es decir, música que narra una historia y expone o sugiere ideas, imágenes u objetos en la mente del oyente; lo que, en el caso de este compositor, llega hasta la descripción muy precisa de diversos contenidos. Además, ocurre que Strauss era un virtuoso de la técnica orquestal (de hecho, fue uno de los mejores directores de su época) y la “Sinfonía Alpina” sería su último poema sinfónico, en el que –según propia confesión– aplicó a fondo todos sus talentos, genio y experiencia. 

Lo que molesta a muchos críticos es que este descriptivismo en su música llegara, en ocasiones, a ilustrar de manera (orquestalmente) extravagante banalidades o hechos rutinarios, carentes de trascendencia y centrados –en algunas notorias ocasiones– en su propia persona. Como en el extenso poema sinfónico “Una Vida de Héroe”, en el que se presenta de una manera muy opuesta a como era en realidad (y todos lo sabían); y en el cual suena brevemente la música más fea y banal posible para referirse… a los críticos. 

Rescato, entonces, la ironía de la que Strauss hace gala en varias de sus “descripciones programáticas”; pero resalto también –en varias de sus obras orquestales– el componente comunicacional que acerca la música clásica a lo convencional mediante un programa muchas veces explícito, como en el caso de la obra que comentamos. Aquí se narra el ascenso y descenso de una montaña de los Alpes bávaros durante 11 horas, empezando y terminando en la noche, y en las que se narran diversos episodios como el amanecer, el ascenso a la montaña, la partida de unos cazadores, cascadas, pastos, vacas con cencerros, la cumbre; pero también hay momentos de riesgo, peligro y una estrepitosa tormenta. La obra está dividida en 21 partes que se interpretan ininterrumpidamente durante casi 50 minutos. 

Esta apelación a imágenes mediante la música nos conduce a otra crítica que se le hacía al compositor: que su música era “cinematográfica”. Lo que, en realidad, podría ser un mérito adicional, ya que Strauss es un representante del estilo tardo romántico al que adscribieron famosos compositores de música de películas en Hollywood, Miklós Rózsa o Wolfgang Erich Korngold, e influyó en Max Steiner, de quien fue padrino de nacimiento. En esto, como en otros temas estéticos, Strauss estuvo adelantado. Recordemos sino cómo el famoso tema de la “salida del sol” que inicia su poema sinfónico “Así habló Zaratustra” se convirtió en una de las piezas más conocidas de la música de cine, al ser utilizada por Stanley Kubrick en “2001, Odisea del Espacio”, película icónica del séptimo arte.

Si en su poema sinfónico sobre Zaratustra Strauss reflexiona musicalmente sobre la evolución de la humanidad desde la religión y la ciencia hasta culminar en el “superhombre” nietszcheano, en la “Sinfonía Alpina” narra el ascenso del individuo autosuficiente hacia la cumbre de la montaña, ilustrando la conquista de la naturaleza, pero también el ineluctable descenso hasta el ocaso; en ambas obras, en base a su propio y libre esfuerzo. Al mismo tiempo, este periplo simboliza las etapas de la vida, con sus riesgos y tormenta pero también con su belleza y plenitud en el encuentro con la naturaleza. No en vano, hay episodios contemplativos (“En los prados floridos”, “En los pastos”, el “arroyo”, la misma “Noche”), exultantes (“Visión”), introspectivos (“Elegía”) e incluso espirituales (“Aparición”), que constituyen una glorificación de la montaña, su entorno natural y las creencias panteístas profesadas por el compositor. 

No deja de ser interesante que Strauss cuestione la recaída de Wagner y Mahler en el cristianismo, contraponiéndolo a la concepción del “superhombre” del filósofo que anunció la “muerte de Dios”. En esa línea, la “Sinfonía Alpina” describe un proceso de auto superación, reafirmación del Yo autosuficiente y expresión de un vitalismo extremo asociado al retorno a la naturaleza. Mientras que la estructura circular relaciona los ciclos naturales y los de la existencia (nacimiento, vida, muerte, reinicio), lo que insinúa el mito del eterno retorno, tan caro a Nietszche. Por tanto, al mismo tiempo que Strauss despliega un refinamiento orquestal plagado de todo tipo de efectos “realistas”, todos estos efectos adquieren sustento, sentido y hondura en este trasfondo filosófico.

Aquí es donde interviene la interpretación Rouvali, quien evita los efectos bombásticos de otras versiones famosas, como las de Karajan o Maazel (por otra parte, muy buenas), pero sin renunciar a la majestuosidad de la obra, adoptando un enfoque reverencial; así como un tempo relativamente lento, sin dejar de recurrir al ímpetu acelerado allí donde se requiere (¡el ascenso!). Lo que le permite internarse en ese ámbito filosófico, contemplativo e introspectivo que subyace en esta música. Explota así la abundante belleza melódica del avance hacia las cumbres, al igual que las facetas meditabundas y sombrías del descenso, las que adquieren en esta performance un interés inesperado. 

En los crescendos que van avanzando hacia los picos más altos, empalma cada nuevo fragmento haciéndolo “subir” –como se eleva la voz de los grandes cantantes cuando no gritan– y no imponiéndolo de golpe, como en otras versiones (generalmente, germánicas); de tal forma que el avance se vuelve sutilmente ondulante, propio de la imagen de una cordillera, sin necesidad de acentuaciones efectistas. Siempre manteniendo un tempo ligeramente moroso, casi ritualístico. 

En los grandes clímax, Rouvali adopta una cierta tendencia hacia los planos verticales. Coloca el sonido de los trombones, tubas y cornos, por encima del de las trompetas para construir esos picos sonoros que representan los glaciares. De esta forma, evita un poco el “brillo” sonoro de estas últimas y obtiene un sonido majestuoso, pétreo como el hielo o la roca. Todo ello sin quebrar el equilibrio entre los vientos y cuerdas, las cuales sostienen estos momentos soberbios. Al mismo tiempo, el director finlandés exhibe un manejo admirable de la dinámica, al alargar los crescendos y grandes clímax, combinándolos con pianissimos para destacar la soledad del bosque, en el que consigue momentos intimistas y otros mágicos, como el episodio con cencerros (uno de los mejores que haya escuchado en mucho tiempo). 

Otro punto fuerte de su interpretación es la tormenta. Al igual que en los momentos climáticos, en este atronador episodio Rouvali separa muy bien los distintos temas que lo componen (y que constituyen una recopilación de varios motivos escuchados hasta entonces) y que generalmente –en otras versiones– resultan entreverados cuando no emborronados so pretexto de ilustrar la furia y el caos de la naturaleza. En esta interpretación se aprecia el orden expositivo de distintos planos sonoros, manteniendo los decibelios propios de una tempestad, pero sin abusar de apoyos artificiales; por ejemplo, la máquina de viento utilizada en esta parte hace acto de presencia donde corresponde pero luego pasa a un segundo o tercer plano, a diferencia de otras versiones donde se la explota con más “realismo”.

Pese a su aspecto de roquero de los 70, Rouvali reside en una granja en Ylöjärvi, cerca a Tampere, Finlandia, y es un declarado amante de la naturaleza y la vida campestre. https://www.nytimes.com/.../music/santtu-matias-rouvali.html En una reciente entrevista a propósito de la interpretación de la “Sinfonía Alpina” en el Royal Festival Hall, grabación en vivo que comentamos, el director explica que el oyente puede imaginar su propia jornada en el campo sin necesidad de conocer el relato que hace Strauss sobre su experiencia alpina. Y añade que él mismo se inspiró en la jornada diaria en su granja, rodeado del paisaje finlandés, para preparar la ejecución de esta obra maestra. https://www.youtube.com/watch?v=hCECxnqjb-o Lo que es interesante, puesto que su interpretación de esta pieza ha sido influenciada por un entorno, aunque rural, muy distinto al imaginado por Strauss. Y quizás en esto resida parte de la fascinante originalidad de su interpretación.

Esta es una de las mejores versiones recientes de la “Sinfonía Alpina”, obra que se afirma en el repertorio pese a sus considerables exigencias técnicas y la numerosa plantilla instrumental (129 músicos, con fuertes contingentes en las secciones de metales, percusión y hasta un órgano). La otra gran pieza en este álbum doble es “Así habló Zaratustra”, la cual está ejecutada bajo similares parámetros interpretativos que la “Sinfonía Alpina”, con la diferencia que en esta obra –subtitulada “poema tonal libremente basado en Nietszche”– no hay el tipo de efectos descriptivos que la pieza antes reseñada, sino la ilustración musical de algunas ideas filosóficas básicas a manera de homenaje al polémico pensador alemán. 

Para ello Strauss seleccionó algunos capítulos del famoso libro homónimo y compuso una obra sinfónica en nueve secciones que se interpretan de manera continua durante 40 minutos y recurriendo a un numeroso contingente orquestal (aunque algo menor que lo utilizado en la pieza alpina). Debe aclararse que el compositor no busca una fidelidad absoluta al texto filosófico (algo musicalmente imposible), sino que se trata de una reinterpretación personal y sintética centrada en la idea del “superhombre”. No obstante, en su momento, la obra alcanzó un impacto musical profundo que convirtió a Strauss en el heredero de la escuela de Liszt y Wagner, por su ingenioso manejo del leitmotiv y su destreza para explorar todas las posibilidades de la orquesta moderna.

La interpretación de Rouvali se apoya en tres grandes momentos, a manera de poderosos pilares musicales. El famoso inicio que representa la salida del sol en base a un motivo simple de tres notas (do-sol-do), la repetición de esas tres notas hacia la mitad de la obra (como clímax en la sección “El convaleciente”) y hacia el final, el exuberante clímax de la sección “La canción del baile”. Tanto en el espléndido inicio como en el segundo momento, la orquesta alcanza una concentración y fuerza sonora que no se repetirá en todo este álbum doble. Mientras que en el tercer “pilar” –que culmina y celebra lo dionisiaco– el director presenta de manera clara los componentes de este estallido sonoro (como lo hizo durante la tormenta, en la “Sinfonía Alpina”), evitando el ocasional emborronamiento de otras versiones. En este caso, la sección de cuerdas destaca de manera espectacular ante el resto, en contraposición con el inicio de la siguiente parte final, marcada por el tañido de campanas.

Y son justamente las cuerdas las que resaltan entre los distintos tramos que separan estos tres momentos, sobre todo en las dos partes que siguen al famoso inicio, así como en toda la obra. Nuevamente, tenemos un tempo relativamente lento en el que el director aprovecha para ofrecernos una interpretación reflexiva, logrando una densidad y peso sonoros característicos, más en línea con lo reverencial y sin caer para nada en la modorra ni tampoco en el “hinchazón” sonora propia de ciertas versiones teutónicas. En suma, una interpretación que no desbancará a las versiones más famosas ( Reiner, Böhm, Karajan, Kempe) pero que marcará un nuevo enfoque, más lírico y personal, en la interpretación straussiana.

En ese sentido, van también las versiones de los dos poemas sinfónicos más (breves y) populares del compositor que integran este álbum doble. En “Don Juan”, Strauss quiso destacar el hastío del personaje, agotado en el placer por el placer mismo, luego de sucesivas aventuras amatorias. Rouvali destaca, en cambio, el hedonismo y la sensualidad características del estilo del compositor bávaro. En esa línea, por ejemplo, en la reexposición del tema heroico del personaje (a cargo de los cornos), hacia el final de la pieza, el director disminuye rápidamente el tono épico y lo trasmuta hacia un curso marcado por la sensualidad y la pasión. La combinación de estos temperamentos en un mismo desarrollo melódico reequilibra la narrativa de la obra, ya que el contraste de estos componentes conducirá de manera más lógica e ineluctable al desenlace fatal.

Finalmente, “Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel” exhibe el conjunto de las características presentes en la interpretación de las obras anteriores. Sin embargo, el tono relativamente reverencial no encaja muy bien con el humor que caracteriza este popular “poema tonal en forma de rondó”. Por ello, Rouvali “puntúa” algunos detalles e introduce pequeños énfasis (y hasta un inesperado silencio) que, por contraste con el temperamento dominante en la interpretación, resultan irónicos. De esta forma, recurre a efectos pero sin llegar al efectismo dado su enfoque general sobrio y elegante; aunque “adornado” justificadamente por estos guiños musicales que son consistentes con la narrativa del legendario personaje bufo que inspiró esta obra. Una versión encantadora a la vez que original. 

Mención aparte merece el excelente desempeño de la orquesta, que hace honor a una tradición relativamente corta pero marcada por la conducción de algunos de los más grandes directores del siglo XX. Este álbum doble incluye también un booklet de 59 páginas con ensayos y abundante información sobre las obras e intérpretes. 

Luego de disfrutar de esta música me quedo con el consejo de Rouvali: imagino mis paseos, ya hace varios años, por los Andes del Perú; mis lecturas de la adoración a los cerros (apus); el lento y doloroso deshielo de los glaciares como producto del cambio climático; el silencio roto por los fríos vientos en esos parajes inmensos. Grandes evocaciones gracias a estas grandes interpretaciones straussianas.      

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Richard Strauss: Una Sinfonía Alpina op.64, Así habló Zaratustra op.30, Don Juan op.20, Las Alegres Travesuras de Till Eulenspiegel op.28. Orquesta Philharmonia, Londres, Santtu-Matias Rouvali; Phiharmonia, Signum Records, 2023. Grabado en vivo en el Southbank Centre del Royal Festival Hall, Londres y The Anvil en Basingstoke, Hampshire el 30 de setiembre y el 1 de octubre de 2021 (Una Sinfonía Alpina, Así habló Zaratustra). Grabación en estudio: Fairfield Halls, Croydon, Londres, el 20 de marzo de 2022 (Don Juan, Till Eulenspiegel).

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