Visita Anton Bruckner en la cripta de San Florián

Hoy quiero compartirles un antiguo deseo personal hoy convertido en realidad: visitar la tumba de uno de mis compositores favoritos, Anton Bruckner, la que se encuentra en la basílica de un espectacular monasterio barroco ubicado en la localidad de San Florián, en Austria. El trayecto fue de poco más de hora y media en tren desde Viena a Linz, en Alta Austria, y de allí en bus unos 20 kilómetros hasta las cercanías del complejo religioso, al que se llega por una corta caminata.

El paisaje está compuesto por amplios campos agrícolas, planos y áreas boscosas de gran belleza bajo un cielo azul esplendoroso, y con un clima relativamente caluroso, aunque fresco. En ese amplio escenario natural de vivos colores y suaves ondulaciones sobresale la monumental estructura rectangular del monasterio y su basílica, que tantas veces había visto en Internet. Para llegar a mi objetivo solo había una forma, la de hacer el recorrido completo del lugar, el que concluía en la cripta donde reposan los restos del gran compositor.

Antes visitamos el comedor para visitantes, donde probamos comida típica de la zona: un par de bollos de carne de res hervida y un poco de puré de papas, acompañado de la infaltable cerveza; mientras esperábamos la visita guiada. El restaurante se llenó de vecinos del pueblo y fue interesante comprobar que eran lugareños, no solo parte de la marea multicultural de turistas (o sea, nosotros), habitual en las grandes urbes europeos.

Pero ya desde la llegada comprendimos que estábamos en un lugar especial. Lo primero que llama la atención es el tamaño del monasterio agustino, las dimensiones físicas de las edificaciones, que compiten con la vastedad del paisaje natural circundante. Todo el espacio físico está inundado por la luz que genera una sensación de pureza, al igual que la tendencia hacia los colores claros de las instalaciones, tanto internas como externas. 

Incluso la enorme biblioteca de 100 mil volúmenes (más incunables), de la que solo se permite el acceso al tramo central, resulta cálida y acogedora; no solo por las interminables estanterías que se elevan un par de pisos hacia un techo adornado por luminosas alegorías pictóricas, sino también por la potente luz solar que entra por los ventanales. Lo mismo vale para los pasillos y escalinatas que interconectan los diversos ambientes y una espectacular sala de mármol destinada a las visitas de la corte imperial.

El único punto “oscuro” del recorrido es una salita donde se puede apreciar el “Altar de San Sebastián”, un conjunto de paneles pintados por el maestro AlbrechtAltdorfer a lo largo de una década, allá por los comienzos de los años 1500, donde se muestra el martirio del santo junto con partes de la pasión de Cristo. Son realmente impresionantes y está prohibido fotografiarlos, por lo que están en un ambiente especial para poder verlos con la debida protección a la luz. Este es un tesoro artístico casi secreto al que uno accede en silencio y con recogimiento.

Desde el punto de vista histórico, otro punto oscuro sucedió durante la segunda guerra mundial, cuando los nazis instalaron allí una oficina de la Gestapo y expulsaron a los monjes, quienes recién pudieron retornar tras el conflicto bélico. Cabe recordar que Bruckner fue uno de los compositores favoritos de Hitler (quien –por cierto– nació en Braunau, una localidad ubicada también en Alta Austria), al punto que, cuando la radio alemana anunció la muerte del dictador, el adagio de la séptima sinfonía del famoso compositor se utilizó como música de fondo.

Otro nombre que se menciona durante la visita guiada es el de BartolomeoAltomonte, quien pintó los frescos que adornan cúpulas y techos del monasterio. Y hay también una Orquesta Altomonte de San Florián dirigida por RémyBallot, discípulo del gran director bruckneriano SergiuCelibidache, famoso por sus versiones lentísimas de las sinfonías ya de por sí extensas del compositor de Ansfelden, localidad situada en dirección contraria a San Florián y lugar de nacimiento del también organista, cuya tumba fue objeto de nuestra visita.

Las versiones de Ballot –aunque súper refinadas y de un sonido técnicamente perfeccionista– son tan o más lentas que las de su mentor, adolecen de una cierta frialdad, las ondas sonoras parecen flotar sobre el éter, los cambios dinámicos se aligeran por el alargamiento de las melodías y el tempo lento, y el parsimonioso flujo de la música crea una sensación de distanciamiento y nebulosidad. 

 Celibidache utilizaba este efecto en algunos tramos de sus interpretaciones brucknerianas, logrando momentos mágicos y hasta místicos, pero aplicaba también otros elementos estilísticos. En cambio, Ballot solo se limita a estas características, lo que –si bien resulta coherente– resulta en interpretaciones aseadas, sutiles y vacías de emoción. Sin embargo, vale la pena conocerlas, especialmente para aquellos que hayan accedido a las más elevadas esferas del distanciamiento del deseo, las emociones y el desasimiento. Se pueden adquirir (compré sus versiones de la quinta y octava sinfonías) en la tienda de la abadía. 

Volviendo a nuestro recorrido, ingresamos a la basílica de San Florián, un templo barroco menos recargado que otros de similar estilo, pero igual de majestuoso. Nuevamente, aquí me llamó la atención la luminosidad de todo el ambiente, así como el silencio reinante. Sobresale por las pinturas en sus cúpulas y techo, sus esculturas de santos y ángeles (tocando algunos instrumentos e incluso, uno de ellos, empuñando la batuta) y un órgano imponente –llamado el “órgano Bruckner”– el cual era tocado por el compositor. Hay que recordar que antes de componer sus monumentales sinfonías, Bruckner había desarrollado una carrera como organista, iniciada en San Florián y que lo llevaría a exitosas presentaciones en París y Londres; tanto así que antes de morir pidió ser enterrado en la cripta de la basílica.

Llegamos así al final del recorrido, en el que descendimos al subsuelo de este espectacular templo e ingresamos a un ambiente frío y húmedo, pintado de blanco, de la misma área que la basílica; constituida por habitáculos laterales donde estaban féretros diversos (algunos ya desvencijados) hasta llegar a un sector más reciente de nichos, todos de abades y miembros de la nobleza local. Al final llegamos a un ambiente donde está el féretro de metal del compositor, exactamente bajo el órgano de la basílica, y, como fondo, un osario de 6 mil cadáveres debidamente ordenados. 

Nadie sabe exactamente de quiénes son y por qué aparecieron allí esos huesos. Hay quienes sugieren que se trata de fieles que querían estar enterrados lo más cerca posible de San Florián, el primer mártir de Austria (y, por cierto, patrón de los bomberos), ya que fueron hallados durante la construcción de esta abadía. El osario añade un componente lúgubre que se compagina con la faceta sombría y severa de la música del compositor. 

Siempre he pensado que las sinfonías de Bruckner –un católico creyente, ferviente y practicante– ilustra el poder de dios padre, omnipotente y omnipresente. Basta escuchar los atronadores finales de varias de sus grandes y visionarias sinfonías. No parece la música del dios hecho hombre (el de la caridad y la otra mejilla) sino la gloria de dios en su máxima y aplastante plenitud; no el dios del nuevo testamento sino quizás el del antiguo. 

Lo que no deja de ser una impresión muy subjetiva, ya que la fe del compositor tenía además un componente –entre otros– de ingenuidad e inocencia; y su música incluía también estos elementos y otros varios, que van incluso más allá de una religión específica o de la religiosidad en general. En todo caso, la presencia del osario es un recordatorio ante del poder divino de nuestra propia mortalidad, finitud e imperfección. La música de Bruckner, en cambio, estará allí siempre; quizás ocultando un sentido secreto, íntimo y oscuro, como el altar de Altdorfer, en medio de ese paisaje luminoso –casi celestial– de la primavera austriaca en SanFlorian.

Deseo agradecer a Eduardo Univazo, mi amigo vienés, quien me acompañó en este periplo. A él pertenecen las fotos en las que aparezco.