Frances Ha
Frances Ha
El viento fresco entra por la pantalla y nos mantiene en el aire, vibrando, reposando, moviéndonos, escenas tras escena, de la mano de su protagonista, Frances Halliday (Greta Gerwig), una bailarina de ballet californiana, asentada en Nueva York. Dirigida por Noah Baumbach, esta cinta en blanco y negro busca captar la vida en acción, con toda la energía que irradia Gerwig, quien a su vez es directora de otra cinta también ambientada en la adolescencia: “Lady Bird”, y, no en vano, co guionista de “Frances Ha”, con la cual comparte una protagonista algo impredecible, espontánea, volátil y que deja la sensación de tener una existencia guiada por una alegre improvisación.
La estructura dramática es un poco laxa y no sigue el patrón convencional hollywoodense sino que está compuesta por una sucesión de escenas que sugieren tensiones, conflictos y dilemas que aparecen y desaparecen con igual fugacidad, sin dejarnos saborear demasiado el momento. Estilísticamente, la película recuerda los albores de la Nueva Ola francesa, con ese tono desenfadado e inocente de quien busca y respira libertad; con personajes levemente inestables, despreocupados y enfocados en disfrutar el presente.
No obstante, las alborotadas travesías de Frances ocurren dentro de ciertos parámetros narrativos que la van desarrollando y transformando como personaje. Al inicio la vemos romper con su enamorado y, en adelante, rechazará o evitará cortés y casi imperceptiblemente todo tipo de relación de pareja. En cambio, se entregará a las relaciones de amistad a todo nivel. A lo largo de la cinta la vemos disfrutar con amigos o haciéndose amiga de quienes la rodean, pero especialmente de Sophie (Mickey Sumner) su mejor cómplice. Y esta fuerte relación inicialmente es fuente de atracciones y tensiones entre ambas; aunque finalmente terminan muy suavizadas, lo que resulta en una ambigüedad nunca resuelta ya que los dilemas y obstáculos se solucionan prácticamente por sí mismos, en ese continuum algo azaroso en el que transcurre la acción.
Los iniciales celos de la protagonista sugieren una pulsión lésbica con Sophie que luego se desvanece para evidenciar más bien un ritmo de vida ágil, que descarta la relación sentimental a cualquier nivel de compromiso. Cierto que en algún momento sueña con la “persona elegida”, pero finalmente se decide por la amistad. Este proceso ocurre y se va filtrando en medio de cortos viajes familiares (Sacramento) o solitarios (París), idas y vueltas (por las calles neoyorquinas), alegres reuniones, (des y re)encuentros, borracheras inofensivas, trabajitos eventuales, toques de nostalgia y melancolía aquí y allá, los que acompañan el avance de Frances hacia el descubrimiento de su aparente incapacidad para mantener relaciones de pareja; pero también hacia el reconocimiento de sus talentos profesionales. Todo esto sucede de una manera natural y sencilla; y que a mí me recuerda algo que escribí en un poema hace mucho tiempo: amistad, qué extraña forma de eludir al amor.
Hay quienes sostienen que el problema de Greta es su negativa a “crecer” y su deseo de mantenerse en una adolescencia tardía. Puede ser, ya que –en el enfoque estilístico del filme– la realidad está compuesta por distintas posibilidades (algunas opuestas) y por avances y retrocesos (combinados o no); en suma, Greta y sus relaciones no se nos revelan totalmente, ya que nos la pasamos saltando de una situación a otra, dejando un sendero de ambigüedad a lo largo del relato.
No obstante, y si bien Greta se queda más de lo habitual en la adolescencia, al mismo tiempo muestra un crecimiento profesional y de la suma de ambos factores tenemos –como transformación del personaje– el descubrimiento de su (¿real o aparente?) incapacidad para mantener una relación amorosa; con lo cual se siente realizada. Ella recupera su antigua camaradería con Sophie, pero ya sin la sin la intensidad de antes; y le basta con cultivar la amistad en general. De hecho, Frances traza un arco que empieza con una relación de pareja, pasa por un breve aunque significativo viaje anti romántico a París, y concluye feliz, en un final abierto y sin relación concreta alguna. Y lo fantástico es que esto sucede sin mayores traumas, todo light, cool y fresh.
Lo que sostiene lo anterior es la buena caracterización de Greta Gerwig. Su expresión fuerte y juvenil la hace parecer por momentos como un muchacho saltimbanqui; mientras que como danzarina exhibe elegancia y sobriedad. Ambos aspectos de su interpretación se unifican hacia el final de la película, al ejercer con éxito una nueva rama de este oficio artístico. Se muestra vehemente en su entrega a los demás, pero sabe también manejar los pocos momentos de introspección (que no son el fuerte de su papel, ni de la película), que alimentarán su paso hacia la madurez. La naturalidad y espontaneidad son las herramientas con las que consigue contagiar al resto de actores, los que a su vez se pliegan a las intenciones de Baumbach.
Destaco en su dirección su estilo impresionista, es decir, esa forma de atrapar los momentos que van punteando la evolución de Frances, mediante escenas más o menos cortas y que se cortan una y otra vez, ilustrando la vitalidad de lo efímero; y que sugieren (más que enfatizan) la transformación de la protagonista. Lo que termina por encajar con esa frescura propia de la juventud y la novedad que caracteriza “Frances Ha”.
De otro lado, el filme hace guiños a otras obras cinematográficas (“Mala sangre” de Léos Carax, “Manhattan” de Woody Allen, con toques de Truffaut y el primer Godard), lo que encantará a críticos y cinéfilos. En suma, una obra fresca, vivaz y entretenida.
FRANCES HA
EEUU, 2013, 86 min.
Dirección: Noah Baumbach
Interpretación: Greta Gerwig (Frances Halliday), Mickey Sumner (Sophie Levee), Adam Driver (Lev Shapiro), Michael Esper (Dan), Grace Gummer (Rachel), Charlotte d'Amboise (Colleen), Michael Zegen (Benji), Patrick Heusinger (“Patch” Krause), Justine Lupe (Nessa). Guion: Noah Baumbach, Greta Gerwig. Fotografía: Sam Levy.