El encanto de lo predecible

Hace poco leí un artículo en el New York Times titulado "¿Por qué veo ‘Emily en París’ a pesar de que la odio” y escrito por Alissa Wilkinson. Esta serie es una comedia romántica que se transmite por Netflix, y la autora del artículo reflexiona sobre por qué sigue viendo esta producción, a pesar de no tener una opinión positiva sobre ella.

El artículo habla poco de la comedia y no de manera muy favorable, y menciona otras series —algunas de las cuales también he seguido—, pero se concentra en el asunto específico de por qué vemos series que en realidad nos parecen malas o, incluso, muy males; y, como es el caso de ella, las siguen hasta el final.

Su análisis es interesante como fenómeno cultural y comparto la conclusión de la autora, aunque no del todo. Lo curioso es que ella no lo comparte en absoluto, es decir, sigue viendo estas series hasta el final. De todos modos, recomiendo su artículo; es muy simpático y les dejo el link para que lo disfruten.

Ahora bien, por mi parte, quiero responder a la pregunta que encabeza el artículo –¿Por qué veo “Emily en París” a pesar de que la odio?– desde un punto de vista estrictamente audiovisual. Mi respuesta es sencilla: porque aplica bien la fórmula de la comedia romántica o sentimental.

Esta es una serie ligera, superficial, basada en estereotipos, pero muy entretenida. Su eje principal es el prejuicio cultural entre norteamericanos y franceses, o más bien, cómo los norteamericanos perciben a los franceses (¡y viceversa, supuestamente!).

Hace poco, por ejemplo, escuché a Dave Hurwitz, un crítico musical conocido, lamentarse de que Camille Saint-Saëns, el genio de la música francesa en el siglo XIX, fuera un compositor cuya obra (o muchas de ellas), a pesar de su calidad y valor estético, es subvalorada. Según especula irónicamente el crítico, esto se debe –en primer lugar– a que es francés.

Este tipo de prejuicio es justamente lo que explota a fondo “Emily en París”; aunque, todo hay que decirlo, lo hace también a costa de los yanquis. La serie sigue a Emily Cooper (Lily Collins), una joven ejecutiva de marketing estadounidense enviada a París para supervisar a una agencia de marketing francesa en crisis y recientemente adquirida por la central norteamericana. Mientras la firma estadounidense es generalista y centrada en productos puramente utilitarios, la agencia francesa está especializada en la alta costura y la moda ultra refinada.

Cooper, con su enfoque disciplinado y eficiente hacia el trabajo, se enfrenta al estilo relajado y elegante de los franceses, generando un choque cultural que es central en la serie. A ello se suma su total incapacidad para aprender el idioma y su inicial falta de experiencia en el mercado de la moda francesa y europea en general; lo que genera situaciones graciosas y disparatadas.

Al mismo tiempo, la protagonista está fascinada por París, la vestimenta y el amor, lo que la lleva a una serie de encuentros amorosos, iniciados por ella o por otros, que la conducen a absorber gradual (y, muchas veces, torpemente), los modos franceses que inicialmente condenaba. Es decir, comenzó a ser asimilada por ese entorno, sin querer queriendo, por lo que casi siempre sus amoríos terminan empantanados en equívocos entre divertidos y absurdos.

Sin embargo, este proceso de asimilación también es la debilidad principal de la serie: todo se vuelve demasiado predecible, repetitivo e inverosímil. Aunque la serie desarrolla una mezcla de estereotipos, se queda en la superficie y apenas rasguña algo de la humanidad de los personajes.

La primera temporada es la más entretenida, pero hacia el final tiende a agotarnos un poco. Para la segunda, la trama introduce la aplicación del supuesto estilo de vida francés a los negocios en la moda; lo que conduce a corrupción, conflictos de interés y favoritismos varios.

Desafortunadamente, este asunto –que podría haberse desarrollado para profundizar en algo la serie– se abandona rápidamente para volver a los enredos amorosos de siempre. Confieso que para la tercera temporada (o la cuarta, ya no recuerdo bien), me cansé. La serie perdió coherencia, al punto de que ahora Emily aparece en Roma. Es decir, incluso los detalles básicos de la premisa original (¡el título!) se desdibujaron. En total son cinco temporadas y los capítulos son cortos (promedio 30 minutos), lo que es una ventaja ya que se ven rápido.

A pesar de todo, ¿por qué sigue funcionando? Porque aplica bien la fórmula. Los diálogos son chispeantes, las situaciones entretenidas y el humor ingenioso; trabajando tanto con enfoques propios de la comedia de equivocaciones como con el conflicto de caracteres. Además, visualmente es atractiva: el vestuario y el maquillaje son espectaculares, y cada capítulo presenta a la protagonista y a varios personajes como si estuvieran en un desfile de modas. Si les interesa la moda, la cocina francesa o simplemente disfrutar de imágenes turísticas de la capital francesa, “Emily en París” puede resultar amena o tolerable, según sea el caso.

Otra dinámica interesante es la relación entre la recién llegada y Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), la jefa de la agencia francesa, una mujer sofisticada y presuntamente severa que desprecia a Emily, pero cuyo desprecio está lleno de un ingenio perverso a más no poder. No obstante, la protagonista la admira y desea emularla sinceramente, al punto de soportar humillaciones sin fin. Se establece así una cierta dependencia sadomasoquista entre ambas.

Lo que salva a Emily es su talento para marketing y su habilidad para las redes sociales (resistida inicialmente por la agencia gala), gracias a lo cual –y previsiblemente– se producirá un entendimiento mutuo; con lo que se pierde otro atractivo inicial de la serie. No obstante, la nueva relación entre ambas tiene también sus atractivos, ya que se muestran otras facetas inicialmente sorprendentes de Sylvie, las que al final también resultan en parte previsibles.

Hacer que las viejas fórmulas funcionen no es simplemente repetirlas, hay que tener talentos específicos y creatividad para añadir valor artístico dentro de los estrechos márgenes conocidos y renovar de alguna forma (o en alguna medida) el género.

Espero disfruten la serie, al menos hasta donde llegué, y ya ustedes decidirán si la terminan o la descartan. Lo que sí puedo recomendarles es al menos la primera temporada, que es realmente entretenida, con las atingencias mencionadas y las reflexiones del artículo de New York Times.

 

EMILY EN PARÍS

Estados Unidos, Francia, 2020

Creación: Darren Star

Interpretación: Lily Collins (Emily Cooper), Philippine Leroy-Beaulieu (Sylvie), Ashley Park (Mindy Chen, amiga de Emily), Lucas Bravo (Gabriel, chef vecino de Emily), Samuel Arnold (Julién, compañero de trabajo de Emily), Bruno Gouery (Luc, otro colega de Emily), Camille Razat (Camille, amiga de Emily y ex novia de Gabriel), William Abadie (Antonie, cliente de la agencia y antiguo amante de Sylvie) y Lucien Laviscount (Alfie, banquero inglés).